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Authors: Helena Nieto

Tags: #Romántico

Un punto y aparte (31 page)

BOOK: Un punto y aparte
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Me lo propuse de verdad, aunque lo cierto es que nunca lo conseguí del todo.

24. Madurando

Ya estamos en marzo y ayer cumplí los cuarenta y uno. Aunque sentí bastante nostalgia recordando el año anterior, recibí todas las felicitaciones y regalos con entusiasmo y una gran sonrisa.

Por la noche miré uno a uno todos los
emails
llegados a mi correo. Pensé que se acordaría, que tal vez me enviaría una postal de esas que circulan por Internet, en que solo aparece escrito: «Feliz cumpleaños» o «Felicidades»; estaría en la Bandeja de entrada… Otra desilusión más. Nada.

Tampoco tenía por qué hacerlo, dadas las circunstancias. Al fin y al cabo, yo no había podido hablar con él. Si fuera justa, lo asumiría sin más.

Hace mucho que no sé nada de él. Es Félix quien aparece por la asesoría de vez en cuando. Siempre me saluda con mucho respeto y me sonríe. Trato de ser amable, que no se me note lo mucho que me altera todo lo relacionado con los Lambert.

En casa todo va medianamente bien. Dani empieza a madurar y aunque sus notas siguen por lo bajo, el resultado de algunos de sus exámenes ha sido muy bueno. Me prometió, como hace siempre, que lo recuperará todo.

—De verdad, mamá, te lo prometo —me dijo.

—Eso dices siempre.

—He mejorado, no lo niegues.

—Hum… bueno, sí…

—¿Me dejarás salir ahora?

Sonreí.

—Está bien. Pero quiero que estudies primero…

—Que sí, mamá.

—Bien.

Iba a salir de su cuarto pero susurró.

—Mamá…

Me volví hacia él.

—Tenías razón.

Le miré sin comprender.

—Andrea ya no me importa nada.

—Claro, Dani. Es lógico…

Le di un beso y se dejó. Me llenó de felicidad que no me rechazara.

—Mamá…

—¿Sí?

—Una vez me dijiste que a la familia no se escogía… y que me había tocado esta, me gustara o no, ¿te acuerdas?

Asentí con la cabeza.

—Quiero decirte que no querría otra familia ni loco… y mucho menos otra madre.

Bajó los ojos. Me di cuenta de que se emocionaba.

—Dani, cariño…

—Eres la mejor madre del mundo, mamá. Siento haberte disgustado.

Lo abracé con fuerza.

—Y siento lo de Sergio… —dijo.

Eso sí que no me lo esperaba.

—Bueno, son cosas que pasan, Dani. Así es la vida.

—¿Te confieso una cosa?

Me miró extrañado.

—Yo no sentí que rompieras con Andrea… quiero decir sí por ti, por el daño que te causaba, no por ella.

Se rio.

—Lo sé, mamá. Nunca conseguiste engañarme.

—Eso sí, la próxima procura que sea de tu edad —dije bromeando.

—Descuida, mamá.

Volvió a reírse.

—Uyyyy… ¿Eso significa que hay otra?

—Nooooo…

Me reí. En ese momento Alejandro entró en la habitación y nos interrumpió.

—Mamá, que si Álvaro se puede quedar a cenar, de parte de Vicky.

—Ah… pues… claro. No hay problema.

Nunca me negaría a que se quedara, no sé por qué Vicky envió a su hermano como mensajero. Seguro que ella no se atrevía ni a preguntármelo. Que sea un Lambert no significa que tenga la «peste».

Suspiré.

Cosas de mi hija, me dije a mi misma.

Me hizo gracia comprobar cómo Vicky y Álvaro han ido cambiando desde que están juntos. Él lleva el pelo bastante más largo que antes y unos graciosos rizos le caen sobre la frente. Ya no viste tan clásico y aunque sigue decantándose por la ropa de marca, su estilo es más deportivo. A su vez, mi hija se preocupa por vestir mucho más femenina. Ha desterrado los viejos vaqueros con los bajos rotos que usaba, por los ajustados y estrechos. Los dos llevan la misma pulsera y el mismo colgante de plata. Cada uno ha influido en el otro para bien. Álvaro no parece el mismo, mires por donde mires. Antes aparentaba tener treinta años, parecía un viejo prematuro, ahora no. Está hasta mucho más guapo. Por su parte, Vicky le ha cogido gusto a las faldas, a maquillarse más a menudo y a los zapatos de tacón, que solo usaba en contadas ocasiones. A pesar de que siempre fue coqueta, prefería la comodidad del vaquero o las botas de suela plana y no pasaba de pintarse la raya del ojo. Para mi gusto, ha mejorado con el cambio, lo mismo que él.

Se quedó a cenar y fue encantador.

Me gusta ese chico, aunque sea un Lambert…

Pensé que iría a mejor, pero no, todo lo contario. Cuanto más tiempo pasa, peor lo llevo. Me ha dado un ataque de melancolía tan grande que me está superando. Mi madre está preocupadísima. El otro día la escuché hablar con mi hermana desde la cocina y se lo estaba diciendo.

—Maribel, Paula está fatal… cada día peor.

Exagera, lo sé, pero me he propuesto fingir para no hacerla sufrir por mi causa. Al día siguiente casi la obligué a salir de compras, y me mostré tan alegre y tan habladora que debí de dejarla asombrada.

—Pareces otra —me dijo con una sonrisa—. Me tenías preocupada.

—No sé por qué, mamá. Estoy bien.

Me miró de reojo.

—Pues a veces no lo parece.

—Tonterías, mamá. Estoy de maravilla.

No es verdad. No lo estoy, pero soy consciente de ello y conseguiré superarlo.

Si lo hice con Miguel, también superaré lo de Sergio. Soy lo suficiente madura como para poder hacerlo. Sé que puedo… solo tengo que proponérmelo. Así que yo misma me lo digo, adelante, Paula, aunque reconozco que cada vez lo entiendo menos.

Casi habíamos conseguido lo más difícil: el rechazo de mis hijos. No sé qué le hizo volverse atrás, no sé qué tiene que meditar tanto.

«Dame tiempo», había dicho.

Nadie nos dijo que sería fácil, los dos lo sabíamos.

Lo que más me mortifica es que no haya podido explicarme el motivo de su decisión. «Nuestra relación no funciona» es una frase hecha que no significa nada. Eso es lo que más me duele… que a estas alturas todavía no sepa el motiva de su abandono.

Pero ya he pasado por esto antes, no necesito ir al terapeuta, no necesito ansiolíticos, escribo… sigo haciéndolo, es lo único que me conforta.

25. Emociones

Sigo intentado asimilar que Sergio ha desaparecido de mi vida para siempre, que no habrá vuelta atrás ni reconciliación alguna.

Intento aparentar que no me afecta, pero confieso que estoy cada vez más destrozada, que lo extraño y lo echo de menos, que daría cualquier cosa por tenerlo aquí, por sentir sus besos, sus caricias… Cuando aparece por la oficina procuro evitarlo pero cuando hablamos creo ver algo en sus ojos que me indica que está tan mal, tan amargado y tan desesperado como yo. He vuelto a la primera etapa, a las primeras semanas, lloro y no quiero hacerlo. Ya me levanto con los ojos irritados demasiadas veces. Es casi peor que el divorcio de mi ex.

Miguel, no quiero pensar en él, solo lo tolero porque es el padre de mis hijos, pero nada más… Me importa muy poco que se sienta solo o abatido. Para ser sincera, me importa una mierda. Sabe que Sergio ya no está conmigo, y en el fondo, aunque trate de disimularlo, se alegra. Cree que así volveré con él. Confía en que se me caerá la venda de los ojos y descubriré de pronto que sigue siendo el hombre de mi vida. Iluso.

—Yo fui tu gran amor. Tú siempre lo has dicho —me dijo hace poco.

—En efecto, lo fuiste… pero ahora no siento nada por ti.

—¿Nunca vas a perdonarme? —me reprendió.

Preferí no responderle nada. No tenía ánimos ni ganas de hablar con él. Es más, hasta le colgué el teléfono por no escuchar tanta tontería seguida.

Tenía que haberle dicho: «Miguel, ya ha pasado mucho tiempo. Todo está olvidado. No se trata de perdonar o no. Se trata de que ya no me interesas… ¿no puedes entenderlo?»

Y después, haber añadido que Sergio es el hombre al que amo; pero, ¿de qué me serviría? Él tampoco está a mi lado…

Será mejor que sonría y finja que todo va bien. Es por mi madre. Sé que sufre si me ve cabizbaja o decaída.

Cuando desperté esta mañana me dije otra vez que debía llamarle. A Sergio. Le llamaría al móvil y le diría que lo extrañaba, que necesitaba verlo, que… ¿Pero qué dices, Paula? Un poco de dignidad, por Dios. Es él quien te ha dejado, es él quien ha decidido romper con la relación, no tú… Despierta, Paula. Esto es la realidad, deja ya de soñar…

El otro día me derrumbé. Fue el domingo al levantarme. No había dormido nada. La cabeza me daba vueltas y el catarro no me dejaba respirar.

—Estoy fatal, mamá —confesé cuando aparecí por la cocina.

—¿Tienes fiebre? —preguntó ella preocupada.

Negué con la cabeza.

Miré por la ventana. Caía una lluvia ligera. Escuché a Dani y a Alex por el pasillo dando voces. Cuando entraron, me volví hacia ellos.

—Por favor —les dije con voz autoritaria—, no quiero peleas ni discusiones.

Creo que me he vuelto muy intolerante en estos últimos días. Me molesta el ruido, que hablen a voces y que discutan entre ellos. Sergio odiaba las discusiones, Sergio, Sergio… siempre Sergio…

—Mamá, ¿hoy puedo salir? —preguntó Dani.

—¿Has terminado los deberes?

—Todavía no.

—Pues ya sabes. Termina y luego hablamos.

No insistió. Ya sé que está detrás de otra chica, lo que no es un alivio, pero aun así…

No quiero ni acordarme del día que lo encontré apoyado en la barandilla de la playa con la dichosa Andrea, lengua con lengua… Es demasiado impacto para una madre que todavía cree que a su hijo adolescente solo le interesa jugar a los marcianitos en el ordenador, mucho peor y mucho más horroroso que cuando sucedió lo mismo con Vicky. Lo mucho que Sergio se rio de mi… ¿Sergio?, otra vez Sergio… Todo lo que pienso me lleva a él.

Ni Miguel ni él habían dado ninguna importancia a los escarceos amorosos de mi hijo. Cuando confesé mis miedos a mi ex con respecto a la «vampiresa» que acosaba a mi niño inocente, se desternilló.

—¿Te parece gracioso, Miguel? Solo es un chiquillo…

—Pues por eso mismo, no tienes por qué preocuparte…

—Ah, ¿no?

—Pues claro que no. Nuestro hijo está en plena ebullición hormonal. Déjalo tranquilo…

—Es imposible hablar contigo —le dije irritada—. ¿Cómo puedes decir algo así?

—Empiezo a creer que Vicky tiene razón, haces un melodrama de todo, Paula. Dani está en la edad.

—¿En la edad…?

Fue inútil. Al parecer a mi me encanta ver problemas donde no los hay. Que mi hijo no tuviera aún dieciséis años y se entretuviera en besar y sabe Dios qué más cosas con una chica dos años mayor que él, no era ningún problema, ni un motivo de preocupación… tendría que haber hecho una fiesta para celebrarlo. Qué insensatez.

Reconozco que a veces pienso si me estaré pasando. ¿Me preocupo demasiado, como dice Miguel? ¿Veo problemas donde no los hay? Me gustaría ser más despreocupada y tomarme las cosas más a la ligera, pero aunque lo intento no siempre lo consigo, sobre todo cuando se refiere a mis hijos. ¿Somos todas las madres así? Creo que la gran mayoría caemos en el error de no dejar que se equivoquen por sí mismos, y nuestro exceso de protección se convierte en conflicto.

—¿Desayunas? —preguntó mi madre.

—¿Eh? No, no me apetece.

—Pero, Paula, tienes que comer algo. Mira cómo estás…

Preferí salir de la cocina antes que discutir. Regresé a mi habitación y encendí el portátil. Deseaba encontrar un mensaje suyo en mi correo electrónico. Ansiosa, abrí y cerré los ojos. Por favor, dije casi suplicando, por favor… Nada. Solo mensajes de Sandra, los típicos PPS que me envía para levantarme el ánimo. Sentí tanta rabia que los mandé directamente a elementos eliminados, sin abrir… yo no necesito PPS, lo único que quiero es a Sergio.

Todo mejorará. Es cuestión de tiempo. Lo sé, pero odio que me lo digan. Mi madre también me lo recuerda constantemente.

—Es una lástima. Tal vez si hablaras con él…

No, no quiero dar lástima. Y tampoco que me diga lo que tengo que hacer.

—Vale, mamá.

No sé por qué dije eso, no pretendía ofenderla, pero lo hice. Lo vi en su gesto.

—Solo quiero verte feliz —murmuró sin mirarme.

«¿Feliz? ¿Alguien es del todo feliz?», me pregunté. ¿Lo es ella? No, sé que no. Se siente sola desde hace muchos años. Aunque tenga amigas con las que va a jugar al parchís, al cine o a tomar café alguna tarde. Aunque esté horas con mis hijos o vaya a pasar un par de semanas con mi hermana, extraña la presencia de mi padre, y según envejece creo que lo echa más de menos que antes. No lo dice, no se queja, pero es así. Por eso prefiere estar en mi casa y quedarse a dormir por las noches.

Feliz está Vicky con Álvaro. ¡Qué broma! mi hija enamoradísima del sobrino de mi ex pareja… ¿Ahora Sergio es mi otro ex? Estoy llena de ex. Casi me da la risa. Los llamaré ex uno y ex dos, para aclararme…

—No entiendo tu actitud —me reprochó mi madre.

—¿Qué actitud?

—Sergio decide romper contigo así sin explicaciones y no te molestas en averiguar por qué…

—Últimamente no nos iba bien… Discutíamos demasiado.

—Excusas… —dijo sin mirarme—. Eso no son razones para romper una relación, tú lo sabes —se calló y me miró nerviosa, pareció tomar aire para hacerme la pregunta definitiva—. ¿Otra mujer?

La miré inquieta. Negué con la cabeza.

—No. Estoy segura.

—¿Ah, sí? ¿Por qué estás tan segura?

No, no lo estoy. Lo supongo pero no lo estoy. Sergio no es de ese tipo de hombres, no es como Miguel. «Déjame, no me atosigues», estuve a punto de decirle, pero me callé.

Sin duda mi madre me estaba echando a mí la culpa. Adoraba a Sergio, se había encariñado con él. Ahora quería saberlo todo, yo sabía por qué, por la necesidad obvia de buscar un culpable, una justificación, una excusa, algo que la complaciera, como para decir: «mi pobre hija», y añadir, después: «ese cabrón». Con Miguel fue más fácil, estaba todo a la vista; con Sergio no era así, y eso la atormentaba, creo que incluso mucho más que a mí.

—Ha pasado bastante tiempo… Tal vez recapacite —dijo cruzándose de brazos y mirándome. Se sentó al otro lado del sofá y continuó —lo vuestro no es un enamoramiento de jovencitos. Lo vuestro iba en serio, Paula. Muy en serio. ¡Qué manera de estropearlo!

—¿De qué estás hablando? ¿Acaso me culpas?

—Sergio es un buen hombre. Deberías hacer algo…

Me levanté y fui a darme una ducha. No quería seguir con aquella conversación. Soy fuerte. Siempre lo he sido. Aunque a veces me derrumbe, vuelvo a levantarme. Si superé lo de Miguel superaré lo de Sergio.

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