Un giro decisivo (24 page)

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Authors: Andrea Camilleri

Tags: #Montalbano, #Policial

BOOK: Un giro decisivo
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Y ahora, ¿qué hacía? ¿Contar hasta mil millones? ¿Tratar de recitar de memoria todas las poesías que conocía? ¿Intentar recordar todas las maneras posibles de preparar los salmonetes? ¿Pensar en todas las explicaciones que debería dar al jefe superior y al ministerio público por haber llevado aquel asunto a la chita callando, sin el pertinente «permiso de la superioridad»? De repente, le entraron ganas de estornudar. Trató de reprimirlo, pero no lo consiguió, y tuvo que amortiguar el ruido tapándose la nariz con la mano. Tenía la sensación de que le había entrado medio litro de agua en cada bota. ¡Sólo le faltaba pillar un resfriado! Comenzaba a sentir frío. Se levantó y empezó a caminar pegado a la pared. ¡Qué se le iba a hacer si al día siguiente le dolía la espalda!... Tras haber recorrido unos pasos, volvió atrás. Repitió el recorrido unas diez veces. ¿Frío? ¡Y un cuerno! Ahora tenía calor y estaba sudando. Decidió descansar un poco y se sentó en el suelo. Después se tumbó del todo. Al cabo de media hora, empezó a sentir una molesta somnolencia. Cerró los ojos y volvió a abrirlos, despertado por el zumbido de un moscardón, sin poder calcular cuánto tiempo había pasado.

¡¿Un moscardón?! ¡Aquello era la lancha que regresaba! Rodó rápidamente hacia el foso y permaneció quieto. El zumbido se convirtió en ruido, y el ruido en estruendo, cuando la lancha llegó al embarcadero. El estruendo cesó de golpe. Seguro que ahora la lancha estaba aprovechando el impulso para recorrer el canal y penetrar en la gruta. Montalbano se encaramó a la roca sin dificultad. Su fuerza y su lucidez se debían a la certeza de que no tardaría en experimentar la tan ansiada satisfacción. Cuando su cabeza sobrepasó la altura de la tela metálica, vio un gran haz luminoso proveniente de la gruta. Oyó también las enfurecidas voces de dos hombres y el llanto y los gemidos de unos niños que le partieron el corazón y le revolvieron el estómago. Esperó con las manos sudadas y temblorosas, no por la tensión sino por la rabia, hasta que ya no se oyó ni una voz, ni el menor ruido procedente de la gruta. Cuando estaba a punto de cortar los dos alambres que quedaban, la luz se apagó. Buena señal, significaba que la gruta estaba despejada. Cortó los alambres sin ninguna precaución, luego deslizó el gran cuadrado de tela metálica a lo largo de la roca y lo dejó caer al foso. Pasó por entre los dos postes de hierro y saltó a la arena en medio de la oscuridad. Un salto de más de tres metros, pero Dios lo amparó. En esos momentos le pareció que había envejecido más de diez años. Amartilló el arma, colocó el cartucho en la recámara y entró en la gruta. Oscuridad densa y silenciosa. Avanzó por la estrecha escollera hasta que su mano rozó la puerta de hierro entreabierta. La traspasó y, moviéndose con tanta rapidez como si pudiera ver, llegó hasta el arco, subió el primer peldaño y se detuvo. ¿Cómo era posible que estuviera todo tan tranquilo? ¿Por qué sus hombres no habían empezado a hacer lo que debían? Un pensamiento cruzó por su mente, dejándolo empapado de sudor: ¿y si hubieran tenido un contratiempo y no hubieran llegado? ¡Y él allí, solo, en medio de la oscuridad, con la pistola en la mano y vestido de bucanero como un imbécil! Pero ¿por qué no se decidían? Dios santo, ¿estaban gastándole una broma? ¿Y entonces el señor Zarzis y sus dos amiguitos se irían de rositas? Pues no, aunque tuviera que subir él solo al chalet y armar un follón descomunal.

Justo en ese momento oyó estallar casi simultáneamente, aunque amortiguados por la distancia, varios disparos de pistola, unas ráfagas de ametralladora y voces alteradas. ¿Qué hacer? ¿Esperar allí o acudir en ayuda de los suyos? Arriba, el violento tiroteo sonaba cada vez más cercano. De pronto, una intensa luz iluminó la escalera. Alguien se disponía a escapar. Oyó con toda claridad unos pasos que bajaban precipitadamente. Sin pérdida de tiempo, el comisario salió del arco y se apartó a un lado, con la espalda pegada a la pared. Un instante después apareció un hombre, dando una especie de saltito desde el último escalón, como una rata cuando sale de una alcantarilla.

—¡Alto! ¡Policía! —gritó Montalbano, adelantándose un paso.

Pero el hombre no se detuvo. Sin apenas volverse, levantó la mano que empuñaba un enorme revólver y disparó a ciegas a su espalda. El comisario sintió un fuerte zarpazo en el hombro izquierdo, tan fuerte que toda la parte superior de su cuerpo giró a la izquierda. Sin embargo, los pies y las piernas se quedaron en su sitio, clavados en el suelo. El hombre había alcanzado la puerta que daba a la gruta, cuando el primer y único disparo de Montalbano lo alcanzó entre los omóplatos. El hombre se quedó paralizado, extendió los brazos, soltó el revólver y cayó boca abajo. El comisario se le acercó despacio, pues no podía caminar más rápido, y con la punta de la bota le dio la vuelta.

Jamil Zarzis parecía sonreírle con su boca desdentada.

En cierta ocasión alguien le preguntó si alguna vez se había alegrado de matar a alguien, y él había contestado que no. Y esta vez tampoco estaba contento, pero sí aplacado. «Aplacado» era la palabra más apropiada.

Se arrodilló despacio. Tenía las piernas blandas como el requesón y se estaba muriendo de sueño. La sangre brotaba como un surtidor por la herida y estaba empapándole el jersey. El disparo debía de haberle hecho un buen agujero.

—¡Comisario! ¡Dios mío, comisario! ¡Avisaré a una ambulancia!

Mantenía los ojos cerrados, pero reconoció la voz de Fazio.

—Nada de ambulancias. ¿Por qué habéis tardado tanto?

—Hemos esperado a que encerraran a los pequeños para poder actuar con más libertad de movimientos.

—¿Cuántos son?

—Siete. Parece un parvulario. Todos están a salvo. Uno de los dos hombres está muerto, y el otro se ha rendido. Al tercero le ha disparado usted. Salen las cuentas. Y ahora, ¿puedo llamar a alguien para que me eche una mano?

Recuperó el conocimiento en el interior del coche, que conducía Gallo. Fazio iba a su lado en el asiento de atrás, rodeándolo con sus brazos para reducir el impacto de los brincos provocados por los baches. Le habían quitado el jersey y le habían puesto un vendaje provisional. La herida no le dolía, puede que el dolor lo sintiera después. Trató de hablar, pero le costaba porque tenía los labios resecos.

—Esta mañana... en Punta Raisi... a las doce... llega Livia.

—No se preocupe —dijo Fazio—. Uno de nosotros irá a recogerla.

—¿Adónde... me lleváis?

—Al hospital de Montechiaro. Es el más cercano.

Y aquí ocurrió algo que asustó a Fazio. Porque comprendió que el ruido que hacía Montalbano no era un acceso de tos o un carraspeo, sino una carcajada. ¿Qué tenía aquello de gracioso?

—¿Por qué se ríe,
dottore
? —preguntó, preocupado.

—Yo quería joder... al ángel de la guarda... y no ir al médico... pero ahora él... me jode a mí... llevándome al hospital.

Al oír la respuesta, Fazio se aterrorizó. Estaba claro que el comisario empezaba a delirar. Pero más aún lo aterrorizó su repentino grito.

—¡Para!

Gallo frenó bruscamente y el coche derrapó.

—Eso de ahí delante... ¿es... el cruce?

—Sí, señor
dottore
.

—Coge el desvío de Tricase.

—Pero,
dottore...
—terció Fazio.

—He dicho que cojáis el desvío de Tricase.

Gallo avanzó despacio, giró a la derecha y al poco Montalbano le ordenó que se detuviera.

—Pon las luces de cruce.

Gallo cumplió la orden y el comisario se asomó por la ventanilla para mirar. El montículo de grava ya no estaba, lo habían utilizado para nivelar el camino.

—Mejor así —dijo el comisario, como hablando para sus adentros.

De pronto, lo asaltó el agudo dolor de la herida.

—Vamos al hospital.

Volvieron a ponerse en marcha.

—Ah, Fazio, otra cosa... —añadió Montalbano con gran esfuerzo, pasándose inútilmente la árida lengua por los resecos labios— recuerda... recuerda avisar... a Poncio Pilato... se hospeda en el hotel Regina.

¡Virgen santísima! ¿Y ahora a qué venía lo de Poncio Pilato? Fazio le habló en tono indulgente, como se hace con los locos.

—Claro, comisario, tranquilícese. Le avisaremos. Será lo primero que haga.

Hablar le suponía un esfuerzo excesivo, y Montalbano se abandonó, medio inconsciente. Entonces Fazio, empapado de sudor a causa del susto que se había llevado al oír todas aquellas cosas para él incomprensibles, se inclinó hacia delante y le dijo en un susurro a Gallo:

—Corre, por el amor de Dios, corre. ¿No ves que al
dottore
se le está yendo la cabeza?

Nota del autor

Los personajes de esta novela, así como sus nombres y las situaciones en las que se encuentran y actúan son, naturalmente, imaginarios.

En cambio, son reales los datos sobre la inmigración clandestina de menores, que he extraído de la investigación de Carmelo Abbate y Paola Ciccioli, publicada en la revista «Panorama» el 19 de septiembre de 2002, como también son reales las referencias al jefe de los negreros y su organización, extraídas de un artículo del diario «La Repubblica» del 26 de septiembre de 2002. La historia del falso muerto me la sugirió una reseña de la crónica de sucesos («Gazzetta del Sud», 17, 20 y 25 agosto de 2002).

A. C.

Acerca del autor

Andrea Camilleri (Porto Empedocle, Sicilia, 6 de septiembre de 1925), es un guionista, director teatral y televisivo y novelista italiano.

Entre 1939 y 1943 estudia en el bachiller clásico Empedocle di Agrigento donde obtiene, en la segunda mitad de 1943, el diploma. En 1944 se inscribe en la facultad de Letras, no continúa los estudios, sino que comienza a publicar cuentos y poesías. Se inscribe también en el Partido Comunista Italiano.

Entre 1948 y 1950 estudia Dirección en la Academia de Arte Dramático Silvio d'Amico y comienza a trabajar como director y libretista. En estos años, y hasta 1945, publica cuentos y poesías, ganando el «Premio St. Vincent». En 1954 participa con éxito en un concurso para ser funcionario en la RAI, pero no fue empleado por su condición de comunista. Sin embargo, entrará a la RAI algunos años más tarde.

En 1957 se casa con Rosetta Dello Siesto, con quien tendrá 3 hijas. En 1958 empieza a enseñar en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma. Durante cuarenta años fue guionista y director de teatro y televisión. Camilleri se inició con una serie de montajes de obras de Luigi Pirandello, Eugène Ionesco, T. S. Eliot y Samuel Beckett para el teatro y como productor y coguionista de la serie del inspector Maigret de Simenon para la televisión italiana o las aventuras del teniente Sheridan, que se hicieron muy populares en Italia.

En 1978, debuta en la narrativa con El curso de las cosas («Il corso delle cose»), escrito 10 años antes y publicado por un editor pagado: el libro fue un fracaso. En 1980 publica en Garzanti «Un hilo de humo» («Un filo di fumo»), primer libro de una serie de novelas ambientadas en la ciudad imaginaria siciliana de Vigàta, entre fines del siglo XIX e inicios del siglo XX.

En 1992 retoma la escritura luego de 12 años de pausa y publica «La temporada de caza» («La stagione della caccia») en Sellerio Editore: Camilleri se transforma en un autor de gran éxito y sus libros, con sucesivas reediciones, venden un promedio de 60.000 mil copias cada uno.

En 1994 se publica «La forma del agua» («La forma dell'acqua»), primera novela de la serie protagonizada por el Comisario Montalbano (nombre elegido como homenaje al escritor español Manuel Vázquez Montalbán). Gracias a esta serie de novelas policiacas, el autor se convierte en uno de los escritores de más éxito de su país. El personaje pasa a ser un héroe nacional en Italia y ha protagonizado una serie de televisión supervisada por su creador.

Bibliografía:

  • 1959, «I teatri stabili in Italia (1898-1918)»
  • 1978, «Il corso delle cose» («El curso de las cosas»)
  • 1980, «Un filo di fumo» («Un hilo de humo»)
  • 1984, «La strage dimenticata»
  • 1992, «La stagione della caccia» («La Temporada de caza»)
  • 1993, «La bolla di componenda»
  • 1995
    • «Il gioco della mosca»
    • «Il birraio di Preston» («La ópera de Vigàta»)
  • 1998, «La concessione del telefono» (Premio Società dei Lettori, Lucca-Roma; «La concesión del teléfono»)
  • 1999, «La mossa del cavallo» («El movimiento del caballo»)
  • 2000
    • «La scomparsa di Patò» («La desaparición de Patò»)
    • «Biografia del figlio cambiato» («Biografía del hijo cambiado»)
    • «Favole del tramonto»
  • 2001
    • «Racconti quotidiani»
    • «Gocce di Sicilia» (relatos)
    • «Il re di Girgenti»
    • «Le parole raccontate. Piccolo dizionario dei termini teatrali»
  • 2002
    • «L'ombrello di Noè. Memorie e conversazioni sul teatro»
    • «La linea della palma. Saverio Lodato fa raccontare Andrea Camilleri»
    • «Le inchieste del Commissario Collura»
  • 2003
    • «La presa di Macallè» («La captura de Macallè»)
    • «Teatro»
    • «Un inverno italiano» (con Saverio Lodato - BUR)
  • 2004, «Romanzi storici e civili»
  • 2005
    • «Privo di titolo» («Privado de título»)
    • «Il medaglione»
    • «Il diavolo - Tentatore/Innamorato»
  • 2006
    • «La pensione Eva» («La pensión Eva»)
    • «Vi racconto Montalbano, Interviste»
  • 2007
    • «Pagine scelte di Luigi Pirandello»
    • «Il colore del sole» («El color del sol»)
    • «Le pecore e il pastore» («Las ovejas y el pastor»)
    • «Boccaccio-La novella di Antonello da Palermo»
    • «Voi non sapete. Gli amici, i nemici, la mafia, il mondo nei pizzini di Bernardo Provenzano» («Vosotros no sabéis», sobre la mafia siciliana)
    • «Maruzza Musumeci»
  • 2008
    • «Il tailleur grigio»
    • «Il casellante»
    • «La Vucciria»
    • «La muerte de Amalia Sacerdote» (II Premio Internacional de Novela Negra RBA 2008)
  • 2009
    • «Un sabato, con gli amici»
    • «Il sonaglio»
    • «Il cielo rubato-Dossier Renoir»
    • «La tripla vita di Michele Sparacino»
    • «La rizzagliata» (original en lengua italiana de «La muerte de Amalia Sacerdote»)
    • «Un inverno italiano» (con Saverio Lodato - Chiarelettere)
    • «Un onorevole siciliano, le interpellanze parlamentari di Leonardo Sciascia»
  • 2010
    • «Il nipote del Negus»

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