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Authors: John Varley

Trueno Rojo (35 page)

BOOK: Trueno Rojo
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»Pero la cuestión, damas y caballeros, es que los enlaces químicos se rompen. No sabemos por qué. Puede que el proceso suprima la carga de los electrones.

—Apaga a esas cositas —dijo Jubal.

—Lo que quiere decir es que le hace algo a los electrones de valencia, que son los causantes de que se produzcan los enlaces químicos.

—Pero si estrujamos con agua... —dijo Jubal.

—Quiere decir que con la cantidad justa de agua y el grado justo de estrujamiento... enséñaselo, Jubal.

Jubal sacó dos cosas más de su caja de sorpresas. Primero, una pequeña construcción de malla metálica. Estaba soldada a una pesada base metálica. Alrededor de la jaula, formando un arco, se encontraban los tres gruesos y afilados dientes de bronce o cobre, que causaban la discontinuidad, que permitían que la potencia interna se liberara de forma controlada.

Jubal sacó un pequeño contenedor de su caja, lo abrió y extrajo de su interior una burbuja del tamaño de una canica. La introdujo en la jaula y la expandió hasta ocupar con ella toda la superficie.

—Esta es una burbuja de Fase-1 —dijo Travis—. En su interior no hay más que agua, estrujada lo justo para... bueno, enséñaselo, primo.

Jubal manipuló la caja de control y empezamos a oír un agudo silbido. Los polvorientos restos de la rata se movieron bajo una tenue corriente de aire.

—Lo que sale por la parte superior de la burbuja es el hidrógeno y el oxígeno —dijo Travis—. Hemos ajustado la carga del interior para que no se colapse del todo como una estrella de neutrones. No genera radiación. Ahora, mirad.

Encendió una cerilla y la movió por encima de la burbuja.

Con un ruido seco, se encendió una llamarada fina, dura y brillante que alcanzó casi un metro de altura. Siguió ardiendo mientras todos la mirábamos. Pasado un minuto, todavía seguía haciéndolo, y Travis le indicó a Jubal que cerrara el gas. La llama se extinguió.

—Energía limpia —nos dijo Travis con una sonrisa de satisfacción—. Hidrógeno más oxígeno más ignición, igual a potencia y agua. Igual que las VStar, solo que ellas queman oxígeno e hidrógeno líquidos. Ningún ecologista podría poner la menor objeción.

—¿Sería suficiente para llegar hasta Marte y regresar? —pregunté.

—No. Bueno, al menos en un tiempo razonable. Es mucha energía, pero no tanta. Lo utilizaremos para salir de la atmósfera.

Desenrolló un papel y nos mostró un dibujo esquemático de la estructura que íbamos a empezar a construir.

—Las burbujas de Fase-1 aquí, aquí y aquí, bajo los tanques uno, tres y cinco. Las de Fase-2, las que yo llamo burbujas de SúperEstrujador, debajo de los tanques dos, cuatro y seis. Estas contienen energía suficiente para llevarnos a Alfa Centauro, y traernos de vuelta, si fuéramos tan idiotas como para intentarlo. Para llegar a Marte y regresar desde allí, será más que suficiente. Y cuando regresemos, utilizaremos de nuevo las de Fase-1 para aterrizar.

Sonó el timbre de la puerta. Travis frunció el ceño —no recibía demasiadas visitas en el rancho— y se excusó para ir a ver quién era.

Dak estaba inclinado sobre los planos, así que no vio lo que yo: a Travis mirando la pantalla de vídeo que había justo al otro lado del oscuro vestíbulo. Se detuvo, pasó unos segundos inmóvil y entonces se volvió y regresó a toda prisa. Habló con un susurro.

—¡La poli! Quiero que estéis todos callados. ¡Muy callados! —y regresó apresuradamente a una librería que había junto a la televisión. Apartó varios libros y metió la mano entre ellos. Sacó una petaca de Jack Daniels.

Me quedé estupefacto. ¡Travis, no! Pero él desenroscó el tapón, se llevó la botella a los labios, dio un trago...

… y empezó a hacer gárgaras.

Esparció el whisky que tenía en la boca en todas direcciones, aspiró hondo varias veces, se sacó uno de los lados de la camisa, se quitó los zapatos y se revolvió el pelo. Los demás nos acercamos de puntillas a la pantalla y nos quedamos detrás de la esquina, donde no se nos veía. Oí que abría la puerta y vimos dos hombres con trajes y corbata en el porche. El aire apestaba a Jack Daniels.

—¡Eh, eh! —gritó Travis—. ¿Qué quieren? No puedo comer galletitas de los Scouts porque el médico me ha puesto a dieta.

Uno de los hombres retrocedió un paso. La peste a whisky que emanaba de Travis era bastante evidente. El otro dijo algo y lo único que yo alcancé a oír fue:

—... de Investigación Federal... —No era muy difícil rellenar los huecos.

—Bueno, no se anden por las ramas —dijo Travis—. ¿Qué coño he hecho esta vez?

Salió al porche y cerró la puerta casi del todo. Las voces de los hombres del FBI no llegaban muy lejos, pero la suya sí.

—¿Alguno de vosotros es de Texas? Un viejo amigo mío dice que nueve de cada diez agentes del FBI son de Texas. —Una pausa, y algo murmurado por uno de los agentes—. ¿Ah, sí? ¿De qué parte?

Más murmullos.

—... Dallas.

—¿En serio? Mi mujer tiene amigos allí. Ex-mujer, quiero decir. ¿Y tú eres de Lubbock? No conozco a nadie allí. Gracias a Dios.

Travis escuchó un momento y entonces se echó a reír con un ataque de tos.

—Oh, eso está muy bien. Pero que muy bien. ¿Así que la gente del gobierno le hace caso a ese tío? ¿Qué temen, que organice un nuevo Waco o algo así? Dejadme que os diga una cosa, chicos, no sé qué ha podido deciros el tipo para que hayáis venido hasta aquí pero para mí que no hace más que pintar, pintar y pintar carteles, y organizar servicios religiosos los domingos, donde se pasan todo el puto día cantando Aleluya. Os lo juro, si buscáis en el diccionario la palabra "monstruosidad", encontraréis una fotografía de la casa del viejo Roscoe. En cambio, si buscáis "maldito fanático religioso", encontraréis una foto suya.

Siguió así durante largo rato. El lenguaje corporal de los agentes evidenciaba que querían salir de allí lo antes posible. Cosa que finalmente hicieron, dando las gracias a Travis y deshaciéndose en sonrisas falsas.

Volvimos corriendo a la ventana de la fachada, y abrimos las cortinas. Travis se reunió con nosotros y vimos salir al coche por el camino de gravilla y enfilar la carretera esparciendo tras de sí una nube de conchas pulverizadas.

Volvimos a cerrar las cortinas y nos miramos, sin saber muy bien qué decir. Entonces a Alicia se le ocurrió algo.

—Travis... —dijo, y no hizo falta más.

—Lo sé, lo sé. No debería estar en la casa. Hay una botella más, en la despensa, debajo de un saco de harina. Podéis cogerla y echarla por el desagüe.

—¿Has bebido?

—No, no lo he hecho, y puedo probarlo. —Metió la mano en un bolsillo, sacó una botella de medicamentos y se la lanzó a Alicia—. He estado tomando esta mierda del Antiabuso. ¿Y sabes una cosa? Parece que hasta el sabor del licor es suficiente... Tendréis que perdonarme un minuto...

Se estaba poniendo verde. Se alejó corriendo por el pasillo, en busca del cuarto de baño. Todos pudimos oír cómo vomitaba.

Alicia sonrió al escucharlo. Supongo que todo vale para dejarlo.

—Deben de estar bastante desesperados para empezar a verificar antiguas denuncias sobre OVNI, ¿no? —nos preguntó Dak.

—Por supuesto, hay otra posibilidad —dije—. Que sepan lo que está pasando y estén estrechando el cerco para... ¿matarnos? ¿Arrestarnos?

—Tú siempre tan optimista, Manny. —se rió Travis. Seguía teniendo mal aspecto. Su organismo había tardado bastante en recobrar la normalidad y estaba tomándose el té helado de grosella con mucho cuidado, a sorbitos cortos—. Pero, sea como sea, no podemos hacer nada. Debemos comportarnos como si no estuvieran siguiendo el rastro de una tecnología nueva y revolucionaria hasta el patio de atrás de un fanático religioso y la casa de un borracho patético. Si siguen pistas así, es que tienen que estar desesperados, ¿no?

Decidimos dejarlo así, pero ninguno de nosotros durmió demasiado aquella noche.

Capítulo 23

Las naves espaciales normales no tienen nada que pueda llamarse una quilla. La nuestra la tenía, en cierto modo. Desde el primer diseño aceptado, habíamos sabido que la parte inferior y la parte superior se unirían en un miembro estructural que debía tener un tamaño y una forma determinados para poder soportar encima de sí los siete vagones de pie. Tendría que ser una viga circular. La longitud de la circunferencia sería veinte veces pi, o sea, casi 63 metros.

Esto quiere decir un círculo bastante grande, y además tenía que ser muy sólido. Habría de soportar el considerable tonelaje del resto de la nave, que se apoyaría sobre él, así como las elevadas temperaturas que se producirían al encender los motores. Por todo ello, tendría que estar hecha de aleación de titanio de mayor calidad, la que se utiliza en la ingeniería aeronáutica.

Dos días después del domingo del FBI, Travis dio su permiso para iniciar los trabajos en la estructura de soporte y el propio anillo impulsor. Construimos los soportes utilizando andamios normales y corrientes. A continuación trazamos el diámetro del anillo y empezamos a aprender cómo se trabajar con acero de altísima calidad. Algunas partes había que soldarlas y otras perforarlas y remacharlas.

La soldadura de la estructura de soporte del Trueno Rojo fue especialmente complicada a causa de los materiales poco habituales que estábamos utilizando. Caleb no podía confiar en nadie que no fuera él mismo para hacer la mayor parte del trabajo, así que Travis, Jubal, Dak y yo trabajamos como ayudantes suyos en ocasiones, mientras que en otras, sencillamente, nos limitábamos a estar en medio. Otras, las más, nos veíamos relegados a la tarea de preparar los miembros estructurales siguiendo sus especificaciones exactas antes de que él realizara el ensamblaje final. Perdí la cuenta del número de toneladas de acero que hubo que tirar antes de volver a empezar. Cada soldadura era crítica, pues podía convertirse en la responsable de una fuga de aire potencialmente letal o de un colapso estructural.

Pero el hecho de que no contribuyéramos prácticamente nada a la importantísima construcción de la estructura no significa que Dak y yo no hiciéramos mucho trabajo de soldadura. Había más que de sobra en la preparación de los tanques para el ensamblaje final. Hubo que cortarles a todos la parte superior y soldar gruesos ribetes arriba y abajo. Una vez que todos ellos estuvieron de pie sobre la estructura, empezamos a descargar materiales desde arriba, y a construir las cubiertas y escalerillas e instalar los componentes más grandes y pesados, de abajo a arriba. Cinco de los tanques exteriores estarían conectados al tanque central en un punto situado en la parte media, donde habían estado las compuertas de carga. En cada conexión se encajaba una escotilla redonda y estanca, a fin de que, en caso de sufrir una pérdida de presión en uno de los tanques exteriores, pudiéramos cerrar y cegar la escotilla correspondiente sin perder la nave. Un metro era espacio suficiente para que pudiera pasar cualquiera de nosotros, incluido Jubal, pero nuestra intención era pasar la mayoría del tiempo en el tanque central, con todas las escotillas cerradas.

Naturalmente, Caleb tenía que revisar todo el trabajo que hacíamos, lo que suponía una carga más en un horario ya de por sí sobrecargado, pero eso no parecía molestarlo. Daba la impresión de ser incansable.

—El trabajo en las plataformas petrolíferas es mucho peor —decía con una carcajada cuando alguien se lo preguntaba. Me enorgullece decir que solo tuvimos que repetir un trabajo en dos ocasiones. Estábamos aprendiendo muy deprisa.

Había un millar de cosas que hacer, diez mil piezas que montar en una secuencia determinada... pero, bueno, yo hubiera preferido tratar de llegar a Marte andando que tener que encargarme del trabajo de Kelly.

Tenía incontables listas, incontables horarios. Antes de enroscar una tuerca o pulir una boca de tubería, teníamos que consultarlo con ella para asegurarnos de que todo se hacía siguiendo la secuencia correcta. Si levantábamos la mirada a cualquier hora del día, allí estaba ella, de pie con su pantalla portátil, pidiéndonos que le aclaráramos este o aquel sistema, diciéndonos lo que teníamos que hacer en primer lugar, lo que teníamos que hacer en segundo lugar, y en tercero, cuanto, quinto, y noningentésimo quincuagésimo noveno lugar. Cada día se sumaba una nueva serie de gráficas a las cada vez más gruesas carpetas de asignaciones que todos llevábamos, meticulosamente enumeradas y marcadas cuando se completaban, y entregadas a continuación a Kelly para que pudiera incluirlas como TERMINADAS en los archivos de su ordenador.

Todo esto, además de compilar y escribir el "manual del propietario" para el Trueno Rojo, las especificaciones de todas las piezas que contenía, el modo apropiado de resolver los problemas que pudieran presentarse con un ventilador, o una bomba de agua o el congelador de Sears y la lista de comprobaciones previas al vuelo que debía realizar cada miembro de la tripulación.

Todo esto, además de llevar la contabilidad y pagar las facturas.

Todo esto, además de ayudar a Alicia con los deberes todas las noches. Y, además de darme un masaje en los hombros al final de un día de soldar y cargar pesos, antes de caer los dos rendidos, demasiado exhaustos como para hacer el amor. Al menos algunas noches. Empecé a pensar seriamente en pedirle que se casara conmigo. Si regresábamos vivos, claro...

Por las mañanas, Dak trabajaba conmigo en el almacén. Por las tardes se marchaba para ayudar a su padre en el taller, donde estaban preparando el vehículo marciano de transporte de superficie. Apenas hablaban sobre ello y ni le habían mostrado los planos a nadie ni habían permitido que nadie echara un vistazo al estado de progreso de los trabajos. Y no habían cobrado a la Corporación Trueno Rojo las piezas, ni la mano de obra.

—Será mi contribución al proyecto —había dicho Sam—. Funcione o no funcione. Lo sabremos dentro de un mes. —Travis, encantado de tener una pieza menos del rompecabezas de que preocuparse, no había puesto objeciones. En realidad no era indispensable contar con un vehículo de transporte superficial, pero sería una especie de decepción llegar hasta allí y verse obligados a permanecer en un radio de un kilómetro y medio de la nave. Así que le asignamos un tanque y Dak nos dijo las modificaciones que había que hacerle para que pudiera acomodarlo. Sería el único tanque al que no podría accederse desde el interior de la nave, lo que significaba una escotilla menos que podía fallar potencialmente.

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