Read Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén Online
Authors: Jan Guillou
Sin embargo, Magnus Henriksen no era un hombre nacido de mujer de Svealand, Götaland Occidental ni Götaland Oriental. Era danés.
Era uno de los muchos próceres daneses que los vientos de la guerra habían esparcido como grano por el mundo después de que Valdemar finalmente ganase la larga batalla real danesa. Huyendo de Dinamarca, navegó por el Báltico, se quedó un tiempo en Linköping conversando con el rey Karl Sverkersson, acerca de lo cual nadie pudo saber nada, y luego continuó costa arriba, entrando en el lago Mälar y subiendo por el río Fyrisån.
Tomó el rey Erik Jevardsson por sorpresa y fue él personalmente quien le cortó la cabeza, que según la bruja, en Finlandia, sería el símbolo eterno del reino venidero.
Hizo proclamarse nuevo rey, puesto que había matado al anterior, cosa que en estos tiempos era la forma más común de convertirse en rey en el Norte, y además porque por parte de madre era descendiente directo de la familia del rey Inge
el Viejo
.
Magnus Henriksen viviría un año. Erik Jevardsson viviría para siempre.
Leer es la base de toda sabiduría. Ésta era la firme convicción del padre Henri, que incluso hombres como él, cuyo trabajo principal era el texto, redactando o copiándolo, deberían emplear al menos dos horas al día a tal lectura, que era como cultivo del alma, una especie de placer permitido.
Por eso las reglas de Vitskol sobre la lectura eran severas. Incluso los hermanos cuya ocupación principal era el trabajo manual, como los cocineros provenzales, los hermanos que continuamente se ocupaban en trabajos de la construcción o el pulido de piedras, el hermano Guilbert y sus aprendices de herrero o el hermano Lucien y sus aprendices de jardinero, debían leer todos los días acerca de cosas no relacionadas con el trabajo que los ocupaba en aquel momento.
De manera un poco diferente se presentaba, sin embargo, esta obligación en cuanto al pequeño niño Arn; los primeros cuatro o cinco años de su lectura no habían sido destinados a otra finalidad práctica que a limar su herramienta idiomática. Por la misma razón siempre debía hablar en latín con el padre Henri, siempre en francés con el hermano Guilbert y siempre en nórdico con los hermanos legos nórdicos. Los textos con los que había trabajado los primeros años habían sido mayoritariamente los textos de los salmos, ya que de cualquier modo los debía aprender. Además, tenía un soprano muy válido que, si se utilizaba como primera voz, concedía una belleza adicional, ante todo para las misas muy tempranas o las del atardecer.
Ahora, en el quinto año por fin estaba acabada la iglesia del monasterio de Vitskol y sería bendecida por el arzobispo Eskil, que estaba en camino desde Lund. A la vez que se bendecía la iglesia se le daría un nombre al monasterio, todos los monasterios cistercienses tenían un nombre propio. Desde hacía tiempo, el padre Henri tenía decidido que el nombre de Vitskol sería Vitae Schola, la Escuela de la Vida.
Naturalmente, Arn tenía algo que ver con la elección de ese nombre. Habitualmente ya no había oblatos ingresados en el monasterio y por eso Arn había sido el único niño en su grupo. Aunque todavía era imposible saber por qué Dios había colocado este niño con los hermanos cistercienses, era evidente que el nombre de Vitae Schola era apropiado para Arn. Todo lo importante que aprendería en la vida lo haría aquí, probablemente.
Ahora que el niño dominaba el instrumento del idioma, el padre Henri lo había dejado entrar en la gran literatura. Arn tenía que trabajar con la lectura obligatoria todos los días, al igual que los demás.
El padre Henri estaba convencido de que la literatura mundana tenía casi la misma importancia que la literatura teológica para la formación de un joven. Sin embargo, era necesaria cierta atención por parte del padre Henri, ya que al principio Arn entraba y salía un poco como quería del
scriptorium
y a veces encontraba libros inadecuados para niños.
El sentido de leer a Ovidio, por ejemplo, obviamente era concentrarse en la
Metamorfosis
, poco más de doscientos cuentos sobre transmutaciones mágicas, textos que enseñaban mucho a sus lectores sobre leyendas y culturas que habían sido parte del Imperio romano. Sin embargo, era menos oportuno que el niño cogiese
Ars amatoria
, el
Arte de amar
. El padre Henri había pillado a Arn en un rincón de la cocina con ese libro precisamente. Además, Arn se había mostrado conmocionado de una manera poco sana que la naturaleza humana no podía ocultar.
Por supuesto que el padre Henri le había dado un castigo apropiado, agua fría y cierto número de oraciones o lo que fuera, pero de ninguna manera lo había juzgado tan severamente como hacía ver. Al contrario, incluso un tanto divertido se lo había explicado todo al hermano Guilbert, quien se había reído a gusto del inocente pecado del niño.
Sin embargo, los textos impropios de Ovidio fueron apartados a la celda del mismo padre Henri y la selección de la literatura para la lectura libre de Arn se hizo a partir de entonces con más rigor y cuidado.
Leer
Germania
de Tácito, por ejemplo, era perfecto para un niño pequeño que también era de un origen bárbaro similar. Según el padre Henri, Tácito podría haber tenido una u otra razón de política interna para describir a esos germanos, incluso como un modelo a seguir antes de la depravada población romana. Pero todos los conocimientos sobre el pasado del hombre, incluso los que remontaban a tiempos y rituales paganos, podrían, según el padre Henri, servir como buena ilustración. El
Epistulae
de Horacio, o ante todo el
Ars Poética
, eran unos ejemplos extraordinarios de la buena educación que realmente representaban a los escritores clásicos. Posiblemente fuesen a veces un poco teóricos, pero entonces simplemente se podía pasar a Virgilio, preferiblemente
Aeneis
, con el que el niño se ocupaba de momento; Arn había venido con las mejillas encendidas explicando sobre la reina Dido en Cartago y el episodio siguiente cuando Virgilio fue permitido a bajar al mundo/infierno y contemplar el futuro de Roma.
La lectura era la base de todo conocimiento y de todo pensamiento puro y sabio. Por supuesto estarían todos de acuerdo en ello. Pero el padre Henri se distinguía tal vez algo de sus colegas en el hecho de que pensaba que hasta los niños pequeños deberían leer estos textos a temprana edad, antes de que se solidificasen demasiado en la ciencia teológica y nunca pudiesen leer una línea de texto sin pensar como si fuera la Santa Escritura y si el texto debía ser interpretado literal, alegórica, moral o analógicamente, las cuatro alternativas de interpretación de la Biblia existentes.
Por otra parte, tampoco se trataba de descuidar la formación teológica de Arn. Sólo existían todavía dos copias del libro más leído del momento en la Vitae Schola,
Glossa Ordinaria
, los cuales eran continuamente solicitados por los hermanos. Pero el padre Henri procuraba conseguir este texto para Arn en la medida de lo posible.
Y para evitar nuevas situaciones embarazosas del tipo de textos inadecuados como el de Ovidio, a partir de ahora Arn debía recoger todos los libros directamente de la mano del padre Henri. Además de esto, por lo menos una hora al día debía dedicarse a enseñarle lo que era fácil y lo que era difícil de entender de las Sagradas Escrituras.
Secretamente, el padre Henri se alegraba, y no poco, de la ilusión que Arn mostraba cuando llegaba corriendo para recibir nuevas instrucciones de lectura o para que le tomasen la lección del texto bíblico del día anterior. El objetivo era que el niño se formase manualmente y espiritualmente en proporciones iguales. Puesto que las intenciones de Dios para con él todavía no eran demasiado obvias, en cualquiera de los casos este método nunca sería el equivocado.
Posiblemente se podría imaginar, sin que por ello se pensase mal de él, que el rato con el hermano Guilbert fuese más agradable que el rato en el
scriptorium
, que el rato al lado de los aprendices que construían los muros, y donde usaban a Arn para que llevase la mezcla a los lugares difícilmente penetrables para un hombre adulto, fuese más agradable que el rato que tenía que pasar en la cocina, que el rato en el puerto con los pescadores en el fiordo fuese más agradable que el rato de ensayar una voz difícil para la próxima misa grande.
El padre Henri imaginaba que seguramente él mismo de niño habría valorado todos estos deberes de diferente manera. Pero en el pequeño Arn no notaba nada de eso, era como si Arn se aplicase con la misma ilusión a todo lo que en realidad era el sentido del nombre del monasterio: Vitae Schola.
Por tanto, este niño podría convertirse en cualquier hombre. Podría acabar sus días como prior en un monasterio, por lo que veía el padre Henri. También podría ser algo totalmente distinto, de lo que el hermano Guilbert había hablado secretamente, algo que no se debía mencionar en voz alta, según el padre Henri. Pero el problema era que sobre esto, sobre las intenciones de Dios para con Arn, todavía no se sabía nada con certeza. Así que sólo les quedaba seguir como hasta entonces, darle al espíritu lo que correspondía al espíritu, y a la mano lo que correspondía a la mano.
El padre Henri había trasladado su tarea diaria de libros a uno de los claustros cerca del jardín y estaba profundamente absorto en uno de los clásicos problemas teológicos sobre por qué Dios, si el diablo a través de la serpiente en el paraíso había llevado al hombre al pecado, tenía que corregir esto renaciendo como persona humana, sufrir y morir por los hombres. ¿Por qué no solamente usar la fuerza todopoderosa?
El diablo había atraído al hombre engañosamente, como un ladrón. Y un ladrón no tiene derechos.
Pero aun si se eliminaba al diablo de la ecuación, la culpa del hombre era hacia Dios. ¿Por qué no enviaba Dios a uno de sus ángeles para esclarecer el asunto?
Primero, porque ninguno de los ángeles de Dios podría ponerse en el lugar del hombre, y por tanto tampoco pagar sus deudas. Y aun si fuese posible, en segundo lugar, el hombre estaría eternamente en deuda con alguno de los ángeles de Dios en vez de con Dios mismo. Solamente al ponerse en el lugar del hombre, cosa de la que únicamente Dios era capaz, Él podría pagar la deuda de los hombres y salvarlos del pecado.
Hasta aquí todo era lógico y claro. Hasta aquí la explicación incluso era elegante, opinaba el padre Henri, puesto que eliminaba todas las viejas disputas sobre los derechos del diablo del contexto.
Pero la explicación no bastaba, tenía una flaqueza. Dios en su misericordia podría haber perdonado simplemente al hombre. Incluso parecía más sencillo perdonar una cosa como haber probado la fruta prohibida en el paraíso, que el castigo sumamente peor de dejar morir al Hijo de Dios sufriendo en la cruz en lugar de Barrabás.
Si Dios hubiese querido bajar a los hombres en forma de hombre, Él podría haberlo hecho y lo habría arreglado todo en una semana. Pero en cambio se dejó nacer como niño y vivir una larga vida hasta el sacrificio decisivo. Por tanto, la vida de Jesús en la tierra debía de tener importancia, gran importancia.
Por consiguiente, ¿el hijo de Dios había vivido toda una vida en la tierra como ejemplo para los hombres? ¡Eso debía de ser! Los hombres podrían ver en Su vida en la tierra cómo debían vivir, y podrían escuchar Sus palabras y aprender de ellas. ¿Cuán más pobres no serían las Sagradas Escrituras sin las propias palabras de Dios?
El padre Henri sintió una oleada de paz interior, como si un calor le atravesase el cuerpo cuando ahora, lentamente y sin prisas, había llegado a la verdad pensando. Estos ratos eran los más hermosos.
Cuando Arn llegó corriendo tenía prisa y llevaba los pies mojados, pues venía directamente del
lavatorium
, ya que estaba prohibido pasar de un trabajo manual a un trabajo del alma sin haberse purificado en el
lavatorium
. Las últimas dos horas había trabajado terminando las labores de construcción en la torre de la iglesia del monasterio, puesto que al final habían tenido más trabajo de lo que se pensaba cuando por fin se había decidido la fecha de inauguración de la iglesia. Los andamios de la construcción preferiblemente deberían estar retirados cuando el arzobispo Eskil fuese a bendecir la iglesia.
Pero al comenzar a quitar los andamios también se tuvo una mejor perspectiva y el hermano Guilbert y el hermano Richard desde el suelo habían visto una brecha por aquí y otra por allá que debían taparse, o alguna junta que no estaba correctamente hecha. Arn se había colgado allí arriba como un pequeño armiño para acabar de mejorarlo todo, según sus exigencias; puesto que Arn era tan pequeño en comparación con los demás, era el único que sin temor subía arriba sin andamios. La altura no le importaba, ya que estaba seguro de que Dios no haría recaer una desgracia en alguien que era tan sólo un niño y que además trabajaba en cumplir una obra en Su honor. Por lo menos era ésa la explicación que Arn había dado cuando uno de los hermanos le había hecho una tímida pregunta sobre alturas y miedo.
Su respuesta tal vez no era del todo verdad, aunque no es que fuese mentira. En Vitae Schola no había nadie que mintiese, eso habría sido una grave falta contra las reglas del monasterio. Pero Arn también tenía la convicción, que por cierto se le había inculcado desde muy niño, de que Dios tenía una intención determinada con su vida y esta intención no podría ser que Arn trabajase con piedras unos pocos años de su niñez para luego perder el equilibrio y caer y lastimarse o matarse, como les había pasado a dos aprendices durante la construcción, por lo que no sentía temor.
Pero responder de ese modo, si alguien le preguntaba, sería mostrar orgullo, pronunciar la creencia de que uno mismo era mejor que otros. Y eso también habría sido un pecado grave, tal vez más grave que mentir.
Una vez había caído desde una torre alta. No se acordaba mucho de ello, pero le habían dejado leer la historia en una copia del libro de los recuerdos arriba en Varnhem y el padre Henri le había hablado de cómo debía interpretarse aquello. Dios había querido salvar su vida para una tarea futura, una gran tarea. Ésa era la interpretación más importante de la historia, eso lo podía ver todo el mundo.
Desde hacía un año, el trabajo de lectura se había dirigido cada vez más hacia precisamente esto, a cómo interpretar textos y sobre todo la Sagrada Escritura, y era a una de esas lecciones que Arn acudía ahora corriendo con un poco de retraso, sin aliento y con los pies desnudos pero limpios, resbalando en las baldosas pulidas de piedra calcárea del claustro, en donde encontró al padre Henri.