Authors: Laura Gallego García
Cuando las llamas alcanzaron su cuerpo, Allegra echó la cabeza hacia atrás y gritó las palabras del conjuro.
Y el fuego se expandió a través de ella, recorrió sus brazos, sus manos y sus dedos y, amplificado por la fuerza de su magia, se extendió de forma semejante a las ondas de un estanque cuando se tira una piedra, cada vez más lejos, cada vez más lejos...
El anillo de fuego siguió expandiéndose hasta cubrir todo el cielo como una inmensa cúpula incandescente.
Los sheks que estaban más cerca de Allegra ardieron en llamas de forma instantánea. Los que vieron venir el fuego dieron media vuelta y trataron de escapar...
La mayoría de ellos no lo logró, y murieron, entre chillidos y siseos aterrorizados, mientras sus cuerpos de hielo se deshacían entre las llamas como gotas de escarcha.
Y el incendio del cielo siguió extendiéndose, y dispersándose, mientras el cuerpo de Allegra, la hechicera feérica, la Señora de la Torre de Derbhad, se consumía entre las llamas y alimentaba, a su vez, la desgracia y caída de los sheks.
Jack y Victoria contemplaron, exhaustos, cómo el cuerpo de Ashran se consumía envuelto en un manto de fuego, hielo y luz. Cuando sus últimos rescoldos se desvanecieron en el aire, una sombra se alzó sobre ellos, una sombra que parecía hecha de nada y hecha de todo, el frío más inhumano, la oscuridad más desoladora. La sombra pareció observarlos un momento, y no habrían sabido decir si les transmitía el odio más exacerbado 0 se reía de ellos. En cualquier caso, no era una sensación agradable. Victoria dejó escapar un pequeño grito de terror.
Entonces, la sombra se desvaneció.
Hubo un momento de silencio, mientras ambos recuperaban la voz.
—Oh, ¿qué hemos hecho? —musitó entonces Victoria.
Tembló un instante, y cayó al suelo corno una hoja en otoño. Jack la recogió con una garra y la miró, ansioso. Victoria sonrió débilmente, pero en su rostro había una profunda huella de miedo.
—Hemos derrotado a Ashran —dijo Jack.
—Hemos... hemos liberado al dios oscuro en el mundo, Jack —musitó ella.
Él se quedó helado.
—¿Qué?
—Nadie... nadie puede vencerlo, no nosotros —dijo Victoria con esfuerzo—. Y ahora... si no tiene cuerpo... ¿cómo vamos a detenerlo?
Jack calló, horrorizado. Victoria le sonrió de nuevo. Jack bebió de aquella sonrisa, tratando de no fijarse en el horrible agujero de su frente.
—Pero... lo importante... —prosiguió ella— es que estáis vivos... los dos.
Sonrió otra vez... y perdió el sentido.
Ziessel sentía que le iba a estallar la cabeza. No dejaba de recibir mensajes telepáticos de los sheks, de muchos sheks, mensajes de alarma, de horror, de muerte..., mensajes caóticos que le costaba trabajo asimilar.
«Zeshak ha caído.» «Ashran ha caído.»
«El cielo arde en llamas.» «Estamos siendo derrotados.»
«¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos?»
«Estamos muriendo, estamos muriendo.» «El fuego... »
«Nosotros... » «No...»
Ziessel chilló, tratando de ordenar toda la información. Deseó con todas sus fuerzas que las voces se callaran... y entonces lo hicieron.
Aunque no fue exactamente así. Las voces seguían sonando, pero hubo otra, helada, oscura y autoritaria, que sonó por encima de todas ellas, una voz que no podía ser ignorada. «Ziessel», susurró la voz.
«¿Quién eres?», preguntó ella, estremeciéndose de terror, sin saber por qué.
«Ya sabes quién soy», fue la respuesta. Y Ziessel lo supo.
«Ashran —comprendió, anonadada—. No. Ashran. Sí eres Ashran, pero eres...»
«Mucho más.»
Ziessel calló. Estaba tan confusa que no se le ocurría nada que decir. Entonces, los siseos de los sheks que la acompañaban en su vuelo hacia Drackwen la alertaron de que algo sucedía. Se volvió y vio que en la línea del horizonte el cielo estaba ardiendo. Y no era el primer amanecer. Dejó escapar un suave siseo de terror cuando comprendió que las llamas se expandían hacia ellos con tanta rapidez que no tardarían en alcanzarlos.
«Escúchame, Ziessel —dijo la voz—. Hemos perdido esta batalla, una batalla más, pero no la guerra. No voy a permitir que sucumbáis entre las llamas. Tenéis que marcharos de aquí.»
«¿Adónde? ¿A Umadhun?»
«No, Ziessel. Tú tienes la clave. Eres la nueva reina de los sheks. Tienes un poder que Zeshak poseía, porque yo se lo otorgué. El mismo poder que poseía su hijo... el hijo de Ashran... hasta que yo se lo arrebaté. Zeshak te ha elegido como sucesora... y yo te entrego sus mismos poderes.»
Ziessel comprendió. Y en su helado corazón de shek se encendió una luz de esperanza.
De pronto se oyó un sonido estruendoso... y, sin ninguna razón aparente, todas las paredes empezaron a resquebrajarse. El suelo tembló.
«La torre se hunde —pensó Jack—. Tengo que conseguir sacarla de aquí.»
Miró a su alrededor. Aquella habitación no tenía ventanas. Comprendió que la mejor forma de salir de allí era volando, y recordó la sala que se abría a la terraza, donde había dejado luchando a Zeshak y a Sheziss. Con un poco de suerte... la Puerta a Limbhad seguiría abierta.
Se transformó de nuevo en humano. Ser dragón le consumía muchas energías, y las iba a necesitar para el vuelo. Cargó con Victoria, recogió a Domivat y el Báculo de Ayshel y fue hasta donde estaba Christian.
El shek estaba malherido, pero seguía vivo. Jack lo sacudió sin contemplaciones.
—¡Despierta! ¡Esto se viene abajo!
Christian no reaccionó. Jack estuvo tentado de dejarlo allí, pero finalmente optó por acercar a Domivat a su rostro inerte. El calor del fuego alertó todos sus sentidos de shek y lo hizo incorporarse y retroceder por instinto.
—¡Tenemos que irnos! —le urgió Jack—. ¡Recoge a Haiass y levántate, aunque sea lo último que hagas!
Christian lo miró, aún un poco aturdido, pero se levantó, vacilante. Estuvo a punto de caer, y Jack tuvo que sostenerlo. El shek logró llegar hasta su espada. No se fijó en el montón de cenizas que era todo lo que quedaba de Ashran. Como un autómata, se arrastró detrás de Jack y de Victoria, fuera de la habitación.
Aquel tramo de escaleras fue el más largo de sus vidas. Jack avanzaba delante, cojeando, cargando con Victoria. Christian los seguía, apoyándose en la pared, demasiado débil como para mantenerse en pie por sí mismo, mientras la Torre de Drackwen temblaba, como sacudida por un seísmo, y todo a su alrededor parecía venirse abajo.
Cruzaron la última puerta momentos antes de que el arco de la entrada se derrumbase sobre ellos. Christian saltó hacia delante para esquivar los bloques de piedra, pero las piernas le fallaron y cayó al suelo.
Un cuerpo frenó su caída. Un cuerpo enorme y escamoso.
Christian se incorporó a duras penas y retrocedió, receloso.
Pero aquel shek estaba muerto, al igual que el que yacía junto a él. Las dos grandes serpientes aladas habían sucumbido juntas, luchando el uno contra la otra, en un último abrazo de amor y de muerte.
Christian los contempló, anonadado. Algo le oprimía el alma y, por alguna razón, el shek que habitaba en su interior derramaba lágrimas amargas. Alzó la cabeza y vio a Jack, y le sorprendió ver que él también lloraba. Supo, de alguna forma, que no lloraba la muerte del rey de los sheks, sino la de la hembra que lo había matado, y había muerto con él.
—Se llamaba Sheziss —le dijo Jack, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Era...
—No lo digas —cortó Christian, con esfuerzo—. Sé lo que vas a decir... pero no lo digas. Ahora no.
Jack asintió. Se sobrepuso y avanzó, cojeando, hacia la terraza. Christian vaciló un momento, pero finalmente lo siguió. Se reunió fuera con Jack. Los dos advirtieron, sorprendidos, que en la línea del horizonte, hacia el este, el cielo parecía envuelto en llamas, llamas que se expandían rápidamente hacia ellos.
—¿Qué diablos...? —empezó Jack.
Pero no pudo seguir, porque la torre tembló una vez más, y el techo de la estancia que acababan de abandonar se derrumbó tras ellos. Jack se volvió con brusquedad.
—¡Sheziss! —gritó.
Se topó con la mirada cansada de Christian.
—Debes de ser —comentó, con sus últimas fuerzas— el primer dragón que ha llorado la muerte de un shek... desde el principio de los tiempos.
También sus ojos estaban húmedos. Jack no supo qué responder.
La mirada de Christian se nubló entonces. Jack alargó el brazo rápidamente, y pudo cogerlo antes de que cayera al suelo. Había perdido el sentido otra vez. Jack maldijo en voz baja. Se transformó en dragón para poder cargar con los dos, con Christian y con Victoria, y desplegó las alas...
Se volvió una vez más, sin embargo. Algo le impedía abandonar la torre, y no era sólo el hecho de que Sheziss había muerto allí.
«El cuerno de Victoria», pensó.
No sabía si, recuperando el cuerno, los magos podrían volver a insertarlo en su lugar. Tampoco sabía si seguía allí, en la torre, o Ashran lo había enviado a otro lugar. Pero en cualquier caso...
Una última sacudida de la torre lo hizo decidirse. No había tiempo para buscarlo. El suelo de la terraza se hundió bajo sus pies.
«Pero no podemos pasar —dijo Ziessel, angustiada—. No podemos pasar.»
«Podéis pasar —respondió la voz—. Podéis pasar, porque ahora yo estoy aquí para romper el sello. Antes estaba encarcelado en un cuerpo, tenía muchos límites..., ahora ya no los tengo. Y mientras esto siga así, Ziessel, mientras sea libre, antes de que ellos vengan, puedo romper ese sello.»
Ziessel seguía volando en círculos, indecisa. El fuego se acercaba rápidamente desde la línea del alba.
«No podemos pasar» , susurró.
«Podéis pasar —repitió la voz—. Pero tiene que haber alguien que cruce primero, que se sacrifique por los demás. Créeme, Ziessel. El sacrificio no será en vano. Id, marchaos y aguardad a mi señal. Os estaré esperando.»
Ziessel dio un par de vueltas más. Después se armó de valor y, con un chillido, cruzó...
Jack se elevó en el aire en el último momento, llevando consigo a Christian y Victoria. Oyó un crujido tras él, y se volvió justo a tiempo para ver que una parte del muro se derrumbaba sobre ellos. Con sus últimas fuerzas, el dragón batió las alas con desesperación, esquivando los grandes bloques de piedra que amenazaban con aplastarlos a los tres. Voló hacia las tres lunas, alejándose de aquel lugar maldito; pero no se atrevió a elevarse mucho, porque el fuego que venía de oriente seguía incendiando el cielo a su paso.
Entonces vio, clavada en el firmamento, desafiando a las llamas, una enorme espiral luminosa que rotaba sobre sí misma, como una galaxia en miniatura. «¿Qué es eso? —pensó—. Parece... una Puerta.»
¿La Puerta a Umadhun? ¿Regresaban los sheks a su dimensión, ahora que Ashran había sido destruido? Pero... ¿no estaba la Puerta a Umadhun en los Picos de Fuego? ¿O es que había otra Puerta?
La espiral comenzó a girar más deprisa; y Jack vio que un shek se precipitaba hacia su centro, huyendo del fuego, con un chillido de ira y terror. Su cuerpo se desintegró en el acto. Jack jadeó, sorprendido.
Entonces la espiral mostró una imagen; fue sólo un momento, pero quedó grabada en la retina de Jack y en su corazón. Un paisaje estrellado, iluminado por una sola luna.
La imagen desapareció, tan súbitamente que Jack pensó que lo había imaginado.
Vio que otros sheks, cerca de una veintena, seguían al primero y penetraban a través de la espiral. A Jack le pareció que, en esta ocasión, pasaban ilesos.
Un estallido a su espalda le hizo olvidarse del fenómeno; volvió la cabeza y vio que la Torre de Drackwen estaba ardiendo en llamas, y su calor se expandía con mucha rapidez. Comprendió que todavía estaban en peligro.
Luchó por volar más deprisa, mientras, a sus espaldas, la Torre de Drackwen ardía en un infierno de llamas. Encogió las garras para estrechar contra él los cuerpos de Christian y Victoria, en un esfuerzo por protegerlos a ambos.
Pero las fuerzas lo abandonaban, y la conciencia se le escapaba lentamente. Y cuando se precipitó sobre las copas muertas de Alis Lithban, sólo tuvo tiempo de rotar sobre sí mismo para caer de espaldas y evitar el choque a los (los frágiles cuerpos que protegía. Sintió que se quebraba un ala, y rugió de dolor. Pero Christian y Victoria rebotaron con suavidad sobre su propio cuerpo, sin hacerse daño. Los notó resbalar sobre su pecho, ti alargó una garra para sujetarlos, pero se le escurrieron, y cayeron al suelo.
«Victoria», pensó el dragón, aún aturdido por el golpe. La sintió fría junto a su cuerpo. Demasiado fría. «Victoria, no.»
Quiso abrazarla para transmitirle parte de su calor, pero era demasiado grande. Se metamorfoseó de nuevo en humano. La atrajo hacia sí, con torpeza, y la abrazó con todas sus fuerzas.
Ella no reaccionó.
Demasiado fría.
Jack percibió que Christian se arrastraba con esfuerzo hacia ellos y alargaba el brazo para rodear la cintura de Victoria. Jack quiso impedírselo, pero sólo tuvo fuerzas para pensar: «Vete. Estás frío», antes de perder el sentido definitivamente.
Fría —dijo Shail, con un estremecimiento—. Tan fría. Y con aquella horrible cosa en la frente...
Se le quebró la voz. Zaisei lo abrazó, intentando consolarlo. El correspondió su abrazo.
Estaban asomados a uno de los balcones de la Torre de Kazlunn, apoyados en la balaustrada, apenas tres pisos por debajo de aquella terraza donde, Jack había mantenido conversaciones con Sheziss acerca de los dioses, el destino y las profecías; donde, días atrás, Victoria había reiterado su propósito de luchar por Jack y por Christian. Por los dos.
Pero ni Shail ni Zaisei sabían nada de todo esto, porque incluso en aquellos momentos, casi dos semanas después de la batalla de Awa, lo que había sucedido entre los tres jóvenes seguía siendo un misterio para todo el mundo.
Zaisei había llegado a la torre apenas unas horas antes. Los que quedaban de la Resistencia, de los Nuevos Dragones, de la Orden Mágica... los que quedaban, en definitiva, de aquellos que se habían opuesto a Ashran, estaban reuniéndose en aquella torre con forma de cuerno de unicornio, que volvía a pertenecer, una vez más, a los hechiceros que rendían culto a los Seis. Habían vencido, sí. Pero aquella victoria les sabía muy amarga, especialmente a aquellos que habían perdido a alguien querido.