Read Tormenta de sangre Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
Bruglir la interrumpió con un barrido de la mano.
—Tú no capitanearás al barco hasta el puerto, Tani. Tendrás el mando del grupo de desembarco, pero el mando absoluto lo tendré yo.
—¡¿Tu?! —exclamó Tanithra.
—Por supuesto —le espetó el capitán—. La supervivencia de toda la flota dependerá del resultado de esta incursión. ¿Pensaste, ni por un momento, que yo no me haría cargo personalmente de su ejecución? Tú tendrás el cometido de bajar la cadena mientras Malus y yo distraemos al jefe de los piratas.
Tanithra se puso pálida. Cuando habló, su voz temblaba.
—Tú..., tú me prometiste el mando de una nave. Hace años, durante tu crucero
hakseer
. Y te he servido fielmente. Te he dejado divertirte en tierra con esa hermana tuya, y nunca he dicho nada...
—Los asuntos de los nobles no son de tu incumbencia —replicó Bruglir con frialdad—. Y no supongas que eres nadie para recordarme mis obligaciones. Tendrás el mando de una nave. Tal vez cuando atraquemos en Ciar Karond. Ya has oído a Malus. Entonces, habrá oro en abundancia.
Tanithra estaba a punto de contestarle —tenía los ojos encendidos de cólera—, pero se contuvo bruscamente. Inspiró a fondo y controló el temblor de las manos.
—Sí, capitán. Por supuesto. Esperaré un poco más, entonces. —Se irguió en toda su estatura, con la cabeza bien alta—. ¿Eso es todo?
Bruglir la estudió por un momento; un destello de preocupación asomó a sus ojos.
—Sí, creo que sí. Esta noche haremos los preparativos; subiré a bordo del barco pirata al amanecer, y pondremos en práctica el plan.
Malus se puso de pie.
—Por supuesto, hermano. Hasta entonces.
Salieron del camarote del capitán. Tanithra, detrás, caminaba lenta y cuidadosamente, como si hubiese perdido la costumbre de andar por un barco después de haber entrado en la habitación. En el corredor, Urial se volvió y le lanzó a Malus una mirada significativa: «El fin del juego se acerca —decían sus ojos color latón—. Te toca mover».
El noble se limitó a asentir con la cabeza, y Urial se alejó.
Hauclir, recostado contra el mamparo, en su sitio ya habitual, se irguió con expresión de curiosidad. Malus negó apenas con la cabeza y él continuó andando sin pronunciar palabra, para desaparecer en el siguiente recodo. Eso dejó solos a Malus y Tanithra. Cuando Malus se volvió a mirarla, se sintió secretamente encantado al ver la expresión herida del rostro de ella.
—¿Vuelves ya al barco pirata? —preguntó Malus, fingiendo un interés despreocupado.
Tanithra frunció el entrecejo al mirar a Malus como si acabara de brotar de la cubierta, y su expresión se endureció.
—¿Qué otra cosa puedo hacer? No tengo intención de quedarme aquí.
Malus sonrió.
—En ese caso, iré contigo..., si primero me permites recoger algunas cosas de mi camarote.
Por el semblante marcado de Tanithra pasó una expresión de cansado asco, pero ella logró encogerse de hombros.
—Como quieras —replicó al mismo tiempo que le hacía un gesto para que abriera la marcha.
Malus avanzó por los estrechos corredores hasta la sala de cartas de navegación, y no hizo ningún otro comentario hasta que abrió la puerta y entró. Metió una mano dentro de un recipiente de mapas y sacó la última botella de ron. Le quitó el corcho con los dientes y se la ofreció a Tanithra, que se encontraba de pie en el corredor, con los brazos cruzados apretadamente sobre el pecho.
—Da la impresión de que Bruglir ha decidido redimirse a ojos de su hermana —comentó con voz queda.
Tanithra le lanzó una mirada iracunda, pero, pasado un momento, entró y aceptó la botella que le ofrecía.
—No tendría que haber hecho la elección, para empezar, si tú no la hubieras traído a bordo. Nunca antes había puesto los pies en el
Saqueador
.
—¿Y cómo iba a saberlo yo? No supondrás que Bruglir habló de ti en el Hag. Créeme, si hubiese sabido lo que había entre tú y mi hermano, habría dejado a Yasmir en casa. —Observó cómo la corsaria bebía un largo trago del ardiente líquido, y tendió una mano para recuperar la botella—. Por supuesto, esto también te proporciona una oportunidad única.
Tanithra bufó con asco.
—¿Oportunidad?
—Desde luego —le aseguró Malus, y bebió un trago—. Ahora tienes una posibilidad de separarlos para siempre.
—Podría separarla fácilmente a ella en dos con el filo de mi espada, pero eso sólo lograría envenenar a Bruglir contra mí —replicó con amargura.
—En ese caso, que sea Bruglir el que se encargue del envenenamiento en tu lugar.
Tanithra frunció el ceño.
—No estoy de humor para tus enigmas, noble. Malus le devolvió la botella.
—Deja que te lo explique. ¿Y si nosotros le hiciéramos pensar a Yasmir que Bruglir va a traicionarla?
La corsaria alzó las cejas.
—¿Nosotros?
—Por supuesto. Yo no tengo más interés que tú en verlos juntos. Así que ¿por qué no colaborar? Piensa en ello —añadió para detener la réplica que ella estaba a punto de darle—. ¿Y si Yasmir creyera que Bruglir va a sacrificarla entregándola a los skinriders?
Tanithra se detuvo cuando la botella estaba a medio camino de los labios.
—¿Y por qué, en el nombre de la Madre Oscura, iba ella a pensar algo semejante?
—Porque vamos a apresarla en plena noche para llevárnosla al barco pirata, y le haremos creer que fue idea de Bruglir —respondió—. Permitiremos que oiga, por casualidad, que Bruglir planea entregársela a los skinriders para ganarse su confianza.
—¿Y luego?
Malus se encogió de hombros.
—Tú te quedarás en el barco con el grupo de tierra, mientras los demás vamos a hablar con el jefe de los piratas. Entrégala a los piratas, si quieres. Cuando empiece el ataque, la echarán a una celda y será rescatada más tarde, pero para entonces la semilla del odio ya habrá germinado en su corazón.
—Intentará matarlo.
El noble asintió con la cabeza.
—Y Bruglir se verá obligado a matarla con sus propias manos. Una conclusión bastante impecable, y una manera adecuada de castigarlo por su desconsideración.
Tanithra no dijo nada. Con expresión pensativa, bebió otro trago.
—¿Piensas realmente que podemos hacer algo así?
—Por supuesto. —Malus la rodeó y cerró la puerta del camarote—. Vuelve al barco pirata. Yo me quedaré aquí y haré que mi hombre vigile el camarote de ella. Es probable que Bruglir la visite esta noche, así que regresa al
Saqueadora
, la hora del lobo, con un puñado de hombres de confianza. Cuando Bruglir haya vuelto a sus habitaciones, entraremos en acción.
Tanithra lo miró en silencio.
—¿Sabes? Nunca pasé mucho tiempo en las Seis Ciudades. Nací en un barco, ante las costas de Lustria, y puedo contar con los dedos de una mano el número de veces que he pasado más de una semana en tierra firme. Mi padre llegó a ser capitán. Me dijo que la traición es la moneda del reino de Naggaroth. Hasta este preciso momento, nunca he sabido qué intentaba decirme.
Le devolvió la botella a Malus.
—Cuéntame más.
El barco se mecía suavemente en el mar en calma, silencioso al fin tras horas de frenéticos preparativos. Malus estaba reclinado en el improvisado lecho, con
El tomo de Ak'zhaal
abierto sobre el regazo. La hora del lobo estaba cerca; desde donde se encontraba podía mirar por el diminuto ojo de buey y seguir la evolución de las lunas gemelas por el cielo nocturno. Estaba demasiado tenso para dormir, y daba gracias a la Madre Oscura por ello.
Malus pasó una página con un dedo enguantado. Vestido con ropón negro y un kheitan sin adornos, además de una cota de fina malla del tipo que preferían los corsarios de a bordo, esperaba la llegada de Hauclir. Sobre una pila de mapas que había en un anaquel cercano, descansaba un vaso de vino aguado.
Por impulso, había sacado el libro del zurrón para pasar el rato. Volvía las páginas, intrigado ante los extraños diagramas y dibujos, pero transcurridas unas pocas horas se encontró con que entendía la fina escritura. Se preguntó si era un reflejo de hasta qué profundidad le había calado la contaminación del demonio, pero temía especular más allá.
Recorrió con el dedo el dibujo de una piedra cuadrada en cuya superficie había un complicado sigilo. Las palabras que había debajo le resultaban extrañas, y sin embargo, le entregaban sus secretos al pasar los ojos por ellas:
«Piedra sobre piedra, Eradorius construyó su torre, pero los cimientos los echó sobre oscuridad eterna, donde no hay senderos ni sol que marque las estaciones. Y allí colocó pasadizos donde antes no había ninguno, cada uno según su propio deseo, no sujetos a las leyes del mundo de los vivos. El pasadizo curvado lo hizo recto, y el recto lo dobló sobre sí mismo para que ningún hombre que no fuese él conociera el camino para llegar a su sanctasanctórum.
»Y a pesar de esto, Eradorius tenía miedo, sabedor del destino que le aguardaba. Así que hizo un guardián para que vigilara los retorcidos caminos, y le ordenó que no dejara entrar a ningún hombre en su sanctasanctórum, sino que los devorara y aumentara su fuerza. Y esto hizo, aumentando su fuerza y bestial astucia, y sus pasos eran como el trueno en los retorcidos caminos, y su aliento como el viento del desierto.»
Malus dejó de leer, y se le heló el corazón.
—Madre de la Noche —dijo en voz baja—. No han sido sueños.
—Listo, pequeño druchii listo —ronroneó el demonio—. No eres tan necio, después de todo. Eso me tranquiliza.
—¿Por qué no me lo dijiste? —gritó Malus—. ¿Qué beneficio obtenías de atormentarme?
Tz'arkan rió, y sonó como si entrechocaran huesos.
—¡Esa pregunta se responde a sí misma, pequeño druchii! Tu miedo es dulce. Tu locura lo es aún más.
—Pero ¿cómo puede ser? ¡Yo vi corredores que volvían sobre sí mismos! ¡Salí de una habitación por una puerta, y volví a entrar en ella por el otro extremo! ¡No es posible!
Las carcajadas del demonio resonaron dentro de su cabeza.
—¡Necio monito! ¡Tienes las respuestas delante de tus propios ojos, y sin embargo te niegas a verlas! Te niegas a creerlas porque no puedes ver más allá del árbol donde te cobijas. ¡Qué lastimoso eres, Darkblade! ¿Qué voy a hacer contigo?
Malus luchó con toda su fuerza de voluntad para no arrojar el libro antiguo al otro lado del pequeño camarote.
—¡Podrías empezar —dijo con los dientes apretados— por darme algunas respuestas!
—Formula las preguntas —replicó Tz'arkan, burlón—. Yo las responderé.
—¿Vino Eradorius aquí para escapar a la suerte corrida por los otros brujos?
—Así es.
—¿Cómo?
—Marchándose a donde yo no podía ir.
—Pero ¿adonde? —Malus miró el libro con el ceño fruncido—. Espera... Tú estabas encerrado dentro del cristal. Te hallabas atrapado aquí, en el mundo físico.
El demonio no dijo nada.
—Eradorius huyó del mundo físico para escapar de ti, ¿no es cierto?
—Sí.
—Pero ¿cómo?
—No puedo explicártelo —replicó el demonio—. Tu insignificante cerebro no lo comprendería. Baste decir que usó una potente brujería, y dejémoslo ahí.
Malus hizo una pausa.
—Y sin embargo, también creó este laberinto imposible para protegerse. Aún tenía la necesidad de protegerse de los intrusos, así que, de alguna manera, la torre tenía que conectar con este mundo, ¿correcto?
—En efecto —asintió Tz'arkan—. La forma física no puede existir en los reinos del éter, pequeño druchii. Hay que... anclarla, por así decirlo, con el fin de retener su forma. Así que los cimientos de la torre están en contacto con el reino físico.
—¿Así que la torre aún existe?
—No lo sé con seguridad —replicó el demonio—. Han pasado muchos miles de años. Si el anclaje fue destruido, la torre y todo lo que contenía estarán perdidos en el éter.
—¿No lo sabes?
—¿Es que no he mencionado que huyó allá donde yo no puedo ir? —preguntó el demonio, irónico.
Malus dejó el libro a un lado y se sentó con las piernas colgando del borde de la mesa.
—Continúas sin contarme todo lo que sabes.
El noble percibió la malévola sonrisa del demonio.
—Por supuesto. Aún no has formulado las preguntas correctas.
—¿Qué quieres de mí? —gritó Malus, furioso—. ¡Me atraes hacia tu maldita trampa, me metes en esta búsqueda imposible, y luego me dejas en la ignorancia respecto a los retos que tengo ante mí! ¿Qué esperas lograr? ¿No te basta con haberte apoderado de mi alma? ¿Tienes que arrebatarme también la cordura? —Cogió el vaso de vino y lo lanzó contra una pared—. ¡Respóndeme! ¡RESPÓNDEME!
Se hizo el silencio, interrumpido sólo por el chapoteo de las olas contra el casco del barco. Pasaron varios segundos antes de que Malus se diera cuenta de que no estaba solo.
Al volverse, se encontró con que Hauclir se hallaba de pie en la entrada, con expresión impasible. Malus reprimió una ola de pánico. Estudió los ojos del guardia en busca de signos de sospecha, pero no encontró ninguno.
—¿Sí? —preguntó, al fin.
—Es la hora, mi señor —dijo Hauclir con expresión inescrutable.
Malus se irguió al mismo tiempo que se pasaba una mano entre el oscuro cabello.
—Muy bien —asintió mientras se ponía una voluminosa capucha que sumió su cara en sombras—. Comencemos.
—Corrígeme si me equivoco, mi señor —refunfuñó Hauclir en tanto recorrían los oscuros pasillos estrechos del
Saqueador
—, pero no logro ver cómo este plan vuestro logrará nada, como no sea hacernos matar a ambos.
—La ilimitada fe que tienes en mis habilidades nunca deja de asombrarme —replicó Malus. Con la cara oculta por la capucha, era una aparición de ropón negro, una mancha de noche que se deslizaba por sombras de menor importancia—. Yo pensaba que era obvio; al finalizar el día, tengo intención de ver muertos a Bruglir y su amante del mar, y hallarme yo al mando de la flota corsaria.
—¿Y planeas conseguirlo mediante el secuestro de tu hermana?
De la oscuridad de la capucha manó una suave risa entre dientes.
—Eso será la chispa que encienda la leña que se ha acumulado entre ella, Bruglir y Tanithra. Considera cuánto ha... cambiado Yasmir desde que descubrió la traición de Bruglir. Y ahora considera cómo reaccionará cuando piense que ha vuelto a traicionarla... y, peor aún, que tiene intención de entregarla como regalo para el jefe de los skinriders.