Tormenta de sangre (32 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: Tormenta de sangre
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—¡¿Qué hiciste?!

Tembloroso, el guardia se puso de pie.

—Le arrojé el cuchillo. Pensé que no estaría muy en condiciones de lanzar hechizos con un cuchillo clavado en el pecho. —Se pasó una mano por el cuero cabelludo, y la retiró ennegrecida por el pelo quemado—. Al parecer, fue un error.

—O tal vez sea la razón de que aún estemos vivos —dijo el noble—. No tentemos por más tiempo a la suerte. Recoge algunas cartas y salgamos de aquí.

A pesar de la orden dada, ninguno de los corsarios había huido hacia la empalizada. En cualquier otro momento, ese gesto de lealtad lo habría complacido, pero entonces les dio empujones a los hombres para que se pusieran en movimiento. Aunque Hauclir hubiese herido al brujo, Malus sabía, por experiencia, lo difícil que era matar a ese tipo de hombres.

Se encontraba a pocos pasos de la empalizada cuando la iluminó una brillante luz verde. La energía crepitó a través del aire y, al mirar atrás, Malus vio que un zigzagueante rayo esmeralda describía un arco desde lo alto de la torre y corría por el suelo tras los corsarios fugitivos. Vio la oscura forma del brujo silueteada en la ventana.

—¡De prisa! —les gritó a los druchii que cargaban con las cartas.

El primero llegó hasta él y saltó sobre sus manos entrelazadas. El noble recibió el pie y empujó hacia arriba para impulsar al corsario hacia el cielo. El hombre se aferró ágilmente a lo alto de la empalizada y pasó una pierna al otro lado, para luego tender una mano hacia abajo e izar al siguiente. Malus también lo impulsó hacia arriba, y el segundo corsario se instaló en lo alto y se inclinó para ayudar a los otros.

Otro rayo de energía crepitó en el aire y dejó una zigzagueante línea quemada en el suelo antes de ascender por el costado de uno de los edificios anexos del campamento. La estructura de troncos no estalló, sino que se desintegró, convertida en humeante pasta podrida por el rayo mágico. Al otro lado del salón resonaron aullidos y gritos coléricos. Malus ayudó al tercer hombre y al cuarto a pasar al otro lado de la empalizada. Sólo quedaba Hauclir, que esa vez no hizo intento alguno de quedarse en la retaguardia; tenía la cara pálida de miedo cuando apoyó el pie en las manos de Malus y saltó hacia lo alto de la empalizada.

Una muchedumbre de skinriders apareció a la carrera por una esquina del edificio más próximo al salón justo en el momento en que el brujo lanzaba otro rayo; éste rozó la pared de una construcción cercana y luego corrió por el suelo hasta llegar a poco menos de un metro del sitio en que se encontraba Malus. El noble gritó una maldición de sobresalto y brincó hacia las manos que le tendían los hombres de lo alto de la empalizada. Lo cogieron al primer intento, y prácticamente lo lanzaron por encima de la hilera de afilados maderos.

Malus dio un traspié al llegar al suelo. Cuando se volvió para gritarles a los hombres de lo alto, se produjo otro destello de luz verde. Los corsarios que estaban encima de la empalizada desaparecieron en una niebla de fuego esmeralda, y sobre los de abajo cayó una lluvia de carne y huesos humeantes. El noble se tambaleó y cayó de espaldas debido a los horrendos efectos del estallido. No sólo habían desaparecido los dos druchii, sino también una considerable parte de la empalizada sobre la que estaban sentados. A través de los jirones de vapor que ascendían de los destrozados maderos, Malus vio que una figura envuelta en fuego verde abandonaba con paso ingrávido la parte superior de la torre y descendía sobre una ardiente columna de luz esmeralda.

—¡Bendita Madre de la Noche! —jadeó Malus con los ojos muy abiertos.

El noble se puso precipitadamente de pie y se volvió a mirar a los pasmados corsarios empapados en sangre.

—¡Volad, pájaros marinos, volad! —dijo, y echó a correr.

Para cuando la empalizada se disolvió bajo los mágicos rayos del brujo, los druchii habían desaparecido y corrían desesperadamente a través de las umbrías profundidades del bosque.

18. El beso del dragón

Era como si Malus estuviese de vuelta en los Desiertos del Caos, perseguido entre los árboles como un animal. En el oscuro bosque resonaron aullidos y gritos de furia cuando los skinriders salieron del campamento a las sombras de debajo de las ramas. Por los sonidos, al noble le pareció que estaban desplegándose en un amplio círculo, cosa que le dio a entender que, para empezar, eran malos rastreadores y no estaban seguros de la dirección que habían seguido él y los corsarios. Los supervivientes del grupo incursor corrían en una línea irregular detrás de Malus, y dejaban pocas pistas de su paso. Con cada metro que se alejaban del campamento, se hacía más difícil encontrar su rastro.

Malus se detuvo para orientarse. A la derecha, creyó ver las aguas de la ensenada a través de una brecha que había entre los árboles. Calculaba que la canoa se encontraba a unos cuatro kilómetros del campamento, y hasta ese momento habían rei corrido la mitad de la distancia. Los gritos de los enemigos eran entonces más débiles, pero, por experiencia, sabía que los sonidos podían ser engañosos en un bosque espeso. Cuando Hauclir y los corsarios supervivientes le dieron alcance, sus rostros estaban tensos de miedo. Malus señaló la senda con un ¡ movimiento de cabeza, y continuó corriendo.

A lo lejos, se oyó un potente grito, seguido de un coro de aullidos.

Varios minutos después, Malus viró para apartarse de la senda y encaminarse hacia la orilla. No había ningún punto de referencia que le indicara dónde estaba, pero el terreno y el tiempo de recorrido le parecían correctos. Se lanzó fuera de los árboles a la rocosa orilla, y se sintió aliviado al ver que la canoa se encontraba a una docena de metros de distancia.

Desde más arriba de la orilla les llegaron gritos, y cuando Malus se volvió, vio a un grupo de skinriders que agitaban antorchas a lo largo de la costa rocosa.

—¡De prisa! —les gritó a sus hombres.

Los corsarios ya se encontraban junto a la canoa y la empujaban hacia las frías aguas. Hauclir aguardaba en las proximidades, con una ballesta en las manos. Malus corrió como un loco por encima del traicionero esquisto.

—¡Sube a la canoa, maldito seas! —rugió.

Hauclir aguardó hasta que el noble hubo pasado de largo, y efectuó un disparo de despedida hacia los perseguidores antes de adentrarse en la rompiente para subir a bordo de la embarcación. Los corsarios ya empuñaban los remos, y cuando Malus aferró al guardia por la pechera y lo subió a bordo, metieron la pala de los remos en el agua y se alejaron rápidamente bahía adentro. Los skinriders se detuvieron en la orilla y les gritaron insultos. Las flechas zumbaron por el aire y cayeron al mar con pequeños chapoteos. Una se clavó en el casco de la canoa con un golpe sordo, e hizo que Malus se agachara. Las demás flechas no llegaron hasta ellos, ya que el constante avance de la canoa los situó fuera de su alcance. El noble observó cómo los atacantes disparaban unas cuantas flechas más y, pasado un momento, daban media vuelta y se alejaban pesadamente hacia la zona de desembarco del campamento.

Sobre el asentamiento se arremolinaba humo negro y ascendían nubes de brillantes cenizas. Parecía que los skinriders no tenían mucha suerte en la extinción del incendio de la torre. En la zona de desembarco se había reunido una gran multitud, y había canoas que remaban furiosamente entre la orilla y los seis barcos anclados en la bahía. Malus miró por encima del hombro hacia la nave, que se acercaba más con cada golpe de remo. Vio figuras de semblante pálido que corrían por las cubiertas; Tanithra y el resto de los corsarios habían renunciado a todo intento de engaño, y preparaban el barco para zarpar lo antes posible.

Minutos más tarde, la canoa se detuvo junto al fétido casco del barco explorador capturado. Malus y Hauclir treparon hasta la cubierta por la escalerilla de cuerda, con arrugados rollos de cartas doblados bajo los brazos.

Tanithra los esperaba en la cubierta principal con expresión tensa.

—¡Vaya con la astucia y el secreto! —dijo.

—La brujería nos deja a todos en ridículo —gruñó Malus—. ¿Dónde está mi querido hermano?

—Se fue bajo cubierta en cuanto en la orilla comenzó a tronar.

Malus volvió a gruñir.

—Esperemos que esté preparando una sorpresa para ese brujo. ¿Cuándo podremos zarpar?

—Ahora estamos levando el ancha. —Hizo un gesto con la cabeza hacia las cartas de navegación ajadas—. ¿Conseguiste lo que buscabas?

—No tengo ni idea —replicó Malus con un encogimiento de hombros—. Los skinriders no se mostraron muy complacientes. —Le entregó a Hauclir las cartas que llevaba, y se encaminó hacia la borda para mirar las naves de los skinriders—. ¿Qué crees que van a hacer?

—Normalmente, se dispersarán para propagar la alarma por el resto de escondites, pero si saben que has huido con cartas de navegación, cabe esperar que nos persigan hasta la mismísima Ciar Karond para recuperarlas. —Señaló el frenético ir y venir de las canoas enemigas—. La buena noticia es que muchísimos tripulantes estaban en tierra, y los barcos no están preparados para zarpar. Esos capitanes tendrán muchas dificultades para organizarse.

En ese momento, la muchedumbre de la orilla se dispersó como una manada de ratas al ser atravesada por una figura que avanzó envuelta en fuego verde. Cuando el brujo llegó a la orilla, alzó una mano y ascendió sobre una crepitante columna de rayo esmeralda. El brujo subió más y más, como una flecha ardiente disparada al aire de la bahía, y luego descendió, poco a poco, hacia la cubierta de una de las naves enemigas más cercanas. Los skinriders se dispersaron por la cubierta, iluminados en contraluz por el ardiente resplandor de la presencia del brujo.

—Creo que los capitanes van a tener incentivos para darse prisa —dijo Malus con voz teñida de miedo—. Salgamos de aquí.

La aurora encontró al barco explorador muy al sur de la isla de los skinriders; surcaba las olas gracias a un viento fuerte que soplaba por el lado de estribor. Tanithra había hecho largar todas las velas; el pequeño barco, cuyo timón gobernaban las manos de la corsaria, era tan veloz como un caballo de carreras lanzado de cabeza hacia el horizonte, con una manada de lobos marinos saltando en su estela.

Dos horas después de abandonar la bahía, los vigías avistaron las velas del primero de los barcos de los skinriders que habían salido a perseguirlos. Mezcla de tileano y bretoniano, los barcos tenían dos palos como la nave exploradora, pero con más velamen y, por lo tanto, sacaban más provecho al viento constante. Los barcos druchii como el
Saqueador
podrían haber dejado atrás con facilidad a las naves incursoras de ancha manga, pero Tanithra y Malus no podían hacer otra cosa que mirar con creciente inquietud cómo los perseguidores acortaban distancias, lenta pero constantemente.

Cuando el sol salía, Urial, con expresión preocupada, subió a cubierta y se reunió con Malus y Hauclir en la popa. El antiguo acólito llevaba el hacha rúnica, que sujetaba más como una talismán que como una arma de guerra.

—¿Aún no se ve rastro de Bruglir?

Malus negó con la cabeza.

—Ya no debería faltar mucho, o al menos eso dice Tanithra. Una hora tal vez, o menos.

—Puede ser que no dispongamos siquiera de ese tiempo —replicó Urial con los ojos fijos en los barcos de los skinriders—. Puedo percibir que el brujo está a bordo del barco que va en cabeza. Está invocando a poderes terribles para lanzarlos contra nosotros.

—¿No puedes hacer nada para lograr que vayamos más aprisa? —preguntó Malus, a cuya voz afloró un rastro de exasperación.

—Mis habilidades residen en disciplinas diferentes de los vientos y las olas —replicó Urial—. Creo que puedo contrarrestar la mayor parte de los hechizos del skinrider, pero me veré puesto seriamente a prueba en el proceso.

Malus negó con la cabeza.

—Los skinriders no necesitarán hechizos para acabar con nosotros. En esos grandes barcos hay catapultas, igual que en los barcos de cabotaje bretonianos. Pueden convertirnos en astillas o en un pecio en llamas, y poco podemos hacer para remediarlo.

—En ese caso, será mejor que recemos para que Bruglir esté donde dijo que estaría.

Antes de que Malus pudiera contestar, se oyó el grito de un vigía.

—¡Están disparando!

Una roca toscamente tallada salió volando desde la proa de la nave que iba en cabeza y describió un arco en dirección al barco explorador. Malus observó la trayectoria y sintió que se le secaba la garganta. La pequeña roca cayó muy lejos de la nave fugitiva y levantó una tremenda cantidad de agua.

—Ha sido un disparo para calcular la distancia —dijo Malus con expresión ceñuda—. Aún estamos fuera de su alcance, pero no continuaremos así durante mucho tiempo más. Si puedes invocar algún poder propio, te sugiero que comiences ahora mismo.

El noble dejó a Urial en la popa y se reunió con Tanithra ante el timón. El ojo sano de la corsaria iba desde las velas al horizonte una y otra vez, mientras movía ligeramente la rueda. La expresión de su rostro era tensa, pero Malus creyó ver una leve sonrisa en sus labios.

—Supongo que no podemos ir más de prisa —comentó Malus.

Tanithra hizo un gesto hacia el mástil más cercano.

—¿Por qué no subes ahí arriba y soplas hacia la vela? Dale un buen uso a ese aliento que estás malgastando.

Malus sonrió. Empezaba a gustarle aquella áspera corsaria. Desde el mástil delantero se oyó un grito.

—¡Velas en el horizonte!

Malus se inclinó para intentar ver el cielo distante por debajo de las botavaras y más allá de la proa. No pudo ver nada, pero Tanithra lanzó un grito y señaló ligeramente a estribor.

—¡Allí! ¡Dos cuartas a estribor! Pero sólo cuento tres barcos. ¿Dónde están los otros?

—¿Quién sabe? —replicó Malus—. ¡Cuatro contra seis son unas probabilidades mucho mejores de las que teníamos hace un momento!

Tanithra corrigió el rumbo para interceptar a las naves druchii que se dirigían hacia ellos; justo en ese momento los skinriders efectuaron otro disparo de prueba. La roca giró por el aire y cayó al agua lo bastante cerca del barco como para empapar la popa.

—Más bien tres contra seis —dijo Tanithra, con enfado—. Nosotros no podemos hacer nada contra esos barcos.

Malus logró reír lúgubremente.

—Bueno, pues estamos teniendo mucho éxito atrayendo sus disparos.

Otras dos rocas cayeron al mar, una por delante y otra por detrás del pequeño barco. Los skinriders redoblaban los esfuerzos para incapacitar o hundir la nave fugitiva. Uno de los corsarios de popa gritó y señaló hacia atrás. Malus se volvió y vio que la nave que iba en cabeza estaba rodeada por un nimbo negro verdoso. El aire se había coagulado como la sangre de un cardenal mientras el brujo enemigo reunía sus poderes.

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