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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Tormenta de sangre (22 page)

BOOK: Tormenta de sangre
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—Hola, amado hermano —dijo Yasmir con voz calma y seductora—. ¿Me has echado de menos?

Las dependencias del capitán estaban a oscuras, iluminadas sólo por cuadrados de luz lunar que aumentaba y disminuía según el capricho de las nubes. Dos figuras se abrazaban sobre el amplio lecho, con los cuerpos desnudos bañados por el fulgor de plata. Al oír la voz de Yasmir, ambas se separaron de inmediato, una con una maldición de sobresalto y la otra con un lamento como de un tigre lustriano escaldado. Se oyó un raspar de acero, y una mujer avanzó hasta la luz lunar, desnuda como la espada que llevaba en la mano. Era delgada y firme como la cuerda de un azote; la pálida piel tenía un tono blanco oscurecido por los interminables días pasados en el mar. Su cuerpo estaba hecho de duros músculos y tejido cicatricial, una canosa veterana que se había llevado su parte de desesperadas batallas y derramamiento de sangre. La primera oficial de Bruglir tenía una cara bellísima, aunque severa, pero la afeaba una larga cicatriz que partía de encima de la sien izquierda y descendía hasta el labio superior. El tajo de espada le había cegado el ojo izquierdo y el labio se había encogido hacia arriba en una feroz mueca permanente. Su único ojo sano era negro como la brea y brillaba de furia.

—¡Márchate,
jhindard
! —ordenó la corsaria al mismo tiempo que esgrimía la espada. Se trataba de una arma pesada, de hoja corta, ancha y de un solo filo como una cuchilla, y estaba mellada debido al uso frecuente—. ¡Intenta matarlo y te dejaré retorciéndote sobre tus propias tripas!

Yasmir rió con elegancia y levedad.

—¿Quién es la bruja y quién la salvadora, perra llena de cicatrices?

La noble desenvainó la segunda daga y pareció flotar hacia la corsaria con la expresión desalmada y atenta de un halcón que se lanza sobre la presa.

—¡Danza conmigo y veremos a quién favorece más el Señor del Asesinato!

—¡Deteneos! —rugió una voz que paralizó a ambas mujeres.

Una figura alta y de constitución poderosa se situó de un salto entre ellas. Bruglir tenía la estatura de su padre —media cabeza más alto que Yasmir—, y una estructura de hombros inusitadamente ancha, lo que aumentaba su imponente estatura. El señor corsario se parecía mucho al vaulkhar cuando era joven, con una frente bien cincelada y nariz aguileña que le confería una aura feroz incluso cuando el rostro estaba en reposo. Un largo bigote negro le colgaba hasta el ahusado mentón e incrementaba la ferocidad que ya poseía el semblante.

—Ella es mía, Yasmir; forma parte de mi tripulación por juramento y por sangre, y no puedes matarla.

Yasmir miró a su amado con aterradora intensidad.

—Ella es tuya, pero ¿no eres tú mío, amado hermano? ¿No es ésa la promesa que me hiciste, el juramento que renuevas una y otra vez cuando regresas al Hag? —Su voz aumentó en timbre e intensidad como un viento huracanado—. Y si esta..., esta desgraciada deforme es tuya, entonces, por derecho, es también mía, y puedo hacer lo que me plazca, ¿o no es así? —Se inclinó más hacia Bruglir, casi rozándole los labios con los suyos, mientras los cuchillos temblaban en sus manos—. Respóndeme —susurró—. ¡Respóndeme!

La habitación estaba a punto de convertirse en un baño de sangre. Era un tipo particular de tensión que Malus casi podía saborear, como el aire cargado que precede a una tormenta repentina. Pensando con rapidez, el noble entró en el camarote y esgrimió la placa.

—De hecho, por ahora todos me pertenecéis a mí —declaró con voz sonora—. Y hasta que llegue el momento en que deje de necesitaros, detendréis vuestra mano o responderéis ante el drachau y ante nuestro padre cuando regresemos al Hag.

Bruglir se volvió al oír la voz de Malus, y en su ceño se ahondó el fruncimiento natural al verlos a él y a su hermano Urial.

—¿Qué es esto, Darkblade y el gusano del templo emporcando ambos la cubierta de mi barco? —Le dirigió una mirada colérica a Yasmir—. ¿Los has traído tú?

—No, hermano —respondió Malus—. Más bien lo contrario. Pensé que te alegrarías de ver a tu amada hermana, pero da la impresión de que me equivocaba. —Miró a Yasmir con atención—. Una mujer druchii puede tener tantos amantes como le plazca, pero cuando un hombre druchii se compromete, se espera de él que sea fiel, como muestra de su fortaleza. Honradamente, hermano, esperaba algo más de ti.

La expresión de Bruglir se tornó incrédula, y luego palideció de cólera.

—No sé cómo lo has logrado, Darkblade, pero...

Malus avanzó y sostuvo la placa bajo la nariz de Bruglir.

—No me has prestado atención, hermano. Escucha bien. Soy portador de un poder de hierro del drachau de Hag Graef, que os coloca a ti y a tu flota bajo mi mando para llevar a cabo una campaña contra los skinriders. En esto actúo según la voluntad del drachau, y cualquiera que me cierre el paso lo pagará con la vida.

—En el mar, la única ley es la del capitán —le espetó la primera oficial, cuyos ojos aún estaban clavados en Yasmir.

—Pero si el capitán desea volver a poner los pies en su tierra natal algún día, y poder reclamar la fortuna que ha amasado allí a lo largo de los años, se dará cuenta de que es prudente que su ley sea también la mía.

Bruglir le arrebató a Malus la placa de la mano y abrió las cubiertas como si esperara no encontrar nada dentro. Arrugó la frente mientras leía lo escrito en el pergamino del interior y examinaba los sellos estampados en él.

—Somos diez en total —continuó Malus—. Solicito un camarote para mí, y supongo que Urial también necesitará uno. ¿Hermana?

Yasmir continuaba clavando en la primera oficial una mirada asesina. Pareció morder la respuesta, como si cortara venas con los dientes.

—Me quedaré con el camarote de ella —dijo—. Está claro que no lo usa.

—¡No nos toméis por estúpidos! —les espetó la primera oficial—. No habéis llegado en barco, sino mediante brujería, así que en casa no queda nadie que sepa qué os ha sucedido realmente. Podemos echarles vuestras entrañas a los Dragones de las Profundidades y poner rumbo a casa...

—Tani, basta —le ordenó Bruglir con cansancio. La primera oficial le lanzó una mirada furiosa a su capitán, pero guardó silencio—. Vístete y sube a cubierta.

Tani asintió con un breve gesto brusco de la cabeza.

—Cumplo tu voluntad, señor.

Con ademán malhumorado, recogió el ropón manchado de salitre que yacía junto al lecho, sobre la cubierta, y se lo puso sin apartar los ojos de Yasmir ni por un momento, al mismo tiempo que cambiaba la pesada arma de una mano a otra para pasar los brazos por las mangas. Cuando Yasmir le cerró el paso a la primera oficial, que iba camino de la puerta, pareció que se preparaba otro enfrentamiento pero, en el último instante, la druchii armada con las dagas se apartó a un lado.

Bruglir la siguió hasta la puerta, que luego le cerró a Urial en la cara. Se volvió a mirar a Yasmir, con la placa en la mano.

—¿Esto es una falsificación?

Radiante y llena de odio, Yasmir negó con la cabeza.

—En ese caso, parece que mi peor pesadilla se ha hecho realidad —dijo el capitán, malhumorado, mientras arrojaba la placa sobre el lecho revuelto. Se volvió a mirar a Malus—. De momento, me tienes —declaró con voz desprovista de toda emoción, aunque los ojos eran pozos de malevolencia—. Pero este poder tiene sus límites. Antes o después, el drachau lo rescindirá, y entonces acabaré contigo.

Malus logró sonreír.

—Quizá te habría temido más si no hubiésemos conocido a tu amante del mar —replicó—. Yo que tú, estaría más preocupado por mis propias probabilidades de supervivencia cuando el poder sea rescindido.

Bruglir miró a Yasmir y se encontró contemplando ojos tan fríos e inexpresivos como las hojas de las dagas que ella tenía en las manos.

—¡Maldito seas, Darkblade! —siseó—. Aunque no haga nada más, juro ante los Dragones de las Profundidades que te arruinaré. Pero hasta entonces —gruñó—, yo y mi flota estamos bajo tu mando.

Era evidente que el poder de hierro tenía poco peso cuando se trataba de los guardias de cara de calavera de Urial; formaron una muralla de acero y carne entre su señor y Malus cuando este último se acercó a Urial, que se encontraba junto a la borda de babor. Tenía la cabeza echada hacia adelante y sufrió otra violenta arcada seca; su estómago continuaba rebelándose contra los movimientos del barco y el mar.

Malus echó la cabeza hacia atrás y rió, saboreando el sufrimiento de su hermano.

—Vaya, ésta sí que es una buena —dijo en voz alta—. Un regalo de la mismísima Madre Oscura.

Urial giró sobre sí mismo hasta quedar con la espalda contra la borda. Un vómito seco le manchaba las mejillas y el mentón, y un fino hilo de bilis pendía de sus labios flojos y se retorcía en el frío aire.

—Eso es odioso —gruñó mientras se deslizaba hasta la cubierta—. He matado a hombres por menos.

Malus le dedicó una ancha y cruel sonrisa.

—¿Te gustaría ver mi sangre caliente correr por esta inclinada cubierta?

—¡Por el Dios de Manos Ensangrentadas, cállate! —gimió Urial, cuyos ojos giraban en las órbitas como un par de dados antes de detenerse.

El noble pasó entre los guardias y se reclinó en la borda, donde inspiró profundamente el aire marino. Le había sorprendido lo mucho que había echado de menos el mar después de regresar al Hag.

—¿Sabes? En los tiempos antiguos, un druchii que no lograba adaptarse a los movimientos del mar era considerado gafe y lo echaban por la borda a los Dragones de las Profundidades.

—Si el mar se está quieto en las profundidades, arrójame a él —gimió Urial—. Que se me coman y se atraganten con mis huesos.

Malus miró hacia la oscuridad. Antes del crucero esclavista, habría estado completamente ciego al mirar la noche retinta, pero entonces sus ojos experimentados podían discernir en medio de la negrura sutiles matices que revelaban una larga costa de acantilados rocosos situada a menos de diez millas de la manga. El viento soplaba desde el oeste contra la proa por el lado de babor de la nave capitana de Bruglir, que voltejeaba hacia el norte, hendiendo las violentas olas con el esbelto casco.

—Me mentiste —dijo el noble con voz serena.

—No.

—Dijiste que llevar más de un guardia cada uno sería demasiado arriesgado.

Urial asintió con la cabeza.

—En efecto..., porque tenía previsto llevar a seis de mis hombres. No esperarías que confiara en tu palabra respecto a que Bruglir y Yasmir harían honor al poder de hierro, ¿verdad?

Malus se encogió de hombros y ocultó el enojo.

—No, supongo que no.

—¿Qué tenía que decir nuestro ilustre hermano?

—Su flota está dispersa a lo largo de la costa, en busca de los últimos botines antes de poner proa a casa —replicó el noble—. Viraremos dentro de poco y pondremos rumbo al sur con viento en popa, para dar con los barcos. Cree que pasarán dos o tres días antes de que logre reunirlos a todos, y entonces podremos dirigirnos al norte.

Con un gemido que le salió del corazón, Urial se aferró a la borda con la mano sana y se puso de pie.

—¿Qué costa es esa de ahí?

Malus le lanzó a Urial una mirada de soslayo.

—Eso es Bretonia. Estamos cerca de Lyonnesse, creo.

—¡Ah! —Urial asintió con la cabeza, aliviado, al parecer—. Es buena cosa.

—¿Por qué?

—Porque temía que fuera Ulthuan, en cuyo caso me sentiría tremendamente decepcionado —replicó Urial—. Espero ver el hogar de nuestros parientes algún día. Espero que sea grandioso y montañoso, que se alce del mar como una corona. —Sonrió en la oscuridad—. Sueño con ir allí y observar cómo arden esas blancas ciudades. —De pronto, se volvió hacia Malus—. Hay algo que he estado pensando en preguntarte.

—Puedes preguntar —replicó Malus sin que su voz prometiera nada.

—Cuando estábamos en el Hag, le dijiste al drachau que habías encontrado el islote de Morhaut —dijo Urial—. ¿Cómo? Su emplazamiento ha estado perdido durante al menos doscientos años. Ni siquiera en la vasta biblioteca del templo puede hallarse mención alguna al respecto.

—¡Ah, eso! —Malus miró a Urial y sonrió—. Era todo mentira. No tengo ni la más remota idea de dónde está la isla maldita.

13. Promesas de muerte

—Le mentiste al drachau —dijo Yasmir con una voz escalofriantemente agradable—. En justicia, el poder de hierro que tienes no vale ni el metal que lo contiene.

Malus se cruzó de brazos y miró a su hermana con el ceño fruncido, mientras intentaba resituar la espalda en una posición más cómoda sin darle la impresión de que se removía por inquietud. Con Yasmir en el camarote de la primera oficial, quedaban demasiadas pocas literas para los visitantes inesperados, salvo que durmieran con la tripulación. Urial se encontraba una cubierta más abajo, con el cirujano del barco, obligado a compartir una húmeda celda sin luz, llena de potes de ungüentos, pomadas y trozos de animales. Tras algunas negociaciones, Malus había logrado quedarse con la sala de cartas náuticas; era un sitio pequeño y húmedo, que olía a podredumbre y papel viejo, y estaba abarrotado de cajas de mapas enrollados, y con una larga mesa que cubría todo el largo de la amurada. En esos momentos, la mesa hacía las veces de cama para él, con un fino colchón de paja y una almohada improvisada con una capa. Malus intentaba reclinarse en el diván que se había preparado, con la espalda contra aquella mala imitación de almohada, y el cuello ligera e incómodamente inclinado debido a la curvatura de la amurada que tenía detrás.

—Yo estaba presente cuando le dijiste a Bruglir, en su camarote, que nuestra primera tarea era descubrir el emplazamiento de la isla perdida —continuó Yasmir.

Bajo el medio velo de encaje tileano que le ocultaba parcialmente el rostro, sólo podían verse el ahusado mentón y la sonrisa sensual. Malus no lograba imaginar qué bicho la había picado para llevarse una cosa así al viaje, pero se la ponía cada vez que salía de su camarote. Era el tipo de cosa que se ponía una esposa druchii para velar al marido muerto; sin embargo, con independencia de lo que Yasmir hiciera, sus labios siempre sonreían, como si un chiste privado le hiciera gracia. Sólo había pasado un día desde la llegada al barco de Bruglir, pero Malus comenzaba a preguntarse si las recientes conmociones sufridas por su radiante y mimada hermana no la habrían empujado al borde de la demencia.

—Le hiciste creer al drachau que ya sabías dónde estaba el islote de Morhaut; si Bruglir hubiese dedicado más tiempo a leer lo que decía el poder que a comprobar su autenticidad, te habría descubierto, y ahora mismo estarías colgando de un mástil por el cuello.

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