Era un premio más allá de cualquier esperanza, fantasía o medida.
Korolis se apoyó en el respaldo, se pasó el dorso de la mano por los ojos para enjugarse el sudor y volvió a inclinarse.
—Vuelva a su puesto —ordeno a Flyte—. Prepare el brazo robot.
El ingeniero cibernético parpadeo.
—¿Perdón, como dice?
—Que prepare el brazo robot. Extiéndalo un metro hacia abajo.
—Pero entrara en contacto con la superficie de…
—Exacto.
Tras una pausa intervino Rafferty.
—¿Disculpe la pregunta, señor, pero esta seguro de que es prudente, teniendo en cuenta la aparente naturaleza de…?
—Quiero comunicarles que aceptamos el regalo.
Otra pausa. Flyte volvió a su puesto murmurando algo en griego y cogió el mando del brazo.
Korolis vio por la pantalla que el brazo robot se hacia visible bajo la Canica. Avanzo con inseguridad y algunas sacudidas, con un dedo de acero extendido. Una vez más se despertó el recuerdo infantil del viaje a Roma. Recordó haber mirado el techo de la Capilla Sixtina con la boca muy abierta ante la representación de la creación de Adán por el pincel de Miguel Ángel, los dedos de Dios y el hombre a punto de tocarse… el momento inicial de la vida… el nacimiento de un universo…
El brazo entro en contacto con la superficie vítrea, que se hundió un poco, como gelatina transparente.
Korolis tuvo la impresión de oír las notas de un canto, como el vago susurro de un coro sobre una lejana montana. ≪Así es tocar la eternidad≫.
Los dos centinelas que flotaban a los lados de la Canica desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. De pronto ya no estaban; eran tan solo un fantasmal recuerdo. Ante los ojos de Korolis surgió una intensa luz en las profundidades de la cavidad. Tenía el resplandor dorado de un pequeño sol. De repente su poderosa luz descubrió todos los secretos del profundo espacio. Korolis se quedó atónito al ver revelada su enormidad real, y el número pasmoso, abrumador, de objetos que contenía.
Era un alijo mortal, capaz de poner en peligro todo el cosmos.
—¿Para que necesitan miles,
si
solo con uno ya se puede borrar todo un sistema solar? —murmuro.
En el súbito silencio, Flyte hizo una pregunta:
—Sabe por que esta en tan mal estado el Partenón?
Era tan rara que Korolis no tuvo más remedio que volverse hacia el viejo.
—Por los turcos —siguió explicando Flyte con la misma seriedad—.En el siglo XVIII lo usaron para guardar municiones, y lo reventó un proyectil perdido. Esto es lo mismo, comandante. Es un vertedero de armas, producto de alguna carrera armamentística intergaláctica. Algo muy superior a nuestra comprensión técnica.
—Que tontería! —dijo Korolis—. ¿Ha estado hablando con el doctor Crane?
—Me temo que no es ninguna tontería. La intención de todo esto no es que lo descubriéramos nosotros. Estas armas se enterraron para que no las encontrase ni las usase nadie. Por que podrían destruir literalmente no solo el mundo, sino esta parte del universo.
—Señor! —dijo Rafferty—. Recibo datos muy extraños.
—¿De que tipo?
—Nunca los había visto. Una identificación energética totalmente desconocida, que se acerca a una velocidad brutal.
—Cual generación de hojas, asimismo es la generación de los hombres —recito Flyte en voz baja y lúgubre, como si fuera un canto fúnebre—. Y la estación de la primavera nos va a sobrevivir≫.
Al volverse hacia el visor, Korolis vio que el sol que había aparecido bajo ellos ya no era tan pequeño. El canto aumento de intensidad hasta convertirse en un grito sobrenatural. Poco después, Korolis se dio cuenta de que el objeto parecido a un sol se movía, dejando atrás a tal velocidad los centinelas y los objetos, o bombas, que parecían simples manchas de color. Por unos instantes su obstinada trayectoria le recordó un misil antiaéreo. Al acercarse y volverse más nítido, dejó de parecerse a nada conocido; corría, lanzado hacia el por el vacio, creciendo y creciendo hasta que su luz ardiente llenó todo el visor, erizado de llamas, lenguas de un fuego abrasador y deslumbrante, como virutas derretidas…
…Y al momento siguiente, cuando rodeo la Canica Tres y estallo túnel arriba, vaporizando la carne de Korolis y carbonizando sus huesos en menos de una milésima de segundo, ya no hubo tiempo de sentir sorpresa, miedo, ni siquiera dolor.
—Treinta segundos —dijo el técnico del tablero de mandos —. Estamos al máximo de flotabilidad.
Vanderbilt alzo la vista de los instrumentos.
—Agárrense todos, será un viaje accidentado.
Abajo ya no se oía el ruido de disparos.
Crane miró a su alrededor. Se había hecho un silencio absoluto dentro de la capsula de salvamento. El resplandor azul iluminaba un mar de caras dominado por el cansancio, el nerviosismo y la preocupación.
—Diez segundos —dijo el técnico.
—Iniciando secuencia de lanzamiento —dijo Vanderbilt.
Crane oyó el impacto de un objeto metálico en la escotilla exterior; reverbero por el tubo de acceso. A sus espaldas alguien empezó a rezar en voz alta. Cerró una mano en torno de las de Hui Ping.
—Lanzamiento iniciado —dijo el técnico.
Tras una sacudida, y un chirrido de metal contra metal, la capsula de salvamento salió disparada como un tapón de corcho. Crane sintió que la presión le pegaba al asiento. Mientras subían como un cohete hacia la superficie, miró por el ojo de buey, pero solo vio un remolino de burbujas iluminado por las luces de la capsula.
En ese momento oyó un ruido raro, tan grave que a duras penas franqueaba el umbral de la audición. Parecía llegar de muy abajo, como si fuera un grito de dolor de la mismisma Tierra. La capsula de salvamento sufrió una sacudida que no tenia nada que ver con la velocidad de ascenso.
De repente todo fueron gritos y gemidos. Hui se llevó una mano a la cara.
—Mis oídos… —dijo.
—Un cambio de presión —le explico Crane—. Intenta tragar o bostezar. O la maniobra de Valsalva.
—¿La que?
—Apriétate la nariz, cierra la boca e intenta sacar aire por la nariz. Ayuda a igualar la presión de los oídos.
Volvió a mirar por el ojo de buey, buscando el origen del extraño ruido. El torbellino de burbujas se había despejado. Diviso la curva de la cúpula, que ya estaba a cientos de metros, con su racimo de luces como estrellas poco menos que invisibles en un cielo negro. Vio como se borraban; la oscuridad fue total.
Justo cuando estaba a punto de volverse, llego de abajo una explosión de luz.
Era como si de repente se hubiera iluminado todo el mar. Crane tuvo una breve visión del lecho desplegado a la redonda como una llanura lunar grisácea. Tenia debajo innumerables peces abisales, de aspecto insólito, extraterrestre. Después el resplandor se hizo demasiado intenso, y tuvo que apartar la vista.
—¿Pero se puede saber que pasa? —oyó decir a Vanderbilt.
El ojo de buey era como una bombilla que banaba de amarillo el interior de la capsula de salvamento. Crane, sin embargo, observo que la luz empezaba a disminuir. Ahora se oían más ruidos que llegaban del fondo, detonaciones bruscas y un petardeo como de unos enormes fuegos artificiales. Volvió a inclinarse y a mirar por el ojo de buey. Lo que vio lo dejó sin aliento.
—Dios mío… —musitó.
La luz que reflejaba el lecho hacia lo alto perfilaba vagamente la cúpula. Estaba reventada, pelada como un plátano. Dentro Crane vio fogonazos sobrenaturales de color rojo, marrón y amarillo, una furiosa catarata de explosiones que estaba haciendo pedazos el Complejo.
Pero había algo más, una brutal onda expansiva que respiraba y se agitaba como si tuviera vida propia, y que se les echaba encima a una velocidad desaforada.
Se irguió como un resorte, cogió a Hui Ping con una mano y se aferro con la otra a la baranda de seguridad.
—Prepárense para el impacto! —exclamo.
Un momento angustioso de expectación… y la onda barrio hacia un lado la capsula, volcándola casi con su fuerza. Se oyeron gritos y alaridos. Las luces se apagaron, dejando como única iluminación el resplandor amarillo que moría en las profundidades. Crane se aferro con determinación a Hui, mientras sufrían varias sacudidas de una fuerza bárbara. Alguien dio tumbos por la cabina hasta chocar con la baranda de seguridad y caer al suelo. Más gritos, voces pidiendo auxilio. Después un reventón y un silbido de agua.
—Selle la fisura! —grito Vanderbilt al técnico, haciéndose oír en el tumulto.
—¿Que ha ocurrido? —preguntó Hui, hundiendo la cara en el hombro de Crane.
—No lo se, pero ¿sabes los controles activos que decías? Pues creo que Korolis puede haber encontrado uno.
—Y… Y el Complejo?
—Ya no queda nada.
—Oh, no… !No! !No! Tanta gente…
Hui empezó a llorar en voz baja.
El zarandeo fue amainando. Crane miró a su alrededor en la penumbra. Muchos pasajeros lloraban o gemían. A otros, asustados y nerviosos, les tranquilizaban los de al lado. Al parecer había un solo herido, el hombre que había rodado por el suelo. Crane apartó con suavidad a Hui y fue a atenderlo.
—¿Cuanto falta? —preguntó en voz alta a Vanderbilt.
El oceanógrafo se había levantado para ayudar al técnico a reparar la fisura.
—No lo se! —exclamo—. Se ha ido la corriente y no funcionan los sistemas. Ahora estamos subiendo por nuestra propia flotabilidad.
Crane se arrodillo junto al herido, que ya intentaba levantarse, aturdido pero consciente. Lo ayudo a sentarse y le vendo los cortes de la frente y el codo derecho. La luz del fondo marino se había apagado del todo. Dentro de la capsula no se veía absolutamente nada. Fue a tientas hacia Hui, con el agua por los tobillos.
Al sentarse sintió que pasaba alguien en la oscuridad.
—No podemos sellar la fisura. —Era la voz de Vanderbilt—. Mas vale que lleguemos pronto a la superficie.
—Ya han pasado los ocho minutos —dijo el técnico—. Tienen que haber pasado.
Justo entonces Crane vio (o le pareció) que la agobiante oscuridad de la cabina dejaba paso a un atisbo de luz. Noto que Hui le apretaba la mano. Ella también se había dado cuenta. La brusca ascensión pareció suavizarse, y su velocidad disminuyo. Una luz juguetona se empezó a difundir por la cabina, creando dibujos movedizos en verde y en intenso azul.
Lo siguiente fue una sensación inconfundible. Flotaban a merced de un suave oleaje.
Por toda la capsula surgieron gritos entrecortados de alegría. Hui todavía lloraba, pero Crane se dio cuenta de que eran lágrimas de felicidad.
Caminando por el agua, Vanderbilt llego a la escotilla de emergencia del techo de la capsula, pero en ese momento se oyó un grito en sordina al otro lado. Sonaron pasos en el techo y alguien hizo girar la palanca de la escotilla, que se levantó con un chirrido metálico.
Entonces, por primera vez en casi dos semanas, Crane vio la luz del sol y un cielo muy azul.
Todo era un atropello de salas y cubículos, y un murmullo de preguntas. Alguien le enfocó una luz muy fuerte en los ojos, primero el izquierdo y después el derecho. Le pusieron en los hombros un pesado albornoz de toalla. Después, con la circularidad de los sueños, Crane se halló nuevamente en la biblioteca de
Storm King,
solo, frente a la misma pantalla de ordenador de hacia doce días, la tarde de su llegada.
Se humedeció los labios. Quizá fuera un sueno. Quizá no hubiera sucedido de verdad y fuera todo una monumental fabulación de su cerebro, que empezaba llena de luz y de promesas, pero que lentamente derivaba en pesadilla. Ahora volvería la conciencia. La ilusión se desmoronaría como una vieja mansión, la razón camparía de nuevo por sus fueros y todo el edificio quedaría en evidencia como lo que era, un sueno sin pies ni cabeza.
De pronto se encendió la pantalla y apareció un hombre de aspecto cansado, sentado a una mesa, con traje oscuro y gafas sin montura. Entonces Crane supo que no era un sueno.
—Doctor Crane —dijo el hombre—, me llamo McPherson. Tengo entendido que el almirante Spartan le dio mi tarjeta.
—Si.
—¿Esta solo?
—Sí.
—Pues entonces le propongo empezar por el principio. No se deje nada.
Crane expuso lenta y metódicamente los acontecimientos de las últimas dos semanas. En general McPherson escuchaba sin moverse, aunque hizo algunas preguntas por las que supo que no todo era nuevo para el. Cuando el relato de Crane tocaba a su fin (la confirmación de la teoría de Asher, los actos de Korolis y el reencuentro con Spartan), la expresión de cansancio de McPherson se acentuó. Fue como si se oscurecieran las bolsas de sus ojos, mientras se le encorvaban los hombros.
Crane se calló; la sala se sumió en un profundo silencio. Al cabo de un rato McPherson salió de su ensimismamiento.
—Gracias, doctor Crane.
Cogió el mando a distancia que tenia al lado y se dispuso a interrumpir la conexión por video.
—Un momento —dijo Crane.
McPherson lo miró.
—¿No puede decirme nada sobre los saboteadores? ¿Que sentido tiene lo que hicieron, para empezar?
McPherson sonrió cansadamente.
—Me temo que podría haber muchas razones, doctor Crane, pero si, en respuesta a su pregunta le diré que puedo explicarle algunas cosas. Resulta que hemos estado investigando sus canales de comunicación, como tenia planeado Marris, y que hace menos de una hora ha sido detenida una persona en
Storm
King.
—¿Aquí? —dijo Crane—. ¿En la plataforma?
—El contacto de la doctora Bishopp. Aun no lo sabemos todo, pero si que se trata de un grupo de ideólogos profundamente contrarios a los intereses de Estados Unidos y empecinados en neutralizar nuestra capacidad de protegernos. Recluta a la mayoría de sus miembros en universidades, como se hacia con los espías de Cambridge: Kim Philby, Guy Burgess… Gente joven, impresionable y llena de nobles ideales, a la que es fácil influir y explotar. El grupo tiene muchos medios, aunque todavía no sabemos si su financiación es gubernamental, de algún país extranjero, o privada. Ya nos enteraremos. En todo caso su objetivo era impedirnos tomar posesión de la tecnología que había bajo el fondo del mar.
Una breve pausa.
—¿Y ahora que? —preguntó Crane.
—Se quedaran unos días con nosotros, usted, la señorita Ping y algunos de los demás, y al final de la investigación podrán irse libremente.