Read Todos nacemos vascos Online
Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Diego San José,Kike Díaz de Rada
Tags: #Humor
Conseguir ligar o no esa noche dependerá del dinero que hayan pagado a la
stripper
o del que pagarán posteriormente en la barra americana. Es un día grande en que se mezclan ingredientes muy apetitosos para un vasco de pro: la cena (la última), la juerga (una de tantas) y el sexo (de plástico).
Pasada la despedida de soltero, el vasco se casa. Y se
empufa
para toda su vida, sobre todo si vive en San Sebastián, donde el metro cuadrado cuesta más que una terraza en Mónaco. La edad media de casamiento son los
treintaitantos
, más o menos, por eso luego se tienen los hijos a toda hostia, por lo del arroz que se pasa.
Por lo general, al hombre casado le empieza a crecer la tripa considerablemente. Le crece más que a ella, que es quien está embarazada. Se han llegado a dar casos de tener que llevarlos a un hospital para ver si traían gemelos y descubrir que albergaban un chuletón de kilo trescientos en el vientre con otras guarniciones. Hay hombres que han llegado a jurar que sentían las pataditas del chuletón. A algunos varones incluso les crecen las tetas, y acaban teniendo más que su mujer. Hay varones vascos que cuando van de vacaciones a Parla y se quitan la camiseta para tomar el sol están haciendo
topless
.
De lo que ocurrió desde aquel «epa» en la barra del bar hasta la sala de partos pudieron pasar muchas cosas, como en todas las parejas del mundo, pero esto ya no es vasco; es universal, más bien, ¿no? Que cada cual imagine lo que quiera, pero en todas partes lo mejor de tener hijos es el momento de encargarlos. Luego llegan los problemas, las discusiones, los celos, la tapa del baño subida, llega… el divorcio.
Se suele decir que en el caso vasco, los primeros sesenta y cinco años de relación son los más difíciles, y luego ya viene todo rodado. Pero si el amor —por desgracia— desaparece, aparecen los papeles del divorcio por ley de vida y de los hombres. Entonces hay que repartir una vida en común a partes iguales siguiendo la receta tradicional, esto es, coger todo lo amasado conjuntamente y dividirlo entre dos. El problema está en decidir qué parte de la masa le toca a uno y qué parte le toca al otro. En la lista que sigue aparecen reflejados de mayor a menor frecuencia los motivos de discusión a la hora del reparto de bienes:
En el resto del mundo
En Euskadi
1º. La casa.
1º. La agenda de amigos.
2º. El coche.
2º. Lo que queda en el frigorífico.
3º. El perro.
3º. La escobilla del baño.
Efectivamente, el mayor problema en Euskadi surge cuando hay que repartirse la agenda de amistades, porque, una vez independientes, los cónyuges no podrán irse de cena en el mismo grupo de amigos. En el norte se cena mucho y se celebran muchas cosas a lo largo del año, vamos, que la casa es para toda la vida, pero el amigo también. Un vasco preferiría tener que vivir debajo de un puente antes que quedarse sin chistorrada con los amigos el día de Santo Tomás.
A veces, el desacuerdo les obliga a recurrir al clásico prorrateo facilón: «Tú de la A a la M, y yo, de la N a la Z». Lo malo de ese sistema es que te pueden tocar Aramburu y Gorrotxategi, que son unos sosos del copón, repiten postre y nunca pagan, y te has quedado sin los chistes de sobremesa de Urrutia para toda tu vida. Así que muchos procesos de divorcio se dilatan por este motivo.
Pero este conflicto, como cualquier problema personal en Euskadi, se arregla alrededor de una mesa con comida, y es que los tragos no son tan amargos si se empujan con un bocado. Así que ahora la cuadrilla se alegra de poder celebrar la despedida de casado con más pollas de plástico en la cabeza, acogiendo en su seno al hijo pródigo, que regresa al hogar. Bueno, en realidad, nunca se fue.
Hemos separado el sexo de la pareja y el matrimonio por motivos obvios. Porque en el matrimonio no hay sexo. ¿Y fuera de él? Tampoco.
Sobre por qué no se folla en Euskadi se ha especulado mucho. Hay quien dice que se debe al clima, que no invita. Un país norteño, rodeado de montes, en fin, produciría una cierta frialdad entre sus habitantes… Ya, pero ahí están los gnomos, mucho más al norte y bien cariñosos que son. ¿Que sólo se frotan sus narices para demostrarse cariño? ¿Y los vascos qué nos frotamos, eh? Algún anunciante de detergentes dijo aquello de «El frotar se va a acabar», y en el País Vasco se lo tomaron demasiado en serio.
El problema es que, en general, no se habla del tema; por eso, cuando un vasco tiene contacto con el sexo por primera vez, le suele causar un
shock
emocional del que tardará en recuperarse. Y no nos referimos al contacto con las
pelis
porno de la tele, sino al contacto de verdad, al primer día que ves a tus propios padres besándose. A nuestro amigo Txomin de Arrigorriaga le pasó eso: sorprendió a sus padres uniendo sus labios y al día siguiente convocó a los medios de comunicación para dar una rueda de prensa. Éstas fueron algunas de sus escalofriantes declaraciones:
—Txomin, ¿puedes contarnos qué viste?
—Iba a la cocina a beber un vaso de agua, y… No puedo, es muy fuerte. Llegué a la cocina y… allí estaban. De pie, junto al fregadero, el cuerpo de mi padre y de mi madre…, los dos juntos, pero sólo había una cabeza.
—Txomin, y al ver dos cuerpos con una cabeza solamente, ¿no pensaste que pudiera tratarse de un extra-terrestre?
—Sí, fue lo primero que pensé, pero en el cuerpo que llevaba pantalones sobresalía un pañuelo moquero del bolsillo posterior, y eso sólo lo llevan dos personas en todo el cosmos: Cantinflas y mi padre.
—¿Qué le hacía tu padre a tu madre?
—Él la tenía agarrada por la cintura y pegaba su boca a la de mi madre, como un desatascador se aferra a un desagüe. Succionando…
—¿Fue un beso húmedo, entonces?
Nuestro amigo Txomin se desmayó al oír «beso húmedo». En la actualidad, sus padres se siguen besando a escondidas, como tiene que ser. No hay nada más desagradable para un vasco que ver a sus padres en actitud sexual. Y no digamos nada si los pilla jadeando entre las sábanas.
¿Por qué le supuso a Txomin un trauma el ver a sus padres besándose? Lógico, en casa nunca le habían hablado de sexo. Ni en casa, ni en la escuela, ni en la cuadrilla. Por eso, cuando un vasco tiene que vérselas con el sexo, no siempre sale bien.
Pero que el vasco necesita el sexo para vivir es un hecho constatado; según fuentes escritas, se gasta al año cuarenta millones de euros en prostitución, sin contar las copas y el alterne. Con ese dinero podríamos construir el tren de alta velocidad, fichar a Ronaldinho para el Alavés o construir el tan esperado teleférico a Cuba.
El vasco suele ir de putas con los amigos, pero sin comentarios ni mesas redondas posteriores. Un vasco nunca comenta con otro vasco los detalles de su encuentro sexual con una profesional. Ni siquiera comenta que vaya a tenerlo. Si la cuadrilla va una noche a un club de alterne, se dirige a la barra sin hablar del tema, como quien entra a una churrería charlando de fútbol o de otra cosa, y en el momento en que cada uno se encierra en la habitación con una mostrenca bielorrusa con más ubre que la Ramona, la despedida suele ser así:
—¿Contra el Numancia juega el Athletic dentro de dos semanas? Bueno, luego estamos.
—No, contra el Valladolid, creo. Sí, luego estamos.
Y ojo, que la cosa no queda ahí. Que el vasco puede salir del nido del amor subiéndose la bragueta después de estar tres cuartos de hora panza arriba con una muchacha que podía ser su sobrina y su primera frase es:
—Pero antes del Valladolid juega contra el Betis, creo.
En Euskadi nunca se llena la última fila del cine, eso explica que haya tanto director de cine y tan poco público, porque el vasco no va al cine a meterse mano, no; al cine se va a comer. Podemos hacer un inventario de las cosas que se venden a la entrada de un cine: todo es comestible.
Y así como en el resto de los lugares un acomodador te podría echar de la sala si te ve metiéndole mano a alguien, en Euskadi si te pilla te pide un autógrafo. Nos asegura nuestro amigo Txomin que en cierta ocasión fue con una chica al cine Leidor de Tolosa y se paró la proyección de
Matrix
porque les descubrió el acomodador en plena faena. Hubo una ronda de aplausos y hasta les dieron doble ración de palomitas a petición del empleado.
—El cine Leidor se complace en anunciarles que después de cincuenta años, ¡por fin hemos estrenado las butacas de la última fila! Enciendan sus teléfonos móviles para contárselo a sus amigos.
Los vascos, en términos generales, la tenernos corta. ¡¿Qué se le va a hacer?! En el reparto de apéndices colgantes y salientes nos ha tocado nariz generosa y mucho cartílago en las orejas, pero en la zona pélvica no sobresale nada. Los negros, sin embargo, no tienen apenas nariz ni orejas, y todo el pellejo se les ha concentrado en una zona.
Para el vasco, no nos vamos a engañar, esto es un problema con el que hay que convivir. Y tenemos que agradecer todos los intentos que se hacen desde el sector femenino para consolarnos: «El tamaño no importa», «Más vale pequeña y juguetona», etc. ¡Mentiras piadosas! No seamos hipócritas, si el tamaño importa en todos los órdenes de la vida, ¿cómo no va a importar en el miembro? ¡Claro que importa! La prueba la tenemos en los vestuarios de los gimnasios y las piscinas. El que la tiene pequeña se cambia de espaldas, rápido y sin llamar la atención. El bien dotado, por el contrario, se permitirá el lujo de dar la cara —y no sólo la cara— a todo el mundo, y llamará la atención con algún comentario carente de sentido para mostrar sus atributos mientras se los seca y se los menea, por si hay alguien que no se haya fijado todavía. Y la otra tontería: «Más vale pequeña y juguetona»… ¡Por favor! Más vale que sea juguetona, de acuerdo, pero si es grande y juguetona, pues mejor, más juguete. A todos nos han regalado un Tente o un Exin Castillos, ¿no? ¿Y cuál preferíamos? El de la caja grande, lógico, porque se podían hacer muchas más cosas. Con uno de caja grande te pasabas la tarde entera jugando y no acababas de montarlo del todo. Con el de la caja pequeña sólo podías hacer una cosa, lo que venía en la foto. Por lo tanto, asumámoslo, es mucho mejor ser negro.
Pero lo que sí es cierto es que el vasco le ha sacado mucho partido a su carencia. Toda la rabia que este complejo genera, que no es poca, la ha encauzado hacia la consecución de hazañas inigualables.
Se cree que en la Edad Media el vasco empezó a tener noticias de que por el sur peninsular había otras anatomías más espléndidas que la suya de cintura para abajo, o sea, que vio al primer moreno desnudo. Esto supuso un golpe muy duro, que puso en peligro todo el sistema de poder de la época. Aquellos «hombres trípode» representaban una amenaza, había que hacer algo. Y la única salida posible fue el mar. El vasco se hizo conquistador. La historia está plagada de grandes conquistadores y navegantes vascos, desde Colón (que era vasco) hasta Cousteau (esa nariz…). El único inconveniente era que las tierras que conquistaban solían estar pobladas por… hombres sin nariz.
Lo hemos dicho en numerosas ocasiones: para el vasco es más fácil dar la vuelta al mundo en un velero que adentrarse en el mundo de las relaciones de pareja. Si la relación es de amistad, no hay ningún problema, el vasco es fiel y amigo de sus amigos. ¿Cómo creen que salió la frase «Del Caserío me fío»? ¿Por casualidad? Para nada, en el mundo del
marketing
no hay casualidades. Podía haber sido «De la masía me fío» o «De las casas colgantes me fío», pero lo que realmente da confianza es lo vasco. Algún listillo apuntará que lo que pasa es que «caserío» rima con «me fío»; vale, pero aunque «masía» rima con «garantía» y «casa colgante» con «fascinante», nadie lo usó como eslogan. Porque el vasco es amigo de sus amigos y no traiciona. Así, si un queso vasco tiene que fundirse, sabes que se funde, y si tiene que rallarse, no te dará problemas, parecerán virutas. El asunto se complica cuando, tras la fase de la amistad, empieza la fase del cuerpo a cuerpo, y no digamos nada cuando comienza el intercambio de fluidos. Ahí del vasco no te puedes fiar. En un caserío no se folla.
Que no sirvan estas líneas para su desánimo, todo lo contrario, hay que acabar con esta fama de «navegante en solitario» que tenemos. Pero no nos vamos a precipitar, estas cosas hay que hacerlas bien. Si usted es vasco y quiere echarse amante, preste atención al siguiente cuadro de compatibilidades. No todos los tipos de uniones son igual de fructíferas para un vasco. Incluso hay uniones imposibles. Ponemos a su disposición un material indispensable, algo que se debería enseñar en los colegios. Evitaríamos mucho sufrimiento y frenaríamos la masiva llegada de psicoanalistas, que se están haciendo de oro gracias al «trauma vasco».
Vasco y catalana: unión imposible
El vasco anhela lo que tiene la catalana, pero la catalana desea lo que tienen otros. La catalana utilizará el ímpetu del vasco para conseguir independizarse de sus padres, pero luego lo dejará tirado y formará un tripartito con dos amantes. El vasco terminará sufriendo. Unión idónea para salir de copas pagando tú siempre y echar un polvo de vez en cuando, pagando también tú.
VASCA - CATALÁN:
No se han descrito incompatibilidades
Vasco y andaluza: nada recomendable
En el vasco, la procesión va por dentro. Él jamás entendería lo de beberse el tomate (la andaluza se empeñará en llamarlo gazpacho), pero el vasco sabe que el tomate es una salsa, no una bebida. Esto provocará muchas discusiones a la hora de salir a cenar. Se han dado casos de andaluzas que han querido reproducir la escena erótica de la nevera de
Nueve semanas y media
, ésa en la que Micky Rourke y Kim Bassinger se pringan el cuerpo con comida. Un vasco nunca jugaría con la comida. Unión perfecta para una buena amistad durante el primer trimestre del año. En cuanto llega la Feria de Abril, el vasco huye del flamenco y del vino que no es tinto.