Y entonces, mientras permanecía completamente inmóvil, con las manos asidas al mango del plumero, el aire se avivó, y hubo
otro
cambio,
otra
presencia en la atmósfera. En alguna parte, algo acababa de estallar. Algo pesado como una gran bola y frágil como el vidrio; y había estallado, pues el aire circulaba libremente y el tenso y doloroso peso de la vacuidad se había desvanecido, llevándose consigo el insistente golpeteo. Aunque no había oído nada, sabía que ya no estaba solo. El castillo volvía a respirar.
Retornó a la hamaca, extrañamente contento y extrañamente perplejo. Se tumbó, con una mano detrás de la cabeza y la otra colgando por el borde de la hamaca en cuyas cuerdas alcanzaba a sentir el ronroneo de un castillo con vida. Entornó los ojos. ¿Cómo había muerto lord Sepulcravo? Excorio no había mencionado que estuviera enfermo. Pero de eso hacía mucho tiempo. ¿Cuánto tiempo? Con un sobresalto que le hizo abrir los ojos, se dio cuenta de que había transcurrido más de un año desde que el flaco criado le trajera la noticia del nacimiento de Titus. Lo recordaba todo claramente. El chasquido de las rodillas de Excorio. El ojo pegado a la cerradura. Los nervios. Pues Excorio había sido su último visitante. ¿Podía ser que durante más de un año no hubiera visto a un alma viviente?
Rottcodd pasó los ojos por el dorso de madera de una nutria moteada. Podían haber sucedido mil cosas durante este año. De nuevo se sintió muy inquieto. Cambió de posición en la hamaca. Pero, ¿qué
podía
haber sucedido? ¿Qué podía haber sucedido? Chasqueó la lengua.
El castillo respiraba. Muy por debajo de la Galería de las Tallas Brillantes, la rueda de Gormenghast volvía a girar. Después del vacío era como si ascendiera un tumulto a través de él, aunque no había oído ningún sonido. Y sin embargo, a estas horas ya habría puertas abriéndose; habría ecos por los pasillos, y rápidas luces oscilando a lo largo de las paredes.
Las pasiones terrenales deambularían por los alvéolos de piedra. Habría lágrimas, y habría extrañas carcajadas. Nacimientos y muertes crueles bajo los techos umbrosos. Y sueños, y violencia, y desencanto.
Y pronto habrá un flamígero amanecer verde. ¡Y el amor mismo llamará a la insurrección! Pues mañana es también un día… y Titus ha entrado en su fortaleza.
FIN
[1]
Halma: (de «salto» en griego) es un juego de tablero inventado a finales del siglo XIX por George Howard Monks, cirujano plástico norteamericano en la Escuela Médica de Harvard. La inspiración fue un juego inglés llamado «hoppity», concebido en 1854. [N. del E.]
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