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Authors: Christian Cameron

Tags: #Bélico, Historia, Histórico

Tirano (57 page)

BOOK: Tirano
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Y Kam Baqca le hizo una mueca con una mirada muy masculina en su rostro maquillado.

—Es cuanto puedo ver —dijo, con voz lastimera—. ¿Tú también?

—Sí —dijo Kineas—. Ahora me viene aun estando despierto. Kam Baqca asintió.

—Cada vez será más frecuente. Eres un soñador muy dotado.—Mirólashojasdesuté—. Por primera vez, comienzo a aguardar la muerte con esperanza, pues no puedo soportar ver el monstruo cruzando la estepa: el profanador, el tirano. Todo lo que toca queda contaminado, desnudo, muerto. A mí se me llevará bastante pronto. —Entornó los ojos—. Mi cuerpo será estiércol para el monstruo —susurró.

Kineas miró al rey y a Marthax. Marthax parecía fingir que no había oído nada. El rey apartó la mirada, avergonzado o entristecido.

—Es lo único que puedo ver —dijo Kam Baqca otra vez—. No soy de ninguna utilidad para el rey, y temo decirle algo, no vaya a ser que le meta prisa por iniciar la batalla. He levantado a los espíritus que van a luchar; he hecho lo que podía. Ahora sólo me queda sentarme, beber té y aguardar mi destino.

Kineas asintió.

—Está cerca —dijo. Se encontró con que, pese a todo, deseaba consolarla.

Ella le miró por encima del borde del tazón, y sus ojos lo atrajeron de nuevo. Kineas apartó la vista para no volver a caer en el sueño. El olor de su droga era intenso. Le dijo:

—Kineas, todo está en equilibrio en el filo de un cuchillo.

El rey no le hizo ningún caso y señaló hacia la estepa.

—No lo hemos retrasado tanto como esperábamos. Su vanguardia llegará aquí mañana, o pasado a más tardar.

Kineas asintió. El rey encogió un poco los hombros.

—Desde que comenzamos a hostigarlo, ha forzado la marcha. Su ejército está herido: tal como dice Marthax, lo hemos castigado mucho. Cuanto más rápido avanza, más rezagados tiene; y ningún rezagado vive para ver otro amanecer. Pero ahora avanza deprisa. Un día más; tal vez dos. Lo deja todo atrás con tal de no perder velocidad.

Kineas asintió.

—Será mejor reagrupar a los clanes. Queremos al ejército a este lado del río antes de que Zoprionte cierre el vado.

El rey le lanzó una mirada de enojo.

—Lo hago tan bien como puedo, hiparco.

Kineas hizo una reverencia.

—Déjame ayudar.

La batalla estaba más cerca; una semana más cerca de lo que había esperado. Una semana menos de vida. Cuando se permitía pensar en ello, ni estaba completamente comprometido con la idea de la muerte, ni había considerado detenidamente todas las ramificaciones de su sueño. El campo de batalla, por ejemplo. Si su sueño era exacto, la batalla no se libraría en el Gran Meandro. Aquella idea ya había aparecido en el escenario de su mente con anterioridad, pero esta vez, reciente la visita al rey y llevado por un arrebato de excitación y preocupación, Kineas decidió hacer algo al respecto.

Y el momento para hacerlo era ya. Su batalla estaba al caer, a no más de dos días. Dedicaría una hora para pensar sólo en cómo se desarrollaría la batalla. Fil ocles había puesto en entredicho sus asunciones, y Filocles llevaba razón.

Llamó a Niceas y le ordenó que fuese a buscar a Herón, el hiparco de Pantecapaeum. Herón había aprendido unas cuantas lecciones con Cleito. Si bien tres semanas no le habían transformado en la imagen de Héctor, si bien todavía no había aprendido a ser cortés, profesional o educado, sí que había aprendido a guardar silencio. Asistía a todas las reuniones de mandos griegos manteniéndose un poco separado de los demás, vacilando un poco antes de hacer comentarios o reír. Era un hombre alto, y destacaba entre ellos, silencioso y, a veces, hosco.

Kineas quería darle un nuevo comienzo y así hacer que mejorara su autoestima.

—Herón —dijo Kineas cuando éste se presentó.

—Hiparco —contestó. Herón con un saludo civil.

Era tan alto que parecía torpe, y sus piernas eran demasiado largas para tener buen aspecto montado a caballo. Y era adusto, quizás una reacción por haber nacido feo. Cruzó los brazos, no porque estuviera nervioso sino porque eran tan largos que algo tenía que hacer con ellos. Kineas, que era demasiado bajo para ser considerado realmente apuesto, sintió cierto compañerismo por aquel muchacho desgarbado. Había algo en Herón que inducía a pensar que, pese a su actitud, cuando le ponían a prueba no se le encontraban deficiencias.

Después de ofrecerle vino, Kineas fue directo al grano.

—Necesito que se explore el río, al norte y al sur. Los sakje me dicen que no hay más vados en cien estadios; me gustaría comprobarlo por mí mismo. Voy a darte los mejores exploradores de cada escuadrón. Primero id hacia el sur; la mayor calamidad, en este momento, sería que Zoprionte se situara entre nosotros y Olbia.

Kineas hizo una mueca al hacer ese comentario. Con la traición del arconte, si Zoprionte lograba colarse al sur de su posición, su ejército podría descansar en Olbia, recibir suministros y marchar río arriba sin trabas. Se le había ocurrido que Zo prionte quizá marchara directamente sobre Olbia, confiando en el transbordador de la desembocadura del río para que su ejército cruzara y desde allí dirigirse a la ciudad.

Ésa era una posibilidad para la que Kineas y el rey no tenían previsto ningún plan. Kineas se pasó la mano derecha por la frente y por la nariz, suspiró y levantó la vista hacia Herón, que guardaba silencio.

—Hay que explorar el río hacia el sur hasta el meandro de la arboleda. Haz que tus hombres prueben el agua, que la miren con detenimiento. No podemos permitirnos una sorpresa. En cuanto hayáis peinado el sur, regresad aquí y continuad por el norte.

Herón se irguió.

—Muy bien. —Saludó con poco garbo—. Entiendo que me envías desde el campamento. ¿Dónde encuentro a esos exploradores selectos?

Kineas hizo una seña a Niceas.

—Crax, Sitalkes, Antígono y veinte más que tú elijas, Niceas.

Y Likeles; con Laertes como hipereta en funciones.

A Niceas le temblaron las cejas.

—Sí, hiparco —dijo, con un asomo de descontento en la voz.

—Herón, esta tarea es vital. Hazla bien. Escucha a Likeles y Laertes. Cabalgad como el viento. Tengo que saber que mi flanco está seguro antes de que anochezca mañana.

Herón saludó.

Nada en él traslucía que estuviera contento de que le hubieran encomendado una misión importante, como tampoco reveló ningún indicio de insubordinación. Se marchó, con la espalda muy tiesa, y Niceas sacudió la cabeza.

— Diodoro habría sido más idóneo, si me permites decirlo. Kineas cogió su manto de su fardo junto al fuego y se lo echó por encima de los hombros.

—Necesito a Diodoro. Quizás entremos en combate mañana por la noche. —Encogió los hombros—. Llámame loco, si quieres; algo me dice que Herón lo hará bien, y de él puedo prescindir. —Se estremeció.

Caía la noche y el peso de todas sus responsabilidades le apartaba todo pensamiento racional de la mente. Zoprionte… ¿Por dónde intentaría cruzar? ¿Marcharía sobre Olbia? Y los olbianos… ¿Lucharían? ¿Su nueva tentativa democrática resistiría toda una noche de frío la víspera de la batalla o se diluiría antes de empezar? Comida, leña, forraje para los caballos, el número de monturas lisiadas. Srayanka todavía estaba al otro lado del vado, igual que la mitad de la caballería sakje y casi todos los jefes de clan. Srayanka… Puso freno a aquellos pensamientos.

—Zeus, guíame —murmuró.

Niceas le puso un cuenco de té caliente entre las manos y él bebió, y se estremeció cuando el calor le bajó por la garganta.

—Gracias —dijo Kineas—. Ahora tráeme a todos los oficiales griegos, Menón incluido. Ha llegado la hora de que hablemos sobre cómo vamos a luchar.

Diodoro llegó el primero. Pese a sus preocupaciones, Kineas se puso contento al constatar con cuánta naturalidad se había adaptado Diodoro al mando. En efecto, ahora costaba imaginar que aquel hombre hubiese sido un caballero metido a soldado de caballería durante cuatro años de campaña, refunfuñando cuando le tocaba hacer turnos de guardia, quejándose del peso de las jabalinas. Parecía más alto, y su espléndido peto, su casco con penacho, incluso su porte, con las piernas un poco separadas y la mano en la cadera, decían que era un comandante, así como las ligeras ojeras que ensombrecían su mirada.

—Apenas te he visto —dijo Kineas tendiéndole la mano.

Diodoro se había puesto al mando de los piquetes que rodeaban el campamento en cuanto Kineas tomó el mando de los olbianos. Estrechó la mano de Kineas y cogió una copa de vino caliente que le llevó uno de los sindones que había en torno a la hoguera.

—Cleomenes —dijo en voz baja—. Menudo cabrón. Peor que en casa.

Kineas levantó una ceja, consciente de que Diodoro se refería a los treinta tiranos de Atenas.

—La votación no fue reñida. Los hombres cumplirán.

Diodoro sacudió la cabeza.

—Lo vi venir. Filocles lo vio venir, todos lo vimos y no pudimos hacer nada para impedirlo. —Bebió un trago de vino y miró a Eumenes, que estaba de pie con Ajax junto al fuego—. Y el padre de ese chico mató al viejo Cleito. ¡Es peor que en la jodida Atenas! —Sacaba chispas por los ojos—. Y ahora el cabrón puede ir al sur y tener una base.

Kineas asintió, observando el manto negro de Menón aproximarse a la hoguera.

—Estoy tomando precauciones.

—Si lo sabe, puede atajar derecho hacia el sur, marchar dejando atrás nuestras posiciones y cruzar con el transbordador.

Diodoro dibujó un mapa aproximado en el suelo chamuscado del borde del hoyo de la hoguera. Kineas alzó las manos a los dioses.

—Creo que no lo hará. Creo que la imagen que tiene de sí mismo, la idea que tiene de quién es, le exigirá venir directamente al encuentro de nuestro ejército y librar batalla. —Frunció el ceño—. Cleomenes…, estoy dando por sentado que está a cargo de la ciudad; está arriesgando mucho. A cambio de poder personal ha vendido nuestro futuro. Ahora, si perdemos, Zoprionte se hará realmente con la ciudad. Y si Zoprionte lo sabe, aún tiene más motivos para presentar batalla. Debe de pensar que con una gran batalla todo el mar de hierba será suyo: las ciudades del Euxino, el oro de los escitas, todo.

Mientras hablaban, los demás se habían congregado y la última luz se había ido del cielo, de modo que un círculo de rostros, pálidos y oscuros, escuchaban atentamente la conversación de Diodoro y Kineas acerca de la campaña. Men ón estaba con su lugarteniente, Licurgo, y el comandante de la falange de Pantecapaeum, Kleistenes. Nicomedes estaba con Ajax, y Leuconte con Eumenes y Niceas.

Kineas se volvió de cara a ellos.

—La espera ha terminado. Zoprionte ha tardado poco. Se gún el rey, durante la última semana ha abandonado a los débiles y los heridos para avanzar más deprisa, y lo tenemos casi encima. Mañana el rey hará regresar a los clanes que han hostigado a las huestes de Zoprionte. Mañana hay que ponerse en estado de alerta desde la salida del sol. La falange de Olbia se situará al norte del vado, justo aquí, a los pies de nuestra colina. La falange de Pantecapaeum lo hará al sur del vado. En cuanto estéis en vuestro sitio, ensayad el cierre del vado. —Kineas dibujó en la tierra negra—. La falange de Olbia practicará cerrar filas y marchar por hileras hacia la izquierda; la de Pantecapaeum practicará la marcha por hileras hacia la derecha. Como veis, esto nos permitirá cerrar el vado deprisa, sin pánico.

Todos los oficiales asintieron. Menón resopló.

—No necesitamos practicar la marcha por hileras, hiparco.—Kineas miró a Menón. Menón le sostuvo la mirada, pero cedió—. Bien, de acuerdo. Marcharemos arriba y abajo unas cuantas veces.

Kineas transigió.

—Aunque los hombres no necesiten hacer prácticas, ayudará a mostrar a los sakje lo que estamos haciendo.

—Está bien —dijo Menón—. ¿Qué harán los elegantes chicos de la caballería mientras nosotros pisoteamos la tierra?

Kineas señaló hacia la penumbra del oeste.

— Diodoro y Nicomedes llevarán a sus hombres a través del vado en cuanto amanezca. Establecerán una línea de piquetes hasta a cinco estadios del vado. Diodoro estará al mando. Se asegurará de que el vado no sea tomado por sorpresa. Vigilará el paso de los clanes que regresen y les proporcionará un heraldo para cruzar el vado. Leuconte mantendrá a sus hombres aquí, como reserva, y como mensajeros para mí y también para el rey, si es que los necesita. Leuconte tomará el mando de los hombres de Pantecapaeum hasta que regrese su hiparco. ¿Todo el mundo lo entiende? Vamos a garantizar la seguridad del vado hasta que el ejército del rey haya regresado. La pérdida del vado por un ataque sorpresa sería una catástrofe.

Ajax levantó una mano.

—¿Hay otros vados?

Kineas se rascó la barba con la mano derecha.

—Los sakje dicen que no. Tengo a Herón de Pantecapaeum explorando el río cien estadios aguas arriba y abajo para asegurarme. —Puso una cara avinagrada—. Tendría que haberlo explorado hace tres días. Ahora andamos escasos de tiempo. ¿Más preguntas?

Menón gruñó.

—Si al final vienen por el vado, ¿qué pasa?

Kineas levantó la voz.

—Mañana, y hasta que diga lo contrario, si intentan tomar el vado, cerramos filas y los detenemos. No es la batalla que deseo, pero no podemos ceder el vado hasta que nuestro ejército esté de vuelta. De modo que para mañana éste es el único plan que tenemos: no ceder terreno.

—Me gustan los planes simples —asintió Menón—. ¿Será muy grande la batalla? ¿Tan grande como la de Issos?

Kineas meditó lo que el rey le había dicho y lo que había visto en la hoguera de Kam Baqca.

—Sí. Tan grande como la de Issos.

Menón señaló con el pulgar al corrillo de sindones que había junto a una hoguera cercana.

—¿Dónde tienes previsto ponerlos?

Kineas negó con la cabeza.

—No lo he pensado —dijo, sintiéndose idiota. Menón tenía la habilidad de crisparle en lo profesional.

Menón sonrió.

—Los psiloi no pueden ganar un combate, pero son capaces de cambiarlo. Yo los situaría en los árboles que hay cerca del vado, desde donde tendrán un buen tiro con sus arcos, directo a los costados sin escudos de los taxeis. Déjalo de mi mano.

Kineas estuvo de acuerdo.

—Pues reúnelos con los hoplitas —dijo—. ¿Algo más?

Nicomedes se inclinó hacia delante.

—¿Qué probabilidades tenemos? —preguntó.

Kineas sonrió sin separar los labios.

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