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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (51 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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Entró en una descripción detallada de aquel proceso que pareció ser principalmente en su propio idioma. Algo le hacía algo a algo. Pero lo ilustró soplando la punta de una rama que ardía delante de su boca, hasta que estalló una llama amarilla.

—Los fuelles son como bolsas de piel de ciervo, se las aprieta una y otra vez con manos de madera, paredes de madera con una bisagra —agitó las manos enérgicamente—. Los dispositivos pueden ser impulsados por el río. Cualquier trabajo puede ser relacionado con la fuerza de la corriente de los ríos, y esta fuerza puede aumentar enormemente. Por lo tanto la fuerza del río se convierte en vuestra fuerza. La fuerza del Niágara pasa a estar a vuestras órdenes. Podéis hacer discos de metal con bordes dentados, conectarlos al río, y cortar los árboles como si fueran palillos, cortar árboles a lo largo para hacer tablas para construir casas y barcos. —Hizo un gesto señalando a su alrededor—. El bosque cubre la mitad oriental de la isla Tortuga. Hay infinidad de árboles. Podríais construir cualquier cosa. Grandes barcos para cruzar los grandes mares, para llevar la lucha a las costas del invasor. Cualquier cosa. Podríais navegar hasta ese país y preguntarle a su gente si quiere ser esclava de un imperio, o una tribu entretejida en la trama de la liga. ¡Cualquier cosa!

Deloeste hizo una pausa para echar otra calada a la pipa. El Guardián del Wampum aprovechó la oportunidad para decir:

—Siempre hablas de peleas y de luchas. Pero los extranjeros que habitan la costa han sido muy amables y solícitos. Comercian con nosotros, nos dan armas a cambio de pieles, no nos disparan, ni nos temen. Hablan de su dios como si no fuera asunto nuestro.

Deloeste asintió con la cabeza.

—Y así será, hasta que miréis a vuestro alrededor y os deis cuenta de que estáis rodeados de extranjeros, en vuestros valles, en fuertes sobre vuestras colinas, e insistiendo en que son dueños de la tierra de sus granjas como si de su bolsa de tabaco se tratara, y deseando dispararle a cualquiera que mate allí a un animal, o a cualquiera que corte un árbol. Y llegado ese punto dirán que su ley gobierna a vuestra ley, porque ellos son más y tienen más armas. Y tendrán guerreros permanentemente armados, listos para defenderlos y atacar en cualquier momento y en cualquier parte del mundo. Y entonces vosotros estaréis corriendo hacia el norte para intentar escapar de ellos, dejando atrás esta tierra, la tierra más alta del mundo.

Saltó para mostrar qué alta era. Muchos rieron a pesar de su consternación. Lo habían observado mientras aspiraba tres o cuatro largas caladas a la pipa, y para entonces ya todos habían dado una, así que sabían lo alto que debía sentirse. Ahora los estaba dejando, todos podían verlo. Comenzó a hablar como si estuviera muy lejos de allí, desde dentro de su espíritu, o afuera entre las estrellas.

—Traerán enfermedades. Muchos de vosotros moriréis de fiebres y de infecciones que parecerán salir de la nada y que se propagarán de persona a persona. Las enfermedades os comen por dentro, como el muérdago, crecen en vuestro interior en todas partes. Pequeños parásitos dentro de vuestro cuerpo, grandes parásitos fuera de vuestro cuerpo, gente que vive de vuestro trabajo aunque se queda del otro lado del mundo, obligándoos a hacerlo a fuerza de leyes y de armas. ¡Leyes como muérdago! Para financiar los lujos de un emperador de todo el mundo. Tantos de ellos que podrán cortar todos los árboles del bosque.

Respiró profundamente, y sacudió la cabeza como un perro para salir de aquel lugar oscuro.

—¡Bueno! —gritó—. ¡Entonces! ¡Tenéis que vivir como si ya estuvierais muertos! Vivir como si ya fuerais guerreros capturados, ¿comprendéis? Los extranjeros de la costa tienen que ser resistidos y empujados hasta una ciudad puerto, si podéis hacerlo. La guerra llegará finalmente; no importa lo que vosotros hagáis. Pero cuanto más tarde llegue tanto más podréis prepararos para enfrentarla y si es posible ganarla. Después de todo, defender un hogar es más fácil que conquistar el otro lado del mundo. ¡Así que podríamos triunfar! Desde luego que debemos intentarlo, ¡por todas las generaciones que vendrán después de nosotros! Otra larga inhalación de la pipa.

—¡Por lo tanto, pistolas y cañones! ¡Armas grandes y pequeñas! Pólvora. Aserraderos. Caballos. Solamente con estas cosas, podríamos conseguirlo. Y mensajes en canoas hechas de corteza de abedul. Una marca particular para cada sonido de las lenguas. Se hace la marca, se hace el sonido. Es fácil. Entonces se puede hablar así todo el tiempo, a grandes distancias de tiempo y espacio, entre hablantes y oyentes. Estas cosas se están haciendo por toda la otra mitad del mundo. Escuchad, vuestra isla está aislada de la otra por mares tan inmensos que vosotros habéis vivido como en otro mundo, durante todos estos siglos desde que el Gran Espíritu creara a la gente. ¡Pero ahora los otros están llegando aquí! Para enfrentarlos tenéis solamente vuestra inteligencia, vuestro espíritu, vuestro coraje y el acuerdo de vuestra nación, como la trama y urdimbre de vuestras cestas, tanto más poderosa que cualquier simple reunión de saetas. ¡Más poderosa que los cañones!

De repente miró hacia arriba y se lo gritó a las estrellas que iluminaban el cielo del este.

—¡Más poderosa que los cañones!

A las estrellas que iluminaban el cielo del oeste.

—¡Más poderosa que los cañones!

A las estrellas del norte.

—¡Más poderosa que los cañones!

A las estrellas que había al sur.

—¡Más poderosa que los cañones!

Muchos gritaron con él.

Esperó otra vez a que se hiciera el silencio.

—A cada nuevo jefe se le permite pedir al consejo de sachems reunido para honrar su nombramiento, que considere algún punto de política. Ahora les pido a los sachems que consideren el tema de los extranjeros en la costa oriental, y que consideren también resistirse a ellos y aprovechar la fuerza del río para fabricar armas y llevar a cabo una campaña general contra ellos. Pido a los sachems que persigamos nuestro propio poder en el manejo de los asuntos que nos incumben.

Juntó las manos y se inclinó.

Los sachems se pusieron de pie.

El Guardián dijo:

—Ahí hay más de una propuesta. Pero tendremos en cuenta la primera; ésa cubrirá a las demás.

Los sachems se reunieron en pequeños grupos y comenzaron a discutir, Golpear la Piedra hablando rápido como siempre, y Iagogeh se dio cuenta de que estaba argumentando en favor de Deloeste.

Se exigía que todos estuvieran de acuerdo en decisiones de este tipo. Los sachems de cada nación se dividían en grupos de dos o tres hombres cada uno, y hablaban entre ellos en voz baja, muy concentrados unos en otros. Cuando decidían la actitud que tomaría cada grupo, uno de ellos se reunía con los representantes de los otros de esa nación: cuatro para los Guardianes de la Puerta y para los Pantaneros. Éstos discutían también durante un rato, mientras los sachems terminaban su consulta con la pipa. En seguida uno de los sachems de cada nación transmitía la decisión tomada a los otros ocho, y ellos veían cuál era su posición.

Esa noche, la conferencia de los ocho representantes duró largo rato, tanto que la gente comenzó a mirarlos con curiosidad. Unos años antes, cuando discutían acerca de qué hacer con los extranjeros en la costa oriental, no habían podido llegar a un acuerdo, y no se había hecho nada. Por casualidad o deliberadamente, Deloeste había traído a colación otra vez uno de los problemas más importantes y no resueltos de la época.

Ahora ocurría algo similar. El Guardián pidió que se interrumpiera la conferencia y anunció a la gente:

—Los sachems volverán a reunirse mañana por la mañana. El asunto que están tratando es demasiado complejo para concluirlo esta noche, y no queremos retrasar más el baile.

La decisión fue apoyada por todos. Deloeste hizo una gran reverencia ante los sachems, y se unió al primer grupo de bailarines, quienes dirigían al resto con el traqueteo de los caparazones de tortuga. Cogió uno de aquellos instrumentos y lo sacudió enérgicamente, tan extrañamente como había hecho con el bate de lacrosse. Había cierta fluidez en sus movimientos, muy diferentes a los de la forma de bailar de los guerreros hodenosauníes, que se parecían más a ataques con tomahawks, extremadamente ágiles y enérgicos, saltando en el aire una y otra vez, cantando sin cesar. Un lustre de sudor cubrió rápidamente los cuerpos, y el canto fue interrumpido por fuertes jadeos para recuperar el aire. Deloeste observaba aquellas evoluciones con una sonrisa de admiración, negando con la cabeza para indicar lo lejos que él estaba de aquellos bailarines. La multitud, complacida de que hubiera algo en lo que él no era bueno, se rió y se unió al baile. Deloeste se fue yendo hacia atrás, bailando con las mujeres, como las mujeres, y la hilera de bailarines giró alrededor del fuego, alrededor del campo de lacrosse y otra vez junto al fuego. Deloeste dio un paso para salir de la serpiente, cogió algunas hojas de tabaco molidas de su pequeña bolsa y puso una pequeña cantidad en la lengua de todos los que pasaban, incluyendo a Iagogeh y a todas las mujeres que bailaban, cuyos graciosos movimientos durarían mucho más tiempo que los de los guerreros saltarines.

—Tabaco chamán —le explicaba a cada persona—. Regalo chamán, para bailar.

Él tabaco sabía amargo; muchos bebieron un poco de agua de arce para quitarse ese sabor. Los hombres y las mujeres jóvenes seguían bailando, los brazos y piernas desdibujados a la luz de la hoguera, más robustos y bruñidos que antes. El resto de la gente, más joven o más vieja, bailaba ligeramente en su sitio mientras hablaban de los acontecimientos del día. Muchos se reunían alrededor de los que estudiaban el mapa del mundo sobre la pelota de lacrosse que había dibujado Deloeste, quien parecía brillar a la luz del fuego como si su corazón ardiera un poco.

—Deloeste —dijo Iagogeh después de un rato—, ¿qué había en ese tabaco chamán?

—Viví con una nación del oeste que me lo dio. Esta noche más que cualquier otra noche, los hodenosauníes necesitan buscar una visión compartida. Hacer un viaje espiritual, como siempre lo es. Esta vez saldremos todos juntos fuera de la comunidad.

Cogió una flauta que alguien le alcanzaba y colocó los dedos con cuidado sobre los agujeros, tocó algunas notas y luego una escala.

—¡Ah! —dijo, y miró el instrumento detenidamente—. ¡En las flautas de mi tierra, los agujeros están distribuidos de otra manera! Lo intentaré de todas formas.

Tocó tan bien que todos terminaron bailando al son de su melodía, como pájaros. Deloeste hacía muecas mientras tocaba, hasta que por fin su rostro se calmó, y siguió tocando reconciliado con la nueva escala.

Cuando terminó miró la flauta otra vez.

—Eso fue «Sakura» —dijo—. Los agujeros para «Sakura», pero salió otra cosa. No me cabe duda de que todo lo que os digo sale cambiado también. Y vuestros hijos tomarán lo que vosotros hacéis y lo cambiarán una vez más. Así que no tendrá mucha importancia lo que diga yo esta noche ni lo que hagáis vosotros mañana.

Una de las muchachas bailaba sosteniendo un huevo pintado de rojo, uno de sus juguetes, y Deloeste la miraba fijamente, asombrado por algo. Él miraba a su alrededor; todos vieron que el corte en la cabeza de Deloeste había comenzado a sangrar otra vez. Se le pusieron los ojos en blanco, y se desplomó como si alguien lo hubiese golpeado; dejó caer la flauta. Gritó algo en un idioma extraño. La multitud empezó a aquietarse y los que estaban cerca de él se sentaron en el suelo.

—Esto ya ha ocurrido antes —declaró Deloeste con la voz de un extraño, lentamente y con aparente dificultad—. ¡Oh! sí; ahora me vuelve todo a la memoria! —Un grito sordo, o un gemido—. No esta noche, repetida exactamente, sino una visita anterior. Escuchad: vivimos muchas vidas. Morimos y luego regresamos en otra vida, hasta que hayamos vivido lo suficiente para terminar. En otra vida fui un guerrero de Nipón, no, ¡de China! —Hizo una pausa, pensando en lo que acababa de decir—. Sí. Chino. Y Peng era mi hermano. Él atravesó la isla de la Tortuga, roca por roca, durmiendo en troncos, luchando contra un oso en su guarida, hasta llegar aquí a la parte más alta, a este mismo campamento, a esta cámara del consejo, a este lago. Me contó sobre todo aquello después de que ambos muriéramos.

Dio un breve grito, miró a su alrededor como buscando algo, luego salió corriendo hacia la casa de los huesos.

En este sitio, se conservan los huesos de los antepasados después de que los entierros individuales los hayan expuesto el tiempo necesario para que los pájaros y los dioses los purifiquen hasta dejarlos blancos. Se apilan con pulcritud en la casa de los huesos que está debajo de la colina; éste no es un sitio de visita durante un baile. En realidad, casi nunca lo es.

Pero los chamanes son notoriamente audaces en estos asuntos, y la multitud observaba la casa de los huesos metiendo rayos de luz a través de las grietas de sus despellejadas paredes, iluminando el lugar como con chispas mientras Deloeste movia su antorcha. Un inmenso gemido se fue convirtiendo en grito:

—¡Ahhhhhh! —Y apareció con la antorcha alzada para iluminar una calavera blanca, a la cual farfullaba en su incomprensible lengua.

Se detuvo junto a la fogata y enseñó a todos la calavera.

—Lo veis —dijo Deloeste—, ¡es mi hermano! ¡Soy yo!

Y puso el cráneo junto a su rostro y miró a todos a través de las cuencas vacías y, verdaderamente, coincidía bastante con la forma de su propia cabeza. Esto hizo que todos se quedaran inmóviles y lo escucharan atentamente una vez más.

—Dejé nuestro barco en la costa oeste, y vagamos por el interior de la isla con una muchacha. Siempre hacia el este, hacia el sol naciente. Llegué aquí justo cuando vosotros estabais reunidos en consejo como ahora, para decidir las leyes con las que convivís ahora. Las cinco naciones habían reñido, y luego habían sido convocadas a una reunión por Daganoweda para que un consejo decidiera cómo acabarían la disputa en estos hermosos valles.

Todo aquello era cierto; ésa era la historia del origen de los hodenosauníes.

—¡Daganoweda, yo vi cómo lo hacía! Llamó a todos a la reunión y propuso crear una liga de naciones, gobernada por sachems, y por las tribus sobresalientes entre las naciones y por las mujeres mayores. Y todas las naciones estuvieron de acuerdo, y vuestra liga nació en aquella ocasión, el primer año, y se ha mantenido tal cual fuera concebida por el primer consejo. Sin duda muchos de vosotros estabais allí también, en vuestras vidas anteriores, o tal vez estuvierais en el otro lado del mundo, presenciando la construcción del monasterio en el que yo crecí. Los caminos de la reencarnación son extraños. Los caminos son extraños. Yo estuve aquí para proteger a vuestras naciones de las enfermedades que seguramente traeríamos con nosotros. Yo no les traje vuestro maravilloso gobierno, Daganoweda lo creó con el resto de todos vosotros, yo no sabía nada de eso. Pero yo os enseñé todo acerca de las escaras. Él las trajo, y les enseñó a hacer un rasguño poco profundo y a poner un poco de costra en el corte, y a conservar algunas de las escaras que se formaban, y a hacer los rituales de la viruela, la alimentación y las oraciones para el dios de la viruela. ¡Oh, es cierto que podemos curarnos a nosotros mismos en esta Tierra! Y por lo tanto en el cielo.

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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