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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (13 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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¿Cuántos de nosotros hay en este jati?

No lo sé. Una docena tal vez, o media docena. El grupo se desdibuja en los límites. Algunos se van y no regresan hasta mucho después. Éramos una aldea, aquella vez en el Tíbet. Pero hubo visitantes, comerciantes. Cada vez menos. La gente se pierde, o se cae. Como has estado haciendo tú. Cuando ataca la desesperación.

El mero sonido de la palabra, bañó a Kyu: desesperación. La figura de Bold se hizo transparente.

¡Bold, ayúdame! ¿Qué hago?

Ten buenos pensamientos. Escucha, Kyu, escucha: lo que pensamos, eso somos. Tanto aquí como en el más allá, en todos los mundos. Porque los pensamientos son algo concreto, son los padres de todas las acciones, tanto las buenas como las malas. Y tal como ha sido la siembra, así será la cosecha.

Tendré buenos pensamientos, o lo intentaré, pero ¿qué debo hacer? ¿Qué debo buscar?

Las luces te guiarán. Cada mundo tiene su propio color. Luz blanca el de los devas, verde el de los asuras, amarilla el humano, azul el de las bestias, roja el de los fantasmas, el color del humo del infierno. Tu cuerpo aparecerá con el color del mundo al que debes regresar.

¡Pero estamos amarillos! dijo Kyu, mirándose las manos. Y Bold estaba tan amarillo como una flor.

Eso quiere decir que debemos volver a intentarlo. Lo intentamos una y otra vez, vida tras vida, hasta que alcancemos la sabiduría de Buda y por fin seamos liberados. Quizás algunos elijan regresar al mundo humano, para ayudar a otros en su camino hacia la liberación. Ésos son los bodhisattvas. Tú podrías ser uno de ellos, Kyu. Puedo verlo dentro de ti. Ahora escúchame. Pronto estarás en eso. Las cosas te perseguirán, y tú te esconderás. En una casa, en una cueva, en una selva, en una flor de loto. Todos estos sitios son como úteros. Querrás quedarte en tu escondite, para escapar de los terrores del Bardo. Así funciona el preta; te convertirás en un fantasma. Tienes que volver a surgir para tener algo de esperanza. Elige la puerta de tu útero desprendiéndote de cualquier sentimiento de atracción o repulsión. Las apariencias engañan. Haz lo que te parezca mejor. Sigue a tu corazón. Intenta primero ayudar a otros espíritus, como si ya fueras un bodhisattva.

¡No sé cómo hacerlo!

Aprende. Presta atención y aprende. Debes seguir, o perder el jati para siempre.

Luego fueron atacados por inmensos leones machos que tenían la melena enmarañada por la sangre y rugían furiosos. Bold salió disparado en una dirección y Kyu en otra. Kyu corrió y corrió, el león le pisaba los talones. Pasó entre dos árboles y apareció en un camino. El león siguió corriendo y lo perdió.

Hacia el este vio un lago, adornado con cisnes blancos y negros. Hacia el oeste, un lago donde había unos caballos; hacia el sur, unas cuantas pagodas; hacia el norte un lago con un castillo en el centro. Fue hacia el sur, hacia las pagodas, sintiendo vagamente que aquélla habría sido la elección de Bold; sintiendo también que Bold y su jati ya estaban allí, en uno de los templos, esperándolo.

Llegó a las pagodas. Caminó de una construcción a otra, mirando por las puertas, horrorizado por imágenes de multitudes desconcertadas, luchando o escapando de guardias y guardianes con cabezas de hiena; un infierno de aldea, cada posible futuro catastrófico era aterrador. El pueblo de la muerte.

Pasó un largo tiempo en esta espantosa búsqueda; luego se encontró mirando, a través de las puertas de un templo, a su jati, a su acólito, a Bold y al resto de ellos, Shen, I-Li, Dem, su madre, Zheng He; de repente los reconoció a todos. Oh, pensó, por supuesto. Estaban desnudos y ensangrentados; aun así se ponían el traje de guerra. Después aullaron hienas, y Kyu escapó a través de la cruda luz amarilla de la mañana, atravesó los árboles y buscó la protección de la espadaña. Las hienas merodeaban entre las enormes matas de hierba; él pasó entre las afiladas hojas de una espadaña caída para refugiarse dentro.

Durante mucho tiempo estuvo allí encogido hasta que se fueron las hienas; también los gritos de su jati mientras lo buscaban, diciéndole que se quedara con ellos. Pasó escondido una larga noche de espantosos sonidos, criaturas que eran matadas y comidas. Pero él estaba a salvo; una vez más llegó la mañana. Decidió arriesgarse y seguir, pero descubrió que la salida estaba cerrada. Las afiladas hojas de la hierba habían crecido, y ahora eran como largas espadas que lo enjaulaban, incluso lo apremiaban para que continuara, cortándolo a medida que crecían. Ah, se dio cuenta; esto es un útero. He escogido uno sin haberlo intentado, sin escuchar los consejos de Bold, separado de mi familia, inconsciente y con miedo. La peor clase de elección.

Entonces quedarse aquí, significaría convertirse en un fantasma hambriento. Tendría que rendirse. Tendría que nacer otra vez. Gimió ante aquel pensamiento, se maldijo por ser un tonto. Intenta ser un poco más inteligente la próxima vez, pensó, ¡un poco más valiente! No sería fácil; el Bardo era un sitio espeluznante. Pero ahora, cuando ya era demasiado tarde, decidía que tenía que intentarlo. ¡La próxima vez!

Y entonces entró nuevamente al reino humano. Lo que le sucedería a él y a sus compañeros la próxima vez, no es nuestra tarea contároslo. ¡Se han ido, se han ido, se han ido, se han ido por completo al más allá! ¡Alabados seáis todos!

LIBRO 2. La peregrinación en el corazón
El cuco en la aldea

Sucede que a veces hay una confusión y el alma reencarnada entra en un útero que ya está ocupado. Entonces hay dos almas en la misma criatura, y se desata una pelea. Las madres pueden sentirlo cuando llevan dentro esta clase de niño, bebés que se agitan dentro violentamente, luchando consigo mismos. Luego nacen y el impacto de esa expulsión los inmoviliza durante un tiempo, están totalmente ocupados aprendiendo a respirar y por lo demás enfrentando al mundo que los rodea. Después de eso, la pelea de las dos almas para poseer el único cuerpo vuelve a empezar. Eso es un cólico.

Un bebé que padece cólicos llora como si lo golpearan, arquea la espalda de dolor, incluso se retuerce en agonía, durante muchas de sus horas de vigilia. Esto no debería sorprender, dos almas están luchando dentro de él; entonces, durante semanas el bebé llora sin cesar, con las tripas retorcidas por el conflicto. Nada puede aliviar su dolor. No es una situación que puede durar mucho tiempo, es demasiado insoportable para cualquier cuerpo pequeño. En muchos casos el alma cuco consigue sacar al alma original, y por fin el cuerpo se tranquiliza. O a veces la primera alma saca exitosamente al cuco y vuelve a ocupar su lugar. De lo contrario, muy excepcionalmente, ninguna de las dos es tan fuerte como para expulsar a la otra, y el cólico finalmente se apaga pero el bebé crece y se convierte en una persona dividida, confundida, caprichosa, poco confiable, propensa a la demencia.

Kokila nació a medianoche, y la dai la sacó y dijo:

—Es una niña, pobrecilla.

La madre Zaneeta abrazó a la pequeña criatura contra su pecho.

—Te querremos de todas maneras —le dijo.

Cuando el cólico comenzó, la niña tenía una semana. Escupía la leche materna y lloraba inconsolablemente todas las noches. Muy rápidamente Zaneeta olvidó cómo había sido el nuevo y alegre bebé, una especie de tranquilo gusano que chupaba de su pecho y gorjeaba asombrado al ver el mundo. Atacada por el cólico, la niña gritaba, lloraba, gemía, se retorcía. Era doloroso verla. Zaneeta no podía hacer otra cosa que alzarla con las manos debajo del estómago lleno de músculos acalambrados y dejarla colgar boca abajo desde la falda. Había algo en esta postura, tal vez fuera sólo el esfuerzo que tenía que hacer para mantener la cabeza erguida, que callaba a Kokila. Pero no siempre funcionaba, y nunca durante mucho tiempo. Entonces comenzaban otra vez los retortijones y los gritos, hasta que Zaneeta empezaba a distraerse. Ella tenía que dar de comer a su esposo Rajit, también a las dos hijas mayores; puesto que había dado a luz a tres hijas seguidas ya no le interesaba a Rajit, y el bebé era inaguantable. Zaneeta intentó dormir con ella afuera en la zona de las mujeres, pero a aquellas que tenían la menstruación, aunque eran comprensivas, no les gustaba el ruido. Disfrutaban del hecho de salir de la casa y reunirse con las muchachas; ése no era un sitio para bebés. Por lo que Zaneeta tuvo que ir a dormir con Kokila junto a una de las paredes de la casa familiar; allí ambas dormitaban irregularmente entre ataques de llanto.

Esto duró un par de meses, y luego se acabó. Después de aquello, la niña tenía una mirada diferente. La dai que la había traído al mundo, Insef, le controló el pulso, los iris y la orina, y declaró que sin duda una alma diferente se había apoderado del cuerpo, pero que en realidad esto no era importante; les sucedía a muchos bebés, e incluso podía significar una mejoría, ya que generalmente en las batallas cólicas solía ganar el alma más fuerte.

Pero después de tanta violencia interior, Zaneeta miró a Kokila con cierta preocupación; por su parte, Kokila, durante toda su infancia, miró a su madre y al resto del mundo con una especie de mirada negra y salvaje, como si no estuviera segura de dónde estaba o qué estaba haciendo allí. De hecho era una niña confundida y casi siempre enfadada, aunque inteligente a la hora de manipular a otros, rápida tanto para acariciar como para vociferar, y muy hermosa. También era fuerte y rápida; a los cinco años era más una ayuda que una molestia en la casa. Para entonces Zaneeta había tenido dos hijos más, el más pequeño era un varón, un sol en la vida de sus padres, todo gracias a Ganesha y a Kartic; con tanto trabajo que tenía, ella agradecía la independencia y la desenvoltura de Kokila.

Naturalmente, el nuevo hijo, Jahan, era el centro del hogar, y Kokila sólo la más capaz de las hijas, absorta en los asuntos de su niñez y de su juventud, no especialmente conocida para Zaneeta en comparación con Rajit y Jahan, a quienes Zaneeta por supuesto tenía que estudiar en profundidad.

Así que Kokila tuvo libertad para andar a su aire durante algunos años. Insef solía decir que la infancia era el mejor momento en la vida de una mujer, porque mientras fuera una niña de alguna manera se encontraría libre de los hombres; generalmente era un trabajador más en la casa y en el campo. Pero la dai era vieja y cínica a la hora de hablar de amor y de matrimonio, después de haber visto sus malos resultados, tanto para ella como para otras. Kokila no solía escucharla más que a los demás. A decir verdad, no parecía escuchar demasiado a nadie. Observaba a todos con esa mirada asustada y recelosa que llevan los animales con los que uno se encuentra de repente en el bosque, y hablaba poco. Parecía disfrutar cuando salía a realizar el trabajo de cada día. Permanecía callada y observadora junto a su padre y no le interesaban los otros niños de la aldea, salvo una niña que había sido abandonada cuando era bebé y encontrada una mañana en la zona de las mujeres. Insef estaba criando a aquella niña expósita para que fuera dai cuando ella muriera. Insef la había llamado Bihari; a menudo Kokila iba a la choza de la dai y se llevaba a Bihari en su recorrido matutino. No le hablaban más que a cualquier otro, pero le señalaban las cosas; sobre todo y en primer lugar, se tomaba la molestia de llevarla consigo, algo que sorprendía a Zaneeta. Después de todo, la niña expósita no era nada del otro mundo, simplemente una niña como todas las demás. Ése era otro de los misterios de Kokila.

En los meses anteriores a las lluvias monzónicas, el trabajo que tenían que realizar Kokila y el resto de la gente se hacía cada vez más arduo semana tras semana. Levantarse por la mañana y alimentar el fuego. Atravesar la fresca aldea, el aire aún sin polvo. Recoger a Bihari en la pequeña choza de la dai en el bosque. Ir río abajo hasta la zona reservada para defecar, luego lavarse, volver a atravesar la aldea para recoger los jarros del agua y emprender el camino río arriba. Pasar por los estanques donde se lavaba la ropa y las mujeres ya estaban congregándose, y seguir hasta la fuente. Llenar y cargar con los grandes y pesados jarros de regreso a casa, deteniéndose varias veces para descansar. Luego partir hacia el bosque para recoger leña. Esto podía llevarles casi toda la mañana. Luego regresar a los campos que estaban al oeste de la aldea, donde su padre y sus hermanos tenían algo de tierra para sembrar trigo y cebada. Dedicaban a esta labor unas pocas semanas, de manera que maduraran durante el largo mes de cosecha. Kokila hacía su trabajo, en la tierra arada sin pensar, luego en el calor del día se sentaba con el resto de las mujeres y las niñas, mezclaba harina con agua para hacer una masa pastosa, lanzaba chapatis y cocinaba algunos. Después de eso, iba hasta donde estaba su vaca. Unos cuantos tirones rítmicos hacia abajo con el dedo en el recto hacían que derramara el excremento caliente que ella recibía con las manos, lo aplastaba con algo de paja hasta convertirlo en una especie de pan que dejaba sobre la pared de hierba y piedra que bordeaba el terreno de su padre para que se secara. Después de eso, llevaba algunos pasteles de excremento ya secos junto a la casa, ponía uno en el fuego, salía al arroyo para lavarse las manos y la ropa sucia: cuatro saris, dhotis, pañuelos. Luego regresaba a la casa bajo la pálida luz del día, el calor y el polvo teñían todo de dorado en la brisa, iba al hogar en la parte central de la casa, para cocinar chapatis y daal bhat sobre el pequeño horno de arcilla junto al fuego.

Un rato después de la puesta de sol, Rajit llegaba a la casa, y Zaneeta y las muchachas lo rodeaban para cuidarlo; después de haber comido los daal bhat y los chapatis, descansaba y le contaban a Zaneeta algo acerca del día que había pasado, siempre y cuando no hubiera sido demasiado malo. Si el día no había sido bueno, no hablaría de él. Pero generalmente les contaba algo acerca de las tierras y las transacciones con el ganado. Las familias de la aldea utilizaban pastoreo marginal para asegurar la cría de nuevos animales. Rajit vendía vacas y terneros y derechos de pastoreo, principalmente entre Yelapur y Sivapur. También estaba siempre tratando de acordar la boda de alguna de sus hijas, un mal negocio puesto que tenía demasiadas, pero cuando podía preparaba dotes; no dudaba en absoluto que las casaría a todas. En realidad no tenía otra opción.

Y así acababa la velada y todos dormían sobre colchones de junco que cada noche desenrollaban sobre el suelo, junto al fuego; en busca de calor si hacía frío, para protegerse de los mosquitos con el humo si hacía calor. Así pasaría una noche más.

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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