Tiempo de arena (30 page)

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Authors: Inma Chacón

BOOK: Tiempo de arena
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Desde que le había propuesto el viaje a Alejandra, hasta que llegó el momento de salir del hotel para ir a casa de los Sánchez Mas, su tía pensaba que Xisca quería que la acompañase a la entrevista, pero, antes de salir, ésta le pidió que se quedase en la habitación.

—Preferiría ir sola, si no te importa.

—¿Estás segura? He venido para acompañarte.

Xisca insistió. Y lo cierto fue que para Alejandra supuso una liberación. En su ánimo no estaba reencontrarse con Jorge ni con su manipulador hermano, a quienes no había vuelto a ver desde que se había suspendido la boda.

María Francisca salió del hotel unos minutos antes de la hora de la cita, arrastrando su pena y su vestido negro, cubierta con el velo de viuda, sola, huérfana de sus hijos y de la compasión de su madre.

Alejandra sabía que aquel encuentro le iba a resultar muy doloroso, ella misma había sufrido la ira de Jaime en el paseo de la Castellana, y podía ser despiadado y cruel; sin embargo, no podía calcular hasta qué punto se ensañaría con su sobrina.

Si lo hubiese previsto, jamás se habría quedado en la habitación. Pero lo hizo. La dejó marchar y se quedó mirando desde el balcón a los bañistas de la playa de La Malvarrosa, pensando que aquel día de verano parecía un regalo de Dios, mientras María Francisca se dirigía al encuentro con el mismísimo diablo.

Fue el 15 de julio de 1911.

Cuando volvió, Xisca era la propia imagen del desamparo.

Ella trató de sonsacarle los detalles de la visita, pero, por mucho que le preguntó, la única respuesta que obtuvo, en medio de un llanto desconsolado, fue que Jaime no tenía derecho a arrebatarle lo que le pertenecía por derecho.

—¡No puede! ¡No puede!

—¡Vamos, tesoro! La postura de Jaime era de esperar. Yo he hecho todo lo posible desde el bufete para recuperar las fábricas y no he obtenido resultados.

Pero, entre gemido y gemido, Xisca la sorprendió con el ruego de que ella misma se entrevistase con Jorge.

—Hazlo por mí, por favor. Necesito saber hasta qué punto puedo confiar en él.

—No te entiendo, Xisca. ¿Por qué necesitas confiar en él? ¿Qué te ha dicho Jaime?

María Francisca lloraba con tanta amargura que resultaba imposible no compadecerla.

—No puedo decírtelo. Pero es muy importante para mí. Por favor, habla con Jorge y averigua si él estaba al corriente de todo.

—¡Por supuesto que lo estaba! Yo no lo he dudado ni un momento.

—Por favor, Nana. Me quedaría más tranquila si creyese que Jorge no tuvo nada que ver. No soportaría pensar que te han hecho daño a ti por mi culpa.

Alejandra no alcanzaba a comprender el interés de su sobrina por Jorge. Hacía casi un año que había anulado su boda y, en todo aquel tiempo, él nunca había tratado de ponerse en contacto con ella. Si hubiera sido inocente, la habría buscado para pedirle explicaciones, de eso no le cabía la menor duda. Pero no lo había hecho. Su silencio le delataba. Ni siquiera había ido a verla cuando le citó en el palacio de la Castellana. No se había atrevido. Envió a Jaime como recadero y, después, nada, el silencio y la huida. ¿Qué más pruebas hacían falta para demostrar su complicidad?

—No pienses eso. Tú no eres culpable de nada. No sufras por mí. Yo ya lo he olvidado todo.

—Pero yo no puedo, Nana, necesito saberlo.

—Escucha, criatura: no hace falta saber nada más. Nos han estafado. Eso es todo. Se han quedado con nuestra fortuna y con nuestras ilusiones. El dinero sólo es dinero, es mejor que lo olvidemos. Saldremos adelante sin ellos. Aún nos queda la herencia de Munda y la mía.

Pero a Xisca no le importaban ni el dinero ni las ilusiones rotas. La razón que la había llevado a Valencia era mucho más importante que cien fortunas como las que habían perdido y que un millón de bodas como la que habría tenido con Jaime. Alejandra no podía saberlo, pero el único clavo al que María Francisca podía agarrarse eran los ojos de Jorge, que la habían mirado con tanta bondad como bilis había descargado la mirada de su hermano cuando la echó de su casa.

—Si no lo haces por mí, entonces hazlo por él. Si es verdad que lo sabía, saldremos de dudas y no me quedará más remedio que darte la razón; pero si no lo sabía, también él tiene derecho a una explicación.

Y Alejandra accedió a entrevistarse con Jorge. No por ella, porque nada de lo que él pudiera decirle la haría cambiar de parecer, sino porque si hubiera insistido en negarse a María Francisca le habría dado una crisis nerviosa. Estaba tan pálida que daba la impresión de que en cualquier momento iba a desvanecerse. Le temblaba todo el cuerpo y las lágrimas seguían cayéndole de los ojos como si fueran surtidores.

Jorge la citó en el mismo balneario en que se verían doce años después, con su aspecto de dandi y la mirada triste y taciturna. Pero ni le dio ni le pidió explicaciones. Sólo la miró como si buscase en ella un sentimiento perdido.

La saludó cortésmente y, tras pedirle que se sentase, fue directo al asunto que le interesaba a Xisca, sin mencionar los cinco años de compromiso, la boda o los diez meses y medio en que no habían vuelto a tener noticias uno del otro.

—Dile a tu sobrina que trataré de convencer a mi hermano.

—¿Convencerle de qué?

—De que le devuelva lo que es suyo.

Alejandra pensó que aquel intento desesperado de Xisca para que Jaime le devolviese a la familia las propiedades que habían caído en sus manos, resultaba completamente absurdo. Nunca imaginó que pudiera tratarse de algo más que de dinero y de orgullo. Y mucho menos de unos hijos robados, vivos o no.

Jorge volvió a mirarla con sus ojos azules y tristes, decepcionados, y se despidió como si apenas se conocieran, como si lo único que tuvieran en común fuese la inquietud de Xisca.

—Ahora, discúlpame. Tengo que atender unos asuntos.

Y se levantó con intención de marcharse.

Pero Alejandra no podía dejarle irse así, había demasiadas preguntas entre ellos. No podían simular que no les importaban las respuestas.

—¿Nada más?

—Todo lo demás te lo dije en mis cartas. Pero está claro que a ti no te interesaba.

—¿Cartas? ¿Qué cartas? Nunca he recibido ninguna, si exceptuamos la que me enviaste con Jaime cuando te cité una semana después de la boda.

Jorge pareció sorprendido. Se tocó el bigote y volvió a sentarse frente a Alejandra.

La bajamar había dejado varados en la arena los botes de los pescadores que faenaban de noche en busca del calamar, atrayéndolo con las luces de sus farolas encendidas. Las barcas descansaban en la playa en aparente desorden, con sus amarres al aire. Jorge las recorrió con la mirada como si estuviese buscando la explicación a lo que Alejandra acababa de decirle.

—No acierto a comprenderte. ¿Me citaste una semana después de la boda?

—Te mandé un telegrama.

—¿Adónde?

—A tu casa. ¿Adónde si no?

Jorge continuaba con la mirada perdida entre las barcas. Cuando se suspendió la boda, no volvió a Valencia. Durante casi cinco meses estuvo vagando por Europa tratando de asumir lo que había sucedido. París, Berlín, Viena, Roma y Ginebra fueron testigos de su desconcierto. Y cuando se sintió con fuerzas para volver, regresó a Valencia y comenzó a escribirle a Alejandra, semana tras semana, pidiéndole una explicación. Pero estaba claro que habían interceptado sus cartas.

—¿Y dices que fue Jaime a verte?

Alejandra le miró y se compadeció de él. Se le veía ausente, desorientado, ensimismado en sus pensamientos; como si acabase de descubrir un juego en el que había participado sin saberlo.

—¿Qué te dijo Jaime en la catedral?

—Que no me amabas. Que habías cometido un error al mantenerme a distancia y no querías cometer otro.

—¿Y le creíste?

—¿Habrías creído tú a Munda si hubiera sido yo el que te dejase esperando en el altar? —le respondió mirándola a los ojos con tanto desgarro, con tanta decepción, que Alejandra no tuvo más remedio que plantearse si había sido injusta con él.

—Creo que deberías hablar con tu hermano.

Y se despidieron con un apretón de manos, largo, cálido, sin dejar de mirarse.

Alejandra no volvió a verle ni a tener noticias suyas durante once años.

Hasta que Xisca murió y Munda le enseñó el cuadro del ángel que Shishipao había rescatado del fuego, no recordó que se lo había regalado él.

40

Tras regresar de Valencia, Xisca y Alejandra estuvieron unas semanas sin verse. Alejandra se había instalado con Zhuang en la calle Relatores hacía unos meses y estaba muy ocupada con los asuntos del despacho. Además, desplazarse a Toledo significaba volver a ver a Mariana, y no tenía ningún interés en ello. Sabía que entre ellas había una conversación pendiente, que tarde o temprano se tendría que producir, pero estaba dilatando el mayor tiempo posible la llegada de ese momento.

Por otro lado, en dicha conversación también tendría que estar presente Munda, que ahora sí tenía razones sobradas para recriminarle a Mariana la forma en que había administrado el patrimonio familiar. Pero Munda también estaba inmersa en otros intereses. Había asistido hacía unos meses a una conferencia internacional de mujeres socialistas en Copenhague en la que se proclamó el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que convocó en las calles a más de un millón de mujeres a favor del voto femenino y en contra de la discriminación laboral y salarial. Munda se había implicado en la cuestión femenina a raíz de la repercusión que estaba teniendo en Europa la lucha de las sufragistas inglesas. Algunas mujeres españolas se habían movilizado y se proponían llevar de nuevo a las Cortes el debate sobre el sufragio universal y contagiar a algunos hombres sensibilizados por la causa. Aquélla era para Munda su mayor preocupación en aquellos momentos.

Como símbolo de la lucha sufragista, las inglesas habían adoptado el color de la nobleza inglesa y, desde entonces, a Munda no le faltaba un lazo malva prendido en las blusas.

A ninguna de las dos les urgía encontrarse con la marquesa; al fin y al cabo, ambas conservaban parte de su herencia y disponían de suficientes ingresos para vivir sin estrecheces. Es más, la propia marquesa dependía económicamente de ellas desde hacía unos meses y, de momento, las dos consideraban suficiente aquella humillación.

Jaime había cerrado el grifo de las inversiones y, en poco más de medio año, se había deshecho de los olivares, las almazaras y las medianerías de Mariana, quien se había gastado hasta su última peseta tratando de esconder la bancarrota, por lo que llegó un momento en que carecía de recursos para mantenerse. Atrás quedaron los tiempos en que los beneficios se invertían para obtener más beneficios, y éstos se dilapidaban en una vida de lujo en la que no se miraba el precio de nada. Se acabaron los trajes encargados a las mejores modistas de París, la cohorte de sirvientes y las joyas.

Lo primero que salió de la casa fue el Mercedes Benz, seguido por el chófer como avanzadilla del goteo de sirvientes que fueron abandonando el palacio. La propia Mariana se hizo cargo de mantener las puertas abiertas o cerradas cuando despidió al ama de llaves. De los veinte criados que componían el servicio, sólo quedaron la cocinera, una doncella, Shishipao, su marido y el jardinero.

Llegadas a aquel extremo, Munda y Alejandra acordaron con el notario que le enviarían una cantidad mensual para mantener a su hermana. Don Andrés se encargaba de administrar el dinero para no someter a Mariana a la humillación de tener que presentarles las cuentas. Así que ni siquiera tenían la necesidad de hablar con ella.

Hasta que una mañana, dos meses y medio después del regreso del viaje a Valencia de Alejandra y Xisca, Munda y Alejandra recibieron una carta de su sobrina invitándolas al palacio de Sotoñal para celebrar su dieciocho cumpleaños.

En un primer momento, a Alejandra le pareció una idea descabellada. Hacía años que Munda no pisaba el palacio y, disponiendo del cerro del Emperador, no veía la necesidad de hacerla pasar un mal rato. Pero cuando Munda leyó la carta, descubrió que aquella invitación tenía un doble sentido que sólo ella podía interpretar.

 

Toledo, 28 de septiembre de 1911

 

 

Mis queridísimas tías:

Dentro de un par de días se cumplirá un año de la última vez que vivimos juntas en el cerro del Emperador. Han pasado muchas cosas desde entonces. La vida es un laberinto en el que podemos perdernos sin darnos cuenta. Yo misma lo he hecho. Una puerta me llevó a otra y, sin quererlo, me encontré en una encrucijada de la que resultaba difícil salir; una partida de ajedrez en la que peligraba la dama; el sol y la luna empujando por nacer a la misma hora en un firmamento cuajado de estrellas; una espada torcida; una vela apagada; unos pasos perdidos...

En fin, no temáis, queridas tías, hermanas, diría yo, no me he vuelto loca. Pero ardo en deseos de veros aquí el día de mi cumpleaños.

Recibid un abrazo cariñoso y fraternal de vuestra sobrina,

 

XISCA

 

 

Munda comprendió inmediatamente que su sobrina había descubierto lo que guardaban los sótanos del palacio. No había tiempo que perder. Aquella carta era una invitación a evitar el desastre. Si Xisca había dado con los pasadizos, Mariana también podría hacerlo. Había que salir de inmediato para Toledo.

41

Mariana las recibió como si nada hubiese pasado, ni antes ni después de la boda, como si todo lo sucedido se hubiese borrado o no tuviera importancia.

Parecía haber envejecido por lo menos una década en un año. Había perdido peso y se le habían formado unas bolsas bajo los ojos, cuyo color azul intenso se matizaba ahora en un tono grisáceo y acuoso. Ya no vestía con sus faldas de polisón, se había adaptado a la moda de la ropa ajustada a las caderas y las faldas por encima de los botines. No obstante, aún no se había liberado del corsé, que mantenía su espalda tan recta como siempre, orgullosa y altiva.

Se comportó como si continuase siendo la dueña y señora de la vida misma. En ningún momento mencionó los sucesos de los últimos meses, ni dejó ver que conocía la procedencia del dinero que le permitía mantener el palacio y unas condiciones de vida más que dignas, aunque muy por debajo de aquellas a las que estaba acostumbrada.

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