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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Thuvia, Doncella de Marte (18 page)

BOOK: Thuvia, Doncella de Marte
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¡Cuán fácil hubiera sido! ¡Cuán fácil vengar la cobarde treta que le había sido jugada; vengar a Helium, y a Ptarth, y a Thuvia!

Pero su mano no se movió hacia la empuñadura de su espada, porque, antes, Vas Kor debía servir para un fin mejor; podría saber dónde Thuvia de Ptarth estaba ahora prisionera si, en efecto, habían sido dusarianos los que la habían raptado durante la lucha delante de Aaanthor.

Y, además, también allí estaba el instigador de todo el complot. Este debía pagar su culpa; y ¿quién mejor que Vas Kor para conducir al príncipe de Helium hasta Astok de Dusar?

Débilmente, en medio de la noche, llegó hasta los oídos de Carthoris el ruido de un motor distante. Escrutó el firmamento.

Sí; allí estaba, a lo lejos, al norte, confusamente bosquejado en el oscuro vacío del espacio, que se extendía ilimitadamente más allá, la difusa silueta de una nave aérea, pasando, con las luces apagadas, a través de la noche barsomiana.

Carthoris, ignorando si el aparato sería amigo o enemigo de Dusar, nada dijo de haberlo visto; pero volvió sus ojos en otra dirección, dejando que de ellos se ocupase el dusariano que estaba de guardia con él.

Su compañero ya había descubierto el aparato, que se acercaba, y daba sigilosamente la alarma, que traería desde sus sedas y pieles de dormir al puente cercano al grueso de la fuerza de vigilancia con su oficial.

El crucero —transporte tenía las luces apagadas y como estaba posado, en tierra, debía de haber sido enteramente invisible para el aparato que se acercaba, al que todos ahora reconocieron como una pequeña nave aérea.

Pronto se hizo evidente que el extranjero intentaba hacer un desembarco, porque ahora se movía, describiendo una espiral lentamente sobre ellos, descendiendo cada vez más a cada ágil curva.

—Es él Thuria, —susurró uno de los guerreros dusarianos—. Lo conocería por la negrura de sus costados entre otras diez mil naves aéreas.

—¡Tienes razón! —exclamó Vas Kor, que había vuelto al puente. Y luego gritó: —¡Kaor, Thuria!

—¡Kaor! —se oyó decir desde arriba, tras un breve silencio. Después:

—¿Quién va?

—El crucero —transporte Kaiksus, Vas Kor de Dusar.

—¡Bien! —se oyó decir desde arriba—. ¿Hay pista de aterrizaje segura?

—Sí, muy próxima a estribor. Aguardad; encenderemos nuestras luces. Y, un momento después, la pequeña nave aérea aterrizaba muy cerca del Kaiksus, y las luces de este último se apagaron inmediatamente de nuevo.

Podían verse varias figuras deslizándose por el costado del Thuria y avanzando hacia el Kaiksus. Siempre desconfiados, los dusarianos estaban dispuestos 'a recibir a los visitantes como amigos o como enemigos, según resultasen después de una inspección más detenida.

Carthoris estaba muy próximo al galón, dispuesto a hacer causa común con los recién llegados, si por casualidad fuesen heliumitas que intentasen dar un atrevido golpe de mano sobre aquel solitario aparato dusariano. El mismo, a veces, había dirigido tales expediciones, y sabía que tal cosa era muy posible.

Pero el rostro del primer hombre que transpuso el galón le desengañó con una sorpresa que no fue del todo agradable; era la cara de Astok, príncipe de Dusar.

Apenas hubo visto a los que se hallaban sobre el puente del Kaiksus, Astok se adelantó a grandes pasos para recibir el saludo de Vas Kor; luego invitó al noble a descender. Los guerreros y oficiales volvieron a acostarse y, una vez más, el puente fue abandonado, excepto por el guerrero dusariano y Turjun, el soldado de fortuna, que estaba de guardia.

Este último se paseaba pacíficamente. El primero se inclinaba sobre el galón, deseando que llegase la hora de su relevo. No vio que su compañero se acercaba a las luces del camarote de Vas Kor. Tampoco le vio agacharse, con el oído atento y pegado a un pequeño respiradero.

—¡Que los monos blancos nos devoren a todos —gritaba Astok triste y furiosamente— si no hemos caído en un lazo tan peligroso como jamás hayas visto! Nutus piensa que la tenemos escondida muy lejos de Dusar. Me ha mandado que la lleve allí.

Dejó de hablar. Nadie hubiera oído de sus labios lo que estaba diciendo. Hubiera sido para siempre el secreto de Nutus y Astok, porque en él descansaba la seguridad de un trono. Con aquella información, cualquier hombre hubiera podido arrancar al jeddak de Dusar lo que hubiera deseado.

Pero Astok estaba asustado y necesitaba, de aquel hombre más viejo, el consejo de una alternativa. Prosiguió:

—Debo matarla —susurró, mirando temerosamente a su alrededorNutus sólo desea ver el cuerpo para asegurarse de que sus órdenes han sido ejecutadas. Cree que he ido al lugar en que la tenemos oculta para llevarla secretamente a Dusar. Nadie debe saber que ella ha estado nunca en poder de un dusariano. No necesito decirte lo que sucedería a Dusar si Ptarth, Helium y Kaol llegasen alguna vez a saber la verdad.

Las mandíbulas del oyente que estaba al lado del respiradero entrechocaban una contra otra en repetidos golpes. Hasta entonces sólo había supuesto el carácter del asunto de aquella conversación. Ahora lo sabía. ¡Iban a matarla! Sus musculosos dedos se apretaban tanto que las uñas se clavaban en las palmas de las manos.

—Y quieres que yo te acompañe mientras la llevas a Dusar —decía Vas Kor—. ¿Dónde está?

Astok se aproximó hasta ponerse muy cerca, y susurró en el oído del otro. Una sonrisa cruzó por los crueles labios de Vas Kor. Comprendía el poder que tenía en sus manos. El sería, al menos, un jed.

—¿Y cómo podré ayudarte, príncipe mío? —preguntó el viejo suavemente.

—Yo no puedo matarla —dijo Astok—. ¡Issus! ¡No puedo hacerlo! Cuando vuelve sus ojos hacia mí, el corazón se hace agua.

Vas Kor frunció el entrecejo.

—¿Y deseas…?

Se detuvo sin terminar la pregunta, que, no obstante, estaba clara. Astok movió la cabeza.

—Tú no la amas —dijo.

—Pero amo mi vida, aunque sólo soy un noble de los menoresconcluyó significativamente.

—¡Serás uno de los nobles mayores; un noble de primera fila! —exclamó Astok.

—Sería un jed —dijo Vas Kor con brusquedad.

Astok vacilaba.

—Un jed debe morir antes que pueda nombrarse otro jed —dijo evasivamente.

—Antes han muerto algunos jeds —dijo secamente Vas Kor—. No habría, sin duda, dificultad alguna para ti encontrar un jed a quien no quisieses, Astok; hay muchos que no te quieren.

Ya comenzaba Vas Kor a hacerse ilusiones acerca de su poder sobre el joven príncipe. Astok comprendió y apreció rápidamente el cambio sutil en su lugarteniente su cerebro enfermizo y malvado concibió un plan sagaz.

—¡Como dices Vas Kor —exclamó— serás jed cuando el asunto esté terminado —y lue o, para sus adentros:—: «Y no será entonces difícil para mí encontrar un jed a quien no quiera.»

—¿Cuándo regresaremos a Dusar? —preguntó el noble.

—En seguida —replicó Astok—. Pongámonos en camino ahora; ¿nada hay que te retenga aquí?

—Había pensado que nos pusiéramos en camino por la mañana, recogiendo a los reclutas que los capitanes de los Caminos hubieran podido reunir para mí cuando regresásemos a Dusar.

—Que esperen los reclutas —dijo Astok—. O, mejor aún, venid a Dusar en el Thuria, dejando que el Kaiksus siga y recoja a los reclutas.

—Sí —asintió Vas Kor—. Eso es lo mejor. Vamos, estoy dispuestoy se levantó para acompañar a Astok a la aeronave del príncipe.

El joven que estaba al lado del respiradero echó a andar lentamente, como un viejo. Su rostro estaba demudado y contraído, y muy pálido, bajo el ligero color cobrizo de su piel. ¡Ella iba a morir! Y él, impotente para evitar la tragedia. Ni siquiera sabía dónde estaba prisionera.

Los dos hombres estaban subiendo desde el camarote al puente. Turjun, el mercenario, se deslizó próximo a la escalerilla del camarote, sus crispados dedos oprimiendo la empuñadura de su puñal. ¿Mataría a ambos antes de ser muerto? Sonreía. Podría matar a una compañía entera de los enemigos de la princesa en su presente estado de ánimo.

Ahora casi se encontraba cara a cara de él. Astok estaba hablando.

—Traed una pareja de vuestros hombres. Vas Kor —dijo.

—Tenemos poca tripulación en el Thuria, a causa de la rapidez con que hemos partido.

Los dedos del mercenario soltaron el puño de su daga. Su viva imaginación acababa de ver en aquellas palabras una probabilidad de socorrer a Thuvia de Ptarth. Podía ser escogido para acompañar a los asesinos, y una vez que se hubiera enterado del lugar en que estaba la cautiva, podría acabar con Astok y a Vas Kor lo mismo que ahora. Matarlos antes de saber dónde estaba oculta Thuvia era, sencillamente, entregarla a la muerte a manos de otros; porque, antes o después, Nutus conocería el lugar de su prisión, y Nutus, jeddak de Dusar, no permitiría que quedase con vida.

Turjun se colocó al paso de Vas Kor, a fin de que no pudiera pasar inadvertido. El noble despertó a los hombres que dormían en el puente; pero siempre tenía delante al extraño mercenario que había reclutado aquel mismo día, y que encontraba siempre el medio de estar más próximo a Vas Kor que ningún otro.

Vas Kor se volvió a su lugarteniente, dando instrucciones para la marcha del Kalksus a Dusar y para la leva de los reclutas; después señaló a dos guerreros que estaban inmediatamente detrás del oficial.

—Vosotros dos nos acompañaréis al Thuria —dijo—, y os pondréis a las órdenes de su capitán.

Había oscurecido sobre el puente del Kalksus; así, Vas Kor no podía ver bien los rostros de los dos que había escogido; pero aquello no tenía gran importancia, porque no eran más que guerreros comunes que habrían de ayudar en los trabajos ordinarios de a bordo, y a luchar si fuese necesario.

Uno de los dos era Kar Komak, el arquero. El otro no era Carthoris. El heliumita estaba consumido por la desesperación.

Sacó rápidamente su daga; pero Astok había salido ya del puente del Kaiksus, y comprendió que antes que pudiera alcanzarle, aun cuando acabase con Vas Kor, sería muerto por los guerreros dusarianos, que ahora eran numerosos en el puente. Con cualquiera de ellos que quedase vivo, Thuvia estaría en tan gran peligro como si viviesen los dos; ¡debían ser ambos!

Cuando Vas Kor descendió a tierra, Carthoris le siguió decididamente y no intentó detenerle, pensando, sin duda, que él era uno de los elegidos.

Tras él iba Kar Komak y el guerrero dusariano que había sido designado de servicio para el Thuria, Carthoris caminaba próximo al lado izquierdo del último. Ahora llegaron a la densa sombra proyectada por el costado del Thuria. Allí estaba muy oscuro, de manera que tuvieron que andar a tientas para dar con la escala.

Kar Komak precedía al dusariano. Este último llegó a bordo por la escala movediza. y al hacerlo así, unos dedos férreos cayeron sobre su garganta y una hoja de acero traspasó el centro mismo, de su corazón.

Turjun, el soldado de fortuna, fue el último en trepar al casco del Thuria, recogiendo tras él la escala de cuerda.

Un momento después, aquella nave aérea se elevaba rápidamente y se dirigía hacia el Norte.

Una ve bordo, Kar Komak se volvió para hablar al guerrero que había sido designado para acompañarle.

Sus ojos se dilataron de asombro al contemplar el rostro del joven, a quien había encontrado junto a los montes de granito que rodean al misterioso Lothar. ¿Cómo había venido en lugar del dusariano?

Una rápida seña, y Kar Komak volvió a situarse junto al capitán del Thuria, a fin de cumplir su obligación. Tras él seguía el mercenario.

Carthoris bendijo a la casualidad que había inducido a Vas Kor a elegir al arquero entre todos los demás, porque si hubiese sido otro dusariano, hubiera habido que contestar a ciertas preguntas respecto a la residencia del guerrero que vivía tan pacíficamente en el campo, más allá de la residencia de Hal Vas, capitán del camino del Sur; y Carthoris no tenía otra respuesta para aquella pregunta que la punta de su espada, pues sólo ella era apenas adecuada para convencer a toda la tripulación del Thuria.

El viaje a Dusar parecía interminable al impaciente Carthoris aunque en realidad era rápido. Algún tiempo antes de llegar a su destino, encontraron otra nave de guerra dusariana y se pusieron al habla con sus tripulantes. Por ellos supieron que en breve se produciría un gran batalla al Sudeste de Dusar.

Las flotas combinadas de Dusar, Ptarth y Kaol habían sido interceptadas en su avance hacia Helium por la poderosa flota heliumita, la más formidable de Barsoom, no sólo en número y armamento, sino también en el entrenamiento y valor de sus, oficiales y soldados y por las proporciones extraordinarias de muchas de sus monstruosas naves de guerra.

Tal batalla no se haría esperar muchos días. Cuatro jeddaks mandaban personalmente sus propias flotas: Kulan Tith, de Kaol; Thuvan Dhin, de Ptarth y Nutus, de Dusar, por un lado; mientras por otro estaba Tardos Mors, jeddak de Helium. Con este último estaba John Carter, Señor de la Guerra de Marte.

Desde el lejano norte otra fuerza se dirigía al sur, cruzando la barrera montañosa: la nueva fuerza aérea de Talu, jeddak de Okar, acudiendo al llamamiento del héroe. Sobre los puentes de las ceñudas naves de guerra, los tripulantes amarillos, de barbas negras, dirigían sus miradas afanosamente hacia el sur. Magníficos parecían con sus espléndidas capas de orluk y de apt. Fieros, formidables luchadores de las ciudades de calurosos invernaderos del helado norte.

Y desde el distante sur, desde el mar de Omean y los Acantilados Aureos, desde los templos de los therns y los jardines de Issus, otros millares de guerreros navegaban hacia el Norte, al llamamiento del gran hombre a quien todos habían aprendido a respetar y, al respetando, a amar. Siguiendo a la nave almirante de esta poderosa flota, sólo inferior a la de Helium, iba el moreno Xodar, jeddak de los Primogénitos; cuyo corazón latía fuertemente anticipándose al cercano momento en que podría lanzar su salvaje tripulación y el peso de sus potentes naves hasta vencerlos, sobre los enemigos del héroe.

Pero ¿podrían estos aliados llegar al teatro de la guerra en tiempo provechoso para Helium? ¿O Helium los necesitaría?

Carthoris, con los demás miembros de la tripulación del Thuria, oyó la conversación y los rumores. Nadie sabía de las dos flotas, la una del sur y la otra del norte, que se dirigían al socorro de las naves de Helium, y todos los dusarianos estaban convencidos de que nada podría ahora salvar a la antigua potencia de Helium de ser borrada para siempre de la lista de las potencias aéreas de Barsoom.

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