The Unknown University (44 page)

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Authors: Roberto Bolaño

Tags: #Poetry, #General, #Caribbean & Latin American

BOOK: The Unknown University
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I saw her walking down the street.
Wind passed over
her: it was moving

the leaves on the trees and the hanging clothes, but her hair
looked

like a statue’s.
Down the street, with steady steps, in a straight
line

toward the blue of the crossroads.
Then I didn’t see her anymore.
I
closed my eyes and remembered

a girl sprawled on a straw mat in the corner of a dark

room, like a garage .
.
.
Hello, I said, I just got here and I don’t
know anyone

in this charming village .
.
.
Wind knocked at the door, shook the
windows:

her shadow, like a spinning top, got lost in the crossroads, unfazed.
Only then

did I realize I’d arrived in Ghost City.
Frozen, I closed

my eyes and saw her again .
.
.
Queen of reflections .
.
.
Queen of
descending streets .
.
.

 

En coches perdidos, con dos o tres amigos lejanos,
vimos de cerca

a la muerte.

Borrachos y sucios, al despertar, en suburbios pintados de
amarillo,

vimos a la Pelona bajo la sombra de un tenderete.

¡Qué clase de duelo es éste!, gritó mi amigo.

La vimos desaparecer y aparecer como una estatua griega.

La vimos estirarse.

Pero sobre todo la vimos fundirse con las colinas y el horizonte.

 

In lost cars, with two or three distant friends
— we saw

Death up close.

Drunk and dirty, waking up, in yellow-painted suburbs,

we saw Death in the shade of a market stall.

What kind of match-up is this!
my friend shouted.

We saw Her disappear and appear like a Greek statue.

We saw Her stretch.

But mainly we saw Her melt away into the hills and the horizon.

 

Cada día los veo, junto a sus motos, en el otro lado
del río.

Con buen o mal tiempo ellos siempre están ahí, confabulando

o jugando a ser estatuas.
Bajo las nubes y bajo las sombras:

nunca cambian.
Esperan y desesperan, dicen las viejitas en este
lado

del río.
Pero se equivocan: nada esperan, su serenidad metálica

es la bandera secreta de su pueblo.

 

I see them every day, with their motorbikes, on the
other side of the river.

In good weather or bad they’re always there, plotting

or pretending to be statues.
Beneath the clouds and beneath the
shadows:

they never change.
They hope and give up hope, say the little old
ladies on this side

of the river.
But they’re mistaken: they hope for nothing, their
metallic serenity

is the secret flag of their people.

 

Llegué a los Estadios con mucho frío, patrón, y los
Estadios

comenzaron a moverse.

Llovía a cántaros y yo estaba parado en una esquina, que es

como decir que estaba parado en medio del desierto

y los Estadios se alejaban de aquel lugar para no volver.

¿Se mueven por el Sonido?, me pregunté.

¿Y hacia dónde se dirigen, hacia donde el Sonido disponga?

Tenía frío y tenía miedo, patrón, pero comprendí

que los Estadios, los compartimentos estancos,

marchaban de cabeza rumbo al pasado.

Todo lo que un día poseímos o quisimos poseer

marchaba de cabeza rumbo al pasado.

Después cesó la lluvia, patrón, y en el horizonte

aparecieron las agujas.

 

When I got to the Stadiums, I was really cold, boss,
and the Stadiums

started moving.

It was raining buckets and I was standing on a corner, which is

like saying I was standing in the middle of the desert

and the Stadiums were moving away from that place for good.

Are they moving because of Sound?
I asked myself.

And where are they going?
to wherever Sound orders them?

I was cold and I was scared, boss, but I understood

that the Stadiums, the watertight compartments,

were marching headlong into the past.

Everything we’d once possessed or wanted to possess

was marching headlong into the past.

Then the rain stopped, boss, and on the horizon

steeples appeared.

 

En la película de la tele el gángster toma un
avión

que se eleva lentamente contra un atardecer en blanco y negro.

Sentado en tu sillón mueves la cabeza: en la ventana

ves el mismo atardecer, las mismas nubes en blanco

y negro.
Te levantas y pegas las manos en el cristal:

el reactor del gángster se abre paso entre las nubes,

nubes increíblemente hermosas, ondas de la cabellera

de tu primer amor, labios ideales que formulan

una promesa para ti, pero que no entiendes.

La imagen que se desplaza por el cielo, la imagen

del televisor, son idénticas, el mismo anhelo, la misma

mirada.
Y sin embargo tiemblas y no entiendes.

 

In the TV movie the gangster hops a plane

that takes off slowly against a black and white dusk.

Seated in your armchair you turn your head: in the window

you see the same dusk, the same black and white

clouds.
You get up and press your hands against the glass:

the gangster’s jet parts the clouds,

incredibly beautiful clouds, waves in your

first love’s hair, idyllic lips that mouth

a promise meant for you, but that you don’t understand.

The image moving through the sky, the image

on the television, are identical: the same longing, the same

look.
And still you tremble and don’t understand.

 

Volví en sueños al país de la infancia.
En el
cielo

había una espada azul.
Una gran espada azul sobrevolando

los tejados marrones y rojos de Quilpué.

Entré caminando, con las manos en los bolsillos, y busqué

las viejas películas: el riachuelo, el caballo, la plaza

cubierta de hojas, el porche de mi casa.
No vi

a nadie.
Hasta el Duque había desaparecido.

De alguna manera intuí que el pueblo había entrado

en una suerte de operación geométrica sin fin.
La espada

se reproducía en el cielo mas siempre era una e indivisible.

 

In dreams I returned to my childhood country.
In the
sky

there was a blue sword.
A great blue sword flying above

the brown and red roofs of Quilpué.

I entered on foot, with my hands in my pockets, and searched

for the old films: the brook, the horse, the plaza

covered in leaves, my house’s porch.
I didn’t

see anyone.
Even the Duke had disappeared.

Somehow I sensed that the town had entered

a kind of endless geometric operation.
The sword

was multiplying in the sky, but was always one and indivisible.

 

EL ÚLTIMO SALVAJE

1

Salí de la última función a las calles vacías.
El esqueleto

pasó junto a mí, temblando, colgado del asta

de un camión de basura.
Grandes gorros amarillos

ocultaban el rostro de los basureros, aun así creí reconocerlo:

un viejo amigo.
¡Aquí estamos!, me dije a mí mismo

unas doscientas veces,

hasta que el camión desapareció en una esquina.

2

No tenía adónde ir.
Durante mucho tiempo

vagué por los alrededores del cine

buscando una cafetería, un bar abierto.

Todo estaba cerrado, puertas y contraventanas, pero

lo más curioso era que los edificios parecían vacíos, como

si la gente ya no viviera allí.
No tenía nada que hacer

salvo dar vueltas y recordar

pero incluso la memoria comenzó a fallarme.

3

Me vi a mí mismo como «El Último Salvaje» montado en

una motocicleta blanca, recorriendo los caminos

de Baja California.
A mi izquierda el mar, a mi derecha el mar,

y en mi centro la caja llena de imágenes que paulatinamente

se iban desvaneciendo.
¿Al final la caja quedaría vacía?

¿Al final la moto se iría junto con las nubes?

¿Al final Baja California y «El Último Salvaje» se fundirían

con el Universo, con la Nada?

4

Creí reconocerlo: debajo del gorro amarillo de basurero un amigo

de la juventud.
Nunca quieto.
Nunca demasiado tiempo en un solo

registro.
De sus ojos oscuros decían los poetas: son como dos
volantines

suspendidos sobre la ciudad.
Sin duda el más valiente.
Y sus ojos

como dos volantines negros en la noche negra.
Colgado

del asta del camión el esqueleto bailaba con la letra de nuestra

juventud.
El esqueleto bailaba con los volantines y con las
sombras.

5

Las calles estaban vacías.
Tenía frío y en mi cerebro se sucedían

las escenas de «El Último Salvaje».
Una película de acción, con
trampa:

las cosas sólo ocurrían aparentemente.
En el fondo: un valle
quieto,

petrificado, a salvo del viento y de la historia.
Las motos, el
fuego

de las ametralladoras, los sabotajes, los 300 terroristas muertos, en
realidad

estaban hechos de una sustancia más leve que los sueños.
Resplandor

visto y no visto.
Ojo visto y no visto.
Hasta que la pantalla

volvió al blanco, y salí a la calle.

6

Los alrededores del cine, los edificios, los árboles, los buzones de
correo,

las bocas del alcantarillado, todo parecía más grande que antes

de ver la película.
Los artesonados eran como calles suspendidas en el
aire.

¿Había salido de una película de la fijeza y entrado en una ciudad

de gigantes?
Por un momento creí que los volúmenes y las
perspectivas

enloquecían.
Una locura natural.
Sin aristas.
¡Incluso mi ropa

había sido objeto de una mutación!
Temblando, metí las manos

en los bolsillos de mi guerrera negra y eché a andar.

7

Seguí el rastro de los camiones de basura sin saber a ciencia
cierta

qué esperaba encontrar.
Todas las avenidas

desembocaban en un Estadio Olímpico de magnitudes colosales.

Un Estadio Olímpico dibujado en el vacío del universo.

Recordé noches sin estrellas, los ojos de una mexicana, un
adolescente

con el torso desnudo y una navaja.
Estoy en el lugar donde sólo

se ve con la punta de los dedos, pensé.
Aquí no hay nadie.

8

Había ido a ver «El Último Salvaje» y al salir del cine

no tenía adónde ir.
De alguna manera yo era

el personaje de la película y mi motocicleta negra me conducía

directamente hacia la destrucción.
No más lunas rielando

sobre las vitrinas, no más camiones de basura, no más

desaparecidos.
Había visto a la muerte copular con el sueño

y ahora estaba seco.

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