Read Temerario I - El Dragón de Su Majestad Online
Authors: Naomi Novik
Tags: #Histórica, fantasía, épica
Maximus y Temerario se cansaron finalmente y también salieron para que los secaran. Maximus requirió el máximo esfuerzo de Berkley y sus guardiadragones, dos hombres hechos y derechos. Los cadetes se encaramaron al lomo de Temerario mientras Laurence frotaba la delicada piel de su hocico. No pudo reprimir una sonrisa al oír refunfuñar a Berkley sobre el tamaño de su dragón.
Dejó el trabajo por un momento simplemente para disfrutar de la escena. Temerario hablaba con los demás dragones de buen grado, con ojos relucientes y la cabeza erguida con orgullo, sin indicios ya de que dudara de sí mismo. Incluso aunque aquella variopinta y extraña compañía no tenía nada que ver con lo que había querido para sí, aquella camaradería natural le reconfortó. Era consciente de haberse probado a sí mismo y haber ayudado a Temerario a obrar de igual modo, y de la profunda satisfacción de haber encontrado un lugar auténtico y digno para ambos.
El júbilo duró hasta que regresaron al patio. Rankin se hallaba en un lateral del mismo. Vestía un traje de aviador y se golpeaba la pierna con las correas de su arnés personal con evidente irritación. Levitas dio un pequeño salto de alarma al aterrizar.
—¿Qué te propones al irte volando de esa manera? —espetó Rankin sin esperar siquiera a que Hollín y los cadetes se bajaran—. Cuando no estés comiendo, tienes que estar aquí a la espera, ¿comprendido? ¿Y quién les ha dicho a ustedes que podían montar en él?
—Levitas fue sumamente amable al hacerme el favor de llevarlos, capitán Rankin —dijo Laurence, que salió de entre la dotación de Temerario y habló con brusquedad para distraer la atención del hombre—. Sólo hemos bajado al lago, y nos podían haber hecho una señal en cualquier momento.
—No voy a preocuparme de andar corriendo detrás de un encargado de señales para tener disponible mi dragón, capitán Laurence. Le agradecería que se preocupara de su propio animal y me dejara a mí el mío —repuso Rankin fríamente. Luego, dirigiéndose a Levitas, agregó—: Supongo que ahora estarás empapado, ¿no?
—No, no. Estoy casi seco, seguro. No tardaré mucho en estarlo del todo, lo prometo —dijo Levitas, que se encorvó sobre sí mismo hasta empequeñecerse.
—Esperemos que así sea —dijo Rankin—. Agáchate, deprisa. Y en cuanto a todos vosotros, ¡permaneced lejos de él a partir de ahora! —les dijo a los cadetes mientras se encamaraba a su posición haciendo a un lado a Hollin de un empellón.
Laurence se quedó observando al Winchester mientras éste se alejaba volando con Rankin montado sobre su lomo. Berkley y la capitana Harcourt permanecieron en silencio, igual que los demás dragones. De pronto, Lily ladeó la cabeza y profirió un airado siseo. Sólo cayeron unas gotas de ácido, pero crepitaron y humearon sobre la piedra, dejando un profundo boquete negro.
—¡Lily! —le reprendió la capitana Harcourt, pero había cierto alivio en su voz por el hecho de romper el silencio—. Peck, trae un poco de aceite para el arnés —ordenó a un miembro de la tripulación de tierra de Lily mientras descendía. Lo vertió con prodigalidad sobre las gotas de ácido hasta que dejaron de humear—. Listo, cubridlas con un poco de arena y mañana ya será seguro lavarlas.
Laurence también agradeció aquella pequeña interrupción. No confiaba en sí mismo lo suficiente como para hablar de inmediato. Temerario le acarició con el hocico con suavidad y los cadetes le miraron preocupados.
—No debería haberlo sugerido, señor —dijo Hollín—. Por descontado, le pediré perdón a usted y al capitán Rankin.
—En absoluto, señor Hollin —contestó Laurence. Oyó su propia voz, fría y muy severa, por lo que intentó mitigar el efecto causado al añadir—: Nada de cuanto ha hecho está mal.
—No veo razón alguna por la que debamos permanecer lejos de Levitas —susurró Roland.
Laurence no vaciló ni un segundo en responder. Fue algo tan intenso y automático como su propia e inútil ira contra Rankin.
—Señorita Roland, un superior jerárquico le ha dado una orden. Si ése no es motivo suficiente, se ha equivocado de trabajo —replicó con brusquedad—. Que no vuelva a escucharle otro comentario de ese tipo. Hagan el favor de llevar esos trapos a la lavandería ahora mismo. Si me disculpan, caballeros, iré a dar un paseo antes de la cena —agregó dirigiéndose a los demás.
Temerario era demasiado grande para deslizarse detrás de él con éxito, por lo que el dragón recurrió a sobrepasarle volando y esperarle en el primer claro que había junto al camino. Laurence estaba convencido de que deseaba estar solo, pero descubrió que se alegraba de entrar en el círculo de las patas del dragón y apoyarse sobre su cálido corpachón, escuchando el palpitar casi musical y la continua reverberación de su respiración. Le entraron unas ganas terribles de llamar a Rankin.
—No sé por qué lo soporta. Aunque es pequeño, sigue siendo más grande que Rankin —dijo Temerario tiempo después.
—¿Por qué lo soportas tú cuando te pido que te pongas el arnés y realices algunas maniobras peligrosas? —le contestó Laurence—. Es su deber y su costumbre. Le han educado para obedecer y ha sufrido ese tratamiento desde que salió del huevo. Lo más probable es que no se le ocurra otra alternativa.
—Pero te ve a ti y a los demás capitanes. A nadie se le trata de ese modo —replicó Temerario. Abrió surcos en el suelo al flexionar las garras—. No te obedezco porque sea un hábito y no sea capaz de pensar por mí mismo. Lo hago porque sé que mereces esa obediencia. Nunca me tratarías con crueldad ni me pedirías que hiciera algo peligroso o desagradable sin motivo.
—No, no sin motivo —admitió el aviador—, pero tenemos un trabajo duro, amigo mío, y a veces debemos estar dispuestos a soportar mucho —vaciló, pero luego añadió con tacto—: Quería hablar contigo de ello, Temerario. Has de prometerme que en el futuro no antepondrás mi vida a todo lo demás. Seguramente sabías que Victoriatus es más necesario que yo para la Fuerza Aérea, incluso aunque no tuviéramos en cuenta a la tripulación. Nunca deberías haber contemplado la posibilidad de arriesgar sus vidas para salvar la mía.
Temerario se enroscó aún más cerca de él y dijo:
—No, Laurence, no puedo prometerte tal cosa. Lo siento, pero no te voy a mentir. No podía haberte dejado caer. Tal vez valores sus vidas más que la tuya, pero yo no, ya que tú eres más valioso para mí que todos los demás. No te obedeceré en tal caso. Y en lo que se refiere al deber no me preocupa mucho el concepto, ya que cuanto más sé de él, menos me interesa.
Laurence no estaba demasiado seguro sobre cómo responder a aquello. No podía negar cuánto significaba para él lo mucho que le valoraba Temerario, aunque también resultaba alarmante que el dragón expresara sin rodeos que seguiría o no sus órdenes en función de su propio criterio. Laurence confiaba mucho en ese juicio, pero volvía a sentir que no había hecho el suficiente esfuerzo para enseñar al dragón el valor de la disciplina ni el deber.
—Desearía saber explicártelo correctamente —dijo con cierta desesperación—. Tal vez encuentre algunos libros sobre el tema.
—Ya imagino —contestó el dragón, que por una vez se mostraba dubitativo sobre la lectura de un libro—. Dudo que haya algo que me persuada de comportarme de otra manera. En todo caso, preferiría evitar que volviera a suceder. Fue terrible y temía no ser capaz de recogerte.
Laurence podía sonreír a esas palabras.
—Al menos en ese punto estamos de acuerdo, y te prometo con mucho gusto que haré todo lo posible para evitar que se repita.
Roland acudió corriendo en su busca a la mañana siguiente. Laurence había dormido junto a Temerario en la pequeña tienda.
—Celeritas os quiere ver, señor —anunció la niña, que volvió al castillo junto a él, después de que se hubiera puesto la chaqueta y anudado el lazo del cuello. Temerario le despidió adormilado, sin apenas abrir un ojo antes de volver a dormirse. Mientras caminaban, Roland aventuró—: ¿Sigue enfadado conmigo, capitán?
—¿Qué? —preguntó él, mirándola sin comprender. Entonces, se acordó y le respondió—: No, Roland. No estoy enfadado contigo. Espero que hayas comprendido por qué te equivocaste al hablar de ese modo.
—Sí —le contestó la cadete. El aviador fue capaz de ignorar la poca convicción con la que lo decía—. No le he hablado a Levitas, pero no he podido evitar ver el mal aspecto que tiene esta mañana.
Laurence lanzó una mirada al Winchester mientras cruzaban el patio. Levitas se había aovillado en una esquina al fondo del patio, lejos de los demás dragones, y no dormía a pesar de lo temprano de la hora, sino que miraba el suelo con desánimo. Laurence desvió la mirada, no había nada que hacer.
—Retírate, Roland —ordenó Celeritas cuando ella llevó al aviador a su presencia—. Capitán, lamento haberle hecho llamar a primera hora. Antes que nada, ¿cree que Temerario se ha recuperado lo suficiente para reanudar el entrenamiento?
—Eso creo, señor. Se está recuperando con suma rapidez y ayer bajó al lago y regresó sin dificultad —contestó Laurence.
—Bien, bien. —Celeritas enmudeció, después suspiró y agregó—: Capitán, me veo obligado a ordenarle que no vuelva a entrometerse en lo que a Levitas concierne.
Laurence sintió cómo le ardían las mejillas. De modo que Rankin se había quejado de él. Aun así, era lo menos que se merecía. Él jamás hubiera tolerado una intervención oficiosa en el gobierno de su nave ni en el manejo de Temerario. Aquello no había estado bien, con independencia de las justificaciones que se diera a sí mismo, y la ira quedó subsumida bajo la vergüenza.
—Señor, le pido perdón por haberle puesto en el compromiso de tener que decírmelo. Le aseguro que el problema no se presentará de nuevo.
Celeritas bufó. Después de haber pronunciado la reprimenda, no parecía poner mucho empeño en reforzarla.
—No me dé garantías. Se rebajaría ante mis ojos si las diera con sinceridad —contestó—. Es una gran pena y tengo tanta culpa como los demás. Cuando fui incapaz de soportar más a Rankin, el Mando Aéreo pensó que él podría actuar como mensajero y le envió un Winchester. No me decidí a hablar contra él por consideración a su abuelo a pesar de saber que hubiera sido lo mejor.
Se sintió reconfortado cuando se suavizó la reprimenda y sintió curiosidad al comprender que Celeritas sugería que tampoco le soportaba. Seguramente, el Mando Aéreo nunca hubiera impuesto como aviador de un dragón tan extraordinario como el director de prácticas a un tipo como Rankin.
—¿Conoció bien a su abuelo? —preguntó Laurence, incapaz de resistirse a formular una pregunta de prueba.
—Fue mi primer cuidador, y también su hijo sirvió conmigo —contestó Celeritas lacónicamente al tiempo que apartaba el rostro y dejaba caer la cabeza. Se recuperó después de un momento y añadió—: Bueno, yo tenía esperanzas en el chico, pero la madre insistió en que no creciera aquí y su familia le inculcó ideas extrañas. Nunca debería haber sido aviador, y menos aún capitán. Pero ahora lo es, y se quedará mientras Levitas le obedezca. No puedo permitir que interfiera. Imagine lo que ocurriría si se dejara a unos oficiales inmiscuirse en los animales de otros. Los tenientes desesperados por llegar a capitán apenas podrían resistir la tentación de acaramelar a cualquier dragón que no estuviera del todo satisfecho. Eso sería el caos.
Laurence agachó la cabeza.
—Lo entiendo perfectamente, señor.
—En cualquier caso, le voy a dar asuntos más urgentes que atender. Hoy vamos a empezar la integración de Temerario en la formación de Lily—dijo Celeritas—. Vaya en su busca. Los otros estarán aquí dentro de poco.
Laurence caminó de regreso muy pensativo. Siempre supo, por supuesto, que las razas de mayor tamaño sobrevivían a sus cuidadores siempre que no los mataran en el combate. No había ponderado que eso dejaba a los dragones solos y sin compañero después ni había pensado cómo éstos o el Mando Aéreo resolvían la situación. Por supuesto, el interés de Inglaterra era que el dragón continuara en activo con un nuevo cuidador, y no pudo evitar el pensamiento de que de ese modo, con la mente ocupada en otros deberes, el animal sería más feliz y se evitaría la clase de pesar que estaba claro que Celeritas aún sentía.
Miró al dormido Temerario con preocupación una vez que regresó al claro. Les quedaban muchos años por delante y los caprichos de la guerra podían hacer baladíes todas aquellas preguntas, pero la felicidad futura del dragón era su responsabilidad, y con diferencia, más pesada que cualquier propiedad. En algún momento no demasiado lejano tendría que considerar qué previsiones tomaba para asegurar su futuro. Quizás un primer teniente bien elegido podría ocupar su lugar cuando el dragón se hiciera a la idea con el transcurso de los años.
—Temerario —le llamó, acariciando el hocico del dragón, que abrió los ojos y profirió un sonido sordo.
—Estoy despierto. ¿Volvemos a volar hoy? —preguntó mientras alzaba la cabeza, bostezaba al cielo y movía un poco las alas.
—Sí, amigo —contestó el aviador—. Vamos, debemos ponerte el arnés de nuevo. Estoy seguro de que el señor Hollin nos lo habrá preparado.
Habitualmente, la formación volaba en una cuña que recordaba mucho a una bandada migratoria de ocas con Lily en cabeza. Messoria e Immortalis, los Tanatores Amarillos, proporcionaban el obstáculo físico que impedía un ataque de cerca contra Lily mientras que Dulcia, un Cobre Gris más pequeño y ágil, y Nitidus, un Azul de Pascal, defendían los extremos. Todos ellos eran dragones adultos y, salvo Lily, tenían experiencia en el combate. Se les había elegido para aquella vital formación con el fin de apoyar a la joven e inexperta Largario, y sus capitanes y tripulaciones se sentían con razón orgullosos de su habilidad.
Laurence tuvo motivos para agradecer el incesante trabajo y las repeticiones del último mes y medio. Si las maniobras que habían practicado durante tanto tiempo no se hubieran convertido ahora en una segunda naturaleza para Temerario y Maximus, jamás hubieran podido igualar las estudiadas acrobacias, realizadas sin esfuerzo aparente, de los demás. Habían situado a los dos dragones más grandes de modo que formaran una segunda fila detrás de Lily, cerrando la formación con forma de triángulo. En batalla, su tarea sería rechazar cualquier intento de romper la formación, defenderla del ataque de otros dragones de combate pesado y acarrear el peso de las bombas que sus tripulaciones arrojarían sobre los objetivos ya debilitados por el ácido de Lily.
Laurence se alegró al ver que los otros dragones admitían plenamente a Temerario en la formación, aunque ninguno de los dragones adultos tenía ni la energía ni las ganas para jugar fuera del trabajo. La mayor parte del tiempo haraganeaban durante las escasas horas de ocio y se limitaban a entretenerse contemplando con condescendencia cómo hablaban Temerario, Lily y Maximus, y, de vez en cuando, cómo jugaban al corre que te pillo en el aire. Por su parte, Laurence también se sentía mucho mejor acogido entre los demás aviadores y descubrió que, sin haberlo advertido, se había acomodado a la informalidad de sus costumbres. La primera vez que se encontró dirigiéndose a la capitana Harcourt como simplemente «Harcourt» en una deliberación posterior al entrenamiento, ni siquiera se dio cuenta hasta al cabo de un rato.