Read Tatuaje II. Profecía Online
Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
—¿Un sacrificio? —Álex se volvió hacia él y buscó su mirada—. ¿Qué clase de sacrificio, exactamente?
—El único que realmente importa: el de la vida. Para leer el libro, hay que estar dispuesto a morir; y no una, sino mil veces si fuera necesario.
—Pero tú sigues vivo —objetó David, dando un paso hacia el mago—. Dinos cómo lo has hecho. Tiene que haber una forma…
—Pensad sobre ello. Meditadlo despacio. Tenéis todo el tiempo del mundo para descubrir la respuesta… Y creo que os será más fácil dar con ella si yo no os molesto, de modo que, por ahora, creo que será mejor que nos despidamos.
Armand abrió la puerta con una mano, y retrocedió dos pasos mientras inclinaba el tronco casi hasta el suelo, en una grotesca reverencia.
—Espera un momento —dijo Álex—. ¿Cuándo vas a volver? ¿Cuánto tiempo piensas dejarnos aquí? Todo esto no tiene ningún sentido…
—Tiene más sentido del que imaginas, Álex. Mucho más —replicó el ilusionista con mirada solemne—. Concedeos una oportunidad. Yo ya he tenido la mía… Adiós.
La puerta se cerró tras el mago con un chasquido apenas audible. Un brillo tenue, débilmente rojizo, se propagó sobre la vieja y bruñida madera de su superficie en una rápida oleada. Álex estaba a punto de abalanzarse sobre ella cuando el brazo de David lo detuvo.
—No la toques —musitó—. Fíjate en ese emblema grabado en el centro. Un caballo alado rodeado por una corona de hiedra. Es un símbolo medu muy antiguo y poderoso; significa que la puerta está encantada.
Álex le clavó una mirada fría e impaciente.
—¿Y qué? —preguntó irritado—. ¿Qué me pasará si la cruzo, me disolveré o algo por el estilo? No estarás intentando decirme que nos hemos convertido en prisioneros de Armand…
—Vamos, no exageres. Solo te digo que hay que tener cuidado antes de cruzar esa puerta, porque lo más probable es que al otro lado no nos encontremos la biblioteca de Armand, sino un lugar completamente distinto. El símbolo mágico la convierte en un portal dimensional, ¿lo entiendes? Si salimos, puede que no volvamos a encontrar el camino de regreso.
Álex miró de soslayo la sombra densa, casi sólida, que avanzaba desde el espejo, cada vez más larga y amenazante.
—Quizá sería lo mejor —murmuró.
—¿Estás de broma? —David lo miró indignado—. Esta es una oportunidad que solo se presenta una vez en la vida. Hemos tenido mucha suerte de que ese tipo haya querido traernos hasta el Nosferatu. Estamos solos con él, Álex. Ahora todo depende de nosotros. Si conseguimos reanimarlo, si conseguimos reconstruir la copia del Libro de la Creación, no habrá nada en el mundo que no podamos lograr. Entonces ya no hará falta que nos preocupemos por un mohoso conjuro en una puerta.
Álex miró fijamente al Nosferatu. Su espalda parecía algo más encorvada que unos segundos antes, y uno de sus pies se había adelantado, como si se dispusiera a atacar; aunque tal vez no fueran más que figuraciones suyas.
—¿Es que no has oído lo que acaba de decir Armand? —preguntó, sin apartar los ojos del «No Muerto»—. La única forma de reanimar a esa cosa es sacrificar la vida. ¿Es en eso en lo que estás pensando? Porque preferiría saberlo desde ahora mismo…
—Está claro que no entiendes nada de estas cosas, Álex. ¿Qué demonios te enseñaron los guardianes cuando estuviste con ellos? En los asuntos mágicos no hay que interpretar nada literalmente; ese es un error de principiantes, el peor que se puede cometer. Cuando Armand hablaba de sacrificar la vida, no estaba hablando de un sacrificio real, sino simbólico. Quería decir que tendremos que ofrecer a cambio del libro algo que sea de gran valor para nosotros, aunque sinceramente no sé qué demonios podría ser.
—Pues piénsalo antes de que empiece a agobiarme aquí dentro —gruñó Álex, volviéndose hacia el espejo—. Se supone que tú eres el experto, ¿no? Te doy media hora como mucho para encontrar algo que ofrecerle a esa cosa repugnante a cambio de que nos deje conocer sus misterios. No pienso esperar ni un minuto más en este antro lleno de moho.
David suspiró, contrariado.
—No me lo estás poniendo fácil —protestó—. ¿Qué diablos te pasa? Nunca te he visto actuar como un cobarde, pero ahora… No sé, parece que este sitio te diera miedo.
—Lo que no entiendo es que no te dé miedo a ti —replicó Álex de mal humor—. Está claro que todo esto es una trampa, ha sido evidente desde el primer momento. Armand no nos ha traído aquí para hacernos un favor. Trama algo, y no me da buena espina… ¿Cómo es posible que no te des cuenta?
—Por supuesto que me doy cuenta, pero eso ahora es lo de menos. Si conseguimos descifrar el libro, Armand dejará de importar. Nadie podrá hacernos daño. Seremos… seremos prácticamente invencibles.
Álex dejó escapar una amarga carcajada.
—Has perdido la cabeza —murmuró—. En serio, en cuanto has visto todos esos tatuajes en la piel del Nosferatu, has empezado a delirar.
—No tienes ni idea de lo que estás hablando —le cortó David en tono casi amenazador—. Yo sí. Vamos a dejar de discutir, Álex. Necesito concentrarme. Voy a despertar a ese engendro aunque sea lo último que haga.
Álex se encogió de hombros y, dándole la espalda a David, se alejó sin pensarlo en dirección al rincón del espejo. Él tampoco deseaba prolongar aquella discusión… Lo único que quería era salir lo antes posible de allí.
Durante unos minutos, ambos jóvenes guardaron un obstinado silencio. Álex oía los pasos regulares de David recorriendo interminablemente el pequeño cubículo, dando vueltas alrededor del Nosferatu. Él, por su parte, se sentó en una esquina y apoyó la espalda en la fría pared. Desde donde se encontraba podía ver el espejo de lado, y la sombra cada vez más espesa que emanaba de su superficie. ¿Cómo era posible que David no la viera? Si hubiese detectado aquella sombra antinatural que crecía por momentos, no habría podido ignorarla para concentrarse en el cadáver-libro. La sombra le habría impedido pensar con claridad… y le habría hecho desear con todas sus fuerzas alejarse de aquel lugar para siempre.
En algún momento, la sombra empezó a susurrar. El murmullo sibilante que brotaba del espejo parecía llegar de muy lejos, como el rumor de un mar lejano. Pero Álex estaba seguro de que en aquel sonido se ocultaban palabras incomprensibles, palabras que iban dirigidas a él. La sombra le estaba llamando. Era absurdo, lo sabía, pero también sabía que sus sentidos no le estaban engañando. La presencia amenazadora del espejo quería atraer su atención. Más aún: quería comunicarle algo… Pero ¿qué?
Fuese lo que fuese, Álex decidió resistirse con todas sus fuerzas a aquella llamada. Una voz interior le decía que era peligrosa, y que no debía caer en la tentación de escucharla. Pero, al mismo tiempo, el rumor le atraía con su música suave y seductora, obligándolo a realizar un gran esfuerzo para no ir hacia él. Sintió, de pronto, que su mente se dejaba envolver por la armonía de aquel viento distante y flotaba hacia un lugar alejado en el espacio y en el tiempo. Vio con toda claridad la penumbra de la Caverna Sagrada, el sepulcro de Erik bañado en luz y la figura de Jana inclinándose sobre el lecho de piedra…
Álex cerró los ojos. Apretó los párpados con todas sus fuerzas, hasta que la visión se disolvió en una oscuridad salpicada de destellos blancos. No deseaba volver a presenciar aquella escena que despertaba el monstruo celoso y desagradecido que llevaba dentro. Tenía que poner barreras mentales, impedir a cualquier precio que la visión volviese a abrirse camino hasta su conciencia. Necesitaba todo su poder de concentración…
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —oyó que le decía David.
Abrió los ojos, desorientado. No sabía cuántos minutos llevaba luchando contra las imágenes que pugnaban por introducirse en su cerebro, manteniéndolas alejadas a través de un esfuerzo coordinado de todas sus facultades mentales.
—¿Qué pasa? —preguntó, mirando a David.
El hermano de Jana tenía el ceño fruncido y sus ojos echaban chispas.
—¿Cómo que qué pasa? Creía que querías salir de aquí, pero no estás ayudando mucho, ¿sabes? Yo solo no puedo reanimar a esa cosa. De verdad que no te entiendo, Álex. ¿No te interesa el libro?
—No, no me interesa —mintió Álex. La voz le salió débil y quebrada, como si acabase de despertar de un pesado sueño—. Lo único que quiero es largarme.
David se quedó mirándolo fijamente.
—Es por lo que dijo Armand sobre la profecía, ¿verdad? —preguntó—. Es por eso… No quieres que lea el libro. No quieres que los medu recuperemos la magia que nos arrebataste. Te da miedo…
—¡Sí! —le interrumpió Álex, nervioso. Había vuelto a vislumbrar la Caverna Sagrada durante unos instantes, antes de que su voluntad disgregase la imagen y le devolviese a la cámara secreta de la biblioteca—. Me da miedo, sí… ¿Y qué? No tengo ningún motivo para seguirte el juego. Me gusta el mundo tal y como es ahora, y no quiero que los clanes recuperen el poder que perdieron. Sabes tan bien como yo lo que harían con ese poder, si lo recuperaran…
—Lo que han hecho siempre —replicó David con indiferencia—. Sobrevivir, proteger su legado. Están… Estamos en nuestro derecho.
—Pues, si lo conseguís, no será con mi ayuda —murmuró Álex, rehuyendo sus ojos.
Se sentía extenuado, e incapaz de seguir durante más tiempo con aquella conversación. El esfuerzo continuo que debía hacer para mantener alejadas las visiones de la Caverna había conseguido acabar con sus últimas reservas de energía.
Sin embargo, David no parecía dispuesto a dejarle en paz.
—¿Ni siquiera lo harías por Jana? —preguntó—. Necesito tu ayuda, Álex. Si no me echas una mano, quién sabe cuánto tiempo tendremos que quedarnos atrapados aquí…
—Te recuerdo que la puerta no está cerrada con llave —repuso Álex con desgana—. Podemos irnos cuando queramos.
Eso le dio una idea. Apoyándose en la rodilla derecha, se puso en pie. Por un momento temió que las piernas no le sostuvieran, pero, a pesar de su debilidad, consiguió avanzar un par de pasos hacia la puerta.
—¿Qué haces? —David le agarró violentamente del brazo—. ¿Qué demonios estás haciendo?
Álex se volvió hacia él. Detrás del hermano de Jana, el Nosferatu permanecía inmóvil, como una extraña criatura disecada.
—Me marcho, David —contestó con un hilo de voz—. No me importa adonde me conduzca esa puerta. Quiero salir de aquí… Me estoy ahogando.
Intentó dar un paso más, pero los dedos de David le apretaron el brazo.
—Eres un cobarde —le recriminó el joven aginar con los ojos brillantes de desprecio—. Si Jana te viera en estos momentos, se avergonzaría de ti…
Una descarga de adrenalina calentó la piel de Álex. Sus músculos reaccionaron solos, empujando a David hacia atrás con una fuerza de la que unos segundos antes no habrían sido capaces.
El muchacho cayó al suelo sentado; era obvio que no se esperaba aquel ataque. Sus ojos entrecerrados se clavaron en su atacante, llenos de rencor. Se había llevado la mano enguantada al pecho, como si le doliera.
—Esto también le habría encantado a mi hermana —siseó, burlón—. Qué lástima que se lo esté perdiendo…
—No metas a Jana en esto, ¿me oyes? Basta. —La voz de Álex brotaba descontrolada, llena de rabia, sin que él pudiera hacer nada por contenerla—. Estoy harto de ti, harto de vosotros y de vuestras estupideces… ¿Qué queréis, que todo vuelva a ser como antes? Que yo recuerde, antes no os iba demasiado bien…
—Ahora será mejor —murmuró David, levantándose del suelo sin apartar la mirada de Álex—. Hemos aprendido la lección. Además, ahora tenemos un rey. Armand lo ha dicho, y tiene razón. Por primera vez en cuatrocientos años, los clanes tenemos un rey, y eso lo cambia todo. Con Erik en el trono, y sin la molestia de los guardianes, nadie podrá pararnos.
—Sí; qué maravilla. —Álex sonrió con sarcasmo—. Unos cuantos como tú bastarían para convertir el mundo en un infierno… Ya me lo estoy imaginando.
David ladeó un poco la cabeza para lanzarle una mirada oblicua.
—Creía que Erik era tu mejor amigo —dijo en voz baja—. Aunque solo fuera por él, lo lógico sería que colaboraras. El libro nos permitiría despertarlo…
—¿Y crees que yo quiero eso? —vociferó Álex, fuera de sí—. ¿De verdad lo crees? Eres un idiota, David. Eres un completo idiota.
En algún momento en medio de su estallido, Álex volvió a empujar a su compañero. El muchacho, desequilibrado por el golpe, salió despedido hacia la pared de piedra. Intentó frenar el golpe con la mano enferma, pero el guante se arrugó al chocar contra el muro como si no contuviese nada más que vacío. De la garganta de David brotó un aullido de dolor.
En ese mismo instante Álex oyó un crujido a su espalda.
Se volvió justo a tiempo para ver cómo el Nosferatu abría los ojos. Sus iris eran dos círculos negros en cuyo centro brillaban los símbolos gemelos de dos ibis idénticos. Dos jeroglíficos antiguos como la historia del mundo, esculpidos en fuego sobre la oscuridad de aquella mirada inhumana.
—Ha despertado —susurró David, que había conseguido ponerse en pie—. ¿Por qué? No entiendo nada…
Álex intentó contestarle. Intentó decirle que él sí lo entendía, pero no pudo.
De repente, se había quedado sin voz.
El monstruo avanzó pesadamente hacia ellos, moviendo con torpeza sus rígidas piernas cubiertas de tatuajes. Un dolor insoportable atenazó el pecho y la garganta de Álex, como si media docena de cuchillos le estuvieran desgarrando por dentro. Trató de moverse, pero le fue imposible.
—Enhorabuena, David —dijo el Nosferatu. Tenía la voz de Álex, el mismo tono grave y levemente ronco, las mismas inflexiones al arrastrar las palabras—. Lo has conseguido.
David contempló con fijeza los ibis de fuego inscritos en los ojos del monstruo.
—¿Qué… qué ha pasado? —tartamudeó—. ¿Qué le has hecho a mi amigo?
El Nosferatu se echó a reír. Una única carcajada trémula, mezclada con extraños estertores, reverberó en las paredes de la cámara secreta.
—¿De verdad te parece que ese es un término apropiado para definirle? —se mofó el monstruo. A medida que hablaba, parecía ir ganando en firmeza, y la expresión de su rostro cadavérico iba adquiriendo una vivacidad cada vez mayor—. Amigo… ¿Por eso su voz destilaba tanto odio como para devolverle la vida a un cadáver?
De modo que era eso. Álex dirigió a David una mirada suplicante, pero el hermano de Jana solo tenía ojos para el Nosferatu, Parecía fascinado y aterrado al mismo tiempo. Por fin había conseguido lo que quería: despertar a la copia viviente del Libro de La Creación.