Tarzán el terrible (4 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

BOOK: Tarzán el terrible
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—Sí —respondió Om-at—. Los waz-don somos libres; sólo los ho-don se hacen prisioneros a sí mismos en ciudades. ¡Yo no querría ser un hombre blanco!

Tarzán sonrió. Incluso aquí existía la distinción racial entre hombre blanco y hombre negro: ho-don y waz-don. Ni siquiera el hecho de que parecieran iguales en inteligencia importaba, uno era blanco y el otro negro, y resultaba fácil ver que el blanco se consideraba superior al otro, se notaba en su sonrisa tranquila.

—¿Dónde está A-lur? —volvió a preguntar Tarzán—. ¿Volvéis allí?

—Está detrás de las montañas —respondió Ta-den—. Yo no regreso allí, todavía no. Hasta que no esté Ko-tan.

—¿Ko-tan? —preguntó Tarzán.

—Ko-tan es rey —explicó el pitecántropo—. Gobierna esta tierra. Yo era uno de sus guerreros. Vivía en el palacio de Ko-tan y allí conocía a O-lo-a, su hija. Nos amamos. Como la luz de las estrellas, y yo; pero Ko-tan no quería saber nada de mí. Me envió lejos a pelear con los hombres de la aldea de Dak-at, que se habían negado a pagar su tributo al rey, pensando que me matarían, pues Dak-at es famosa por sus excelentes guerreros. Y no me mataron. En cambio, regresé victorioso con el tributo y con el propio Dak-at como prisionero; pero Ko-tan no quedó complacido porque vio que O-lo-a me amaba aún más que antes, pues su amor se había reforzado por el orgullo de mi hazaña.

»Poderoso es mi padre, Ja-don, el hombre-león, jefe de la mayor aldea aparte de A-lur. Ko-tan vacilaba en enfrentarse con mi padre y no pudo sino alabarme por mi éxito, aunque lo hizo con media sonrisa. ¡Pero no lo entiendes! Es como llamamos a una sonrisa que mueve sólo los músculos de la cara y no afecta al brillo de los ojos; significa hipocresía y doblez. Yo debía ser alabado y recompensado. ¿Qué mejor recompensa que la mano de O-lo-a, su hija? Pero no, él guarda a O-lo-a para Bu-lot, hijo de Mo-sar, el jefe cuyo abuelo era rey y quien piensa que debería ser rey. Así apaciguaría Ko-tan la ira de Mo-sar y se ganaría la amistad de los que creen con Mo-sar que éste debería ser rey.

»Pero ¿qué recompensa gratificaría al fiel Ta-den? Honramos con grandeza a nuestros sacerdotes. En el interior de los templos incluso los jefes y el propio rey se inclina ante ellos. No hay honor más grande que Ko-tan pudiera otorgar a un sujeto… que deseara ser sacerdote; pero yo no lo deseaba. Los sacerdotes, aparte del sumo sacerdote, deben volverse eunucos para no casarse nunca.

»La propia O-lo-a me comunicó que su padre había dado las órdenes que pondrían en marcha la maquinaria del templo. Un mensajero estaba en camino en mi busca para llevarme a presencia de Ko-tan. Negarme al sacerdocio una vez me fuera ofrecido por el rey sería una afrenta para el templo y los dioses, que significaría la muerte; pero si no aparecía ante Ko-tan no tendría que rechazar nada. O-lo-a y yo decidimos que no debía comparecer. Era mejor huir, llevando en mi pecho un hilo de esperanza, que permanecer y, en mi sacerdocio, abandonar la esperanza para siempre.

»Bajo las sombras de los grandes árboles que crecen en los terrenos de palacio la apreté a mí por, quizá, última vez y luego, para no encontrarme con el mensajero, escalé la gran muralla que protege el palacio y crucé la ciudad en sombras. Mi nombre y rango me llevaron más allá de la puerta de la ciudad. Desde entonces he vagado lejos del acoso de los ho-don, pero fuerte en mí es la necesidad de regresar aunque sólo sea para ver desde el exterior de sus murallas la ciudad que alberga lo más querido para mí y visitar de nuevo la aldea donde nací, para ver de nuevo a mis padres.

—¿Pero el riesgo es demasiado grande? —preguntó Tarzán.

—Es grande, pero no demasiado grande —respondió Ta-den—. Iré.

—Y yo iré contigo, si me lo permites —dijo el hombre-mono—, pues debo ver esta Ciudad de la luz, esta A-lur tuya, y buscar allí a mi compañera perdida aunque tú creas que existen pocas probabilidades de que la encuentre. Y tú, Om-at, ¿vienes con nosotros?

—¿Por qué no? —dijo el peludo—. Las guaridas de mi tribu están en los riscos más arriba de A-lur y aunque Es-sat, nuestro jefe, me echó, me gustaría volver de nuevo, pues hay una hembra a la que me gustaría ver una vez más y que se alegraría de verme. Si, iré con vosotros. Es-sat temía que me convirtiera en jefe y quién sabe si tenía razón. Pero buscaré antes a Pan-at-lee, incluso antes de ser jefe.

—Entonces, viajaremos juntos los tres —dijo Tarzán.

—Y pelearemos juntos —añadió Ta-den—, los tres como uno —y mientras hablaba sacó su cuchillo y lo blandió por encima de su cabeza.

—Los tres como uno —repitió Om-at, blandiendo su arma e imitando el acto de Ta-den—. ¡Está dicho!

—¡Los tres como uno! —gritó Tarzán de los Monos—. ¡Hasta la muerte! y su cuchillo relució a la luz del sol.

—Vámonos, pues —dijo Om-at—, mi cuchillo está seco y pide a gritos la sangre de Es-sat.

El sendero por el que avanzaban Ta-den y Om-at, y que apenas podía ser digno de ser denominado sendero, era más adecuado para ovejas salvajes, monos o aves que para el hombre; pero los tres que lo seguían estaban acostumbrados a caminos que ningún hombre corriente se atrevería a tomar. Ahora, en las pendientes inferiores, conducía a través de densos bosques donde el suelo estaba cubierto de árboles caídos y enredaderas enmarañadas y las ramas de los árboles oscilaban por encima; también aquí rodeaba grandes gargantas cuyas rocas de aspecto resbaladizo proporcionaban un punto de apoyo momentáneo incluso para los pies desnudos que las tocaban levemente cuando los tres hombres saltaban como gamuzas de una a otra. Vertiginoso y aterrador era el modo en que Om-at elegía el camino para cruzar la cima cuando les condujo por el lomo de un alto peñasco que se elevaba unos seiscientos metros de roca perpendicular sobre un río. Y cuando por fin se hallaron de nuevo a un nivel comparativamente bajo Om-at se volvió y les miró a ambos con atención y en especial a Tarzán de los Monos.

—Los dos serviréis —dijo—. Sois compañeros adecuados para Om-at, el waz-don.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Tarzán.

—Os he traído por aquí —respondió el negro— para saber si a alguno os faltaba valor para seguir por donde Om-at os conducía. Aquí es donde vienen los jóvenes guerreros de Es-sat para demostrar su valor. Y sin embargo, aunque nacemos y somos criados en riscos, no se considera un deshonor admitir que Pastar-ul-ved, el Padre de las Montañas, nos ha derrotado, pues de los que lo intentan sólo unos pocos lo logran; los huesos de los demás yacen a los pies de Pastar-ul-ved.

Ta-den se echó a reír.

—No me gustaría venir por aquí a menudo —declaró.

—No —dijo Om-at—, pero ha acortado nuestro viaje al menos en un día completo. Así Tarzán contemplará antes el Valle de Jad-ben-Otho. ¡Venid! —y les guió hacia arriba por el lomo de Pastar-ul-ved hasta que a sus pies se extendió un paisaje de misterio y de belleza; un verde valle rodeado de elevados peñascos de blancura marmórea; un verde valle con lagos de color azul oscuro y atravesado por el sendero azul de un sinuoso río. En el centro había una ciudad de la blancura de los riscos marmóreos, una ciudad que incluso a gran distancia evidenciaba una extraña aunque artística arquitectura. Fuera de la ciudad se veían dispersos en el valle grupos aislados de edificios (a veces uno, otras veces dos y tres o cuatro agrupados) pero siempre de la misma blancura reluciente y siempre de alguna forma fantástica.

Por encima del valle los riscos a veces estaban surcados por gargantas profundas, llenas de vegetación, que daban la impresión de ser ríos verdes que se derramaban hacia un mar central de verdor.

—Jad Pele ul Jad-ben-Otho —murmuró Tarzán en la lengua de los pitecántropos—:
El valle del Gran Dios
… es hermoso.

—Aquí, en A-lur, vive Ko-tan, el rey, gobernador de todo Pal-ul-don —dijo Ta-den.

—Y en estas gargantas viven los waz-don —exclamó Om-at—, quienes no reconocen a Ko-tan como gobernador de toda la tierra del hombre.

Ta-den sonrió y se encogió de hombros.

—No discutiremos, tú y yo —dijo a Om-at— por una cosa sobre la que todos los siglos no han bastado para reconciliar a los ho-don y los waz-don; pero déjame que te revele un secreto, Om-at. Los ho-don viven juntos en mayor o menor paz bajo un gobernador, de modo que cuando el peligro les amenaza hacen frente al enemigo con muchos guerreros, pues todo ho-don guerrero de Pal-ul-don está allí. Pero vosotros, los waz-don, ¿qué hacéis? Tenéis una docena de reyes que pelea no sólo con los ho-don sino también entre ellos. Cuando una de vuestras tribus emprende el camino de la lucha, incluso aunque sea contra los ho-don, debe dejar atrás suficientes guerreros para proteger a sus mujeres y niños de los vecinos. Cuando nosotros queremos eunucos para los templos o sirvientes para los campos o los hogares, marchamos en gran número sobre una de vuestras aldeas. Vosotros ni siquiera podéis huir, pues a ambos lados tenéis enemigos, y aunque peleéis con bravura nosotros regresamos con los que después serán eunucos en los templos y sirvientes en nuestros campos y hogares. Mientras los waz-don sean así de necios, los ho-don dominarán y su rey será rey de Pal-ul-don.

Tal vez tengas razón —admitió Om-at—. Esto es porque nuestros vecinos son necios y piensan cada uno que su tribu es la mejor y debería gobernar entre los waz-don. No quieren admitir que los guerreros de mi tribu son los más valientes y nuestras hembras las más hermosas.

Ta-den sonrió.

—Cada uno de los demás presenta precisamente los mismos argumentos que tú, Om-at —manifestó—, lo cual, amigo mío, es el más fuerte baluarte de defensa que poseen los ho-don.

—¡Vamos! —exclamó Tarzán—, estas discusiones a menudo acaban en peleas y nosotros tres no debemos pelear. A mí, claro está, me interesa aprender lo que pueda de las condiciones políticas y económicas de vuestra tierra; me gustaría conocer algo de vuestra religión; pero no a costa de que haya amargura entre mis únicos amigos en Pal-ul-don. Posiblemente, sin embargo, tenéis el mismo dios.

—En eso sí que discrepamos —dijo Om-at, con cierta amargura y un asomo de excitación en la voz.

—¡Discrepar! —casi gritó Ta-den—, ¿y por qué no íbamos a discrepar? ¿Quién podría estar de acuerdo con los ridículos…?

—¡Basta! —gritó Tarzán—. ¡Ahora sí que he agitado un nido de víboras! No hablemos más de temas políticos o religiosos.

—Eso es más sensato —convino Om-at—, pero me gustaría mencionar, para tu información, que el único dios tiene una larga cola.

—Eso es un sacrilegio —exclamó Ta-den, llevándose la mano al cuchillo—. ¡Jad-ben-Otho no tiene cola!

—¡Calla! —gritó Om-at, poniéndose en pie de un salto; pero al instante Tarzán se interpuso entre ellos.

—¡Ya basta! —espetó—. Cumplamos nuestros juramento de amistad para ser honorables a los ojos de Dios en cualquier forma que le concibamos.

—Tienes razón,
El sin Cola
—dijo Ta-den—. Vamos, Om-at, cuidemos nuestra amistad y de nosotros mismos, seguros en la convicción de que Jad-ben-Otho es suficientemente poderoso para cuidar de sí mismo.

—¡Hecho! —exclamó Om-at—, pero…

—Ningún «pero», Om-at —amonestó Tarzán.

El negro peludo se encogió de hombros y esbozó una sonrisa.

—¿Emprendemos el camino hacia el valle? —preguntó—. La garganta de abajo está deshabitada; en la de la izquierda están las cuevas de mi gente. Yo vería a Pan-at-lee una vez más. Ta-den visitaría a su padre en el valle y Tarzán tiene que hallar el modo de entrar en A-lur en busca de la compañera que estaría mejor muerta que en las garras de los sacerdotes de ho-don de Jad-ben-Otho. ¿Cómo lo hacemos?

—Permanezcamos juntos todo el tiempo que podamos —urgió Ta-den—. Tú, Om-at, debes buscar Pan-at-lee de noche y con sigilo, pues tres, ni siquiera nosotros tres, no pueden esperar vencer a Es-sat y todos sus guerreros. En cualquier momento podemos ir a la aldea de la que es jefe mi padre, pues Ja-don siempre recibirá con agrado a los amigos de su hijo. Pero que Tarzán entre en A-lur es otro asunto, aunque hay un modo y él tiene suficiente valor para ponerlo a prueba; escuchad, acercaos porque Jad-ben-Otho tiene el oído fino y esto no debe oírlo —y con los labios cerca de los oídos de sus compañeros Ta-den, el Alto-árbol, hijo de Ja-don, el hombre-león, reveló su osado plan.

Y en el mismo instante, a un centenar de kilómetros de distancia, una figura ágil, desnuda salvo por un taparrabos y armas, cruzaba en silencio una árida estepa cubierta de espinos, buscando siempre en el suelo con la vista y el olfato aguzados.

Mientras luchaban, aparecía detrás la figura diabólica del híbrido rayado de dientes afilados.

CAPÍTULO III

PAN-AT-LEE

E
RA noche cerrada en la inexplorada Pal-ul-don. Una luna esbelta, baja en el oeste, bañaba los blancos rostros de los riscos blanquecinos ante ella, con un suave resplandor sobrenatural. Negras eran las sombras en kor-ul-ja, la garganta de los leones, donde moraba la tribu del mismo nombre bajo Es-sat, su jefe. Desde una abertura cerca de la cumbre de la elevada escarpadura emergió una figura peluda (primero la cabeza y los hombros) y unos ojos fieros exploraron la ladera del risco en todas direcciones.

Era Es-sat, el jefe. Miró a derecha e izquierda y abajo, como para asegurarse de que nadie le observaba, pero ninguna otra figura se movía en la cara del risco, ni otro cuerpo peludo sobresalía de ninguna de las numerosas bocas de cueva desde la elevada morada del jefe hasta las habitaciones de los miembros inferiores de la tribu, más próximas a la base del risco. Luego avanzó hacia la cara de la blanca pared. A la media luz de la exigua luna parecía que la pesada figura negra y peluda cruzaba la faz de la pared perpendicular de alguna manera milagrosa, pero un examen más atento revelaría unos robustos ganchos, grandes como la muñeca de un hombre, que sobresalían de unos agujeros en el risco en los que estaban clavados. Los cuatro miembros como manos de Es-sat y su larga y sinuosa cola le permitían moverse con suma facilidad, como una rata gigantesca sobre una imponente pared. Avanzaba esquivando las cuevas, pasando o por encima o por debajo de las que encontraba en su camino.

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