—No puedo decir que sea una sorpresa —sacudió la cabeza—. Ni siquiera voy a preguntar por tu abuela. Asegúrate sólo de que sabe que alguien será su sombra cada vez que salga sola.
—Conociéndola, conseguirá que la lleven de compras.
Los ojos de Emmett brillaron.
—¿Y tú?
—Te ignoraré —dijo, sintiendo una extraña sensación de excitación en su interior.
Ninguna sonrisa, ninguna insinuación de suavidad en la cara de Emmett.
—Eres libre de intentarlo.
Emmett terminó de arreglar el computronic del coche de su madre y cogió el teléfono móvil para llamarla.
—Me pasaré mañana por la mañana. Fue un cortocircuito, nada grande.
—Gracias, pequeño —su mamá era la única a la que Emmett permitía llamarle «pequeño». La única vez que había intentado preguntarle sobre ello, ella simplemente le había mirado hasta que él suspiró y se rindió.
—¿Ha vuelto ya papá?
—No —le contestó, su voz contenía un tipo raro de claridad—. Está dirigiendo una sesión extra de entrenamiento para algunos de los nuevos soldados. Si las cosas siguen así, creo que estarán a tiempo para cuando tengamos que adoptar una postura contra los psi, debemos estar preparados.
Puesto que su madre era la historiadora del clan, sus palabras llevaban verdadero peso.
—¿Qué ves?
—He estado rastreando las acciones del Consejo de los psi desde que era adolescente —le contestó—, y año tras año, veo más oscuridad arrastrándose en su mundo. Se alejan lentamente más allá del frío, a un lugar que me asusta por la raza psi en su conjunto.
Emmett no sintió compasión por los psi, no dado lo que había visto de sus tácticas, pero su madre siempre había tenido un corazón blando.
—Lucas obviamente te escucha, tengo programadas más sesiones también —para su sorpresa, había heredado la habilidad de su padre con los miembros más jóvenes del clan.
Su madre rió entre dientes.
—He oído que te dio al grupo de diez a catorce años.
—Me enseñan paciencia —fue un comentario impasible.
—Oh, Emmett —otra risa—. ¿Por qué estás soltero? Eres guapísimo, bueno con los niños y adoras a tu madre.
Sonriendo, arregló él código de tiempo en la computadora del tablero de mando.
—No es que seas parcial.
—Soy parcial en lo que se refiere a mi pequeño.
—Hay alguien —se encontró diciendo—, pero es terca.
—Ya me gusta.
Ria trató de ignorar a Emmett como había prometido. Pero ignorar casi un metro noventa de cambiante depredador, especialmente uno tan calladamente peligroso como Emmett, no era tarea fácil. Podía sentir sus ojos sobre ella incluso mientras realizaba su tarea. Podía sentir los ojos sobre ella mientras se quedaba fuera cuando ella entraba en una tienda con su abuela.
—El té llevará algún tiempo —Miaoling le tocó el brazo—. Ve y habla con ese leopardo que te mira como si fueras comida.
El calor le apresuró a sus mejillas.
—No hace eso —aunque ella se había encontrado luchando contra el loco impulso de acariciarlo… sólo para ver qué haría. ¿Le dejaría? El pensamiento hizo que los músculos del estómago se le tensaran.
Miaoling hizo muecas ante la respuesta de Ria.
Ria siguió hablando, sabiendo que protestaba demasiado.
—Él sólo nos está protegiendo porque los Crew suponen una amenaza para el control de la ciudad por parte de los DarkRiver.
—¡Bah! —Miaoling gesticuló con una mano—. Sé cuando un hombre está hambriento. Y si tú usaras tus partes femeninas más a menudo, ¡lo sabrías, también!
Por suerte, el señor Wong apareció en ese instante, ansioso por guiar a Miaoling arriba a su apartamento para su conferencia de té semanal como la llamaban. Los dos eran uña y carne. Ria no tenía ni idea sobre que discutían en esas conferencias, pero su abuela siempre tenía la sonrisa del gato de Cheshire en la cara cuando se marchaba de casa del señor Wong.
Al principio, Ria había pensado que los dos eran… bien… pero su abuela la había puesto en su lugar con una respuesta inesperadamente solemne.
—No, Ri-ri. He amado sólo a un hombre en toda mi vida. Todavía amo al mismo hombre.
La profunda devoción de esa única frase había traído lágrimas a los ojos de Ria. Su abuelo había sido veinte años mayor que su abuela y había dado su último aliento cuando Ria tenía quince años. Su muerte había devastado a Miaoling, pero jamás se había derrumbado donde Ria pudiera verla. En vez de eso, había utilizado el recuerdo de ese amor como escudo.
Miaoling todavía hablaba con su marido como si la pudiera oír. Aunque nunca lo hacía cuando la pragmática Alex estaba cerca, lo hacía abiertamente delante de Ria.
Porque Ria entendía. Sinceramente, cuando estaba con su abuela, a veces pensaba que su abuelo estaba en la habitación con ellas, vigilando a su esposa, quien, como a menudo se había quejado él, siempre le hacía esperar.
«¿Vas a tardar en subir al cielo también, verdad, cariño?»
Palabras que su abuelo había dicho en su lecho de muerte, con la mano envuelta alrededor de la de su esposa.
Miaoling había sonreído y le había besado, tomándole el pelo hasta el final.
Ahora, mientras Ria miraba a Miaoling subir al primer piso de la tienda, sintió que se le contraía el corazón.
—¿Abuela?
—¿Sí? —Miaoling la miró por encima del hombro, los ojos cálidos, llenos de un silencioso ánimo.
—¿Cuánto tiempo estarás?
—Quizás tres horas. Hoy también tenemos almuerzo.
—Entonces quizá vaya a dar un paseo.
Su abuela sonrió y continuó su camino.
Saliendo fuera de la tienda del señor Wong, Ria encontró a Emmett a su izquierda, escudriñando la calle.
—¿Tienes a alguien que pueda quedarse aquí con mi abuela? —preguntó.
—Ella ya está dentro —dijo Emmett—. El señor Wong planea decir a tu abuela que es su nueva ayudante.
—¿La hermosa morena que atiende en la tienda? —abrió los ojos de par en par— No parece lo bastante peligrosa para aplastar una mosca.
—No sólo puede aplastar moscas, puede matar a la mayoría de los hombres con un solo golpe.
Ria sintió una repentina sensación de ineptitud.
—Ojalá pudiera hacer eso.
—Si hablas en serio —dijo, mirándola de arriba abajo de un modo que era claramente profesional—, te puedo enseñar la suficiente defensa personal para que jamás te sientas indefensa otra vez. Estás en forma y te mueves bien. Deberías captarlo rápidamente.
Sobresaltada, le miró.
—¿Harías eso? —unos pocos zarcillos tentativos de esperanza se envolvieron alrededor de su corazón, había comenzado a creer que Emmett era tan asfixiantemente protector como su padre, pero esto sostenía otra cosa.
—¿Cuánto tenemos ahora?
—Tres horas.
Se enderezó de la pared.
—Podemos practicar en un pequeño gimnasio que los miembros del clan usan cuando no pueden salir de la ciudad para una buena carrera. Necesitarás equipo de entrenamiento.
Ria pensó en ello.
—Compraré algo. Hay una tienda dos manzanas más allá —así, nadie de su familia sabría nada sobre el entrenamiento. No es que sus objeciones la fueran a detener, pero no tenía tiempo para discutir.
Emmett deslizó la mano por el brazo de Ria, colocándola como debía estar y se preguntó, por centésima vez, por qué se torturaba de ese modo. Incluso con los pantalones anchos y la camiseta que se había puesto, la mujer que tenía la espalda contra su pecho provocaba llamas en su cuerpo. Pero el pequeño visón no parecía inclinado a jugar, había estado muy ocupada desde que llegaron al gimnasio. El leopardo no estaba complacido. Tampoco el hombre. Pero de ninguna manera iba a imponerse sobre Ria y hacerla sentir incómoda. No después de lo que esa condenado basura especial de los Crew le había hecho.
—Aquí —la soltó—. Perfecto. Ahora patea.
Ria levantó la pierna en una patada rápida y fuerte. No fue elegante ni poética.
Fue dura, violenta y sucia. A Emmett no le importaba la belleza. Le preocupaba asegurarse de que ella pudiera protegerse.
—Quiero que practiques durante diez minutos mientras voy a hacer unas llamadas.
Dándole un asentimiento, Ria comenzó a realizar la rutina de principiante que él había ideado. Ella aprendió con mucha rapidez, pero como humana, su fuerza era mucho menor que la de un cambiante. Añade a eso que era pequeña y femenina, así que la próxima vez que trabajaran planeaba enseñarle a luchar utilizando cualquier cosa a su disposición, como había utilizado su bolso hacía dos noches. Eso es, a menos que tuviera la opción de darse la vuelta y huir. Un combate físico nunca sería la opción más inteligente para ella.
Caminando la corta distancia desde donde ella movía ese dulce cuerpecito con una determinación concentrada, sacó el teléfono y llamó a su Alfa, Lucas.
—¿Fuiste capaz de rastrear la fuente de esas llamadas al teléfono móvil de Amber?
Ria le había contado lo de esas llamadas esta mañana.
—Desechable —la ira de Lucas era clara—. Pero tenemos a otro de los bastardos. Tomó la mala decisión de intentar sacudir a una pareja mientras Clay patrullaba.
El leopardo de Emmett sonrió, sus dientes afilados como cuchillas.
—¿Está muerto?
Clay no veía razón para mantener a los alimañas con vida.
—Clay pensó que podríamos querer interrogarlo así que sólo le rompió unas costillas. El hombre se niega a hablar, pero he tenido a Clay rondándole en forma de leopardo, se romperá cuando esos dientes se le acerquen demasiado.
—¿Qué te dice tu instinto, de poca monta o pez gordo?
—De muy poca monta. No es probable que sepa nada importante —Lucas suspiro de frustración—. Quédate con la chica. Harán algo para llegar donde ella, porque cuanto más tiempo permanezca viva, más apoyo pierde Vincent.
Emmett dibujó la forma de Ria con la mirada mientras practicaba su rutina. La curva de su trasero tenía la forma perfecta para encajar en sus manos.
—No la voy a perder de vista.
Habiendo hecho dos rondas de la rutina que Emmett le había enseñado, Ria se giró para verle caminar de vuelta hacia ella.
La mirada salvaje de sus ojos erizaba cada vello de su cuerpo.
El hombre parecía hambriento. Nadie jamás había mirado a Ria de ese modo. Era casi aterrador. Pero se mantuvo en el sitio, esperando, preguntándose.
—¿Preparada para el siguiente paso? —su voz era profunda, contenía los principios de lo que sonaba como un gruñido… un leopardo apenas contenido.
Tragó.
—Claro.
Acolchó un lugar frente a ella, todavía vestido con los vaqueros y la camiseta que llevaba antes. Era obvio porqué no se había molestado en cambiarse, no había sudado mucho con lo que habían hecho, mientras que sus músculos comenzaban a protestar. Ahora, él torcía un dedo.
—Vamos, visón, utiliza lo que acabo de enseñarte.
Ella estaba tan sorprendida por cómo la había llamado que perdió la concentración. Él estuvo delante de su cara un instante más tarde.
—¿Qué demonios fue eso? —gruñó—. Si te quedas en blanco en una pelea, estás muerta.
—¡Me has llamado visón! —se negó a retroceder.
—¿Eso he hecho? —moviéndose con velocidad inhumana, cerró una mano alrededor de su garganta antes de que ella supiera lo que estaba sucediendo— Asegurémonos de que no eres un visón muerto.
Ella entrecerró los ojos, levantó una mano y trató de romperle la nariz utilizando la palma de la mano. Él la atrapó utilizando la mano libre. La rodilla ya apuntaba hacia la entrepierna y cuando él la bloqueó, ella se inclinó hacia delante y hundió los dientes con fuerza en su antebrazo.
—¡Joder! —la mano alrededor del cuello permaneció en el lugar, pero le soltó la otra mano. Ella fue inmediatamente a por sus ojos y su entrepierna otra vez. La rodilla rozó algo muy duro, antes de que él se retorciera y jurara. Ella continuó, pateando y tratando de arañarle, incluso intentando romperle el meñique de la mano que tenía alrededor de la garganta.
—Tregua —dejó salir finalmente.
Ella tenía el corazón en la garganta, euforia en la sangre. Sabía que él había estado jugando con ella con su fuerza y entrenamiento, podría haberla tumbado en el suelo en un segundo.
—¿Qué he hecho?
Él se miró el antebrazo.
—Yo no te he enseñado a morder —fue un gruñido.
O quizá él no había estado jugando todo el tiempo.
—Decidí agregarlo por mi cuenta —dijo, aunque la verdad, había sido una respuesta instintiva a su provocación arrogante. Sus ojos fueron a las marcas que le había hecho. Profundas, rojas y perfectamente formadas. La culpa la invadió—. No quería morderte con tanta fuerza. Pero… no lo siento.
—¿Oh? —fue hacia ella, lenta, muy lentamente. Estaba vez, ella retrocedió. Una cosa era jugar con un depredador que mantenía las garras enfundadas, otra saber que tú eras la presa. Él siguió acercándose. Ella sabía que la puerta del sótano estaba a sólo unos pasos. Haciendo un movimiento rápido, echó a correr.
Demasiado tarde.
Él estuvo ante ella y de algún modo, se encontró pegada contra la puerta cerrada, muy consciente de que estaba sola con un leopardo grande y peligroso con piel humana. Excepto que en vez de temor, era un vívido entusiasmo lo que latía en su sangre mientras él colocaba las palmas a ambos lados de su cabeza y se inclinaba hasta que los alientos se mezclaron.
—Bu.
Saltó, luego quiso abofetearse por hacerlo.
—Deja de actuar como un gran gato malo.
Un parpadeo y cuando levantó los párpados, los ojos que la miraba no eran de ninguna manera humanos.
—Mmm, huelo a una pequeña humana bonita en mi territorio —un susurro suave contra los labios de ella, brillantes ojos verde dorados que la desafiaban a responder.
Los senos le rozaron el pecho cuando él se acercó más, Ria respiró con jadeos.
—Te estás comportando muy mal —fue un ronco reproche.
—Me has mordido —orientó la cabeza un poco a la izquierda y aunque ella no podía ver esos asombrosos ojos a excepción de un destello entre las pestañas, sabía que le estaba mirando los labios—. Di lo siento.
Ella no sabía que le hizo decirlo pero separando los labios contestó:
—No.
Emmett bajó la boca sobre la suya antes de que terminara de decir la sílaba. Ella se encontró siendo besada como nunca había sido besada en su vida. Él tomó su boca, la lamió con la lengua y la saboreó como si fuera el caramelo más dulce y estuviera muerto de hambre. Contra ella, su cuerpo era una pared caliente, dura e inexpugnable. De algún modo, Ria metió las manos bajo su camiseta en la espalda, tocando piel que ardía con una fiebre salvaje que la hizo gemir.