Star Wars Episodio V El imperio contraataca (6 page)

BOOK: Star Wars Episodio V El imperio contraataca
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—¿Habéis encontrado algo? —preguntó y la máscara respiratoria distorsionó un poco su voz.

El capitán Piett miró respetuosamente a su jefe, que se cernía sobre él como un dios omnipotente vestido de negro.

—Si, señor —replicó Piett lentamente y eligió con cuidado las palabras—. Disponemos de controles visuales. Aparentemente, el sistema carece de formas humanas...

Vader ya no prestaba atención a las palabras del capitán. Volvió su rostro enmascarado hacia una imagen que brillaba en una de las pantallas visoras: la imagen de un pequeño escuadrón de vehículos rápidos para la nieve de los rebeldes que se deslizaban sobre los campos blancos.

—Ese es —afirmó Darth Vader sin reflexionar.

—Señor —protestó el almirante Ozzel—, existen muchos asentamientos inexplorados. Podrían ser contrabandistas...

—¡Es ése! —insistió el ex caballero jedi y cerró el puño cubierto por un guante negro—. Skywalker está con ellos. Almirante, reúna las naves de patrulla y ponga rumbo al sistema de Hoth. —Vader miró a un oficial vestido con uniforme verde y una gorra del mismo color.

Se dirigió a él.

—General Veers, prepare a sus hombres.

En cuanto Darth Vader habló, sus hombres se pusieron en acción para poner en práctica el terrible plan.

El androide imperial de exploración alzó una gran antena en su cabeza de sabandija y emitió una señal aguda y de alta frecuencia. Los dispositivos exploradores del robot reaccionaron ante una forma de vida escondida detrás de un enorme montículo de nieve y advirtieron la aparición de la cabeza parda de un wookie y el sonido de un gruñido ronco. Las barrenas incorporadas al robot de exploración apuntaron al gigante peludo. Antes de que pudiera disparar, el rayo rojo de una barrena de mano estalló detrás del androide imperial de exploración y melló su casco de color oscuro.

Mientras se ocultaba detrás de un gran montículo de nieve, Han Solo comprobó que Chewbacca seguía oculto y después vio que el robot giraba en el aire para hacerle frente. De momento, la estratagema daba resultado y ahora era él el objetivo. Han apenas se había apartado del radio de alcance cuando la máquina flotante disparó y levantó trozos de nieve del borde de su montículo.

El coreliano volvió a disparar y dio en el blanco con el rayo de su arma. Oyó que de la máquina mortal surgía un chirrido agudo y un instante después el androide imperial de exploración estalló en más de un billón de piezas llameantes.

—...sospecho que no queda mucho —explicó Han por el intercomunicador mientras concluía su informe a la base subterránea.

La princesa Leia y el general Rieekan seguían ante la consola a través de la cual se habían mantenido en comunicación constante con Han.

—¿Qué es? —quiso saber Leia.

—Una especie de androide —replicó—. No le di tan fuerte. Seguramente contaba con un sistema de autodestrucción.

Leia se detuvo a meditar sobre esta información tan poco agradable.

—Un androide imperial —murmuró y dejó traslucir cierta inquietud.

—Si lo era, no cabe duda que el Imperio sabe que estamos aquí —advirtió Han.

El general Rieekan meneó lentamente la cabeza.

—Será mejor que iniciemos la evacuación del planeta.

IV

Seis formas siniestras aparecieron en el espacio negro del sistema de Hoth y se cernieron como enormes demonios destructores, dispuestas a descargar las furias de sus armas imperiales. En el interior del más grande de los seis destructores galácticos imperiales, Darth Vader se encontraba solo en una pequeña habitación esférica. Un único haz de luz brillaba sobre su casco negro mientras permanecía inmóvil en su cámara de meditación, elevada con respecto al suelo.

Cuando el general Veers se acercó, la esfera se abrió lentamente y la mitad superior se alzó como una mandíbula mecánica de dientes serrados. Para Veers, la oscura figura sentada en el interior del capullo semejante a una boca apenas parecía tener vida a pesar de que emanaba un poderoso halo de pura maldad, lo cual estremeció al oficial.

Inseguro de su propio valor, Veers se adelantó un paso. Tenía que entregar un mensaje, pero, si era necesario, prefería esperar varias horas antes que perturbar la meditación de Vader.

De todos modos, Vader reaccionó de inmediato:

—¿Qué quiere, Veers?

—Mi señor —respondió el general y eligió con cuidado las palabras—, la flota ha abandonado la velocidad de la luz. El explorador de comunicaciones ha detectado un campo de energía que protege una zona del sexto planeta del sistema de Hoth. El campo es lo bastante poderoso para desviar cualquier bombardeo.

Vader se irguió en sus dos metros de alto y su manto se balanceó sobre el suelo.

—En consecuencia, la escoria rebelde está enterada de nuestra presencia —furioso, cerró sus puños cubiertos por guantes negros—. El almirante Ozzel abandonó la velocidad de la luz demasiado cerca del planeta.

—Consideró que el factor sorpresa era más inteligente...

—Es tan torpe como estúpido —le interrumpió Vader, y respiró pesadamente—. Es imposible llevar a cabo un bombardeo correcto a través del campo de energía. Prepare sus tropas para un ataque de superficie.

El general Veers se volvió y abandonó la sala de meditación con precisión militar, dejando atrás a un furioso Darth Vader. Una vez a solas en la cámara, Vader activó una gran pantalla visora en la que apareció una imagen claramente iluminada del amplio puente de su destructor galáctico.

El almirante Ozzel respondió a la llamada de Vader, dio un paso hacia delante y su rostro ocupó prácticamente toda la pantalla del monitor del Oscuro Señor. La voz de Ozzel vaciló al anunciar.

—Señor Vader, la flota ha abandonado la velocidad de la luz...

La respuesta de Vader iba dirigida al oficial que se encontraba ligeramente detrás de Ozzel:

—Capitán Piett.

Como sabía que era mejor no remolonear, el capitán Piett avanzó en el acto mientras el almirante retrocedía un paso y se llevaba automáticamente una mano a la garganta.

—Sí, mi señor —respondió Piett respetuosamente.

Ozzel sintió náuseas cuando su garganta, como si fuese presa de garras invisibles, empezó a estrecharse.

—Prepárese para desembarcar tropas de asalto al otro lado del campo de energía —ordenó Vader—. Después despliegue la flota para que nada ni nadie pueda salir del planeta. A partir de ahora tiene usted el mando, almirante.

Piett se sintió simultáneamente satisfecho e inquieto por la noticia. Cuando se volvió para cumplir las órdenes vio una figura que quizás algún día sería la suya. El rostro de Ozzel estaba horriblemente contorsionado, pues luchaba por aspirar una última bocanada de aire; después cayó muerto al suelo.

El Imperio había entrado en el sistema de Hoth. Los soldados rebeldes corrieron a sus estaciones de alerta mientras las alarmas ululaban por los túneles de hielo. Las tripulaciones de tierra y los androides de todo tipo de tamaños y modelos se apresuraron a cumplir las tareas asignadas, respondiendo con eficacia a la inminente amenaza imperial.

Los vehículos rápidos y blindados para nieve fueron repostados mientras esperaban en formación de ataque con el fin de volar la entrada principal de la cueva. Simultáneamente, en el hangar, la princesa Leia se dirigía a un pequeño grupo de pilotos de cazas rebeldes:

—Las grandes naves de transporte partirán en cuanto estén cargadas. Sólo dos cazas de escolta por nave. La capa protectora de energía sólo puede abrirse durante unas décimas de segundo, por lo que tendréis que permanecer muy cerca de los transportes.

Hobbie, un rebelde veterano en muchas batallas, miró preocupado a la princesa y preguntó:

—¿Dos cazas contra un destructor galáctico?

—El cañón de iones disparará varias ráfagas que deben destruir a cualquier nave que se encuentre en vuestro corredor de vuelo —explicó Leia—. Cuando hayáis salido de la capa protectora de energía, continuaréis hasta el punto de reunión. ¡Buena suerte! Algo más tranquilos, Hobbie y los demás pilotos echaron a correr hacia las carlingas de sus cazas.

Entretanto, Han trabajaba frenéticamente para terminar la soldadura de un elevador del Millennium Falcon. Acabó enseguida, saltó al suelo del hangar y conectó su intercomunicador.

—Todo listo, Chewie —dijo a la figura peluda sentada ante los mandos del Falcon—, inténtalo.

En ese preciso instante Leia pasó a su lado y le dirigió una furiosa mirada. Han la miró con suficiencia mientras los elevadores del carguero se alzaban del suelo, después de lo cual el derecho empezó a sacudirse irregularmente, se separó en parte y cayó con un violento estrépito.

Se apartó de Leia y sólo percibió un atisbo de su rostro cuando la princesa alzó burlonamente una ceja.

—Sujétalo, Chewie —gruñó Han por el pequeño transmisor.

El Avenger, uno de los destructores galácticos en forma de cuna de la armada imperial, se encumbró como un ángel de la muerte mecanizado en el mar de estrellas situado fuera del sistema de Hoth. A medida que la descomunal nave se acercaba al mundo de hielo, el planeta fue claramente visible a través de las ventanas que se extendían más de cien metros en el inmenso puente de la nave de guerra. El capitán Needa, comandante de la tripulación del Avenger, miraba por una portilla principal y observaba el planeta cuando se le acercó un controlador:

—Señor, una nave rebelde se aproxima a nuestro sector —le informó.

—¡Muy bien! —respondió Needa con los ojos brillantes—. Será nuestra primera captura del día.

—El primer blanco serán los generadores de energía —aseguró el general Rieekan a la princesa.

—El primer transporte de la zona tres que se aproxime a la capa protectora —dijo uno de los controladores rebeldes y rastreó una imagen clara que sólo podía corresponder a un destructor galáctico imperial.

—Preparaos para abrir la capa protectora —ordenó un operador de radar.

—Preparado Control de Iones —dijo otro controlador.

Un gigantesco globo metálico situado en la superficie helada de Hoth rotó hasta situarse y curvó hacia arriba la torreta de su gran cañón de torrecilla.

—¡Fuego! —ordenó el general Rieekan.

Súbitamente, dos rayos rojos de energía destructora salieron disparados por los fríos cielos. Casi de inmediato adelantaron a la primera nave rebelde de transporte qué, avanzaba a toda velocidad y siguieron en camino directo hacia el enorme destructor galáctico.

Los dos rayos rojos iguales alcanzaron a la enorme nave y volaron su torre de mando. Las explosiones desencadenadas por el estallido hicieron balancear la enorme fortaleza volante, que perdió el control. El destructor galáctico se hundió en el espacio profundo mientras el transporte rebelde y los dos cazas de escolta partían hacia la seguridad.

Luke Skywalker, a punto de partir, preparó el equipo contra el mal tiempo y observó a los pilotos, artilleros y las unidades R2 que se apresuraban a cumplir sus tareas. Echó a andar hacia la fila de vehículos rápidos de la nieve que le aguardaban. A mitad de camino, el joven comandante se detuvo junto a la sección de cola del Millennium Falcon, en la que Han Solo y Chewbacca reparaban frenéticamente el elevador derecho.

—Chewie, cuida de ti mismo y vigila a este muchacho ¿quieres? —pidió Luke.

El wookie lanzó un ladrido de despedida, dio a Luke un gran abrazo y volvió a ocuparse de los elevadores.

Los dos amigos, Luke y Han, se miraron atentamente, quizá por última vez.

—Espero que hagas las paces con Jabba —dijo Luke por último.

—Chico, enloquécelos —respondió alegremente el coreliano.

El joven comandante se alejó mientras su mente se inundaba con los recuerdos de las hazañas compartidas con Han. Se detuvo, se volvió para mirar el Falcon y notó que su amigo seguía con la vista fija en él. Mientras se observaban fugazmente, Chewbacca les miró y supo que cada uno deseaba lo mejor para el otro, dondequiera que les llevasen sus respectivos destinos personales.

El sistema de altavoces interrumpió sus pensamientos.

—El primer transporte ha pasado —un locutor rebelde dio la buena noticia.

Al oírla, las personas reunidas en el hangar aplaudieron. Luke se volvió y corrió a su vehículo rápido para la nieve. Cuando llegó vio que Dack, su joven artillero de aspecto rozagante, le esperaba junto a la nave.

—Señor, ¿cómo se siente? —preguntó Dack entusiasmado.

—Como nuevo, Dack. Y tú, ¿cómo estás?

Dack sonrió de oreja a oreja.

—En este momento me siento capaz de vérmelas yo solo con todo el Imperio.

—Claro —respondió Luke suavemente—, comprendo lo que dices.

Aunque sólo se llevaban unos pocos años, en ese momento Luke se sintió varios siglos más viejo.

La voz de la princesa Leia surgió por el sistema de altavoces:

—Atención, pilotos de los vehículos rápidos... al oír la señal de retirada reuníos en la ladera sur.

Vuestros cazas están preparados para el despegue. Se transmitirá en código uno cinco una vez efectuada la evacuación.

Threepio y Artoo se encontraban entre el personal que se movía a toda velocidad mientras los pilotos se preparaban para partir. El androide dorado se inclinó ligeramente para dirigir sus sensores hacia el pequeño robot R2. Las sombras que jugaban sobre la cara de Threepio dieron la sensación de que su placa facial se alargaba hasta formar un ceño fruncido.

—¿Por qué será que cuando las cosa parecen resueltas todo se viene abajo? —preguntó. Se inclinó hacia delante y palmeó cariñosamente el casco del otro androide—. Cuida del amo Luke y también de ti mismo.

Artoo lanzó unos silbidos y unos sonidos breves a modo de despedida y después giró para deslizarse por el pasillo de hielo. Threepio saludó tiesamente y vio cómo se alejaba su fiel y rechoncho amigo.

A un observador hubiera podido parecerle que a Threepio se le humedecían los ojos, pero no era la primera vez que una gota de aceite se atascaba en sus sensores ópticos.

El robot con forma humana finalmente giró y se alejó en dirección contraria.

V

Nadie en Hoth oyó el sonido. Al principio, sonaba demasiado lejos para que los vientos ululantes lo transmitiesen. Además, los soldados rebeldes que combatían el frío mientras se preparaban para el combate estaban demasiado ocupados para prestar atención.

En las trincheras excavadas en la nieve, los oficiales rebeldes daban órdenes a gritos para hacerse oír entre los vientos huracanados. Los soldados se apresuraron a cumplir las órdenes, corrieron sobre la nieve cargando al hombro armas pesadas parecidas a bazookas y clavaron esos lanzarrayos letales en los bordes helados de las trincheras.

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