Srta. Marple y 13 Problemas (4 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Srta. Marple y 13 Problemas
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“Symonds corrió hacia el caído y Elliot se vino hacia nosotros caminando muy despacio. Se miraba las manos de un modo que no supe comprender.

“En aquel momento Diana lanzó un grito salvaje.

“—Lo he matado —gritó—. ¡oh, Dios mío! No quise hacerlo, pero lo he matado.

“Y cayó desvanecida sobre la hierba.

“Mrs. Rogers lanzó un grito.

“—Salgamos de este horrible lugar —gimió—. Aquí puede ocurrirnos cualquier cosa.

¡Oh es espantoso!.

“Elliot me cogió por un hombro.

“—No es posible, hombre —murmuró—. Le digo que no es posible. Un hombre no puede ser asesinado así. Va... va contra la naturaleza.

“Traté de calmarlo.

“—Debe de haber alguna explicación —respondí—. Su primo puede haber tenido un fallo cardíaco repentino a causa de la sorpresa y la excitación...

“Me interrumpió.

“—Usted no lo comprende —dijo extendiendo sus manos y pude contemplar en ellas una mancha roja.

“—Dick no ha muerto del corazón, sino apuñalado... apuñalado en medio del corazón y
no hay arma alguna
.

“Lo miré con incredulidad. En aquel momento Symonds acababa de examinar el cadáver y se aproximó a nosotros, pálido y temblando de pies a cabeza.

“—¿Es que estamos todos locos? —se preguntó—. ¿Qué tiene este lugar para que sucedan en él cosas semejantes?

“—Entonces es cierto.

“ Asintió.

“—La herida es igual a la que hubiera producido una daga larga y fina, pero aquí no hay ninguna daga.

“Nos miramos unos a otros.

“Pero tiene que estar aquí—.exclamó Elliot Haydon—. Debe haberse caído. Tiene que estar por el suelo. Busquémosla.

“Todos buscamos en vano. Violeta Mannering exclamó de pronto:

“—Diana llevaba algo en la mano. Una especie de daga. Yo la vi claramente. Vi cómo brillaba cuando le amenazó.

“Elliot Haydon meneó la cabeza.

“—El no llegó siquiera a tres metros de ella.

“Larry Mannering se había inclinado sobre la muchacha tendida en el suelo.

“—Ahora no tiene nada en la mano —anunció—, y no veo nada por el suelo. ¿Estás segura de que la viste, Violeta? Yo no la recuerdo.

“El doctor Symonds se acercó a la joven.

“—Debemos llevarla a la casa —sugirió—. Rogers, ¿quiere ayudarme?

“Entre los dos llevamos a la muchacha de nuevo a la casa y luego regresamos en busca del cadáver de sir Richard.

El doctor Pender se interrumpió mirando a su alrededor.

—Ahora sabemos más cosas —dijo —gracias a la afición por las novelas policíacas. Hasta un chiquillo de la calle sabe que un cadáver debe dejarse donde se encuentra. Pero entonces no teníamos estos conocimientos y por tanto llevamos el cuerpo de Richard Haydon a su dormitorio de la casa cuadrada de granito y enviamos al mayordomo para que fuese a buscar a la policía en su bicicleta: un paseo de unas doce millas.

“Fue entonces cuando Elliot Haydon me llevó aparte.

“—Escuche —me dijo—. Voy a volver al bosque. Hay que encontrar el arma.

“Si es que la hubo —dije en tono dubitativo.

“Cogiéndome por un brazo, me sacudió con fuerza.

“—Se le han metido todas esas ideas supersticiosas en la cabeza. Usted cree que esta muerte ha sido sobrenatural. Pues yo voy a volver al bosquecillo para averiguarlo.

“Me mostré extrañamente contrario a que hiciera esto. Hice lo posible por disuadirlo, pero sin resultado. Sólo imaginar aquel círculo de árboles se me ponía la piel de gallina y sentí el fuerte presentimiento de otro desastre, pero Elliot estaba decidido. Creo que también estaba asustado, aunque no quería admitirlo. Se marchó dispuesto a dar con la solución del misterio.

“Fue una noche horrible, nadie pudo conciliar el sueño, ni intentarlo siquiera. La policía, cuando llegó, se mostró del todo incrédula ante lo ocurrido. Manifestaron el deseo de interrogar a miss Ashley, pero tuvieron que desistir puesto que el doctor Symonds se opuso con vehemencia. Miss Ashley había vuelto en sí después de su desmayo o trance y le había dado un sedante para dormir, por lo que no debía ser molestada hasta el día siguiente.

“Hasta las siete de la mañana, nadie pensó en ElIiot Haydon, cuando Symonds preguntó de pronto dónde estaba. Yo expliqué lo que Elliot había hecho y el rostro de Symonds se tomó todavía más pálido y preocupado.

“—Ojalá no hubiera ido. Es una temeridad —dijo.

“—¿No pensará que haya podido ocurrirle algo?

“—Espero que no. Creo, padre, que será mejor que usted y yo vayamos a ver.

“Sabía que no le faltaba razón, pero necesité todo mi valor y fuerza de voluntad para hacerlo. Salimos juntos y penetramos una vez más en la arboleda maldita. Le llamamos un par de veces y no respondió. Al cabo de uno instantes llegamos al claro, que se nos apareció pálido y fantasmal a la temprana luz de la mañana. Symonds se agarró a mi brazo y yo ahogué una exclamación. La noche anterior, cuando lo vimos bañado por la luz de la luna, había el cuerpo de un hombre tendido de bruces sobre la hierba. Ahora, a la luz del amanecer, nuestros ojos contemplaron el mismo cuadro. Elliot Haydon estaba tendido exactamente en el mismo lugar donde cayera su primo.

“—¡Dios mío! —dijo Symonds—. ¡A él también le ha ocurrido!

“Echamos a correr por el césped. Elliot Haydon estaba inconsciente, pero respiraba débilmente y esta vez no cabía la menor duda de la causa de la tragedia. Una larga daga de bronce permanecía clavada en la herida.

“—Le ha atravesado el hombro y no el corazón. Es una suerte —dijo el médico—. Palabra que no sé qué pensar. De todas formas, no está muerto y podrá contarnos lo ocurrido.

“Pero eso fue precisamente lo que Elliot Haydon no pudo hacer. Su descripción fue extremadamente vaga. Había buscado el arma en vano y, al fin, dando por terminada la búsqueda, se aproximó a la Casa del Ídolo. Fue entonces cuando tuvo la sensación de que alguien le observaba desde el cinturón de árboles. Luchó por librarse de aquella impresión sin poder conseguirlo. Describió cómo empezó a soplar un viento extraño y helado que parecía venir no de los árboles, sino del interior de la Casa del Ídolo. Se volvió para escudriñar su interior y, al ver la pequeña imagen de la diosa, creyó sufrir una ilusión óptica. La figura fue creciendo y creciendo, y luego de pronto creyó percibir como un golpe en las sienes que le hizo tambalearse y, mientras caía, sintió un dolor ardiente y agudo en el hombro izquierdo.

“Esta vez, la daga fue identificada como la misma que había sido encontrada en el túmulo de la colina y que fue comprada por Richard Haydon. Nadie sabía dónde la guardaba, si en la Casa del Ídolo o en la suya.

“La policía opinaba que había sido apuñalado por miss Ashley, pero dado que todos declaramos que no había estado en ningún momento a menos de tres metros de distancia de él, no podían tener esperanzas de sostener la acusación contra ella. Por consiguiente, todo fue y continúa siendo un misterio.”

Se hizo un profundo silencio.

—Parece que no haya nada que decir —habló al fin Joyce Lempriére—. Es todo tan horrible y misterioso. ¿Ha encontrado usted alguna explicación, doctor Pender?

El anciano asintió.

—Sí —contestó—. Tengo una explicación, una cierta explicación, eso es todo. Una bastante curiosa, pero en mi mente quedan aún ciertos aspectos sin aclarar.

—He asistido a sesiones de espiritismo —dijo Joyce— y pueden ustedes decir lo que gusten, pero en ellas ocurren cosas muy extrañas. Supongo que pueden explicarse por algún tipo de hipnotismo. La muchacha se convirtió realmente en una sacerdotisa de Astarté y supongo que, de una manera u otra, debió apuñalarlo. Tal vez le arrojara la daga que miss Mannering vio en su mano.

—O pudo ser una jabalina —sugirió Raymond West—. Al fin y al cabo, la luz de la luna no es muy fuerte. Podía llevar una especie de lanza en la mano y clavársela a distancia. Y luego entra en juego el hipnotismo colectivo. Quiero decir que todos ustedes estaban preparados para verle caer víctima de un poder sobrenatural y eso vieron.

—He visto realizar cosas maravillosas con lanzas y cuchillos en los escenarios —afirmó sir Henry—. Creo que es posible que un hombre estuviera oculto en el cinturón de árboles y desde allí arrojara un cuchillo o una daga con suficiente puntería, suponiendo, desde luego, que fuese un profesional. Admito que es una idea un tanto descabellada, pero me parece la única teoría realmente aceptable. Recuerden que el otro hombre tuvo la impresión de que alguien le observaba desde los árboles. Y en cuanto a que miss Mannering dijera que miss Ashley tenía una daga en la mano que ninguno de los otros vio, eso no me sorprende. Si tuvieran mi experiencia sabrían que la impresión de cinco personas acerca de la misma cosa difiere tan ampliamente que resulta casi increíble.

Mr. Petherick carraspeó.

—Pero en todas esas teorías parece que hemos pasado por alto un factor esencial —declaró—. ¿Qué fue del arma? Difícilmente hubiera podido librarse miss Ashley de una jabalina, estando como estaba de pie en medio de un espacio abierto. Y si un asesino oculto hubiera arrojado una daga, ésta debería seguir aún en la herida cuando dieron la vuelta al cadáver. Creo que debemos descartar todas esas teorías absurdas y ceñirnos a los hechos concretos.

—¿Y adónde nos conducen?

—Bien, una cosa parece clara. Nadie estaba cerca del hombre cuando cayó al suelo, de modo que tuvo que ser él mismo quien se apuñalase. En resumen, un suicidio.

—¿Pero por qué diablos iba a querer suicidarse? —preguntó Raymond West con tono de incredulidad. El abogado carraspeó de nuevo.

—Oh, eso nos llevaría a formular una vez más una cuestión teórica —dijo—. Y de momento no me interesan las teorías. A mí me parece, excluyendo lo sobrenatural, en lo que no creo ni por un momento, que ésa es la única manera en que pudieron ocurrir las cosas: se mató él y, al caer, alargó los brazos extrayendo la daga de la herida y arrojándola lejos entre los árboles. Esta es, aunque un tanto improbable, una explicación posible.

—Yo no lo aseguraría —replicó miss Marple—. Todo esto me ha dejado muy perpleja, pero ocurren cosas muy curiosas. El año pasado, en una fiesta al aire libre en casa de lady Sharpy, el hombre que estaba arreglando el reloj del golf tropezó con uno de los hoyos y perdió completamente el conocimiento por espacio de cinco minutos.

—Sí, querida tía —dijo Raymond en tono amable—, pero a él no le apuñalaron, ¿no es cierto?

—Claro que no, querido —contestó miss Marple—. Eso es lo que voy a explicar. Claro que existe sólo un medio de que pudieran apuñalar al pobre sir Richard, pero primero quisiera saber qué es lo que le hizo caer. Desde luego pudo ser la raíz de un árbol. Debía ir mirando a la joven y con la escasa luz de la luna es fácil tropezar con esas cosas.

—¿Dice usted que sólo existe un medio en que sir Richard pudo ser apuñalado, miss Marple? —preguntó el clérigo mirándola con curiosidad.

—Es muy triste y no me gusta pensarlo. Él era diestro, ¿verdad? Quiero decir que, para clavarse él mismo la daga en el hombro izquierdo, tuvo que utilizar la mano derecha. Siempre me dio mucha pena el pobre Jack Baynes. Cuando estuvo en la guerra, se disparó en un pie después de una batalla, en Arras, ¿recuerdan? Me lo contó cuando fui a verlo al hospital. Estaba muy avergonzado. No creo que este pobre hombre, Elliot Haydon, se beneficie gran cosa con su malvado crimen.

—Elliot Haydon —exclamó Raymond—. ¿Crees que fue él?

—No veo que pudiera hacerlo otra persona —dijo miss Marple abriendo los ojos con sorpresa—. Quiero decir que, como dice sabiamente Mr. Petherick, hay que considerar los hechos y descartar toda esa atmósfera de deidades paganas, que no me resulta agradable. Fue el primero que se aproximó a Richard y le dio la vuelta. Y para hacerlo, tuvo que volverse de espaldas a todos. Yendo vestido de capitán de bandidos seguro que llevaba algún arma en el cinturón. Recuerdo que una vez bailé con un hombre disfrazado así cuando era jovencita. Llevaba cinco clases de cuchillos y dagas, y no hará falta que les diga lo molesto que resultaba para la pareja.

Todas las miradas se volvieron hacia el doctor Pender

—Yo supe la verdad —exclamó —cinco años después de ocurrida la tragedia. Me llegó en forma de carta escrita por Elliot Haydon. En ella me decía que siempre imaginó que yo sospechaba de él. Dijo que fue víctima de una tentación repentina. Él también amaba a Diana Ashley, pero era sólo un pobre ahogado que luchaba por abrirse camino. Quitando a Richard de en medio y heredando su título y hacienda, veía abrirse ante él un futuro maravilloso. Sacó la daga de su cinturón al arrodillarse junto a su primo, se la clavó y la devolvió a su sitio, y luego se hirió él mismo para alejar sospechas. Me escribió la noche antes de partir con una expedición al Polo Sur, por si no regresaba. No creo que tuviera intención de regresar y sé que, como ha dicho miss Marple, su crimen no le proporcionó ningún beneficio. “Por espacio de cinco años —me escribió —he vivido en un infierno. Espero que por lo menos pueda expiar mi crimen muriendo con honor”

Hubo una pausa.

—Y murió con honor —dijo sir Henry—. Ha cambiado usted los nombres de los personajes de su historia, doctor Pender, pero creo reconocer al hombre al que usted se refiere.

—Como les dije —terminó el clérigo—, no creo que esta confesión explique todos los hechos. Sigo pensando todavía que en aquel bosque había algo maligno, una influencia que impulsó a Elliot Haydon a cometer su crimen. Incluso ahora no puedo recordar sin estremecerme la Casa del Ídolo de Astarté.

Capítulo III
-
Lingotes de oro

—No sé si la historia que voy a contarles es aceptable —dijo Raymond West—, porque no puedo brindarles la solución. No obstante, los hechos fueron tan interesantes y tan curiosos que me gustaría proponerla como problema y, tal vez entre todos, podamos llegar a alguna conclusión lógica.

“Ocurrió hace dos años, cuando fui a pasar la Pascua de Pentecostés a Cornualles con un hombre llamado John Newman.

—¿Cornualles? —preguntó Joyce Lempriére con viveza.

—Sí. ¿Por qué?

—Por nada, sólo que es curioso. Mi historia también ocurrió en cierto lugar de Cornualles, en un pueblecito pesquero llamado Rathole. No irá usted a decirme que el suyo es el mismo.

—No, el mío se llama Polperran y está situado en la costa oeste de Cornualles, un lugar agreste y rocoso. A Newman me lo habían presentado pocas semanas antes y me pareció un compañero interesante. Era un hombre de aguda inteligencia y posición acomodada, poseído de una romántica imaginación. Como resultado de su última afición, había alquilado Pol House. Era una autoridad en la época isabelina y me describió con lenguaje vivo y gráfico la ruta de la Armada Invencible. Lo hizo con tal entusiasmo, que uno hubiera dicho que fue testigo presencial de la escena. ¿Existe algo de cierto en la reencarnación? Quisiera saberlo. Me lo he preguntado tantas veces...

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