Sirenas (5 page)

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Authors: Amanda Hocking

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Sirenas
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—Trata de hacer algo divertido esta noche, algo que no esté relacionado

con el agua, ¿de acuerdo? Expande tus horizontes más allá de lo acuático. Te hará bien.

—Sí, señor. —Gemma le hizo un saludo militar con la mano, mientras se dirigía hacia el vestuario, y el entrenador se rio.

Se duchó rápido, enjuagándose sobre todo el cloro del cabello. Todo ese tiempo que pasaba en el agua le dejaba la piel reseca, pero Gemma usaba aceite de bebés y eso evitaba que su piel acabara pareciendo la de un cocodrilo.

Cuando estuvo vestida, fue en busca de su bicicleta. Había vuelto a llover, con más intensidad que antes, Gemma se cubrió la cabeza con la capucha, lamentándose por haber ido a entrenar en bicicleta, cuando de repente oyó una bocina detrás de ella.

—¿Te llevo? —preguntó Harper, bajando la ventanilla para que su hermana pudiera oírla.

—¿Y la bicicleta? —preguntó Gemma.

—Ya la recogerás mañana.

Gemma pensó un segundo antes de correr hacia el coche de su hermana y subirse. Lanzó el bolso en el asiento de atrás y se abrochó el cinturón.

—Iba de vuelta a casa y se me ocurrió que podía acercarme por si necesitabas que te llevara —dijo Harper mientras ponía el coche en marcha.

—Gracias. —Gemma giró la salida del aire de la calefacción, para que fuera directo hacia ella—. Me había enfriado con la lluvia.

—¿Qué tal el entrenamiento de hoy?

—Bien —dijo Gemma encogiéndose de hombros—. He batido mi mejor tiempo.

—¿En serio? —Harper parecía entusiasmada y le sonrió—. ¡Es increíble!

¡Felicitaciones!

—Gracias. —Gemma se recostó en el asiento—. ¿Sabes qué planes hay para esta noche?

—¿Con respecto a qué? —preguntó Harper—. Papá va a hacer pizza para la cena y yo estaba pensando en ir a lo de Marcy a ver ese documental que se llama
Hot Coffee
. ¿Tú qué tenías planeado?

—No sé. Nada. Tal vez me quede.

—¿Quieres decir en casa? —preguntó Harper—. ¿Nada de nadar?

—No.

—Oh. —Harper hizo una pausa—. ¡Qué buena idea! A papá le va a encantar.

—Supongo.

—Me puedo quedar contigo, si quieres —se ofreció Harper—. Podemos alquilar unas películas.

—No, no hace falta. —Gemma miraba por la ventana, mientras Harper conducía—. Estaba pensando que tal vez después de la cena le pregunte a Álex si quiere venir a jugar al
Red Dawn Redemption
.

—Oh. —Harper exhaló un profundo suspiro, pero no dijo nada.

No le entusiasmaba la idea de que se hicieran muy amigos, pero ya había dicho lo que tenía que decir. Además, era mejor que Gemma jugara a video juegos en casa, con el chico de la puerta de al lado, a que anduviera por la ciudad en mitad de la noche.

—Hay solo tres —dijo Gemma, arrancando a Harper de sus pensamientos.

—¿Qué? —Harper miró en dirección a su hermana y vio a Penn, a Thea y a Lexi caminando por la calle.

Llovía a cántaros pero ellas no llevaban abrigo alguno y no parecía importarles mojarse. Si hubiesen sido otras personas, les habría ofrecido llevarlas, pero Harper aceleró a propósito al pasar a su lado.

—Hay sólo tres. —Gemma miró hacia su hermana—. ¿Qué habrá pasado a la cuarta?

—No sé —respondió Harper—. Tal vez esté enferma,

—No, no creo. —Gemma se inclinó en el asiento y apoyó la cabeza en el respaldo—. ¿Cómo se llamaba?

—Arista, me parece —dijo Harper, tratando de recordarlo.

Marcy le había dicho sus nombres, que a su vez le había oído decir a Pearl, quien, por lo general, lo sabía todo sobre los chis- mes del pueblo.

—Arista —repitió Gemma—. Qué nombre más estúpido. —Estoy segura de que un montón de gente piensa lo mismo de los nuestros —señaló Harper—. No es correcto burlarse de cosas que no dependen de la gente.

—No me estaba burlando de ella. Sólo estaba pensando en algo. —Gemma giró la cabeza para ver las figuras cada vez más pequeñas de las tres jóvenes—. ¿Crees que la mataron?

—No digas esas cosas —dijo Harper, aunque en realidad esa idea ya se le había pasado por la cabeza—. Así es como empiezan los rumores.

—No estoy esparciendo un rumor —respondió Gemma, molesta—. Te estoy preguntando qué crees tú.

—Por supuesto que no creo que la hayan matado. —A Harper le habría gustado sonar más convincente—. Seguramente esté enferma o haya tenido que volver a su casa o algo por el estilo. Estoy segura de que es por un motivo completamente normal.

—Pero hay algo extraño en esas chicas —dijo Gemma pensativa, más como para sí misma que para Harper—. Hay algo en ellas que no me gusta nada.

—Son sólo chicas lindas. No es más que eso.

—Pero nadie sabe de dónde son —insistió Gemma.

—Es temporada alta. Nadie sabe de dónde es nadie. —Harper giró en una esquina y miró hacia su hermana con la intención de reñirla por fomentar rumores.

—¡Cuidado! —gritó Gemma y Harper pisó el freno justo a tiempo para evitar atropellar a Penn y a Thea.

Por unos segundos, ni Harper ni Gemma dijeron nada, aunque tampoco

era que Harper pudiese oír nada por encima de los latidos de su corazón. Penn y Thea estaban paradas justo delante del Sable, mirándolas a través del parabrisas.

Cuando Lexi golpeó la ventanilla del lado de Gemma, las dos lanzaron un grito, sobresaltadas. Gemma volvió a mirar a Harper, como consultándole qué hacer.

—Baja la ventanilla —se apresuró a decir Harper, y Gemma obedeció. Se inclinó hacia delante y miró a Lexi obligándose a sonreír—. Lo siento. No las habíamos visto.

—No pasa nada. —Lexi esbozó una amplia sonrisa, sin importarle que la lluvia cayese a cántaros sobre su rubio cabello—. Estábamos un poco desorientadas.

—¿Desorientadas? —preguntó Harper.

—Sí, nos hemos perdido un poco y queríamos volver a la bahía —dijo Lexi, apoyando sus delgados brazos en el coche y bajando la mirada hacia Gemma—. Sabes cómo llegar a la bahía, ¿no es cierto?

—Eh, sí —afirmó Gemma señalando hacia delante—. Sigan todo recto tres cuadras y después giren a la derecha hacia la avenida Seaside, que las llevará directamente a la bahía.

—Gracias —dijo Lexi—. ¿Vas a ir a nadar a la bahía esta noche?

—No —dijeron Gemma y Harper al unísono, y Gemma lanzó una mirada a su hermana antes de proseguir—: No me gusta nadar cuando llueve.

—¿Por qué no? De todas formas te mojas —respondió Lexi, riendo de su propio chiste, pero Gemma no dijo nada—. Oh, bueno. Estoy segura de que de todas maneras nos veremos por ahí. No te vamos a perder de vista.

Le guiñó un ojo, después se enderezó y se alejó del coche. Gemma subió la ventanilla, pero Penn y Thea tardaron en hacerse a un lado. Por unos segundos, Harper pensó que iba a tener que retroceder para poder arrancar.

Cuando finalmente se apartaron del camino, Harper tuvo que luchar con el impulso de salir disparada a toda velocidad. Se obligó incluso a saludarlas con un pequeño gesto de la mano, pero Gemma se quedó inmóvil en el asiento, negándose a mostrarles el menor signo de simpatía.

—Eso ha sido muy extraño —dijo Harper, mientras se alejaban y los latidos de su corazón comenzaban a regularse.

—Y siniestro —agregó Gemma. Como Harper no añadió nada, la miró—. Oh, vamos, no me digas que no te asustaste. ¿Por qué otra razón no les habrías ofrecido llevarlas?

Harper se aferró bien fuerte al volante y balbuceó una excusa:

—Da la impresión do que les gusta caminar bajo la lluvia.

—Lo que tú digas —Gemma puso los ojos en blanco—. Aparecieron de la nada. ¿Te diste cuenta? Estaba detrás de nosotras, y después de repente, estaban delante. Ha sido como algo… sobrenatural.

—Debieron tomar un atajo —argumentó Harper de un modo muy poco convincente, mientras estacionaba el coche al lado del Ford F150 de su padre.

—Harper —gruñó Gemma—. ¿Puedes dejar de ser tan lógica por un segundo y admitir de una vez que esas muchachas te asustan?

—No hay nada que admitir —mintió Harper. Apagó el motor y cambió de tema—. ¿Vas a pedirle a papá que le eche un vistazo a tu coche?

—Mañana, si no llueve —Gemma tomó su bolso del asiento trasero. Bajó del coche y corrió hacia la casa; Harper salió detrás de ella.

Desde el mismo momento en que estacionó, Harper tuvo la extraña sensación de que las seguían, y no se la podía sacar de la cabeza.

Una vez dentro, cerró la puerta con llave y escuchó a Gemma y a Brian charlando sobre cómo habían ido sus respectivos días.

La casa ya olía a pizza, gracias a la salsa casera de Brian. Pero a pesar de la acogedora atmósfera hogareña, Harper no lograba tranquilizarse. Se acercó a la mirilla de la puerta y echó un vistazo a la calle, pero no vio nada. Le llevó unos quince minutos empezar a sentirse a gusto en su casa, y aun así no consiguió convencerse de que no la estaban vigilando.

5. Madre

—LO siento, cariño, pero esto me va a llevar todo el día —dijo Brian con la cabeza metida debajo del capó del coche de Gemma. Tenía los brazos negros, seguramente de aceite y otros fluidos del motor, y se había manchado su vieja camisa de trabaja

—Entiendo —dijo Harper. No esperaba una respuesta diferente de él, pero no por eso iba a dejar de preguntarle.

—Tal vez otro día.

Brian ni siquiera levantó la cabeza para mirarla. Toda su atención parecía estar centrada en el motor, pero en realidad siempre se las arreglaba para encontrar con qué ocupar su tiempo los sábados y así no tener que ir con Gemma y Harper.

—De acuerdo —dijo Harper suspirando, mientras hacía girar entre los dedos las llaves de su coche—. Entonces, me parece que será mejor que nos vayamos.

La puerta mosquitera se cerró de golpe y Harper miró en dirección a Gemma, que acababa de salir de la casa. Llevaba puestos unos anteojos para sol enormes, y sus labios apretados formaban una delgada línea, de modo que Harper sabía que Gemma estaba furiosa con su padre.

—No viene, ¿no es cierto? —preguntó Gemma, cruzándose de brazos.

—Hoy no —dijo Harper con suavidad, tratando de tranquilizarla.

—Lo siento, mi niña. —Brian sacó la cabeza de debajo del capó y señaló hacia el sol que brillaba en el cielo—. Quiero aprovechar para arreglar esto mientras dure el buen tiempo.

—Como tú digas —respondió con sorna Gemma, y caminó hacia el coche de Harper.

—¡Gemma, ven aquí! —gritó Harper, pero su hermana sacudió la cabeza.

—Déjala —le dijo Brian.

Gemma subió al coche y cerró la puerta con un ruidoso golpe. Harper sabía que estaba molesta, e incluso lo entendía, pero eso no justificaba que actuara de una manera tan grosera.

—Lo siento, papá —dijo Harper con una apagada sonrisa—. Es… — comenzó a decir agitando las manos en el aire, sin saber exactamente cómo describir a Gemma.

—No pasa nada, está bien. —Brian entrecerró los ojos unos segundos por el sol, después volvió a inclinarse sobre el coche. Tenía una llave en la mano, y la golpeteó distraídamente contra la chapa—. Tiene razón. Yo lo sé y tú lo sabes. Pero no…

Se interrumpió sin poder decir nada más, y sus hombros se desplomaron. La expresión de su rostro se tensó, intentando contener sus emociones. Harper odiaba ver a su padre así y deseaba poder decirle algo para hacerlo sentir mejor.

—Lo entiendo, papá —insistió Harper—. De veras. —Estiró la mano y le tocó el hombro, antes de que un estridente bocinazo la sobresaltara.

—¡Nos está esperando, Harper! —gritó Gemma desde el coche.

Harper habría querido decirle algo más a su padre pero por el modo en que se estaba comportando Gemma, no quería añadir aún más tensión al momento, Gemma era de por sí bastante impaciente, pero si además se sentía contrariada podía volverse realmente insoportable.

—Eres tan grosera —le dijo Harper en cuanto subió al coche.

—¿Yo soy grosera? —preguntó perpleja Gemma—. Yo no soy la que está

dejando plantada a mamá.

—¡Shhh! —Harper arrancó el coche y encendió el estéreo, para que Brian no la oyera—. Se queda para poder arreglarte el coche.

—No es verdad —dijo Gemma, sacudiendo la cabeza. Se reclinó en su asiento, con los brazos cruzados sobre el pecho—. Podría arreglarlo cualquier otro día. Se queda por la misma razón que se queda todos los demás sábados.

—Tú no sabes lo que esto significa para él.

Mientras salían de casa, Harper alzó los ojos para mirar por el espejo retrovisor Brian permanecía en la entrada y parecía más abatido que lo normal.

—Y él no sabe lo que esto significa para nosotras —le replicó Gemma—. La cuestión es que resulta difícil para todos, pero nosotras hacemos que todo siga adelante.

—Cada uno lleva las cosas como puede —dijo Harper—. No vamos a obligarlo a que la visite. Ni siquiera sé por qué te molesta tentó precisamente hoy. Hace más de un año que no la ve.

—No sé —admitió Gemma—. Unas veces me afecta más que otras. Tal vez sea porque me está usando a mide excusa para no ver a mamá.

—¿Porque está arreglando tu coche?

—sí.

—De todos modos mamá se va a poner igual de contenta al vernos. — Harper miró a Gemma y trató de sonreír, pero su hermana estaba mirando por la ventanilla—. No importa si alguien más viene o no. Hacemos todo lo que podemos por ella, y ella lo sabe.

Todos los sábados, cuando el tiempo lo permitía, Harper y Gemma hacían los veinte minutos de viaje hasta la residencia de Briar Ridge. Era el centro especializado para pacientes con daños cerebrales más cercano a Capri, y era allí donde su madre vivía desde hacía siete años.

Un día, nueve años atrás, mientras Nathalie llevaba a Harper a una fiesta

en la casa de una de sus amigas, un camionero ebrio las atropello. Harper tenía una larga cicatriz en el muslo como recuerdo del fatídico accidente, pero su madre Nathalie se había pasado casi seis meses en coma.

Durante todo ese tiempo, Harper había estado convencida de que su madre no sobreviviría, pero Gemma nunca había perdido la esperanza. Cuando Nathalie, por fin, salió del coma, había perdido casi por completo el habla y apenas podía ocuparse de sus necesidades más básicas. Permaneció mucho tiempo en el hospital, haciendo rehabilitación. Con el tiempo, había recuperado parte de su memoria.

Pero jamás volvió a ser la misma. Sus capacidades motrices eran bastante limitadas y la memoria y su razonamiento estaban fuertemente dañados. Nathalie siempre había sido una persona cariñosa y amable, pero después del accidente debía esforzarse para simpatizar con la gente.

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