Sin entrañas

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Authors: Maruja Torres

Tags: #Policíaco

BOOK: Sin entrañas
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Oriol Laclau i Masdéu, catalán ilustre, magnate de la construcción y directivo futbolístico de gran éxito social, fallece aparentemente por causas naturales mientras disfruta de un crucero por el Nilo con sus mejores amigos. Su hermana Lady Roxana le confiesa a su amiga Diana Dial, antigua reportera e investigadora amateur, sus sospechas de que Oriol ha sido víctima de un asesinato. La periodista nota ese calambre en el estómago que sólo puede indicar que un caso requiere sus servicios.

Una falsa lady, un biógrafo de oscuro pasado, una vieja gloria de la canción y un médico demasiado amigo de la inconsolable viuda son sólo algunos de los estrafalarios personajes que viajarán de nuevo por el Nilo para buscar al culpable.

Maruja Torres nos ofrece en Sin entrañas una novela ágil, divertida e irónica, en la mejor tradición de su admirada Agatha Christie, en el Egipto neocolonial previo a la caída de Mubarak.

Maruja Torres

Sin entrañas

ePUB v1.1

Polifemo7
10.05.12

Título original:
Sin entrañas

Maruja Torres, 2012

Ilustraciones: Kurt Hutton / Getty Images

Editorial Planeta, S. A., 2012

www.editorial.planeta.es

www.planetadelibros.com

Primera edición en libro electrónico (epub): abril de 2012

Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L.

www.newcomlab.com

Editor original: Polifemo7 (v1.0 - v1.1)

Corrección de erratas: Mack_i_avelo

ePub base v2.0

Para Islam e Isabel

DRAMATIS PERSONAE

(En orden de aparición)

ORIOL LACLAU I MASDÉU: catalán ilustre, conocido magnate de la construcción, directivo futbolístico y patrocinador de excavaciones arqueológicas en Egipto, posee una importante colección de antigüedades. Casado con Lady Margaret Middlestone.

DIANA DIAL: antigua reportera española metida a investigadora
amateur
. Amiga personal de Roxana Laclau.

(LADY) ROXANA LACLAU I MASDÉU: hermana de Oriol y amiga de Diana Dial, viuda. Vive en Luxor rodeada de todo tipo de lujos con una amplia colección de pelucas.

INSPECTOR FATTUSH: inspector de policía del Líbano, muy amigo de Diana Dial, acompaña a la investigadora para ayudarla a solucionar el posible asesinato de Oriol Laclau.

JOY: fiel sirvienta filipina de Diana Dial, casada con el egipcio Ahmed y madre de Yara, de cuatro meses de edad.

AHMED: marido de Joy.

LADY MARGARET MIDDLESTONE, Marga: rica heredera británica de alta cuna, paralítica debido a un accidente, y esposa de Oriol Laclau.

DOCTOR JOAN CREUS: amigo de la infancia de Oriol Laclau, médico personal de la familia.

PITU MORROW: seudónimo de Pius Serra, escritor y productor musical de cierto éxito en los años ochenta y ahora caído en desgracia. Contratado por Oriol Laclau para escribir su biografía.

CLAUDIA MOLLÀ: veterana modelo publicitaria, amiga de la familia Laclau desde hace décadas.

LAIA MOLLÀ: hermana de Claudia y también amiga de la familia Laclau.

ISMAIL ABD EL-MANSURI: estudiante egipcio de filología hispánica que trabaja como guía turístico.

FUAD EL-RASHID: vieja gloria de la canción egipcia en el mundo árabe.

FARIDA: veinteañera y última esposa de El-Rashid.

RAHEB: hijo de El-Rashid.

DOLORS MOLTÓ: fiel y abnegada secretaria de Oriol Laclau desde sus inicios.

ALFONS PERMANYER: hombre de confianza de Laclau, encargado de la colección de antigüedades egipcias.

HADI SUENI: importante arqueólogo egipcio, factótum de Mubarak en materia de antigüedades.

LULÚ CARTIER: francesa, última conquista de Hadi Sueni, a quien éste da trabajo como arqueóloga para pagarle sus favores.

HAGGAR: joven y coqueto miembro del servicio personal de Lady Roxana y Lady Margaret Middlestone.

MONSIEUR LE
DIRECTEUR, Seboso: director de cruceros a bordo del
Karnak
, viejo buque a vapor ya utilizado por Agatha Christie para su novela
Muerte en el Nilo
.

Siempre hubo reyes, faraones, generales. Él es todos ellos. Cuando su equipo de fútbol ha barrido el marcador, cuando su cuerpo macizo, rotundo, abandona el palco, rodeado por gente de su clase, y se abre paso hacia el vestuario, mecido por los gritos de la masa que, en su delirio, desborda el campo; y antes, fumando un puro con los otros miembros de la directiva y los invitados ilustres, con las fuerzas vivas de la ciudad, que tanto le deben: ahí, él es rey. Cuando visita las obras, finalizadas o a medias, que su afán emprendedor

y las amistades adecuadas, los oportunos sobornos

ha diseminado por la ciudad desde hace décadas, con tal talento que es de los pocos que se han salvado de la crisis que acaba de empezar: ahí, él es faraón. Por la noche, en la discoteca que ha ordenado cerrar para los suyos, embriagado por las exclamaciones de triunfo, las carcajadas y la música, entre globos giratorios de luz que destacan como diamantes en la semioscuridad, convidando a todos, rumboso: ahí, él es general. Un general con mando absoluto que se refocila sin trabas después de la batalla. Porque el verdadero poder de un hombre, de un macho que pisa fuerte y a quien nadie le tose, consiste en disfrutar del fervor de sus conciudadanos durante el día y rematar la faena, horas después, poniendo de rodillas a una puta rusa de ojos verdes, metiéndole la polla en la boca, su polla bombeada por las burbujas de champán francés

a tomar por saco el cava, eso queda para los actos públicos

que irrigan su sangre. Ha ganado el Barça, la rubia casi no puede respirar, y él sigue en la cresta de la ola, admirado como el primer día
.

Al alba, con un selecto grupo de elegidos, presumirá de los tesoros que acaba de recibir de El Cairo, nuevas piezas que los otros contribuirán a desembalar. Mucho ojo, como se os rompa esa estela os elimino de la lista; cuando se trata de mi colección de antigüedades no estoy para hostias. Nunca lo está. Él es rey, faraón, general
.

Le han cerrado los ojos, y Oriol Laclau i Masdéu sabe que eso no augura nada bueno
.

PRIMERA PARTE
I

Giza, noviembre de 2009

Dubitativa, Diana Dial camina por una calle estrecha, sin aceras y sin asfaltar. Consciente del aspecto estrafalario que le confiere su sombrero estilo años treinta de lino crudo, encasquetado hasta las gafas oscuras para protegerse del sol de media mañana, la antigua reportera sujeta con una mano un papel en el que consta la dirección de la persona que aguarda su visita. Con la otra mano espanta las moscas y a los agitados niños que la asedian; sabe que se comporta como un personaje colonial salido de una novela de Agatha Christie.

El enigma que debe resolver en Egipto se parece mucho a una trama de la Christie. El hecho de que sea su imprevisible amiga y anfitriona en Luxor, Lady Roxana, quien le haya propuesto el caso, la inclina a temer que no logrará cuadrar el producto final con la precisión que manejan los detectives creados por la vieja dama. La vida va por un lado, la ficción por otra. A Diana Dial la vida va dejándole por detrás flecos sueltos, calcetines con agujeros.

Igual le ocurrió durante los veinte años en que trabajó como reportera en un importante diario español. Se jubiló a los cincuenta —hace cuatro y pico—, y lo hizo por cansancio del oficio y su devenir, pero también para invertir en una causa justa —ella misma— la sustanciosa pensión que Lluís Brunet, su único ex marido, todavía le pasa. Considerando la penosa economía actual de los medios de comunicación, de uno de cuyos grupos es propietario su antiguo cónyuge, Dial teme que pronto dejará de ser beneficiaria de tal ingreso puntual y generoso. Dios, igual tengo que devolverle las joyas, piensa con angustia. El mundo que ha conocido empieza a hacer aguas, y es sólo el principio. Pero la ausencia de la mensualidad que le asignó su fugaz y rumboso marido no impedirá a Diana —pone a las pirámides, a la Esfinge y a cuanta deidad haga falta por testigos— seguir buscando causas que defender en el terreno de la indagación criminal, su pasión tardía, que le permite realizarse como investigadora y obtener justicia.

Porque entre los obstáculos con que tropezaba en sus trabajos periodísticos y aquellos que se le presentan cuando soluciona un caso existe una diferencia nada baladí. En los últimos, a veces, Diana puede recortar los flecos y zurcir el calcetín. Con su propio hilo, su propia aguja. Con sus propias tijeras.

Pronto se enfrentará a Fattush. ¿Qué le reprochará el inspector acerca de su último y nada ortodoxo zurcido en Beirut?
[1]
Pues Diana Dial, enemiga teórica de la pena de muerte, lo es aún más de la pena de vida que castiga a los inocentes, a las víctimas, cuando los culpables no pagan por sus crímenes.

Necesita a Fattush para poner en orden la trama faraónica —así la llama para sus adentros— que Lady Roxana ha depositado sobre sus hombros. Se ha acostumbrado Diana al inspector, a su sensatez, a su preocupación por ella, a su sagacidad sobre la naturaleza humana. Necesita a Fattush para que apruebe su reciente conducta. Necesita a Fattush.

La detective se fue para siempre de Líbano, hace casi un mes, sin despedirse ni mirar atrás. Huyó de las heridas sentimentales que su último caso le produjo y huyó también, aunque en menor medida, de su amigo el inspector: temía que le echara en cara la forma en que había hecho justicia —para ella, algo más importante que la ley— en el caso del espionaje israelí.

Huida inútil. Fattush ha llegado hoy mismo a El Cairo, tal como anunciaba en un correo electrónico recibido hace pocas horas: «En Beirut no puedo hablar con nadie como lo hago contigo. Me he tomado parte de las vacaciones que tenía atrasadas. Hace mucho tiempo que no visito Egipto.» ¿Eso quiere decir que la comprende? Algo queda claro: él también la necesita.

No es el policía libanés, su amigo y cómplice, la persona que ahora la espera en una vivienda de esta callejuela del sector de Pirámides, en el barrio de Abu Daoud, escondido en una de las intersecciones de la fatigosa avenida del rey Feisal.

Por lo que sabe Diana, los habitantes de Abu Daoud no viven directamente del turismo, como los de Nazlet el-Samman, que está pegado a los monumentos. Los beneficios residuales —son las compañías nacionales y extranjeras y el Gobierno los que se quedan con la gran tajada—, proporcionados por la proximidad de los milenarios monumentos, llegan a Abu Daoud diluidos, e inciden en la economía del barrio mucho menos que en otras zonas de Giza. Entre los modestos comercios no ve Dial tiendas de recuerdos, ni más artículos en las estanterías que los que se necesitan para la supervivencia doméstica o la reparación de utensilios de labor. Si acaso, según le ha contado el chófer del hotel mientras la traía, algún taxista turístico tiene ahí su vivienda, algún mecánico su taller. Por lo demás: caldereros, herreros, carpinteros, vendedores de sacas de cal y de botes de pintura, sencillos comercios de baratijas.

Nota la cercanía del desierto en el polvo que levantan sus pies al andar, en la sequedad del aire, en los agrietados muros de las casas, cuyo crecimiento desordenado —marginal, anárquico, como todo lo que, en esta tierra, no forma parte del pomposo decorado turístico— parece emanar de la arena sobrante del espejismo hegemónico. Le escuecen los ojos y le pica la garganta.

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