Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven... (13 page)

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Authors: Albert Espinosa

Tags: #Drama, Fantástico

BOOK: Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven...
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Tuve que leer dos veces aquella amenaza. Era tan estremecedora que la releí una tercera vez. No le comenté nada al padre; sería doloroso hablarle del tema.

Cogí el informe policial en busca de la foto del pederasta. Tenía un rostro bastante normal. También estaba la foto del niño que le había acusado y la denuncia.

El niño decía que había abusado de él en el colegio donde el acusado se encargaba del mantenimiento de la piscina. Habían pasado casi ocho años desde que aquello ocurrió.

—¿El niño dijo la verdad? —pregunté al padre en busca de su opinión de juez.

Él afirmó con la cabeza sin entrar en detalles.

—¿Cómo puede estar tan seguro? —insistí.

—Por lo que relató el niño con todo tipo de detalles… Por su mirada… Por su miedo… Y porque todas las pruebas circunstanciales apuntaban a que era cierto y que abusó de él.

—¿Y no ha pensado en hacer la rectificación igualmente? —indagué.

—No, no puedo hacerlo, por respeto al otro chico…

—¿Puedo hablar con él? ¿Vive todavía en Capri?

—¿Va a creer a ese secuestrador pederasta? —preguntó el padre, indignado.

—No, pero debo como mínimo hacer lo que nos pide. —Leí un trozo de la carta—: «Hablad con Nicolás y preguntadle por qué mintió…».

El padre tardó un tiempo en decir algo. No le gustaba en absoluto mi idea.

—Está bien, lo arreglaré para que pueda verlo. Le acompañaré —añadió.

—Prefiero ir solo —repliqué.

No insistió, estaba desconcertado… Me alegré, no quería tener allí al juez y al padre cuando hablara con el chico.

—Le proporcionaré un coche y la dirección de los padres del muchacho. ¿Conoce Capri?

Asentí. Un poco lo conocía. Salimos de la habitación. Iba a cerrar la puerta tras de mí pero el padre me lo impidió, quería que el niño se encontrara la puerta abierta cuando volviera. Esos detalles me emocionan. Le devolví la carta.

—¿Ha leído que en dos horas expira el plazo que pidió para la rectificación pública? —me preguntó asustado por las consecuencias.

—Lo sé. Lo sé…

Subí al coche, puse la dirección en el GPS, toqué mis anillos y me fui en busca de aquel otro chico que seguramente también estaba perdido.

El padre me miraba desde la verja de la casa, podía notar su pavor, cien mil veces el de un niño al que le van a extraer las amígdalas… También percibí a la abuela y su energía desde una ventana lejana.

Tenía que hablar con aquel adolescente que tenía todas las respuestas, sabiendo que, si no había mentido, la vida de un niño estaría en peligro.

Sentí responsabilidad y temor. Dos horas era muy poco tiempo para que confesara una mentira que llevaba ocho años incrustada en él. Además, seguramente aquella mentira estaría ahora recubierta de otras muchas.

De camino, pensé en llamarla, en decirle que había encontrado al niño que creamos con un soplo, pero sabía que no debía…

También me di cuenta de que por primera vez en mi vida no había revuelto la mesita de noche de un niño secuestrado…

Dejé de pensar en mí y volví a centrarme en el caso. Esos instantes eran adrenalíticos, era como un juego, un juego contrarreloj… Tenía que pensar una táctica rápidamente y que funcionase antes de que transcurrieran esos ciento veinte minutos y se cumpliese el ultimátum… Y entonces pudiera pasar lo que no deseaba que pasase de ninguna manera…

Se me ocurrió algo… Era extraño pero podía funcionar. Llamé al juez.

—Que me espere el chico fuera de la casa, hemos de ir a un sitio.

Ojalá fuese una buena idea lo que me rondaba por la cabeza. Ojalá…

Aceleré sabiendo que lo estaba jugando todo a una sola carta… Quizá ése era el juego con el que disfrutaba, la pasión sin límites, de la que hablaba el Sr. Martín…

Esperaba que esta mano se me diese bien… Aceleré más…

Recogí a Nicolás delante de otra casa blanca. No superaba los quince, debía de tener siete cuando lo violaron.

Me miró sin hablarme. Subió obligado al coche. Quizá Izan se había sentido igual. Me sentí un poco como un secuestrador.

Se sentó en el asiento del copiloto, pero siguió sin decirme nada. Yo tampoco le hablé. Era un chico rubio bastante atractivo y espigado. Me miraba de reojo.

Fui en dirección al destino que tenía en mente. Necesitaba un sitio que no le fuera familiar, alejado de sus padres y de su poder… Estaba seguro de conocer uno ideal…

Además sabía que si había mentido tendría ganas de decírmelo, lo notaba en su energía. Pero una cosa era su deseo y otra su instinto… Cuesta ir contra tu propio cuerpo…

Continuamos en silencio… Sentía cómo el tiempo transcurría… Pensaba en Izan. Deseaba que mi idea funcionase…

Finalmente llegamos al faro de Capri, el hijo favorito del Sr. Martín… Bajamos del coche, el chico me seguía a bastante distancia… Me acerqué a la torre; la puerta de entrada no estaba cerrada.

Entré y saqué la pertenencia más preciada que he conocido, el saco rojo, el hijo de George. No me engañó: «Mi hijo está dentro de otro hijo». No sé cómo averiguó que aquel faro era el hijo del Sr. Martín, pero no me extrañaba en absoluto.

—Este saco pertenecía a un gran amigo mío —le dije al chico—. Me explicó una vez que servía para muchas cosas, pero sobre todo te hace más valiente y te saca toda la rabia.

»En mi vida, he conocido a dos personas especiales y creo que tenían que formar parte de mi vida para que un día tú y yo estuviéramos aquí.

»A veces, el mundo parece muy complicado, un puzle que no entiendes hasta que aparece la pieza definitiva…

»Escúchame, Nicolás, necesito encontrar a ese Izan…

»No lo he conocido, pero creo que lo creé hace tiempo en una costa junto a una mujer que he perdido hace unas horas… Y sólo la recuperaré con el consejo que me dará una abuela centenaria que desea volver a ver a su nieto…

»No voy a preguntarte nada. No hay interrogatorio ni castigo. Sólo te pido que pegues con fuerza contra ese saco.

El chaval no dijo nada, absolutamente nada.

Colgué el saco de la puerta del faro. Dos seres mágicos juntos… Tan sólo debía esperar a que la magia hiciera su efecto…

El chico me miró un par de veces. No parecía que fuera a hacerme mucho caso.

Pero finalmente se dirigió hacia el saco.

Noté cómo pensaba, cómo buscaba su rabia, sus miedos, sus problemas… Y lo golpeó.

Primero flojo, pero poco a poco con más fuerza.

Sé que con cada golpe aquel chaval estaba notando lo mismo que yo tantos años atrás en aquel barco. Seguro que sentía cómo ese saco absorbía toda su rabia y le hacía sentirse en paz.

La imagen del saco, el faro y la puesta de sol en Capri era impresionante. Le miré mientras él no paraba de soltar ganchos acompañados de gritos de desahogo.

El tiempo pasaba, el chico continuaba luchando contra sí mismo y yo tan sólo le observaba.

Sabía que aquel tridente le sacaría la verdad.

Finalmente, se desmoronó.

Lloró, lloró tanto… Balbuceó y gimió pegado al saco; casi parecía que estuviera bailando con él.

Noté cómo la mentira estaba incrustada desde hacía años. No lo había pasado bien mintiendo y ahora salía todo su dolor.

Acabé abrazándome a él. Le comprendía. De alguna manera, yo también me sentía igual. Ambos estábamos perdidos, huyendo de nuestra verdad.

No quería saber más, no necesitaba conocer las razones que le llevaron a ello… Le di mucho cariño…

Llamé al padre para que hiciera el anuncio en los periódicos. Sabía que, automáticamente, aquel hombre que tenía preso a Izan lo liberaría sin hacerle el menor daño. Estaba seguro de que cumpliría su palabra.

Ahora tan sólo restaba ser valiente y para ello necesitaba ir a hablar con mi tercera perla, mi tercer diamante, mi tercera energía, mi tercera desparramada…

Aquella mujer centenaria que daría luz a mi vida…

A la mañana siguiente, Izan dormía en su cama y yo estaba al lado de la mujer centenaria en un jardín junto a unos árboles casi tan longevos como ella…

Y fue allí, encima de aquel césped y con el cielo de Capri cubierto de nubes donde ella me preguntó lo que ya os conté: «¿No deseas poder ser feliz en todos los aspectos de tu vida…? ¿No tener que aceptar nada que no te agrade…? ¿Sentir que la vida es controlada por ti en lugar de ir a rebufo de ella en el vagón 23…? ¿Quieres o no quieres controlar tu vida? ¿Quieres o no quieres ser dueño de todos tus momentos? ¿Quieres?».

Yo asentía entusiasmado, esperando que me marcara el camino a mi nuevo mundo.

Había bajado de esta bicicleta en la que llevaba tantos años pedaleando y sólo tenía dos perlas, una profesión que lo significaba todo en mi vida y una relación que había roto porque no deseaba un enano.

Creo que aquella mujer, preciosa a mis ojos, no sabía cuánto necesitaba sus consejos.

En aquel momento de mi vida, sin lo que me fuera a decir, sólo me quedaba fuelle para un par de años más. Jamás llegaría a la edad de George ni a la del Sr. Martín.

Ése era un motivo más para admirarlos. Creo que cualquier persona que llegue a los sesenta debe ser admirada. Vivir tantos años es un acto de valentía.

Siempre he pensado que si es tan fácil salir del juego, ¿por qué jugamos?

Me daba la sensación de que aquella anciana leía mis pensamientos, o eso parecían indicar aquellos ojos que me observaban con tanta atención…

Sabía que había mucha sabiduría en ella, y lo mejor era que deseaba compartirla conmigo.

—Lo que te diré… —comenzó en un tono excesivamente bajo, tuve que acercarme mucho— lo que te diré tan sólo te servirá si te lo tomas como norte de tu vida. Si lo mezclas con otras filosofías o principios no conseguirás nada.

Asentí obediente.

—Son sólo dos conceptos. —Su tono se elevó, pero ya no quise apartarme de su vera—. Por un lado, recuerda algo tan sencillo como que querer es siempre más valioso que que te quieran.

»Querer mueve y detiene mundos. Que te quieran si tú no quieres, te acaba aletargando.

Hizo una pausa mientras amanecía en Capri. No intenté ni siquiera asimilarlo. Toda la vida me he dejado querer, y quizá aquello era insuficiente.

—Lo segundo y más valioso para llevar tu vida adelante es que debes darte cuenta de que nos hemos pasado la vida desde pequeños respondiendo a la pregunta «qué me gusta».

»Qué me gusta de comida, de ropa, de juguetes, de estudios, de trabajo, de amistad, de amor, de sexo…

»Y ese “qué me gusta” marca nuestro mundo. Da la sensación de que si nos gusta algo es un indicador de un rumbo o un deseo, y debes saber que no.

»Lo que nos gusta no es nuestro camino, ni tampoco lo que no nos gusta. A veces el rumbo puede estar en lo que nos provoca indiferencia, en aquello que no nos apasiona ni aborrecemos.

»Entiende esto… Has de confiar en ti, no en lo que crees que te gusta a ti… La senda no la marca lo que te gusta a ti, sino que la marcas tú…

Después de aquello volvió a abrazarme y se marchó hacia la casa, tarareando «Si tú me dices ven lo dejo todo… pero dime ven». Se encendió un cigarrillo de camino y os juro que me recordó a aquella mujer del casino que amó el Sr. Martín… Se parecía… Desde lejos y desde cerca… Quizá era ella…

Supe que sus dos consejos marcarían mis próximos años; aunque no tenía prisa en ponerlos en práctica. Antes, deseaba ver aquel amanecer nuboso en Capri y lentamente ir decidiendo mi ruta, mi camino, mi senda…

Noté que desde la ventana de la casa me observaba Izan. Me volví y le saludé; me devolvió el saludo.

Supe en ese instante que deseaba tener mi Izan propio. Querer… Lo iba a querer tanto, quizá más de lo que jamás me han querido…

Además, no me importaba cómo fuese, ni lo que midiese, ni lo que me recordase el verlo… Daba igual lo que me gustase o lo que no me gustase… Me producía indiferencia lo que opinasen…

Cogí el móvil y le escribí un mensaje a ella: «Quiero tener a Izan… No puedo vivir sin ti ni sin él…».

Esperé la respuesta.

Casi tardó dos minutos. El sonido de entrada de mensaje coincidió con el amanecer; fue su banda sonora.

Ella respondió: «Sí que puedes…».

Sonreí. Volvía a nuestro código, al final de la escapada.

Quizá ese momento era el final de la escapada y no el que yo pensé hace años cuando me marché de Capri.

Sonreí y escribí la respuesta ansiada…

«Sí que puedo, pero no quiero… ¿Por qué no vienes a Capri?, debes conocer al Izan que creamos de un soplido, el faro preferido de un hombre que amaba a mujeres que manejaban ruletas y maniquíes que dominaban corazones, el subterráneo de piedra donde se revelan perlas y diamantes y se construyen sacos con retazos de vida y también a una increíble mujer centenaria que opina que “Si tú me dices ven lo dejo todo… pero dime ven”».

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