Sherlock Holmes y los zombis de Camford (20 page)

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Authors: Alberto López Aroca

Tags: #Fantástico, Policíaco, Terror

BOOK: Sherlock Holmes y los zombis de Camford
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—¿Trabaja para nosotros, para la Inteligencia Militar? ¿Para el Ministerio de Exteriores? ¿Para Interior?

—Eso es algo, mi estimado coronel, de lo que no debería hablar en público —dijo el señor Holmes, y miró a los que estábamos a su alrededor—. No obstante, dado que todas estas personas son de mi entera confianza, o bien tienen buenos motivos para no cometer ninguna indiscreción que me perjudique —ahora posó sus ojos grises sobre la figura de Seth Pride, que no se había molestado en tomar asiento, y se limitaba a contemplar por la ventana la batalla que sus hombres estaban presentando abajo—, le diré que en ciertos círculos de las más altas esferas se le conoce desde hace algún tiempo como «El Archivista». ¿Le resulta familiar, coronel?

MacDare seguía con la mirada las circunvoluciones del señor Holmes, que caminaba alrededor de la sala con las manos cogidas a la espalda.

—En absoluto —dijo el coronel—. Jamás he oído ese nombre.

—Ah, qué decepción —dijo Sherlock Holmes—. Y yo que pensaba que estaría usted bien relacionado después de tantos años de servicio leal y desinteresado a la Corona, y ni siquiera conoce el apodo del caballero que en el pasado lo envió a usted a resolver aquel problemilla con el príncipe de Calbia, o ese trabajito asiático con esos individuos tan simpáticos de la Liga del Si-Fan… ¿No lo acompañaba a usted el joven Nayland-Smith? ¿Y no viajaban ustedes por cuenta de un club para caballeros situado en Pall Mall? ¿El Diógenes?

El coronel intentaba ocultar su sorpresa, pero no lo consiguió.

—No sé si lo comprendo… ¿Su hermano me envió a realizar esas misiones?

—Indirectamente, por supuesto. Mycroft tiene una mente privilegiada, pero es perezoso por naturaleza, y delega las decisiones sin importancia en los hombres de los ministerios y en los militares… Me temo que con los años, se está volviendo descuidado —dijo el señor Holmes—. Y usted es sólo otro peón más, coronel.

—Pero el mayor Brant… El Escuadrón…

—Su «Escuadrón de las Sombras» es, como ya le dije, un nombre pintoresco inventado por un individuo sin demasiado talento creativo, he de decir. Sí, el mayor Brant creó ese grupo hace unos años, supongo que por algún motivo secreto e inconfesable… quizá esas amenazas extranjeras de las que hablaba usted antes.

—Así es —dijo MacDare—. Pero Brant me ha contado que acaban de cesarlo de su puesto y que espere nuevas órdenes. ¿Cómo es posible?

—No dude de lo que voy a decirle, coronel:
Camp Briton
no existiría si mi hermano no hubiera dado su visto bueno al proyecto y a la financiación… lo que no ha obstado para que algunos detalles de lo que están haciendo aquí, algunos informes cifrados y enviados a
Whitehall
, no hayan llegado a los despachos correctos. Alguien, amigo mío, ha metido la pata.

—Eso no puede ser… ¿Insinúa que el hombre que ha destituido al mayor Brant no sabe qué estamos haciendo aquí?

—No, coronel MacGregor: Le digo que mi hermano no tenía noticia alguna del proyecto de Morphy… a no ser que usted me diga que lo que está desarrollando el profesor a partir del suero de Lowenstein es una vacuna eficaz contra la gripe asiática para nuestras tropas. Porque no es así.

Ahora sí, MacDare parecía abatido.

—No puedo creer que nuestro gobierno no sepa lo que tenemos en el Aula 14…

—¿El Aula 14? —preguntó Sherlock Holmes.

Eso yo lo había oído antes en alguna parte, y me permití el lujo de intervenir.

—El profesor Voight la mencionó —dije—. Es el lugar donde Morphy realiza sus experimentos.

—Está aquí, en el subsuelo —dijo el coronel—. Todos los laboratorios de investigación son subterráneos. Este complejo es enorme… El Aula 14 ocupa solo una parte de nuestras instalaciones. Actualmente, la mayor parte está ocupada precisamente por el proyecto de Voight.

—¿A qué se dedica ese caballero? —dijo el señor Holmes.

—Es una especie de ingeniero —me apresuré a responder—. Lo conocí esta mañana, cuando me escabullí del coronel.

—¡Así que le ocultaron ellos! —dijo MacDare—. Lo sospeché en cuanto vi al profesor con ese estúpido botarate de Manson…

—Por favor, caballeros —dijo Sherlock Holmes—, necesito que sean ustedes algo más civilizados y ordenados… Mercer, cuéntenos.

Es cierto que, tal y como dice Watson en sus relatos, el Maestro requería siempre que sus clientes le relataran los acontecimientos en orden cronológico. Pero él sabía mejor que nadie lo difícil que es lograr que una secuencia de hechos, una narración —que no necesariamente una ficción— compuesta por diversos testimonios, puntos de vista e incluso opiniones, se pueda ordenar de un modo frío y satisfactorio. A fin de cuentas, el trabajo de un detective es resolver problemas prácticos, pero sobre todo, consiste en reunir las piezas dispersas, a veces perdidas, del puzzle que conforman las vidas humanas. Ahora que he leído al doctor Watson, me doy cuenta de que solía sintetizar y reordenar los hechos a su antojo, para dar una sensación de orden y concierto que jamás existió en ninguno de los casos de Sherlock Holmes. La realidad, por definición, tiende a ser más bien forzada y confusa, y poco susceptible de ser novelada.

Por eso intenté dar coherencia —como lo he hecho en la presente narración— a todos los pasos que había dado, desde que dejé al señor Holmes en manos de los soldados, mi encuentro con Voight y el cazador Manson, las aventuras con M'link y Mightech, la visita a la guarida de Pride, y así hasta que me descolgué del tejado del cuartel general de
Camp Briton
.

—Muy revelador —fue el único comentario de Sherlock Holmes a mi narración. Se limitó a mirar la espalda de Pride, que seguía embebido en la ventana, con una mano apoyada en el marco y mirando abajo—. Y decía usted, coronel, que después ha visto al profesor Voight y a… ¿cómo ha dicho que se llamaba?

—Dirk Manson —respondió MacDare—. Ese tipo es un don nadie, ¿sabe? Se presentó aquí con el profesor, y dijo que había oído un rumor acerca de espías en la universidad, y que quería colaborar conmigo… Como puede imaginar, lo mandé a freír espárragos, cosa que no le hizo mucha gracia. Y el profesor Voight… bueno, quería hablar con Morphy… y ahora ya sé por qué —dijo, y me miró, pues había sido yo quien le había ido a Voight con la historia del suero—. Se marcharon a las instalaciones de su propio proyecto, pero ahora que el profesor Morphy está aquí, quizá hayan intentado entrar en el Aula 14… Aunque no lo creo, porque Morphy es muy celoso de la seguridad de su laboratorio, y con razón.

—Ya veo —dijo Sherlock Holmes—. Y dice que Morphy está ahora en la base.

—Sí, llegaron momentos antes de que empezaran a atacarnos… ¿No podría Orejas de Duende decirle a sus hombres que ya es suficiente?

Pero Seth Pride no respondió. Ni tan siquiera volvió la cabeza.

—¿«Llegaron», dice usted? —preguntó el señor Holmes—. Luego el profesor no ha venido solo…

—También estaba Crandle —apunté yo—. Y una chica, que si no me equivoco…

—Es Alice, la hija de Morphy —dijo el coronel—. Solo trabaja con ella y con Crandle. El profesor no suele relacionarse con el resto de científicos. En alguna ocasión le pregunté por su compañero en la cátedra, el difunto Presbury, pues era un hombre muy reconocido en los círculos médicos, pero Morphy me aseguró que era un chapucero.

—¿La muchacha trabaja con él? —dijo Sherlock Holmes, que soltó una especie de risotada—. Eso explica muchas cosas, coronel. Creo que ha llegado el momento de que cortemos esas ligaduras, ¿no le parece? Hay trabajo que hacer… ¡Vamos, Watson, deje de apuntar a este hombre! El amigo MacDare se portará bien, ¿verdad que sí?

A regañadientes, el doctor, que se había mantenido en silencio todo el tiempo, guardó la Webley en un bolsillo y sacó una navaja con la que liberó al coronel.

—¿Y qué es lo que quiere que hagamos ahora? —preguntó MacDare—. Yo debo permanecer aquí y esperar a que me envíen nuevas órdenes… y quizás arreglar el desastre de ahí afuera.

—Bueno, a mí también me han pedido que tenga paciencia, que enviarían un destacamento… pero me temo que no podemos perder tiempo. Estamos en peligro.

—¿Ah, sí? —dijo el coronel—. ¿Y qué ha cambiado desde que Morphy comenzó con su proyecto hace un año, para que ahora tenga usted tanta prisa?

—El problema no es el profesor —dijo Sherlock Holmes—. Se trata de Alice Morphy. Es una maníaca asesina, y carece de toda conciencia. Y si se ha percatado de que las cosas van a cambiar en
Camp Briton
, nos destruirá a todos.

—En eso se equivoca, Holmes —dijo Seth Pride sin girar la cabeza.

—¿De verdad? —le dijo el detective—. Debería creerme, señor Pride. Esa mujer indujo a su amante, el profesor Presbury, a que tomara el suero revitalizador, cuando ella sabía perfectamente que estaba desencadenando una catástrofe. ¿Cree que va a dudar en soltar a los sujetos con los que su padre está experimentando cuando sepa que estamos aquí?

—Aunque no tiene usted pruebas, confío en su palabra y creo lo que dice acerca de Alice Morphy —dijo Pride—. Pero me ha entendido mal. Me refería a que esa chica ya ha empezado a destruirnos. Miren.

Corrimos en tropel a la ventana. Ya sabíamos que allá abajo había fuegos y disparos y explosiones, y esos dos valientes payasos de Yorick y Maple estaban sembrando el caos en un automóvil. Pero ahora, el Benz estaba empotrado contra uno de los barracones, había soldados caídos, y al menos medio centenar de personas vestidas con andrajos correteaban de acá para allá, devorando la carne cruda de los vivos y los muertos.

XV

E
L AULA 14

—¿Cuánto hace que los ha visto? —dijo fríamente Sherlock Holmes.

—Dos, tres minutos —respondió el hombre de las orejas puntiagudas—. Y mire la que han formado en tan poco tiempo. He contado cincuenta y dos… no, ese de ahí es nuevo… cincuenta y tres de ellos. Pero mírelo por el lado bueno: No tendremos que preocuparnos por los soldados, pues se los están comiendo.

—Definitivamente, Pride, es usted un villano y un loco.

Seth Pride se volvió hacia el señor Holmes y sonrió.

—Solo quería ver cómo actúan esas cosas… Zombis los llama usted, ¿no es así? Para tomarles la medida. En efecto, se comportan como los chimpancés de Von Hoffman.

Abajo, el espectáculo era la materialización de las terroríficas posibilidades que ya habíamos intuido —aunque «intuir» quizá no sea la palabra adecuada— en la casa de los Presbury. Desde nuestra ventana del cuartel, en el tercer piso, dominábamos la zona norte de Camp Briton: Allí estaba la entrada, la mitad de los barracones, los aparcamientos para los coches y las motocicletas, y los establos de los caballos. Los soldados le estaban haciendo frente a los monstruos a tiro limpio; algunos se habían atrincherado en los barracones, y unos pocos, en campo abierto, se enfrentaban cara a cara con ellos a golpe de sable. Yorick y Maple habían desaparecido de nuestra vista, aunque como ya he dicho, el Benz de la universidad se había estrellado contra un barracón y estaba soltando humo. Algunos zombis se habían detenido para desgarrar y comerse a los caídos en una orgía de sangre y vísceras, mientras lanzaban aullidos de satisfacción.

Los humanos estaban perdiendo la batalla. Y nosotros estábamos ahí arriba, sitiados.

—MacDare, ¿quién es toda esa gente? —dijo Sherlock Holmes.

—Son… son muertos. Muertos de Camford, de
Foggerby
, de las aldeas de alrededor… Los sacábamos del Hospital Universitario de la ciudad para traérselos a Morphy… Se suponía que los familiares habían donado esos cuerpos a la Facultad de Medicina para realizar labores de investigación… La mayoría habían sido pacientes del profesor… Pero esto no puede estar sucediendo… Tenemos que detener esta locura y comprobar qué ha pasado en el Aula 14… ¿Cree usted realmente que Alice Morphy…?

—Es muy posible —respondió el detective—. Señor Pride, vista su experiencia con la versión simiesca de estas criaturas, y conociendo los recursos de que dispone, ¿sería usted tan amable de colaborar con nosotros, en lugar de permitir que se desate el Apocalipsis en este rincón del mundo? Estoy seguro de que dispone usted de algún tipo de dispositivo que nos pueda ser de utilidad… Quizá lo que utilizara para acabar con los monos zombis…

Seth Pride no respondió, sino que dio un salto hacia la ventana abierta y desapareció.

—Santo Cielo —exclamó Watson—. Ese hombre se va a partir la crisma…

—No tema, doctor —dije yo—. Debería habernos visto llegar a
Camp Briton…
El señor Pride es como una maldita araña… y lo digo literalmente.

—¿Y qué espera que pueda proporcionarnos ese «asociado» suyo, Holmes? —preguntó el doctor.

—Una defensa efectiva para que podamos abrirnos paso hasta el Aula 14 —respondió—. Instalaciones subterráneas dijo usted, coronel…

—Así es —contestó MacDare—. El campamento se construyó sobre este terreno hace seis años. El subsuelo está plagado de cuevas, cavernas y túneles, construidas por… bueno, por una de esas amenazas que antes mencionaba… Nada de terroristas irlandeses, o espías prusianos…

Watson miró al coronel con expresión de incredulidad.

—No tienen por qué creerlo —prosiguió el militar—, pero todas esas construcciones subterráneas son artificiales… Fueron realizadas por unas razas que viven bajo la corteza terrestre, y que pusieron a Gran Bretaña en un grave aprieto. No eran los primeros peligros procedentes de los abismos infernales que hay bajo nuestros pies, pero fue entonces cuando el mayor Brant decidió fundar el Escuadrón de las Sombras, y se aprovecharon las instalaciones de
Camp Briton
, dedicadas a la vigilancia de esos seres subterráneos, para montar laboratorios experimentales.

—¿Monstruos del centro de la Tierra? —dijo un escéptico Watson. Yo, al menos, ya no tenía redaños para dudar de la palabra de nadie, por muy disparatadas que fueran sus afirmaciones.

El coronel MacDare sonrió y se encogió de hombros.

—Ya les dije que no me creerían.

Y sin embargo, percibí que Sherlock Holmes y el doctor Watson intercambiaban miradas, como si en realidad supieran algo de las insensateces que estaba diciendo MacDare.

El teléfono volvió a sonar, y antes de que el coronel pudiera alcanzarlo, el señor Holmes ya lo había cogido.


Camp Briton
, al habla Sherlock Holmes… Sí… Sí, sir Hilbert… No, sir Hilbert… Un momento… Coronel, Sir Hilbert West, su nuevo superior en la cadena de mando, quiere hablar con usted.

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