Read Saga Vanir - El libro de Jade Online
Authors: Lena Valenti
Sonrió y volvió a agradecer haber vivido una noche tan explosiva. Sí. Entre sus brazos podía degustar la seguridad y la protección de aquellos músculos fuertes y grandes. Podía degustar la calma y la serenidad que otorgaba un verdadero abrazo. Un abrazo de oso como el de Caleb. Volvió a sonreír. Pegó su cara a su pecho, inhaló y se dejó envolver por el aroma del vanirio.
Menuda noche...
Sintió la caricia de Caleb. Le acariciaba el pelo con la vista clavada en su cara. Ella era una
bendición y todavía no podía creer que le perteneciera, que la tuviera relajada sobre él. Estaba lo
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suficientemente confiada como para yacer desnuda semi-apoyada en su cuerpo y adormecida.
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Aileen se desperezó como una garita, acariciando conscientemente el pecho de Caleb con la
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mejilla. Se encontró con la mirada concentrada de él. Sonrió y le besó la tetilla como si ese gesto
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fuese lo más normal del mundo con él.
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—¿Hora de levantarse? —preguntó ella con voz ronca.
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—Sí. Ahora viene cuando me dices que no quieres saber nada de mí y que lo que hay entre
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nosotros no es tan importante, bla bla bla —gesticuló de manera cómica.
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Aileen se apoyó en el codo y lo miró con unos ojos que mezclaban la diversión y la aflicción.
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—No lo diré —negó mirándolo con ternura. —No te pongas nervioso. —¿No lo dirás?
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Aileen negó con la cabeza y se acercó para besarlo en la mejilla.
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—No estoy nervioso —sentenció él intentando parecer fuerte.
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Aileen sintió que algo se deshacía dentro de ella. Sí que estaba nervioso. Había sentido lo doloroso que es el rechazo entre parejas y estaba segurísima de que Caleb no quería sentirse tan vulnerable. Pero lo era. Lo era por ella.
—Claro. No te diré nada de eso, guerrero. En cambio... —susurró mientras ascendía hasta su oreja y lamió su lóbulo, mordisqueándolo juguetona. —Mmm... sabes tan bien... Te daré los buenos días. Buenos días —descendió hasta besarle el pulso acelerado de la garganta y la marca de los colmillos que ella le había dejado.
—¿Me has marcado? —preguntó Caleb con la voz débil. Nunca había amanecido de una manera más dulce.
Aileen observó orgullosa su marca en la piel de Caleb.
—Sí. Tú también me has marcado a mí —replicó ella.
Caleb levantó una mano y rozó con los dedos la señal que le había dejado en el pecho y en el cuello.
—¿Quieres que te las quite?
—No —dijo ofendida y se llevó una mano al cuello para proteger la marca. Caleb sonrió, esperó un momento y alzó las cejas.
—¿No me vas a preguntar si yo quiero llevar tu marca?
—La vas a llevar digas lo que digas —salió de la cama tan rápido que a Caleb no le dio tiempo de retenerla. Se metió en el baño. —No quiero que te la quites —gritó en voz alta. Caleb sonrió y entrelazó sus manos detrás de su nuca. Se quedó mirando al techo un buen rato, pensando en lo posesiva que iba a ser Aileen.
—¿Crees que soy posesiva?
—Creo que sí.
—¿Y no te gusta?
Caleb no contestó y Aileen se tensó. Salió del baño con las manos en las caderas, mirándolo amenazadoramente.
—Te he hecho una pregunta, Caleb.
—Ven aquí y comprueba tú misma si me gusta o no —la provocó con una sonrisa ladeada apartando la sábana de su cuerpo de un solo tirón.
A Aileen no le hacía falta acercarse. La erección de Caleb demostraba lo mucho que la deseaba así.
—¿Cómo puede ser que todavía tengas ganas? —le preguntó ella fascinada por su cuerpo.
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— Tú te mueres de ganas de tocarme.
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—Sí, pero si tuviésemos que ceder a nuestros instintos, estaríamos en posición horizontal la
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mayor parte del tiempo —se echó el pelo hacia atrás y con una sonrisa le ofreció la mano. —Ven
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conmigo.
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—¿Y qué hacemos con esto? —miró su erección.
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—Ignórala un ratito —le dijo ella extendiendo la mano hacia él. —Siempre quiere ser el centro
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de atención —bromeó.
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—¿Adonde me llevas?
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Caleb entrelazó los dedos con los de ella, maravillado por la paz que lo embargaba con su sólo
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contacto.
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Aileen lo guió hasta el baño.
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—He preparado un baño aromático —dijo seductoramente arrastrándolo hacia el inmenso jacuzzi.
Caleb se perdió en la piel lisa, tersa y suave de Aileen y dejó que ella lo sumergiera poco a poco. El agua estaba caliente, pero él era un volcán. La miró de arriba abajo y no pudo evitar un ronquido de deseo.
—Es tan grande que parece una piscina —comentó ella ajena al modo en que él la miraba. —
Esta casa es espectacular y no me puedo creer que sea mía.
Caleb dio un paso hacia ella y se pegó a su cuerpo por la espalda. Aileen apoyó el peso en él y dejó que la acariciara y la tocara a su antojo.
—Es toda tuya, Aileen. Te has convertido en una mujer rica —la besó en el cuello con dulzura.
—Es extraño —murmuró ella cerrando los ojos, presa del deseo.
—¿El qué? —Caleb pasó los pulgares por sus pezones y después le lamió el hombro.
—Mi nueva vida. Esta intimidad... —Aileen se giró y se agarró a sus hombros. —Todo lo que nos sucede a ti y a mí cuando estamos juntos.
—Es natural entre aquellos que están destinados a compartirse —Caleb sonrió y le rodeó la cintura para alzarla y besarla a placer. El cuerpo de Aileen reaccionaba al suyo con tanta naturalidad que lo tenía fascinado. Le pasó la lengua por los labios, más blandos después del beso.
—Entonces... —desvió la mirada para no enfrentarse a sus ojos inquisidores. —¿Vamos a compartirlo todo, dices?
Caleb la miró fijamente e intentó adivinar por qué la cautela teñía su voz.
—Lo quiero compartir todo contigo, sí.
—Te acompañaré a interrogar a Víctor.
—Contaba con ello —dijo él rindiéndose.
—Bien. Es un buen comienzo —aseguró ella sonriéndole complacida. —Pero quiero algo más.
—Sí. ¿Qué quieres, Aileen?
—Comparte lo que viste en los vídeos de las bases de datos de la empresa de Mikhail —ella lo abrazó con más fuerza al ver que tensaba la espalda. —Enséñame lo que le hicieron a mis padres, Caleb.
—No.
—¿No? —un brillo de advertencia iluminó los ojos violeta de Aileen.
—No, Aileen. No me hagas esto —dijo con la voz desgarrada por la preocupación. —No quiero
mostrarte algo así.
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—Pero yo quiero verlo —suplicó sin inflexiones en la voz. —Eran mis padres, Caleb.
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—Te hará daño —hundió su cara en su cuello y acarició su espalda para consolarla. —Y no lo
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puedo permitir. Se supone que estoy aquí para protegerte y no para...
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—Basta, Caleb. Soy adulta —su voz era en sí un desafío. —Si me niegas esto, no nos llevaremos
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bien —deslizó la mano hasta su entrepierna y sintió cómo él se endurecía al contacto. —Déjame
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entrar. Ahora —lo miró fijamente y entró en su mente como una invasora.
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Caleb alucinaba. Aileen estaba arrasando con su cabeza y con su sentido común. La tenía en sus
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recuerdos y él estaba literalmente en sus manos. Se había apoderado de su mente y de su cuerpo,
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y se sentía violado.
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Iba a matar a su hermana.
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—Joder, Aileen... —ella era muy fuerte y no podía sacarla de su cabeza.
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—No te cierres —susurró ella aplastándose contra su cuerpo y enredando su otra mano en la melena de él. Se puso de puntillas y lo besó, introduciéndole la lengua de una manera agresiva. Caleb se encontró con que no podía resistirse a ella. Era un torbellino. Aileen estaba dentro de él, hurgando en sus recuerdos, en sus sentimientos. Estaba en su nariz, su olor lo enloquecía y su contacto era apabullante.
Aileen seguía masajeando toda la largura de Caleb, pero no disfrutaba del contacto, ella iba a lo que iba. Encontró una puerta mental cerrada y la empujó, pero él se resistía.
—Detente, cariño...
—le pidió él.
—Déjame, Caleb. Quiero verlo
—gruñó furiosa y le mordió el labio mientras movía la mano sobre su verga más rápidamente.
Caleb cerró los ojos e intentó echar la cabeza hacia atrás para gemir de placer, pero Aileen lo amarraba del pelo para exigirle obediencia.
—Deja de resistirte, por favor...
—rogó ella soltándole los labios teñidos con dos puntitos de sangre que ella le había hecho.
—Estás jugando duro
—dijo Caleb excitado por la pequeña batalla de voluntades. A Aileen le entraron ganas de gritar al ver cómo Caleb se atrincheraba para ella. Aquello no era confianza y en ese momento ella no quería su protección, sólo quería que él le mostrara la verdad. La puerta mental estaba ahí. Si ella la derribaba él no podría hacer nada, así que sin pensárselo dos veces lo agarró de los testículos y los apretó. Caleb estaba vulnerable, entregado a los mimos de Aileen, pero en cuanto ella lo agarró de ese modo él se puso en tensión y abrió los ojos para mirarla sorprendido.
Entonces ella, pidiéndole disculpas con la mirada, hundió los dientes en su cuello y finalmente Caleb quedó derrotado y todo, absolutamente todo, se abrió para ella. Lo vio todo. A su madre tirada en una mesa metálica, llorando, gritando el nombre de Thor, mientras otros la hacían sangrar con todo tipo de instrumentos. Vio a Thor, gritando y golpeándose contra las paredes metálicas, con los ojos enrojecidos de dolor por la necesidad de proteger a su cáraid.
Separados, cada uno en una sala contigua, oyendo los gritos y los sollozos del otro, sin poder protegerse, sin poder darse calor.
Su madre muerta. Su padre enloquecido. Y finalmente...
Aileen desclavó los colmillos y tragó con fuerza y con la mirada perdida. No notó que Caleb agarraba su muñeca y la apretaba para que lo soltara. Caleb tenía los ojos brillantes enrojecidos
también por el dolor.
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Aileen miró su mano que apretaba a Caleb con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.
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Blancos por la tensión y por el sufrimiento del que ella había sido presente, a pesar de haber
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escuchado las advertencias de Caleb. De repente tuvo ganas de vomitar, no sólo por lo que había
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visto, sino por lo que le había hecho a él para que finalmente cediera.
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—Caleb, yo... —no parpadeaba, le temblaban los labios y las lágrimas caían con fuerza por sus
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mejillas. Estaba horrorizada, ella no era así.
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—¿Ya has visto lo que querías? —Caleb le retiró la mano y siseó al notar cómo sus testículos
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luchaban por recuperar la normalidad. —Sí —contestó ella arrepentida.
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—Espero que te sientas mejor... —susurró sumergiéndose en el agua. Caleb era don cabreo.
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Lo había excitado para derribar sus murallas y luego, cuando más entregado estaba, lo había
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lastimado.
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Aileen vio cómo Caleb salía a la superficie con la musculosa espalda más recta de lo normal e intentando simular una normalidad que no existía. Cogió el jabón de frutas y se llenó las manos de él, pero en vez de aplicárselo él mismo, se giró y encaró a Aileen.
—Ven —le ordenó. —Quiero lavarte.
—¿Qué?
—Que vengas.
Aileen dio dos pasos titubeantes y se puso delante de él.
El cuerpo de ella temblaba todavía por la impresión de lo que había visto y las lágrimas no dejaban de resbalar por sus mejillas. Y, además, se sentía fatal por haberle hecho daño a Caleb. Ésa había sido una parte mezquina de sí misma.
—¿Cómo te encuentras? —Caleb apretó tanto la mandíbula que tarde o temprano iban a saltarle los dientes.
—Mal —ella apartó la mirada de sus ojos verdes y furiosos.
Caleb explotó.
—¿Por qué crees que no quería enseñarte nada? ¿Eh? Responde...
—Yo...
—Mírate... ¿Crees que me gusta verte así?
Aileen sacudió la cabeza en un gesto que indicaba negación. Sólo quería llorar y que él la consolara.
Caleb la cogió de los hombros siguiendo sus instintos, ya que no podía leer su mente si ella no le dejaba, y entonces la abrazó sin dejar partes de su cuerpo sin contacto con él. Le acarició la espalda con las manos enjabonadas y procedió a masajearla mientras él mismo se reprochaba su mal humor.
Aileen hundió la cara en su hombro y empezó a sollozar de un modo hiriente y desgarrador. Las caricias de Caleb le daban consuelo.
—Chist... Tranquila, pequeña. Ya está —la mecía como a una niña. —No quería chillarte.
—Está bien, Caleb. Me lo merezco... pe... pero necesitaba saber... —cogió aire entrecortadamente.
—No hacía falta eso.
—Cla... claro que sí. Eran mis pa... padres —ella le rodeó la cintura con los brazos y lo abrazó. —
Es horrible. ¿Cómo son capaces de hacer algo así?
—El mal adopta muchas formas, Aileen. Tú sólo has visto una de ellas.
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—Los mataron. Los torturaron. No les dieron clemencia... —su voz estaba teñida de ira.
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—Lo sé, pequeña —apoyó la barbilla sobre su cabeza y le acarició el pelo.
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—Quiero que vayamos a ver a Víctor.
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—Iremos hoy mismo.
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—Quiero verlo ahora —exigió sin apartarse de su cuerpo.
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—Nos encargaremos de Víctor juntos —se apartó de ella y le alzó la barbilla para limpiarle las
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lágrimas con los pulgares. —Tú y yo. Nos iremos de aquí a un rato. Ahora relájate y déjame
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acariciarte.