Saga Vanir - El libro de Jade (62 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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—¿Quién? ¿Samael? —susurró ella ahogadamente.

—Es posible —dijo él dándole la razón.

—¿Estaba él allí?

—No. Pero esperamos interrogar a Víctor para averiguar hasta qué punto Samael está

involucrado en todo esto. Sé que él es el responsable de todo.

—Lo sé. Pero ¿por qué? O ¿para qué? Hay que averiguarlo.

Aileen apretó la mandíbula y a Caleb se le tensó más el pantalón si cabía. Madre del amor hermoso... Era una diosa llena de carácter y fuerza. Volvió a apretarse contra ella y se frotó descaradamente contra su sexo.

—¿No vas a preguntarme como estoy yo? ¿Tengo que soportar como preguntas por todos menos por mí? —comentó irritado.

Aileen sintió su frustración. Lo estudió.

—Tienes sangre en la cara —observó ella no sin preocupación.

—Nosferátum —murmuró él y se limpió rápidamente y entre maldiciones con el dorso de la mano.

Aileen lo observó intentando reprimir la excitación sexual que él activaba en todo su cuerpo.

—Estás temblando, vanirio —le dijo en un susurro ronco que no pretendía expresar.

—Tengo frío. Dame calor —le pidió él.

—¿Qué estás haciendo? —dijo ella intentando apartarse y retirando la cara.

—He venido a alimentarte —susurró él contra su oído.

—¿Me has traído... la botellita? —preguntó con ciertas reservas e intentando simular indiferencia.

Caleb hundió los dedos en la pared haciendo profundos boquetes y se enderezó como si le hubiesen dado un latigazo.

—¿Es eso lo que quieres? —contestó sin apartar la cara de su cuello.

—Quedamos en que ése sería nuestro modo de beber el uno del otro.

—No, Aileen... —levantó el rostro y la miró rozando con su nariz la de ella. —Así quedaste tú, yo no di mi aprobación. Si tienes hambre ya sabes dónde tienes que clavar los colmillos —se quitó

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la camiseta de un solo tirón dejando todo su torso al descubierto y se acercó a ella, aprisionándola
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con su cuerpo contra la puerta.

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Aileen empezó a respirar descontroladamente. Su pecho subía y bajaba a destiempo y miraba
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el pectoral, el cuello y el rostro de Caleb como si fuera lo más importante en la vida.
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—Muérdeme —le ordenó él.

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—No —contestó ella con debilidad. Le costaba el más grande de los sacrificios no acariciarlo.
rin

—Muérdeme, Aileen —pasó una de sus fuertes manos alrededor de su nuca y la acercó a él
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hasta que su cara se hundió en su pecho. Caleb sabía que ella estaba sintiendo los golpeteos de su
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propio corazón. ¿Sabría lo mucho que la deseaba? ¿Sabría cuánto la necesitaba o todavía lo vería
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como un déspota dictador? Con todo el deseo frenético que sentía en sus venas, antes de hacerle
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nada, antes de arrancarle ese camisón provocador, esperaba que ella bebiera lo suficiente como
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para que cicatrizaran sus heridas.

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—No —murmuró Aileen con un gemido, frotando su nariz contra su pecho. Olió su piel, buscando inconscientemente rastro de otras mujeres. No percibió nada, sólo el olor afrutado de Caleb. Se regocijó en ello y sintió alivio por la revelación.

—Quiero que me escuches —susurró sobre su cabeza. —Si quieres saber todo lo que he descubierto sobre tus padres, todo lo que ha pasado hoy en el restaurante, sólo tienes que beber de mí.

—Bebí de ti antes y me ocultaste cosas. Ahora también puedes hacerlo.

—Aileen —murmuró él con los labios acariciándole la coronilla. —No estuvo bien, lo sé —Caleb apretó toda su virilidad contra el pubis de Aileen y ella murmuró algo ininteligible contra su piel. —

Nena, ahora estoy muy descontrolado y tienes que recuperarte de tus heridas. Bebe —ordenó sin inflexiones.

Aileen tragó saliva con dificultad e intentó zafarse de la mano que la tomaba por la nuca.

—No voy a beber —peleó con él.

Caleb gruñó y se apartó de ella para no tener que violarla contra la pared.

—No lo hagas más difícil —suplicó pasándose las manos por la cabeza y tirándose del pelo desesperado.

—¿Qué diablos quieres ahora? —explotó realmente enfurecida. No lo entendía, no entendía a Caleb y eso la frustraba. —Yo no soy tu cáraid —levantó la barbilla de modo desafiante y sus ojos lilas se humedecieron y brillaron con la luz de la luna que entraba por las ventanas. —Así que por muchas ganas que tenga de hacerlo, no voy a morderte.

Esa negación rebeló a Caleb lo dolida que estaba su pareja con él por haber puesto en duda su pertenencia y su exclusividad. Él había querido hacerle ver lo doloroso que era que entre compañeros se negaran el uno al otro. Ahora se reprendía al verla tan vulnerable y tan ofendida. Aileen sí era su cáraid y él se lo haría ver.

—No. No vas a morderme —insinuó él provocativo. —Te voy a morder yo. Con estas palabras Caleb se cernió sobre ella y la inmovilizó echándole los brazos a la espalda y obligándola a inclinar el cuello.

—No, para —gritó Aileen desgarrándose la garganta.

A Caleb se le helaron todos los sentidos al oír la súplica de Aileen. Ella permanecía con el cuello echado hacia atrás. Los ojos cerrados no habían logrado encarcelar las lágrimas que ahora se deslizaban por sus mejillas. Caleb se retiró y poco a poco la soltó. Plan B. Tendría que provocarla. Cogió el puñal del pantalón y se cortó en el cuello. Aileen

agrandó los ojos al ver la sangre deslizarse hasta su pecho y más abajo, llegando casi al ombligo.
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—Bebe... —ella tenía que beber para que todo su cuerpo se resarciera de la paliza que le
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habían dado y él entonces pudiera hacerle el amor como realmente deseaba. —Esta mañana me
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dijiste que no eras mi mujer ¿Tú lo puedes decir y yo no? ¿Es eso, Aileen? —le preguntó

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acercándose a ella con cautela. —Yo sólo me limité a repetir lo que tú decías, cariño.
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—¿Te limitaste? —repitió ella con los ojos oscurecidos y perdidos en el hilo de sangre que
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recorría su pecho. —No, Caleb. Yo no diría que te limitaras mucho. Esta mañana te has cebado
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conmigo —recriminó con tono amargo.

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—Entonces... ¿No te ha gustado lo que te he dicho? ¿Por qué no? Pensaba que te alegraría oír
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lo que tú misma afirmabas con tanta seguridad.

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Aileen alzó la mirada con serias dudas sobre cómo debía actuar. Caleb parecía acorralarla para
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que ella volviera a humillarse, a entregarse a él. Para que declarara lo herida que se sentía por lo
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que él le había dicho y entonces él pudiera volverse a reír de su debilidad. Para que confesara la
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necesidad tan fuerte que sentía hacia él, de sus ganas de acariciarlo, de abrazarlo, de besarlo y de compartir con él, sólo con él, todo lo que tenía.

—¿Me quieres avergonzar otra vez? —preguntó llena de incertidumbre.

—¿Qué? No, yo no... —Caleb frunció el ceño. No esperaba que ella contraatacara con esa pregunta.

—¿Quieres insultarme? ¿No has tenido suficiente humillándome esta mañana? —repitió con los ojos lilas llenos de dolor.

—No, Aileen...

—No, claro. Tú nunca tienes suficiente —se apartó de su lado y corrió a coger una copa de cristal de bohemia. El corazón le dolía tanto que le costaba hasta respirar. —Olvidaba que eres un auténtico cabrón saboteador —se cortó la muñeca con los dientes ante la mirada atónita de Caleb y empezó a llenar la copa con su sangre. —Acabemos con esto rápido... —sentenció con un siseo de dolor y de horror ante lo que estaba haciendo. —No vas a reírte más de mí —cuando la copa estuvo suficientemente llena, miró a Caleb y sintió una punzada de arrepentimiento al verlo con tan poco autocontrol.

A Caleb se le oscurecieron tanto las pupilas que el verde amarillento de sus ojos se tornó

esmeralda. Aquello era doloroso y ruin a partes iguales. Furioso con ella y consigo mismo, apretó

los puños con fuerza cuando Aileen le ofreció la copa con su sangre vital. Ella estaba tan o más nerviosa que él.

—¿Crees que esto va a calmarme? —gruñó él entre dientes.

—Debería —afirmó ella con todo el temple del que fue capaz. —No hay nada por lo que puedas descontrolarte, Caleb. No entiendo qué puedes querer más de mí si, como bien has dicho esta mañana, soy sólo una niña caprichosa y miedosa, una que se ha sobrevalorado mucho, que me creo irresistible y que por lo visto no tengo lo que hay que tener para hacer que te caigas de rodillas ante mí. Seguro que no soy tu cáraid entonces —se encogió de hombros aparentando indiferencia.

Caleb dejó escapar un largo suspiro y todo su cuerpo empezó a temblar. Aileen observó cómo todo él se estremecía, como si estuviera a punto de estallar y liberar algo muy peligroso.

—Me dijiste que estaba cachonda y que actuaba como una... como una... —cerró los ojos y tragó saliva. Era incapaz de repetir todas las palabras venenosas que él le había escupido. La copa de sangre desapareció de sus manos para ir a parar directamente a la boca de Caleb. Éste cerró los ojos de modo placentero y disfrutó al sentir que el sabor de Aileen se deslizaba por
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su garganta. Se relamió y tiró la copa con furia contra la pared, por lo que se rompió en pedazos
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diminutos.

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—A la mierda el vaso.

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—Tú... maldito hijo de... —gritó Aileen enfurecida con él.

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Caleb tomó a Aileen por los hombros y la llevó a rastras hasta la otra esquina de la habitación.
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Aileen intentó soltarse, pero Caleb no la dejaba. Cuando la aplastó contra la pared, la obligó a
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darse la vuelta con brusquedad y la dejó de espaldas a él.

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Aileen sintió cómo Caleb se aplastaba contra ella y deslizaba una de sus enormes manos por sus
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muslos para cerrarla sobre el camisón amarillo y alzarlo con descaro.
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—¿Qué haces? —susurró ella. No tenía miedo, no estaba asustada.
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Sólo sentía que la ira la arrollaba con una pasión fogosa que corroía sus entrañas. Lo odiaba. Y, sin embargo, deseaba todo lo que él pudiera darle. —No te he dado las gracias por salvar a mi hermana.

—No lo he hecho por ti...

—Aileen... —ronroneó Caleb contra su oído mientras apretaba su verga contra las nalgas prietas de ella. —Ya lo sé. Hoy me han dado con uno de esos paralizantes de los que hablamos esta mañana —le explicó hundiendo la nariz en su pelo. Aileen se quedó quieta ante la noticia. —

Señor, que bien hueles —coló su inmensa mano por debajo del camisón, recorrió todo su muslo hasta la cadera en una larga y lánguida caricia. Tocó su piel suave y tersa, levantó la prenda con ese movimiento y hizo que se arremolinara toda sobre su cintura. Caleb quería verle las nalgas desnudas pero se encontró con unas braguitas de seda del mismo color que el camisón.

—Suéltame, Caleb...—le chilló ella desesperada. —No... no me hagas esto, por favor. Caleb no atendía a nada que no fuera el cuerpo de aquella mujer. Le acarició las nalgas con posesividad y sonrió. Él era el dueño de esas carnes tan bien puestas. Él era el único que podía disfrutar de Aileen.

—Por suerte —continuó sin dejarla de acariciar, —tu abuelo me administró el otro veneno de choque.

—¿El otro...? —susurró Aileen frunciendo el ceño y envarándose al recordar. —Madre mía... Suéltame ahora mismo.

—Sí. Podría ir a desahogarme con cualquier mujer. Pero estoy aquí porque la única en quién puedo pensar y la única a quién deseo eres tú —coló los pulgares entre sus braguitas y las deslizó

poco a poco por sus piernas, dejando al aire ese trasero tan sexy y respingón. Su respiración se dificultó. —Cálmame, Aileen. Alí... alíviame... Demuéstrame que eres mi cáraid —rozó con los dientes su garganta. —No me queda autocontrol —apoyó la cabeza en la nuca de la chica. —Sé

que tú también me deseas, Aileen. Con una fuerza que incluso asusta. Lo sé porque a mí me pasa lo mismo.

Ella quiso salir de ahí antes de que fuera tarde, pero Caleb la aprisionó con más fuerza. Con un movimiento rápido se mordió la parte interna del antebrazo y la colocó delante de Aileen. Aileen se quedó paralizada ante la visión y sintió cómo los colmillos se agrandaban en su boca.

—Cuidado, Caleb. O soy una niña o soy una mujer. Elige, no puedo ser las dos cosas. Tú me dijiste que no era una mujer y eso te convierte en un pederasta, ¿sabes?

—Eres mi mujer. Te necesito.

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—Pero según tú, yo sólo estoy cachonda —recordó ella con despecho. —Necesito unas cuantas
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duchas frías.

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—Sí —contestó él acercando el antebrazo a los labios de Aileen. —Y has seguido mi consejo.
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Tienes el pelito mojado y la piel fresca y... y suave... —gruñó para sí cuando deslizó las braguitas
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por los tobillos y se las tiró a un lado. —Pero no es suficiente. Me necesitas a mí, Aileen —

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pronunció su nombre con un lamento doloroso y frotó su nariz contra el hombro sano.
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—¿Qué quieres que haga? —graznó ella inclinándose hacia su antebrazo.
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Su sangre, su olor, su fortaleza, su voz... todo en él la hechizaba y la doblegaba a su voluntad.
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—Bebe de mí. Por favor... Por favor, Aileen... —suplicó deslizando el otro brazo por su
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estómago y apretándola contra él. —Estás herida y quiero curarte. Déjame entrar en tu mente, no
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te cierres a mí. No lo soporto.

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—Y yo no te soporto a ti —contestó como una fiera.

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—Por favor...

Aileen negó con la cabeza. El nudo que tenía en la garganta le dolía incluso al tragar saliva. El torso de Caleb desprendía calor y calentaba su espalda. —No soy una calientapollas, ¿me oyes? —

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