¿Sabes que te quiero? (10 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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¡No! Sandra resopla, molesta. Ahora la que se ha quedado a medias ha sido ella. Y todo por no decirle lo que pensaba: que cuando alguien hace lo que Ángel ha hecho antes es porque se siente culpable de algo. Está segura de que todo está relacionado con aquella chica con la que se encontraron en el Starbucks. Y no le falta razón. Pero Ángel sería incapaz de hacerle daño a su novia de esa forma. Sería incapaz de contarle que, mientras hacían el amor, la imagen de Paula no paró de acudir una vez tras otra a su confusamente.

Hace casi tres meses, un día de abril, por la noche, en un avión rumbo a Francia.

¿Y qué le dirá cuando la vea?

No lo sabe. Y es extraño. Ángel siempre sabe qué hacer y qué decir. Pero en este caso todo es diferente. Nunca había vivido una situación parecida. Incluso cuando se conocieron en persona, después de dos meses hablando por Internet, tenía un plan.

Ahora lo mejor es improvisar. Dejarse llevar por los sentimientos, por lo que en esos momentos le diga el corazón. Sí. Es el turno de su corazón.

Pero a Paula le tiene que quedar claro que la quiere. Que la ama, que lo suyo es sincero. Y que nada de lo que haya pasado, sea lo que sea, influirá en su relación. Lo importante es que estén juntos, que vuelvan a reírse el uno con el otro, a mirarse, a quererse. A ser Paula y Ángel, la pareja perfecta.

Mira por la ventanilla. Todo está oscuro.

El avión da un pequeño brinco. Hay turbulencias.

El chico que está en el asiento de al lado tose. Es grueso y con el pelo largo y rizado. Lee un cómic de zombis y escucha música en sus cascos. Parece tranquilo. Vuelve a toser, más escandalosamente. Ángel mete la mano en el bolsillo del pantalón y saca un paquete de caramelos que ha comprado en el aeropuerto.

—¿Quieres uno? —le pregunta.

El chico sonríe y coge uno.

—Merci —responde, y se mete el caramelo en la boca.

—De nada.

El periodista vuelve a guardar el paquete en el bolsillo y mira de nuevo por la ventanilla. Ve su rostro reflejado en el cristal y resopla. Piensa en ella. Tiene ganas de estar a su lado. Muchas ganas.

¿Qué estará haciendo ahora? Resopla otra vez. Quiere abrazarla y decirle que la quiere. Y que jamás querrá a otra.

Ángel no podía imaginar lo distinto que sería el futuro a lo que en esos momentos imaginaba.

Capítulo 17

Una noche de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

Tiene calor. Abre la ventana y la ligera brisa de la noche la despeina. Se acaba de poner el pijama de verano y pronto se irá a dormir. Mañana toca madrugar. Le espera un fin de semana movidito. Menos mal que también va Paula, porque, si no, se hubiera encontrado incómoda. Diana con Mario, Miriam con Armando y Alan..., de estar con alguna, no sería con ella, precisamente. A Cris no le desagrada el chico francés. Incluso cree que su amiga debería darle una oportunidad, olvidar a Ángel de una vez por todas e intentarlo con él. Pero las cosas del corazón no son sencillas. Al contrario, no hay nada más complicado que el amor. Ella lo sabe bien.

Coge su
netbook
y se sienta con él sobre las piernas en la cama.

¿Estará conectado al MSN?

Sí, ahí está. Suspira. Desde que le dio su Messenger, Cristina siempre es al primero que busca en la lista de contactos. Aunque no hablan demasiado; para ser exactos, apenas lo han hecho un par de veces o tres. Pero se siente bien cuando ve su nick entre los «disponibles». Le da seguridad y en su interior experimenta un extraño hormigueo.

Sin embargo, sabe que entre los dos todo es imposible. Armando es el novio de Miriam.

—¡Hola!

Precisamente es la Sugus de naranja la que la saluda, acompañando su frase con un icono sonriente.

—Hola, Miriam —responde Cris con otro alegre lacasito amarillo.

—¿Preparada para mañana? ¡Lo vamos a pasar increíble!

—Sí. Ya me iba a la cama para no quedarme dormida.

—Yo también me acostaré prontito. ¡Tía, es que será genial! ¡Alan me ha pasado fotos de la casa de sus tíos y es flipante!

—¿Sí? No he visto nada.

—¡Joder! Pues es tremenda. La piscina es enorme... Oye, espera un momento.

Miriam deja de escribir durante unos segundos. Cristina, mientras, abre otras páginas en el Navegador. Revisa su Tuenti. No tiene nada nuevo, solo una foto que Paula ha subido. «Guapísimas», se titula. Salen las dos juntas, en una de esas fotografías en primerísimo plano, hechas demasiado cerca. ¡Menuda cara! ¡Qué mal! Se ve una espinilla en la mejilla y un granito en la barbilla. Instintivamente, los busca en su rostro y protesta en voz baja. No creía que se apreciaran tanto.

La luz naranja del MSN se vuelve a encender. Miriam ha regresado. Pero no está sola. Ha agregado a la conversación a Armando. Uff.

—Hola, Cris —saluda el chico, sin más. Parece indiferente.

A la chica, sin embargo, se le acelera el corazón. ¿Por qué? Es el novio de una de sus mejores amigas, de una Sugus. No debe, no puede sentir esas emociones. Resopla y contesta.

—Hola, ¿cómo estás?

—Muy bien. Esperando con muchas ganas lo de mañana.

Cristina sonríe en su habitación. Siente un escalofrío y se estremece. Hace fresquito. Coge una sábana y se la coloca por encima de los hombros.

—¡Va a ser una pasada! ¡Ya lo veréis! —escribe Miriam, que de todos es la más entusiasmada con el plan del fin de semana.

—Seguro que sí, cariño —responde su novio.

—Espero que Alan nos reserve una habitación para nosotros dos solos.

—Yo también lo espero.

Cris se limita a poner iconos sonrientes entre frase y frase. Aunque no es reír lo que más le apetece en esos instantes. Aquella complicidad entre ambos, con ella de testigo, le hace daño.

—¿Te imaginas? Tú y yo en esa piscina enorme, tomando un mojito, y luego...

—Será divertido. Estoy deseándolo, cariño.

—¡Te quiero, amor! —escribe Miriam, con muchos signos de admiración de gran tamaño y de color rosa. Aprieta el enter y continúa en otra línea—. Perdona, Cris. Es que me emociono.

Y un icono de un perrito que sonríe.

Cristina, por el contrario, esta vez no escribe nada. Siente una punzada en el corazón. Suspira. ¿Seguro que es una buena idea ir con ellos?

—Oye, Cris, ¿tú no llevas a nadie? —pregunta de repente Armando.

—No.

—Tenemos que buscarte un novio ya —indica la mayor de las Sugus.

—Déjalo. No te preocupes. ¿Quién me va a querer a mí?

—Pues cualquier tío —señala Armando.

—¡Qué va!

—Te lo aseguro —insiste el chico.

—¡Hey, tú! ¡Que me pongo celosa!

—Es que Cris está muy bien, Miriam. Hay que reconocerlo.

—¡Capullo! Que me enfado, ¿eh?

—¿Sí?

—¡Sí!

—¿Por decir que Cris está buena?

—¡Armando!

Cristina no puede parar de sonreír. Coloca el ordenador sobre el colchón y se tumba en la cama bocabajo, con la sábana por encima. Juguetea con los pies y lee una y otra vez lo que Armando acaba de escribir.

—Perdona, cariño. Aunque he dicho la verdad.

El chico se disculpa con su novia primero con un lacasito guiñando un ojo y luego con la imagen de dos adolescentes dándose un beso.

A Cris le encantaría que aquel beso imaginario fuera para ella.

—Ya, ya...; ahora besitos.

—¿No te gusta? Si quieres, se lo doy a Cris...

Esta abre mucho los ojos y tiene ganas de gritar: «¡Sí!». ¡Ella estaría encantada de recibirlo! Risa tonta y nerviosa en el silencio de su dormitorio.

—Sí me gusta, tonto. Y acepto el beso. Aquí tienes otro mío —responde Miriam, que utiliza otro icono un poco más picante, de una pareja jugando con sus lenguas.

Pelear para reconciliarse. Es una de las mejores cosas en una relación. Cris lo echa de menos. ¿Cuánto hace que no tiene novio? Mucho. Está bien sola, pero echa de menos el cariño de alguien que la quiera de verdad. Cada vez más. Discutir y hacer las paces con un beso. Aunque sea cibernético, como el que Armando le ha dado a Miriam.

—Chicos, me voy a dormir. No quiero llegar tarde mañana —escribe, melancólica, resignada a su soledad.

—Sí, nosotros nos vamos también —contesta Miriam—. Cariño, ahora te llamo al móvil para darte las buenas noches.
Ciao
, Cris.

Y desaparece de la conversación. Armando y Cristina se quedan solos.

—Pues entonces me voy yo también —dice el chico.

—OK.

—Y que sepas que lo que decía antes era completamente cierto. Estás muy bien y puedes conseguir al chico que quieras.

Cris cierra los ojos y resopla. Luego mueve la cabeza de un lado a otro lentamente. ¿Por qué le dice eso? ¡No es justo! ¿Por qué tiene que ser un encanto con ella? ¿Por qué las cosas son siempre tan difíciles?

—Gracias. Buenas noches.

—Buenas noches.

Y ambos, cada uno en un lugar de la ciudad, apagan sus respectivos ordenadores. Aunque para los dos, el fin de semana traería acontecimientos que no olvidarían jamás.

Capítulo 18

Esa noche de finales de junio, en otro lugar de la ciudad.

No puede dormir. ¡Qué fastidio! Paula se acerca a la ventana y mira a través del cristal. La abre e inspira el aire de la noche. Luego lo expulsa con fuerza. Así, varias veces. Le apetece un cigarro, pero no es momento de turnar. Debería estar en la cama durmiendo para estar descansada para mañana. Tero lleva dando vueltas más de media hora y es imposible conciliar el sueño.

¿Y si lee un rato? Tiene encima de la mesita de noche
El Dador de recuerdos
, pero se nota los ojos irritados. Le pican. Además, le costaría un mundo concentrarse. No, leer tampoco es una buena idea.

¿Qué le pasa? ¿No será por Ángel? No. Está olvidado, ¿verdad? ¿Y por Alan? No lo cree. El francés le provoca dos sensaciones muy distintas. ¿Amor y odio al mismo tiempo? No. No llega a tanto ni de una cosa ni de otra. Simplemente, le atrae y a la vez no se fía de él.

Nota cómo le cuesta respirar. ¿Qué está sintiendo? ¿Por qué vuelve a pasarlo mal? Buf. Tiene ganas de llorar. Muchas ganas. Antes consiguió frenarlas, pero ahora no. Y una lágrima va cayendo tras otra.

Se insulta a sí misma por el numerito, pero no logra calmarse. Solloza desconsolada en la oscuridad de su dormitorio.

Debe tranquilizarse. Es necesario que lo haga. Lo prometió. Prometió no llorar más. Poco a poco intenta serenarse. Ve en el cristal de la ventana su reflejo e intenta sonreír. Eso es. Poco a poco. Poco a poco.

¡Qué tonta está!

Un ruido la sorprende. Es como si estuvieran raspando la parte de debajo de la puerta de su habitación. Cree saber de qué se trata. La chica se aproxima hacia la entrada y abre.

—Waku, ¿qué haces tú aquí? —pregunta sonriente. Secándose las lágrimas, se agacha y coge en brazos a un cachorro de labrador negro.

Enseguida aparece Érica, con expresión de culpabilidad.

—Waku-Waku, ¿por qué has despertado a Paula? —le regaña la niña al animal que le lame la mano.

—¿Qué hace aquí, Érica? Debería estar durmiendo abajo en su cestita —dice su hermana, muy seria.

—Se me ha escapado. Es que... quería estar con él. Es tan bonito. Y tan pequeñito. Me da pena que se quede solo de noche.

—No le pasará nada. Ayer durmió muy bien.

—Claro, porque yo le visité muchas veces.

—Pues debes dejar que se acostumbre a dormir solo por las noches.

—Es muy pequeño. Míralo.

Paula observa los negrísimos ojos del perrito y no puede evitar sentir ternura hacia él. Apenas tiene dos meses. Ella no quería animales en casa pero su hermana insistió tanto que sus padres no tuvieron más remedio que ceder. Y aunque Waku-Waku era una idea de Érica, sabía que terminaría cogiéndole cariño.

—Vamos. Lo voy a llevar otra vez abajo.

—¡Jo! ¿No puede quedarse a dormir en mi cuarto esta noche?

—No. Papá y mamá se enfadarían.

—¡Pues no se lo digas!

Pero Paula no escucha a su hermana y baja la escalera con el perrito entre sus brazos. La pequeña le sigue detrás protestando.

No hay nadie en el salón. Mercedes y Paco se han ido ya a dormir.

—Aquí estarás muy bien —dice la hermana mayor, acostando a Waku entre las mantitas de su cesta.

El animal suelta un pequeño gemido.

—¿¡Lo ves!? ¡Le da miedo quedarse solo!

—No es eso. Es que tiene sueño.

—¡Qué va...! ¡No quiere estar aquí a oscuras!

Paula resopla y enciende una de las lamparitas del salón.

—Ya está. Vayámonos para que Waku pueda estar tranquilo.

—¡Jo! Pobrecito...

—Estará bien. No hay que maleducarlo desde pequeño.

—Me da mucha pena.

—No te preocupes.

La niña se agacha y acaricia la cabeza del perrito.

—Adiós, Waku-Waku. Sé bueno.

El labrador negro le chupa el brazo y luego vuelve a gemir cuando las hermanas suben la escalera. Érica lo mira desde arriba y casi se le saltan las lágrimas.

—Ya verás cómo se duerme enseguida —la consuela, apoyando una mano en su hombro.

—Me da mucha pena.

—Esto me recuerda a cuando tú naciste.

—¿Qué?

—Sí. Cuando tú eras un bebé, yo quería quedarme a dormir contigo en la habitación donde tenías la cuna para cuidarte. Y mamá me regañaba para que me fuera a mi cuarto.

—¿Sí?

—Sí. Y yo me enfadaba. Pero era lo mejor. Tenía que dejarte dormir tranquila.

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