–Me parecerá inquietante –respondió Gladia, con sequedad.
"Al no poder masticar se encontrará en desventaja. Además –se dijo Gladia virtuosamente–, a su edad no debería necesitar nada que le ayudara la digestión."
Mandamus tenía un paquete alargado a medio sacar del bolsillo superior de su blusón. Lo volvió a guardar sin demostrar contrariedad y murmuró:
–Por supuesto.
–Le he preguntado, doctor Mandamus, sus razones para querer visitarme.
–En realidad, dos razones, señora Gladia. Una es de tipo personal y la otra es un asunto de Estado. ¿Le importaría que habláramos primero de la personal?
–Déjeme que le diga francamente, doctor Mandamus, que me cuesta imaginar qué razón personal puede haber entre nosotros. Trabaja usted en el Instituto de Robótica, ¿no es verdad?
–En efecto.
–Y me he enterado de que trabaja al lado de Amadiro.
–Si, tengo el honor de trabajar con el "doctor" Amadiro –declaró con cierto énfasis.
"Me la está devolviendo –se dijo Gladia–, pero no lo acusaré.”
–Amadiro y yo estuvimos en contacto hace veinte décadas y fue de lo más desagradable. Desde entonces no he vuelto a tener ocasión de contactar con él. Tampoco lo hubiera hecho con usted, su íntimo colaborador, pero se me convenció de que la entrevista podía ser importante. Sin embargo, los asuntos personales, obviamente, no hacen que esta entrevista sea mínimamente importante para mí. ¿Pasamos, pues, a los asuntos de Estado?
Mandamus bajó la vista y un leve rubor que podía ser de confusión,
tiñó sus mejillas:
–Déjeme que vuelva a presentarme. Soy Levular Mandamus, su descendiente en quinto grado. Soy el hijo del tataranieto de Santirix y de
Gladia Gremionis. Dicho de otra manera, usted es la tatarabuela de mi padre.
Gladia parpadeó rápidamente, esforzándose por no parecer estupefacta, como lo estaba en realidad, pero no lo consiguió del todo. Claro que tenía descendientes, ¿y por qué no iba a ser ese hombre uno de ellos?
– ¿Está usted seguro? –dijo, en cambio.
–Absolutamente. He mandado hacer una investigación genealógica.
En cualquier momento querré tener hijos y antes de tenerlos creí necesaria esta investigación. Por si le interesa, el parentesco entre nosotros es V.H.H.H.
–¿Así que es usted el hijo del hijo, de la hija, de la hija de mi hijo?
–Sí.
Gladia no preguntó más detalles. Había tenido un hijo y una hija.
Había sido una madre perfectamente dedicada a ellos, pero a su debido tiempo los hijos siguieron vidas independientes. En cuanto a los descendientes del hijo y de la hija, nunca investigó, según el perfecto y decente sistema espacial, ni le importó lo más mínimo. Ahora, al conocer a uno de ellos, era aún lo suficientemente espacial como para quedarse indiferente.
La idea la tranquilizó por completo. Se recostó en su butaca y se relajó. Dijo:
–Muy bien. Es usted mi descendiente en quinto grado. Si éste es el asunto personal del que quiere hablar, no tiene para mí la menor importancia,
–La comprendo perfectamente, antepasada. Mi genealogía no es en sí de lo que quiero hablar, pero es la base. El doctor Amadiro sabe y conoce esta relación, o por lo menos así lo sospecho.
– ¿De veras? ¿Y cómo lo ha conseguido?
–Creo que genealogiza discretamente a aquellos que van a trabajar en el Instituto.
–Pero ¿por qué?
–A fin de encontrar exactamente lo que encontró en mi caso. Es un hombre desconfiado.
–No lo entiendo. Si es usted mi descendiente en quinto grado, ¿por qué iba a tener más importancia para él que la que tiene para mí?
Mandamus se frotó la barbilla con los nudillos de su mano derecha, pensativo:
–Su antipatía hacia usted no es inferior a la que siente usted por él, señora Gladia. Si estaba dispuesta a negarme la entrevista por su causa, él está igualmente dispuesto a negarme la promoción por la de usted. Sería peor si fuera descendiente del doctor Fastolfe, pero no mucho más.
Gladia se irguió en su asiento. Su rostro se crispó y dijo con voz tensa:
–¿Qué es, pues, lo que espera que yo haga? No puedo declararle un no-descendiente. ¿Debo insertar un anuncio en hipervisión declarando mi indiferencia respecto a usted y repudiarle? ¿Le satisface esto a su Amadiro?
Si es así, debo decirle que no lo haré. No haré nada para satisfacer a ese hombre. Si esto significa que puede echarle y truncar su carrera, porque no le gusta su asociación genética, esto le enseñará a usted a asociarse con personas más sensatas y menos rabiosas.
–No me echará, Gladia. Soy demasiado valioso para él, si me perdona la falta de modestia. Sin embargo, confío en sucederle algún día como jefe del Instituto y esto, estoy seguro, no me lo permitirá mientras me crea descendiente de alguien mucho peor que usted.
–¿Acaso imagina que el pobre Santirix es peor que yo?
–En absoluto –Mandamus se ruborizó y tragó saliva, pero su voz siguió normal y firme–. No quiero faltarle el respeto, señora, pero tengo que saber la verdad.
–¿Qué verdad?
–Soy su descendiente en quinto grado. Esto queda claro en los archivos genealógicos. Pero ¿es posible que yo también descienda no de Santirix Gremionis sino del terrícola Elijah Baley?
Gladia se pudo en pie de un salto como si los campos de fuerza unidimensionales la hubieran levantado. Ni siquiera se dio cuenta de que estaba de pie.
Era la tercera vez que en doce horas se había mencionado el nombre de aquel remoto terrícola, y por tres individuos distintos. Su voz no parecía ser la suya. :
– ¿Qué quiere decir?
–A mí me parece muy claro –respondió levantándose a su vez y apartándose un poco–. ¿Su hijo, mi tatarabuelo, nació de una unión sexual entre usted y el hombre de la Tierra, Elijah Baley? ¿Fue Elijah Baley el padre de su hijo?
–¿Cómo se atreve a sugerir tal cosa? ¿A pensarla siquiera?
–Me atrevo porque mi carrera depende de ella. Si la respuesta es sí, mi vida profesional está prácticamente arruinada. Necesito un no, pero un no sin pruebas no me sirve de nada. Debo poder presentar pruebas al doctor Amadiro en el momento adecuado y demostrarle que la desaprobación de mi genealogía termina con usted. Después de todo, está claro para mí que su aversión hacia usted, e incluso hacia el doctor Fastolfe, no es nada, absolutamente nada, comparada con el increíble odio por Elijah Baley. No solamente por el hecho de su vida breve, aunque la idea de haber heredado genes bárbaros me molestaría profundamente.
Creo que si le ofreciera una prueba de que soy descendiente de un terrícola que no fuera Elijah Baley, no me lo tendría en cuenta. Pero es la idea de Elijah Baley, y solamente él, lo que le enloquece. No sé por qué.
La repetición del nombre de Elijah fue casi una resurrección para Gladia. Respiraba agitada y profundamente y gozaba con el mejor recuerdo de su vida.
–Yo lo sé –le dijo–. Fue porque Elijah, con todo en contra, con toda Aurora en su contra, consiguió destruir a Amadiro en el momento en que ese hombre pensó que tenía el éxito en sus manos. Elijah lo consiguió con un gran valor e inteligencia. Amadiro había encontrado a su superior en la persona de un hombre de la Tierra al que había despreciado sin fijarse, y ¿qué podía hacer a cambio sino odiarle inútilmente? Elijah lleva muerto más de dieciséis décadas y Amadiro no puede aún olvidarle, no puede perdonar, no puede romper las cadenas que le sujetan con odio y recuerdo, a ese muerto. Y yo no quiero que Amadiro olvide..., o deje de odiar..., mientras con ello envenene cada momento de su existencia.
–Comprendo que tenga motivos para maldecir al doctor Amadiro, pero ¿qué motivo tiene para quererme mal a mí? Permitir al doctor Amadiro que siga creyendo que desciendo de Elijah Baley le proporcionará el placer de destruirme. ¿Por qué iba a proporcionarle, innecesariamente, semejante placer si mi ascendencia no es ésa? Por lo tanto deme una prueba de que desciendo de usted y de Santirix Gremionis o de usted y de cualquiera que no sea Elijah Baley.
–¡Loco! ¡Idiota! ¿Por qué necesita que yo le dé una prueba? Vaya al archivo histórico. Descubrirá los días exactos en que Elijah Baley estuvo en Aurora. Encontrará el día exacto en que nació mi hijo Darrel.
Encontrará que Darrel fue concebido más de cinco años después de que Elijah dejó Aurora. También descubrirá que Elijah jamás regresó a Aurora.
Bien, pues, ¿cree usted que estuve gestando durante cinco años, que llevé un feto en mis entrañas durante cinco años galácticos?
–Conozco las estadísticas, señora. No creo que llevara un feto durante cinco años.
–Entonces, ¿por qué ha venido a mí?
–Porque hay mucho más. Yo sé..., y me imagino que el doctor Amadiro lo sabe también, que aunque Elijah Baley, como usted dice, jamás volvió a la superficie de Aurora, estuvo una vez en una nave que estaba en órbita de Aurora por un día o más. Yo sé, y me imagino que el doctor Amadiro también lo sabe, que aunque el terrícola no abandonó la nave para venir a Aurora, usted salió de Aurora para ir a la nave; que permaneció en ella casi todo un día y que eso tuvo lugar cinco años después de que el terrícola hubiera estado en la superficie de Aurora... y más o menos en la época en que su hijo fue concebido.
Gladia sintió que palidecía intensamente al oír la voz tranquila de Mandamus. La habitación pareció oscurecerse y se tambaleó.
De pronto sintió el suave contacto de unos fuertes brazos que la sostenían y supo que eran los de Daneel. Sintió que la depositaban dulcemente en la butaca.
Oyó la voz de Mandamus como si llegara de muy lejos.
–¿No es verdad, señora?
Por supuesto que era verdad.
Primera parte AURORA
¡Recuerdos!
Siempre presentes, aunque naturalmente permanecían disimulados.
Y de pronto, a veces, como resultado de una especie de sacudida inesperada, surgían esos recuerdos claramente definidos, en color, brillantes y con movimiento, vivos.
Volvía a ser joven, más joven que ese hombre que tenía delante; lo bastante joven como para sentir la tragedia y el amor... con su muerte-en-vida en Solaria habiendo alcanzado su clímax en el amargo final del que ella había considerado como su primer "marido". (No, no iba a decir su nombre ahora, ni siquiera en el pensamiento.)
Más cerca aún de su vida de entonces fueron los meses de tremenda emoción con el segundo... no-hombre... al que consideraba como a tal.
Jander, el robot humanoide que le habían regalado y que hizo enteramente suyo, como su primer marido muerto repentinamente.
Y luego, por fin, estaba Elijah Baley que jamás fue su marido y al que solamente había visto dos veces, en dos años, y unas horas en cada ocasión. Elijah, cuya mejilla había tocado con su mano y en esa ocasión se ruborizó; cuyo cuerpo desnudo había tenido más tarde entre sus brazos y en esos momentos había ardido intensamente.
Y, por último, un tercer marido, con el que vivió tranquila y en paz, pagando con monotonía por su placidez y comprando con un firme olvido el alivio de volver a vivir.
Hasta que un día (no estaba segura de cuándo irrumpió en sus años soñolientos y tranquilos) Han Fastolfe, después de pedir permiso para visitarla, llegó caminando desde la vivienda adjunta.
Gladia le miró con cierta preocupación porque era un hombre demasiado ocupado para ir de visita sin motivo. Solamente habían transcurrido cinco años desde la crisis que colocara a Han como el principal estadista de Aurora. Era en todo, excepto de nombre, el Presidente del planeta y el verdadero caudillo de los mundos espaciales. Tenía muy poco tiempo para comportarse como un ser corriente.
Aquellos años dejaron su huella, y continuaron dejándola hasta su triste muerte, por considerarse un fracasado aunque nunca perdió una batalla. Kelden Amadiro, el que había sido derrotado, vivía cómodamente, como evidencia de que la victoria suele pagarse cara.
En medio de todo, Fastolfe continuó hablando con dulzura y mostrándose paciente, sin quejarse, pero incluso Gladia, apolítica y desinteresada por las infinitas maquinaciones del poder, sabía que su control de Aurora se mantenía firme gracias a un constante y férreo esfuerzo que le vaciaba de todo lo que hace la vida digna de vivirse y que lo mantenía, ¿o era al revés?, solamente por lo que consideraba el bien ¿de... qué? ¿de Aurora?, ¿de los espaciales?, ¿o simplemente el vago concepto del bien idealizado?
Ni lo sabía, ni quería preguntarlo.
Pero esto fue solamente cinco años después de la crisis. Todavía daba la impresión de ser un hombre joven y esperanzado y su rostro feo pero agradable aún era capaz de sonreír. Dijo:
–Tengo un mensaje para ti, Gladia.
–Espero que sea agradable –le contestó, correcta.
Había traído a Daneel consigo. Poder contemplar a Daneel con sincero afecto era una muestra de que las viejas heridas estaban cicatrizadas, que no dolían, porque Daneel era la copia exacta, en todo, hasta en el más insignificante detalle, de su difunto Jander. Podía hablarle aunque le contestara con la voz de Jander. Cinco años habían cicatrizado la úlcera y amortiguado el dolor.
–Así lo creo –dijo Fastolfe sonriendo amablemente–. Es de un viejo amigo.
–Es agradable saber que tengo viejos amigos –respondió tratando de no ser sarcástica.
–De Elijah Baley.
Los cinco años desaparecieron y sintió las punzadas de los recuerdos resucitados.
–¿Está bien? –preguntó con voz entrecortada después de un instante de angustioso silencio.
–Muy bien. Y lo que es más importante, está cerca.
–¿Cerca? ¿En Aurora?
–En órbita de Aurora. Sabe, o imagino que lo sabe, que no obtendrá permiso para aterrizar ni aunque yo hiciera valer toda mi influencia. Le gustaría verte, Gladia. Ha establecido contacto conmigo porque cree que yo puedo arreglar que visites su nave. Supongo que puedo conseguirlo, pero sólo si tú lo deseas. ¿Lo deseas?
–Yo no lo sé. Es demasiado inesperado para poder pensarlo.
–¿No sientes ningún impulso? –Esperó y luego prosiguió: –Dime la verdad, Gladia, ¿cómo te va con Santirix?
Le miró con los ojos desorbitados como si no comprendiera la razón por el cambio de tema... Después comprendió y dijo:
–Nos llevamos bien.
– ¿Eres feliz?
–Soy... No soy desgraciada.
–Esto no me suena a éxtasis.