Robopocalipsis (40 page)

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Authors: Daniel H. Wilson

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Robopocalipsis
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—Sí.

Cherrah señala el cadáver de Tiberius. Algo parecido a un escorpión metálico está pegado a su espalda. Es una maraña de cables sin cabeza que flexiona sus pinzas. Tiene unas patas con púas clavadas en la carne del torso de él, entre sus costillas. Ocho patas insectiles más le rodean la cara por detrás. La criatura se contrae y extrae el aire de los pulmones de Ty, como un acordeón.

—Agh —dice el cadáver de Tiberius.

Joder, no me extraña que gritara.

Todo el mundo se retira unos pasos. Cojo la bayoneta de Jack. A continuación, me seco la cara y dejo a Jack en la nieve. Doy la vuelta al cuerpo de Ty con el pie. El pelotón permanece detrás de mí formando un semicírculo.

Los ojos ausentes de Ty miran al vacío. Tiene la boca muy abierta, como si estuviera en la consulta del dentista. Posee un aspecto de sorpresa cómico. Yo también estaría sorprendido. La máquina clavada a su espalda tiene muchas garras articuladas que le rodean la cabeza y el cuello. En su mandíbula se hallan firmemente colocados unos aparatos como pinzas. Unos instrumentos más pequeños y finos penetran en su boca y le sujetan la lengua y los dientes. Veo los empastes de sus muelas. Su boca reluce de la sangre y los cables.

Entonces la máquina parecida a un escorpión se pone en marcha chirriando. Sus diestras garras amasan el cuello y la mandíbula cubiertos de barba incipiente, masajeando, enrollando y desenrollando. Un grotesco órgano empieza a sonar cuando las patas con púas le sacan el aire de los pulmones por la boca a través de las cuerdas vocales.

El cadáver comienza a hablar.

—Daos la vuelta —dice, crispando la cara de forma grotesca—. O moriréis.

Oigo que algo salpica la nieve y aspiro el fuerte olor del vómito de uno de mis compañeros de pelotón.

—¿Qué eres? —pregunto con voz temblorosa.

El cadáver de Tiberius se convulsiona cuando el escorpión le extrae las siguientes palabras entre borboteos:

—Soy Archos. El dios de los robots.

Me fijo en que mi pelotón se ha cerrado en torno a mí a ambos lados. Nos miramos unos a otros con rostro inexpresivo. Apuntamos todos a la vez con nuestras armas al retorcido pedazo de metal. Escudriño el rencoroso rostro sin vida de nuestro enemigo por un instante. Noto que mi fuerza aumenta, redoblada por mis hermanos y hermanas.

—Mucho gusto, Archos —digo finalmente mientras mi voz cobra fuerza—. Me llamo Cormac Wallace. Siento no poder complacerte y darme la vuelta. Verás, dentro de unos días, mi pelotón y yo vamos a presentarnos en tu casa. Y cuando lleguemos, acabaremos contigo. Vamos a hacerte pedazos y a quemarte vivo, sabandija de mierda. Te lo prometo.

La criatura se sacude de un lado a otro, emitiendo un extraño gruñido.

—¿Qué está diciendo? —pregunta Cherrah.

—Nada —respondo—. Se está riendo.

Hago una señal con la cabeza a los demás y acto seguido me dirijo al cadáver ensangrentado que se retuerce.

—Hasta pronto, Archos.

Descargamos nuestras armas sobre la cosa situada a nuestros pies. Pedazos de carne y fragmentos de metal rocían la nieve. La luz y el fuego de la destrucción parpadean en nuestros rostros. Una vez que hemos acabado, no queda más que un signo de admiración ensangrentado sobre el blanco y austero fondo de nieve.

Recogemos nuestras cosas sin decir nada y seguimos adelante.

Creo que no existen decisiones más sinceras que las que se toman en momentos de crisis, resoluciones tomadas sin ningún juicio. Cumplir esas decisiones es cumplir el destino. Lo que ha ocurrido es demasiado horrible. Apaga todo pensamiento y toda emoción. Por eso disparamos sobre lo que queda de nuestro amigo y compañero desprovistos de sentimiento. Por eso dejamos atrás el cadáver maltrecho de mi hermano. En el inhóspito campo de batalla de la colina nevada, el pelotón Chico Listo ha quedado desgarrado y se ha reconvertido en algo distinto. Algo sereno y letal, imperturbable.

Nos internamos en una pesadilla. Al marcharnos, la llevamos con nosotros. Y ahora estamos ansiosos por compartirla con nuestro enemigo.

Ese día asumí el control del pelotón Chico Listo. Tras la muerte de Tiberius Abdullah y Jack Wallace, el pelotón no volvió a dudar en hacer cualquier sacrificio necesario en nuestra lucha contra la amenaza de los robots. Las luchas más encarnizadas y las decisiones más difíciles todavía estaban por llegar
.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217

2. Nacidos libres

Tienes una inteligencia retorcida, ¿verdad?

NUEVE CERO DOS

NUEVA GUERRA + 2 AÑOS Y 7 MESES

La humanidad ignoraba en gran parte que se había producido el Despertar. En todo el mundo, miles de robots humanoides estaban ocultándose de los seres humanos hostiles así como de otras máquinas, intentando desesperadamente entender el mundo al que habían sido traídos. Sin embargo, un humanoide Arbiter decidió tomar una medida más agresiva
.

En estas páginas, Nueve Cero Dos relata la historia de su encuentro con el pelotón Chico Listo durante su viaje para enfrentarse a Archos. Los acontecimientos tuvieron lugar una semana después de la muerte de mi hermano. Yo seguía buscando la silueta de Jack y lo echaba de menos continuamente. Teníamos las heridas en carne viva, y aunque no sirve de excusa, espero que la historia no juzgue nuestros actos severamente
.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217

Hay una cinta de luz en el cielo de Alaska. La origina la criatura llamada Archos al comunicarse. Si continuamos siguiendo esa cinta de luz hasta su destino, mi pelotón morirá casi con toda seguridad.

Llevamos veintiséis días andando cuando noto la comezón de un hilo de pensamiento de diagnóstico que solicita atención ejecutiva. Indica que mi equipo de protección corporal está cubierto de hexápodos explosivos, o amputadores, como los llaman en las transmisiones humanas. Sus cuerpos reptantes disminuyen mi rendimiento calorífico y las continuas interferencias de sus antenas reducen la sensibilidad de mis sensores.

Los amputadores se están volviendo molestos.

Me detengo. El hilo de pensamiento de probabilidad máxima señala que las pequeñas máquinas están confundidas. Mi pelotón está compuesto por tres bípedos andantes vestidos con un equipo de protección corporal tomado de unos cadáveres humanos. Sin embargo, al carecer de un sistema para la homeostasis térmica, somos incapaces de generar temperatura corporal. Los amputadores convergen sobre nuestras vibraciones humanas y el ritmo de nuestras pisadas, pero no encuentran el calor que buscan.

Aparto con la mano izquierda siete amputadores de mi hombro derecho. Caen amontonados sobre la nieve endurecida, agarrándose unos a otros, ciegos. Empiezan a arrastrarse, unos excavando en busca de escondites y otros explorando en caminos estrechos y sinuosos.

Un hilo de observación me advierte de que los amputadores pueden ser máquinas simples, pero saben que les conviene permanecer unidas. Lo mismo se puede aplicar a mi pelotón: los nacidos libres. Para vivir debemos permanecer unidos.

Cien metros más adelante, la luz brilla en la cubierta de bronce del Hoplite 611. El ágil explorador regresa disparado a mi posición, utilizando los refugios y eligiendo el camino de menor resistencia. Mientras tanto, el Warden 333 fuertemente armado se detiene a un metro de distancia, con sus pies romos clavados en la nieve.

Es un lugar óptimo para lo que se avecina.

La cinta del cielo vibra, llena de información. Todas las terribles mentiras de la inteligencia llamada Archos se difunden por el cielo azul despejado y corrompen el mundo. El pelotón Nacidos Libres es demasiado reducido. Nuestra lucha está condenada al fracaso. Pero si decidimos no combatir, no pasará mucho tiempo hasta que esa cinta se pose una vez más sobre nuestros ojos.

La libertad es lo único que tengo, y prefiero dejar de existir que devolvérsela a Archos.

Recibo una transmisión de radio del Hoplite 611.

—Solicito respuesta, Nueve Cero Dos Arbiter. ¿Esta misión tiene por fin garantizar la supervivencia?

Una red local de haces concentrados surge cuando Warden y yo nos unimos a la conversación. Los tres permanecemos juntos en el claro silencioso mientras los copos de nieve flotan sobre nuestras caras inexpresivas. Se avecina peligro, de modo que debemos conversar por la radio local.

—Los soldados humanos no tardarán en llegar —digo—. Debemos prepararnos de inmediato para el encuentro.

—Los humanos nos temen. Recomiendo evitarlos —dice Warden.

—El hilo de pensamiento de probabilidad máxima prevé escasas posibilidades de supervivencia —añade Hoplite.

—Tomo nota —digo, y siento la vibración lejana y sorda del ejército humano que se aproxima.

Es demasiado tarde para cambiar de plan. Si los humanos nos atrapan aquí, nos matarán.

—Enfatizar modo de mando de Arbiter —digo—. Pelotón Nacidos Libres, preparaos para contacto humano.

Dieciséis minutos más tarde, Hoplite y Warden yacen destruidos. Sus armazones están medio enterrados bajo montones de nieve recién caída. Solo el metal apagado resulta visible, marañas de brazos y piernas, comprimidos entre capas de armadura revestidas de cerámica y ropa humana hecha jirones.

Ahora soy la única unidad operativa que queda.

El peligro todavía no ha llegado. Los sensores de resonancia vibracional me señalan que el pelotón humano está cerca. El hilo de pensamiento de probabilidad máxima me indica que se trata de cuatro soldados bípedos y un gran caminante cuadrúpedo. Probablemente uno lleva un pesado exoesqueleto en la parte inferior de las piernas. El otro tiene una longitud de zancada que indica que se trata de una especie de montura andante alta.

Percibo cómo laten sus corazones.

Me quedo a esperarlos en medio del camino, entre las ruinas de mi pelotón. El primer soldado humano tuerce en el recodo y se queda paralizado, con los ojos muy abiertos. Incluso a veinte metros de distancia, mi magnetómetro detecta un halo de impulsos eléctricos que parpadean a través de la cabeza del soldado. El humano está intentando descifrar la trampa, planificando rápidamente una ruta de supervivencia.

Entonces el cañón del tanque araña asoma a la vuelta del recodo. El enorme caminante reduce la marcha y se para detrás del líder humano detenido mientras sus gruesas articulaciones hidráulicas expulsan gas. Mi base de datos identifica el tanque como una incautación remodelada del Ejército de Gray Horse. La palabra
Houdini
está escrita en un lado. Una consulta en la base de datos me revela que es el nombre de un escapista de principios del siglo XX. La información me invade, pero soy incapaz de darle sentido.

Los humanos son inescrutables. Infinitamente impredecibles. Eso es lo que les hace peligrosos.

—A cubierto —grita el líder.

El tanque araña se agazapa, tirando hacia delante de sus patas blindadas para ofrecer refugio. Los soldados se esconden debajo rápidamente. Un soldado trepa a lo alto y agarra una ametralladora de gran calibre. El cañón me apunta.

Una luz redonda situada en el torso del tanque araña pasa del verde a un amarillo apagado.

No cambio de posición. Es muy importante que me comporte de forma predecible. Mi estado interior no está claro para los humanos. Me temen, como es razonable. Solo tendré esta oportunidad de relacionarme con ellos. Una ocasión, un segundo, una palabra.

—Socorro —digo con voz ronca.

Es una lástima que mis capacidades vocales sean tan limitadas. El líder parpadea como si le hubieran dado una bofetada en la cara. A continuación, habla serenamente en voz baja.

—Leo —dice.

—Señor —responde el soldado alto con barba que lleva el exoesqueleto y porta un arma modificada de calibre especialmente alto que no figura en mi base de datos militar.

—Mátalo.

—Será un placer, Cormac —dice Leo.

Ya ha sacado el arma y la tiene apoyada en un trozo de armadura soldada a la articulación de la rodilla delantera derecha del tanque. Leo aprieta el gatillo, y sus pequeños dientes blancos brillan entre su gran barba morena. Las balas pasan silbando junto a mi casco e impactan en las capas de mi equipo de protección corporal. No hago el menor intento por moverme. Después de asegurarme de que he sufrido daños visibles, me caigo.

Tumbado en la nieve, no me defiendo ni trato de comunicarme. Ya tendré tiempo de sobra si sobrevivo. Pienso en mis compañeros, que yacen desperdigados en la nieve a mi alrededor, desconectados.

Una bala rompe en pedazos un servomotor de mi hombro, lo que hace que mi torso se ladee. Otra me quita el casco. Los proyectiles son rápidos y contundentes. Las probabilidades de supervivencia son bajas y disminuyen con cada impacto.

—¡Espera! ¡Alto! —grita Cormac.

Leo deja de disparar a regañadientes.

—No se está defendiendo —dice Cormac.

—¿Desde cuándo es algo malo? —pregunta una mujer menuda de cara morena?

—Algo pasa, Cherrah —contesta él.

Cormac, el líder, me mira. Permanezco inmóvil, mirándolo. El reconocimiento emocional no me proporciona ningún dato de ese hombre. Tiene un rostro pétreo, y su proceso mental es metódico. No debo brindarle una excusa para que acabe conmigo. Debo esperar a que esté cerca para transmitir mi mensaje.

Finalmente, Cormac suspira.

—Voy a echarle un vistazo.

Los otros humanos murmuran y gruñen.

—Tiene una bomba dentro —dice Cherrah—. Lo sabes, ¿verdad? Si te acercas, bum.

—Sí,
fratello
. No lo hagas. Otra vez, no —le advierte Leo.

Hay algo extraño en la voz del hombre con barba, pero mi reconocimiento de voz no lo identifica a tiempo. Tal vez tristeza o ira. O ambas cosas.

—Tengo una corazonada —dice Cormac—. Iré solo. Vosotros no os acerquéis. Cubridme.

—Hablas como tu hermano —dice Cherrah.

—¿Y qué? Jack era un héroe —replica Cormac.

—Necesito que sigas vivo —añade ella.

La mujer morena está más cerca de Cormac que los demás, en actitud casi hostil. Su cuerpo está tenso y tiembla ligeramente. El hilo de pensamiento de probabilidad máxima me indica que esos dos humanos están emparejados, o lo estarán.

Cormac mira fijamente a Cherrah y a continuación asiente con la cabeza rápidamente para agradecerle el aviso. Le da la espalda y se sitúa a diez metros de donde yo me encuentro tumbado en la nieve. Fijo la vista en él mientras se aproxima. Cuando está lo bastante cerca, llevo a cabo mi plan.

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