Rito de Cortejo (3 page)

Read Rito de Cortejo Online

Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Rito de Cortejo
9.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

Gaet se sentó junto a la fuente, pues sabía de antemano que esposa-uno lo haría esperar. Noé no era una mujer que se dejase apresurar. Con expresión sombría recordó las órdenes impartidas por Aesoe, unas órdenes que estaban en conflicto directo con sus propios planes. Frente a sus ojos desfilaron las imágenes de un banquete de bodas, la Proclamación del enlace, la entrega de los Cinco Obsequios.

No le agradaba la idea de renunciar a Kathein en favor de una mujer desconocida. No le gustaba la idea de residir en la costa, ni tampoco dejar las fascinantes pugnas de la ciudad de Kaiel-hontokae mientras todavía tenía que forjar un Lugar para su familia.

¿Debía obedecer a Aesoe y dirigirse a la costa para conocer a esa mujer hereje, seducirla y traerla a casa, con el único propósito de congraciarse con los Expansionistas de Aesoe? ¿O debía enviar a Joesai para que la matase?

Capítulo 2

El Dios de los Cielos nos entregó una tierra inclemente porque somos una Raza rebelde. Deambuló a través de la Lengua Henchida mientras nos observaba. Diez Mil murieron en las nevadas Montañas de los Lamentos, pero Él no habló con nosotros. Labramos la tierra junto al Mar Njarae y Él no nos prestó atención. Al este y al oeste, al norte y al sur, la roca acerba albergaba los sepulcros. Aquí están sus nombres: Tumbas de Aflicción, Tumbas de las Montañas de los Lamentos, Tumbas del Ojo Ciego y Tumbas de los Infortunados.

Según los salmos, una mujer derramará su sangre en las profundidades de las Tumbas de los Perdedores, y de ella nacerá un Salvador. Hemos fundado Nuestra Ciudad sobre esa catacumba sagrada. ¡Todo el poder a los Kaiel! La ciudad de Kaiel-hontokae verá nacer al Salvador Que Habla Con Dios.

Primera Profetisa Njai ben-Kaiel, de su
Tercer Discurso

Hoemei Maran-Kaiel recorrió la distancia que lo separaba del primer gran ovoide del Palacio. Se detuvo para hablar con Seipe, una anciana con la que mantenía trato porque él estaba gastando grandes sumas de dinero, y ella, como Guardiana de la Moneda, consideraba que nunca se debía gastar más que lo que los Kaiel podían recolectar mediante los impuestos. Ni siquiera Aesoe lograba conmoverla.

—No te di permiso para colocar la torre del rayófono vocal sobre la colina del Horror —lo regañó.

Hoemei sonrió.

—Lo hice con mi propio dinero y estoy cobrando peaje.

—Tendré que buscar un modo para gravarte.

—Me estoy asegurando de que la torre no produzca ningún beneficio. Sólo acarrea gastos —rió él.

Ella cambió de tema y aprovechó la ocasión para ahorrarse un mensajero.

—Estás invitado a mi finca el cuarto día santo de la Constelación de los Amantes. Que venga también Teenae.

—Estará encantada —dijo Hoemei con afecto.

—Lo sé. Por eso quiero contar con su ayuda. Es más joven y más rápida que yo. Chismorrearemos un poco mientras tú discutes con tus competidores.

—¿Alguien va tras mis impuestos otra vez?

—¿Tu dinero? ¡Es
mi
dinero! —exclamó Seipe con una risotada, empleando la forma posesiva como si la moneda del clan formase parte de sus propios huesos.

Se sujetaron las manos, una sobre la otra, como acostumbraban los amigos getaneses antes de separarse.

—Ve con Dios —dijo él.

Después de este breve intercambio con la Guardiana, Hoemei siguió su camino mientras pensaba en Aesoe, que se estaba tornando codicioso. El poder que el Primer Profeta olfateaba en la red de emisión era como el whisky para la nariz del borracho.

¡Cómo nos impulsa con sus clarividencias! Tendrá más trabajo para mí,
pensó.

Hoemei deambuló por el laberinto del Palacio dentro del ovoide principal. Por unos momentos, se distrajo mirando el extraño resplandor eléctrico que todavía sorprendía, incluso a él que conocía su magia y sabía cómo se creaba en los talleres subterráneos de Kaiel-hontokae. Aesoe visualizaba un Geta electrificado. Eso era una tontería. Aesoe visualizaba posibilidades infinitas, visiones desenfrenadas que llegaban incluso a afectar los sueños de Hoemei.

—Te está esperando —dijo un amigo que pasaba por allí.

Hoemei lo detuvo.

—¿De qué humor está?

—Creo que acaba de encontrar una manera para saquear las arcas de Seipe. Si no es así, la mujer de sus sueños debe haberse materializado del vapor de su té.

—¿Entonces está de buen talante?

—Sonríe de oreja a oreja.

—Ah, entonces no me ha llamado para desollarme.

Eso era todo un alivio.

Se detuvo en la entrada de la guarida de Aesoe y se quitó los zapatos. Al ver que Aesoe no le prestaba atención, entró y fue a sentarse sobre los cojines. Entonces fijó la vista en el Primer Profeta y esperó. Nada en el mundo lo hubiese inducido a interrumpir al máximo sacerdote del clan Kaiel. El viejo Aesoe bebió un sorbo; hablaba con su escriba y con su matemático personal o'Tghalie. Luego volvió a beber, extrajo un mapa y apartó algunos papeles.

—Ya he hablado con tu hermano Gaet.

—Hermano-uno todavía no ha venido a verme, señor.

Aesoe se encogió de hombros.

—Ya sabes que tu familia ha sido favorecida con el Valle de los Diez Mil Sepulcros, camino al mar.

—Siendo la ruta principal al océano a través de las Montañas de los Lamentos, incrementará nuestra riqueza. Pero también significará un aumento de nuestras cargas tributarias. Muchos han rechazado este obsequio.

—... pero no nos rebelaremos al poder de los Kaiel.

—Por eso hemos aceptado el obsequio, aunque los Kaiel no son dueños de esas tierras y por lo tanto mal pueden entregárselas a nadie.

Aesoe emitió un bufido ante tanta moralidad.

—¿Sabes por qué ese valle existe como una astilla sin conquistar en nuestro costado?

—Todos los Kaiel que se establecen allí son asesinados.

—¿Y has reflexionado sobre la naturaleza de los asesinatos?

—Me baso en los hechos —contestó Hoemei.

—Ah, pero si los que hacemos política esperamos los hechos, podemos perder el juego. ¡Especula!

—Yo me inclinaría por los Mnankrei.

—¿Por qué no los Stgal? Ellos tendrían más que perder. Las tierras son suyas.

—Los Stgal son cobardes. Nos tienen miedo. Los Mnankrei codician tanto como nosotros las tierras de los Stgal. Esos sacerdotes del mar son conocidos por el uso de la violencia, y sus Amos de las Tormentas recorren el Njarae de arriba abajo con sus embarcaciones.

Aesoe se aclaró la garganta.

—Nuestros espías nos dicen que el escenario de los asesinatos fue una aldea llamada Congoja —señaló Congoja en el mapa, un pequeño puerto en el Mar Njarae—. Los Stgal tienen un gran templo allí, un centro de herejía. Los herejes, reclutados de muchos clanes inferiores, toleran a los Stgal y saben aprovechar la debilidad de sus sacerdotes. Los Stgal, a su vez, aceptan su presencia porque los herejes nos hacen frente a nosotros y a los Mnankrei.

—Debe de tratarse de una nueva herejía.

—Muy nueva. Pero su base ha estado latente en la región desde hace algún tiempo. La debilidad clerical genera herejía.

—¿Los herejes fueron los asesinos?

—¿Quién puede asegurarlo? Es posible. Mis espías me dicen que son muy temerarios. Pero los Mnankrei también lo son. Y yo no le volvería la espalda a un hombre que me sonríe como lo hacen los Stgal.

—Me está diciendo que debemos atacar con una horqueta de tres puntas: destruir a los herejes, a los Mnankrei y a los Stgal.

—De ningún modo. Tu padre, Tae, mi maestro personal, era un hombre de gran sabiduría. Conquistamos entablando amistades, no mediante la destrucción. Si eres temido, tendrás que temer. Vosotros habéis sido escogidos para llevar a cabo esta misión porque Gaet tiene cierto don con la gente. Él nunca se gana enemigos. En lugar de ello prefiere olvidar. Tú eres el administrador, el que proporciona la continuidad.

—Gaet nunca gana enemigos porque no tiene necesidad de ello. Usa a Joesai para que haga todo el trabajo sucio.

—Es verdad. Para ganar amigos suele necesitarse una sonrisa ostensible y una mano encubierta.

—Eso nos han enseñado los traicioneros Stgal —dijo Hoemei con ironía—. ¿Pero cómo hacerse amigo de un hereje que rechaza todos nuestros valores?

Aesoe bebió de su tazón y emitió las fuertes risotadas que tanto complacían a los pobladores de Geta.

—Los herejes nunca son tan diferentes como parecen. Son como mutantes genéticos. Un mutante comparte la mayor parte de nuestros genes, y también la mayoría de nuestras ideas. Casi siempre las mutaciones fabrican las proteínas equivocadas. La mayor parte de las herejías son falsas. Pero entonces... nosotros los Kaiel seríamos herejes. —Y volvió a reír.

—¿Y cómo se entabla amistad con los Mnankrei y los Stgal?

—¿Es eso necesario cuando son los herejes quienes controlan los sentimientos de las personas?

Hoemei adoptó una expresión pensativa.

—¿Nos está ordenando que entrelacemos los objetivos comunes de los Kaiel y de los herejes, como medio para apropiarnos del Valle de los Diez Mil Sepulcros?

Aesoe se rió de nuevo.

—Mis instrucciones son mucho más simples. Os casaréis con sus mujeres. Tu familia, por ejemplo, necesita una esposa-tres.

—Cortejamos a Kathein pnota-Kaiel —dijo Hoemei con cautela.

—Ya no. He impartido las órdenes. Cuento con los votos. Os casaréis con Oelita, la mujer Sin Clan que ha creado por sí sola esta herejía.

—¿Y
ella
lo sabe? —preguntó Hoemei cautamente, mientras sus pensamientos corrían a toda velocidad.

—Por supuesto que no.

—¿Tendremos que compartir nuestra almohada con una hereje que asesina a los Kaiel?

—Así será.

—No me gusta.

Aesoe se enfureció ante esta rebeldía.

—Tendré que tratar con treinta familias similares a la tuya esta semana. Tus problemas personales son insignificantes.
Yo
veo el conjunto. Hago lo que debo hacer por el bien del clan. Sin el clan serás destruido. Por lo tanto, harás lo que tengas que hacer. Otro día discutiré contigo.

Hoemei sintió que su amor por Kathein se clavaba como una daga cálida en su espinazo. Pensó en los días que había pasado con ella en el jardín, en el cabello negro de la joven sobre su regazo. Con sus delicadas preguntas, ella parecía abrir las compuertas de su inconsciente dejando fluir un torrente de palabras.
Ah, cuan perdidos podemos sentirnos por amor,
pensó. Miró a Aesoe y se cuidó mucho de hablar, ya que las lágrimas no hubieran sido una respuesta apropiada a la orden recibida.

Capítulo 3

El Concilio del Dolor marchó hacia las Montañas de los Lamentos para, afrontar el desafío de los Arant. La herejía Arant proclamaba que la Raza era creada por máquinas en las cavernas de las Montañas de los Lamentos. Con arrogancia, afirmaban que el Dios de los Cielos no era más que una luna... pero resultaron muertos después del Juicio mientras el Dios de los Cielos orbitaba sobre la tierra que Él había hallado para la Raza. Y el Concilio creó a los Kaiel para que protegieran las Montañas de los Lamentos de la falsedad.

El escriba Clei Saneef, en
Memorias de un Concilio

Noé, esposa-uno de Gaet, Hoemei y Joesai, salió al balcón de piedra en el patio interior en cuanto hubo terminado de vestirse. Observó a Gaet con una sonrisa. Teenae, una cabeza más baja que ella, corrió a su lado y miró ansiosa a Gaet con sus enormes ojos que brillaban bajo las cejas oscuras.

Con los pies sumergidos en la fuente del atrio, Gaet alzó la vista. Tanta belleza le permitió olvidar su ira por unos momentos. Noé, con el cabello cuidadosamente trenzado en torno a la cabeza; Teenae, con la cabellera suelta, que caía como una noche líquida sobre sus hombros. Noé vestía una túnica de pliegues suaves, con los senos marcados en un indolente hontokae; Teenae, llevaba un pantalón informal confeccionado con cientos de salópteras, atado con un cinto ancho elaborado con la piel de su abuelo favorito y los senos tatuados con las espiras matemáticas tan comunes entre los o'Tghalie.

Gaet estaba orgulloso de haber sido
él
quien encontrara a estas meritorias esposas. Incluso había descubierto a Kathein, que ahora les era negada como esposa-tres. Sus hermanos eran tímidos con las mujeres, para deshonra de sus genes.

Noé era una Kaiel: su madre organizaba las flotas mercantes del Mar Njarae que ponían a prueba el poder de los Mnankrei; su padre era arquitecto del Palacio Kaiel.

A Teenae la había traído del clan o'Tghalie cuando todavía era una jovencita que no había salido de la pubertad. Gaet sonrió. Había mostrado demasiado interés por las cuestiones matemáticas, y los varones o'Tghalie se habían desembarazado de ella ya que no toleraban competencia alguna por parte de sus mujeres, una convención difícil de entender considerando que los dos sexos compartían los mismos genes. Teenae era capaz de sumar y multiplicar mentalmente a gran velocidad, a pesar de que no tenía ninguna instrucción. Era una maravillosa adquisición para los concejos familiares; nadie la superaba cuando se trataba de extirpar las incoherencias que surgían en la lógica del grupo.

—La serenidad se encuentra en conflicto con tu ira —dijo Teenae mientras lo observaba—. Y tu ira se ríe. —Su voz era suave.

Gaet esbozó una amplia sonrisa.

—¿Cómo hará mi melancolía para sobrevivir a la aparición de Stgi y Toe? —Las dos estrellas más brillantes del cielo getanés pertenecían a la mitología del amor, y Gaet solía mencionarlas con frecuencia para referirse a sus dos esposas.

Joesai se asomó al balcón. Su cuerpo estaba grabado con intrincados diseños que formaban curvas heterodoxas cuyo significado escapaba a la simbología tradicional.

—¿Qué ocurre?

—¡Aesoe nos ha negado a Kathein como esposa-tres!

—¡Aesoe provoca nuestra ira! ¿Y qué compensación nos ofrece?

—Muy poca. Ordena que nos casemos con una bárbara de la costa.

—No hay Kaiel en la costa.

—Es cierto.

—¿A qué clan pertenece?

—A ninguno.

—¡Vaya un descaro! ¿Y por qué sus genes habrían de alojarse en cuerpos de Kaiel?

—Él garantiza el kalothi de esa mujer —dijo Gaet.

—¡Existen muchas maneras de sobrevivir! ¡Y muchos kalothis!. Nuestra manera de sobrevivir es la organización. Responde a mi pregunta: ¿por qué sus genes habrían de alojarse en cuerpos de Kaiel? —Joesai se inclinó sobre la baranda.

Other books

First and Last by Rachael Duncan
A Bad Character by Deepti Kapoor
Nathan's Vow by Karen Rose Smith
Tip of the Spear by Marie Harte
Strange Loyalties by William McIlvanney
Red Ink by Greg Dinallo
Escana by J. R. Karlsson
Past the Shallows by Parrett, Favel