—Hay una hambruna aquí.
—Oí decir que la cosecha fue buena.
—Lo fue, pero una plaga de escarabajos se está comiendo el trigo.
—¡Pero si los escarabajos mueren cuando atacan el Alimento Sagrado!
—Estos no.
—¡Oh, Dios mío! —La idea era aterradora. Se trataba de algo desconcertante, como si Dios hubiese caído del Cielo—. ¿Es acaso una mutación? —Ni siquiera podía imaginar una mutación tan drástica.
—No. Tengo a mis hombres trabajando en el asunto. Hemos estado en contacto constante mediante las transmisiones rayofonadas. No cuentan con el equipo necesario, pero una de mis mujeres proviene de la guardería y es una microbióloga brillante. Te resultaría increíble lo que es capaz de hacer. Los escarabajos están fabricando ciertas enzimas humanas y otras peculiaridades semejantes.
—¿Portan genes humanos?
—Exactamente.
—Eso
sí
que es una Violación de las Reglas —dijo ella, perpleja por la audacia de quienquiera que fuese.
—¿Puede hacerse? Eso es lo que quiero saber.
Noé se sumió en un profundo repaso de sus conocimientos.
—Hicimos a tu madre.
—Sí, pero ella es humana a su manera. No creí que fuera posible que las células sagradas y las profanas operasen conjuntamente.
—Se me ocurren algunas maneras, aunque sería difícil.
—Entonces son los Mnankrei quienes han desencadenado esta plaga.
—No los Mnankrei que yo conozco.
—Mira. El rayófono vocal me ha proporcionado una visión enorme. —Deslizó la mano por el mapa—. Los vigilantes de los puertos nos envían datos sobre los movimientos de cada embarcación Mnankrei. Unos barcos cargados de grano abandonaron las islas en dirección a las Planicies Stgal,
justo antes de que se iniciara la plaga.
Y ahora están zarpando hacia los puertos del norte. Hoy mismo partió un barco con grano en dirección a Congoja. Es como llevar miel a una colmena. La cosecha está a punto de recogerse.
Ella cogió el cráneo de su bisabuelo, tallado con esvásticas y hojas.
—¿Qué dirías tú, Pietri? —Él no dijo nada—. Pietri murió desafiando a los Mnankrei, o al menos eso dice la historia familiar. Fue durante una hambruna. Los Mnankrei ofrecieron alimentos a cambio de ejercer el control. Mi bisabuelo ofreció su cuerpo en el Templo para mantener alejados a los Mnankrei. —Sonrió con tristeza—. Creo que era muy flaco. Los Mnankrei vinieron de todos modos. Llegaron durante la hambruna. Alimentos a cambio del control. Siempre se repite. Siempre. Mi abuelo se desposó con el mar, donde ejercía de mercader libre; todo con tal de liberarse de su dominio. De allí provienen los marineros en la rama materna de mi familia.
—Alimentos a cambio de control —repitió Hoemei en tono sombrío—. Y ahora el hambre para crear la necesidad de alimentos.
—No puedo creerlo de ellos. ¿Cómo podrían osar hacerlo y mirar al rostro de Dios?
—Debemos creerlo de ellos. Se proponen apoderarse de las tierras que el Concejo nos ha otorgado. La herencia de nuestros hijos. Caeremos en la deshonra.
—Joesai está allí.
—Él puede empeorar las cosas. Ha sido un error enviarlo. Vamos a necesitar a esta mujer Oelita. Su posición será más débil cuando llegue el hambre. Es sencillo tolerar a una hereje sin Dios cuando las cosechas son buenas, pero en cuanto se agoten las reservas comenzarán a enviar gente al asador. Es posible que Teenae logre controlar a Joesai.
—¡Joesai ha ido hasta allí para cuidar de nuestros intereses! ¡Si no estás de acuerdo puedes ir tú mismo! —replicó Noé con furia.
—¿Con los asesinos de Kaiel acechando detrás de los arbustos? No, gracias. Me propongo ser un banquete para mis bisnietos. Yo respeto a las personas capaces de asesinar Kaiel con impunidad, y les demuestro ese respeto manteniéndome lejos de ellos.
—¡Eres un cobarde!
Él lanzó una risotada.
—Algunas veces. —Entonces dejó caer los hombros con abatimiento—. ¿Has visto a Kathein?
—Ella no quiere hablarme. —La voz de Noé estaba llena de dolor.
—Hoy la vi, y fue como si me hubiese topado con un muro.
—Ven a comer conmigo. ¡Nos hemos olvidado de la cena que estaba preparando! —Con una mirada provocativa, Noé comenzó a retirarse del estudio.
Noé era como una hechicera, pensó él. Trocaba un cuchillo en una flor delante de sus ojos. Y siempre lo atrapaba. Su deseo por ella apareció como por encanto haciéndole olvidar las decisiones que debía tomar. Durante un buen rato la observó cocinar y se preguntó qué exquisiteces le prepararía él a ella cuando llegase su turno. Al fin no pudo resistir la sensualidad de sus caderas y se acercó para abrazarla.
—¡Aléjate de mí, insecto! —Bromeó Noé—. Ésta es una velada muy seria. Estoy pensando en cómo los Mnankrei podrán justificar la creación de una hambruna. —Giró la cabeza y le rozó la mejilla suavemente antes de alejarse con la sopa—. Ya sabes lo que dicen: «Un Mnankrei siempre tiene carne en su mesa» —dijo en referencia a la práctica de la Selección continua que llevaba a cabo el clan marino. La creencia más habitual entre los getaneses era que la carne era el alimento de las hambrunas.
Hoemei sonrió.
—La versión que escuché es: «Un
kaiel
siempre tiene carne en su mesa.» —Las guarderías mantenían la provisión de carne en Kaiel-hontokae, una costumbre que no se practicaba en ningún otro lugar de Geta.
—No es lo mismo —replicó ella—. Los bebés no son más que cuerpos.
—Tú tienes un cuerpo delicioso.
—No creo que quieras mi consejo. La sangre se te ha subido a la cabeza. ¡No pienso decir una palabra más!
—Sí, quiero tu consejo —repuso él mientras la besaba en el pómulo.
—Bueno —continuó ella sin prestar atención a su beso—, si estando los silos llenos yo enviara a un hombre de bajo kalothi al templo para cometer el Suicidio Ritual, tú dirías que es asesinato. Pero los Mnankrei sólo lo llamarían Selección. Así que, ¿por qué no crear una hambruna? Para ellos sólo sería otra forma de Selección.
—Un clan que piensa de esa manera debería afrontar el Concilio.
—Bebe tu sopa.
—Hazme el amor.
—Vamos, es tu sopa favorita.
—Ahora.
—Primero termina tu sopa.
Hoemei la llevó al patio, bajo las estrellas. Su deseo era tan intenso que, a pesar de notar que ella no parecía encontrarse allí, no podía detenerse para averiguar dónde estaba. Las manos de Noé lo acariciaban lentamente...
Un rato después, Hoemei observó el rostro tras las trenzas entretejidas que él nunca alcanzaba a comprender. Noé tenía la cabeza reclinada, con los ojos fijos en alguna estrella, pero ella no se encontraba allí. Sus dedos de música le recorrían las cicatrices decorativas y las pulsaban como afinando un instrumento, pero ella tampoco estaba allí.
Finalmente, Noé se volvió hacia él con una sonrisa lánguida.
—Ya sé cómo matar a tus escarabajos. —Deslizó un dedo desde el hontokae en su propio pecho hasta el vientre de Hoemei. Entonces le clavó la uña... y se echó a reír.
El Rito Mortal sólo debe ser invocado en caso de herejía, y nunca debe consistir en más de siete pruebas. De otro modo, ¿una prueba interminable no se convertiría en persecución? Cada prueba conjura una muerte más sutil. Cada muerte, incluso hasta la séptima, debe dejar una posibilidad de escape que pueda ser percibida por un adepto de sabiduría ordinaria, pues ¿no es la sabiduría ordinaria un recuerdo del modo en que la Raza escapó de la muerte? ¿Y no es la sabiduría ordinaria lo que estamos protegiendo cuando desafiamos a un hereje?
Del
Libro Kaiel del Ritual
Oelita se desangraba con las muñecas fuertemente amarradas a la jaula de caña. Se mecía en una pequeña ensenada, y de vez en cuando una ola rompía sobre su cabeza llenándole la boca de agua. Cuando no luchaba para respirar, se sentía invadida por el pánico y por el dolor agudo que sentía en sus muñecas.
No se trataba de una trampa mortal. Si mantenía las piernas estiradas, podía permanecer con la cabeza fuera del agua indefinidamente... excepto si llegaba a debilitarse por la pérdida de sangre. Debía actuar de inmediato. ¡Pero no había nada que pudiese hacer! Podía mover las piernas, pero si las extendía hacia delante se le hundía la cabeza en el agua y comenzaba a ahogarse. Y lo peor era que, si levantaba demasiado los pies, la jaula podía tumbarse con lo cual quedaría cabeza abajo en el agua sin ninguna posibilidad de salir.
Oelita trató de pensar, pero su mente sólo regresaba en vano a lo que «podía haber hecho». ¿Y si se hubiera movido más rápido al ver a esos hombres? Había atacado a dos de ellos antes de que los otros dos pudieran acercarse. Fue lo bastante rápida para derribar a uno y arrojar una piedra a la cabeza de otro, pero éste logró eludirla sin darle tiempo para intentarlo otra vez.
El agua inundó su rostro. Oelita agitó las piernas como en medio de un sueño. ¿Y si hubiese abandonado su morral más pronto? ¿Y si hubiese subido la cuesta, obligándolos a seguirla?
Era inútil. El movimiento del agua la adormecía. Trató de sentirse furiosa.
Fui una estúpida al enfurecerme tanto con Nonoep. ¿Y si hubiese sido más razonable?,
se repetía.
Una ola le llenó la nariz de agua y la hizo toser, trayéndola de nuevo al presente. Pero allí sólo había una jaula de caña y dolor. Los Mnankrei, pensó. Los Mnankrei utilizaban el mar para iniciar su Rito Mortal. Pero la intensidad del dolor no la dejaba pensar. Oelita se sumió en el pasado. Estaba en cuclillas, junto a su padre, observando cómo cuatro hormigas verdugos vigilaban a un escarabajo acorazado. Esperaban pacientemente a que se debilitase su resistencia.
«Voy a ayudarlo», había dicho ella. En su mente, Oelita cogió una pequeña rama para combatir a los verdugos.
«No, no», decía la voz de su padre. «Observa cómo escapa por su cuenta. No contarás con ayuda cuando te encuentres en una trampa semejante.»
« ¡Dios me ayudará!», respondió la niña con tono desafiante.
«No apuestes tus dulces a ello.»
Oelita se estremeció. Su padre estaba muerto, y ella tenía que pelear para salir de esa trampa.
¿Cómo piensa un Mnankrei?,
se preguntó. Oelita cabalgó sobre el mar... era un barco... era un capitán. Tenía que haber una forma de escapar. La Prueba del Rito Mortal era como un rompecabezas formal. Ella podía subir las piernas y ahogarse. Pero tal vez la intención era que ella
pensase
que se ahogaría. ¿Y si después de darse la vuelta la jaula se abría en dos?
De pronto, Oelita se vio invadida por un deseo irracional de probar la maniobra. ¿Qué otra alternativa le quedaba? Y si se ahogaba, ¿qué importancia tenía? Si no hacía nada también moriría. Pero su mente aguda y analítica no permitió que su cuerpo siguiese el impulso. Comenzó a construir la misma jaula de caña en su cabeza, tal como lo haría un maestro tejedor, imaginando las piezas que no podía ver. Si fuese a abrirse en dos, ¿cómo lo haría? La pregunta le proporcionó una imagen. Oelita vio las dos piezas, y entonces lo comprendió. Si sólo se daba la vuelta, se ahogaría. Pero si lograba mover una de las cañas que había junto a su pie, justo encima de la horqueta que le estaba cortando el talón, entonces la jaula se rompería al tumbarse.
Oelita movió los dedos de los pies, y luego los maldijo por no ser más largos. Por unos momentos observó cómo la sangre manaba de sus muñecas y se confundía con las aguas verdes. Volvió a intentarlo. La caña se enganchó en la horqueta... y se le soltó. Nuevamente, desesperada, movió los dedos de los pies y esta vez, con la caña enganchada, llenó los pulmones de aire y tumbó la jaula.
Con los ojos bien abiertos por el pánico, observó el fondo oscuro de la ensenada. Casi podía rozar las algas marinas entre las cuales se deslizaba un ocho patas.
No
ocurre nada. Moriré aquí dentro...,
se dijo. Pero la trampa se abrió lentamente y Oelita pudo llegar tambaleante hasta la playa de guijarros, desnuda, arrastrando la jaula con las correas de sus muñecas, inconsciente del dolor. Al fin se dejó caer de rodillas y comenzó a llorar mientras se preguntaba cómo podría liberarse de las correas. La muerte ya no tenía importancia; lo que había constituido una molestia menor de pronto cobró prioridad en su mente consciente... el dolor... el dolor. La sangre comenzó a pintarle las palmas, mezclándose con el agua marina, para deslizarse por sus dedos.
Entonces vio el cuchillo de bronce sobre la pequeña mesa ceremonial. Su puño estaba trabajado en el estilizado diseño Mnankrei y adornado con incrustaciones de piedras blancas y azules. Un obsequio de alguien que, por ironías del destino, sabía que si ella llegaba tan lejos, habría de necesitarlo. Usó el cuchillo para cortar las correas con sus manos entumecidas, pero sus intentos por vendarse las heridas fueron inútiles... los dedos no le respondían. Lo único que pudo hacer fue envolverse la cintura con las delgadas tiras de piel, arrancadas de las espaldas de algún pobre hombre con bajo kalothi, y utilizarlas para sujetar el cuchillo sobre los riñones.
Oelita encontró su morral aguas arriba, bajo sus ropas, que estaban pulcramente dobladas. Así que esperaban que viviese. Eso implicaba futuros terrores en una perversidad que se tornaría más complicada con cada prueba. Oelita, invadida por la furia y desafiando a los arbustos llenos de fantasmas, se vistió.
¿Debía huir del peligro o afrontarlo? Eligió la audacia, en parte porque sabía que según las reglas nunca se imponía una segunda prueba en el mismo día. Regresó donde estaba su jaula y la usó para encender un fuego sobre un promontorio rocoso, frente al océano. ¡Qué los Mnankrei viesen donde estaba! —¡Hola! —dijo una voz a su derecha.
Sonó como una llamada de un sacerdote de las tinieblas. Oelita se volvió hacia la voz, pero sólo vio una horda de espíritus ocultos dispuestos a atacar. Lentamente, su mano se posó sobre el cuchillo pero apenas si pudo flexionar los dedos sobre él. —¡Si te acercas más te mataré!
—¿Y por qué iba yo a causar tanto miedo? —preguntó la voz con cierto acento extranjero.
—¡Yo no te temo! —Sus brazos estaban temblando—. ¡Es sólo que estoy de muy mal talante!
—¿El barco que zarpó hace un rato te ha dejado atrás?
—¿Has visto un barco?
—Uno pequeño.
—¡Ellos no son amigos míos! ¿Y tú quién eres?
—Joesai, el orfebre. He estado recorriendo los yacimientos de oro.