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Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

Rito de Cortejo (16 page)

BOOK: Rito de Cortejo
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—Diré la verdad a Oelita... pero no para salvar la vida —dijo con rencor.

—Porque eres honorable, por supuesto. —Tonpa no pudo resistir la tentación de asestar el último latigazo, y con un gesto indicó a los guardias que se la llevasen.

Tonpa los siguió hasta la cubierta inferior, pero sus ojos atentos notaron la mirada de uno de los marineros ante el paso de la prisionera. Arap era un muchacho fornido, más robusto que Tonpa, y muy útil en las tempestades por su fiereza infatigable. Era joven, muy joven; apenas si tenía una pelusa en lugar de la barba, pero era muy apreciado por las mujeres y era capaz de convencer a una matrona que lo doblaba en edad de que había vuelto a ser joven.

—¡Qué desperdicio! —suspiró Arap abriendo las manos como para tocar las nalgas de Teenae.

—Nada debe desperdiciarse —respondió Tonpa para provocarlo—. Cada dedo de sus manos es buena carne.

—¡Amo de las Tormentas! ¿Cómo podría? Una joven bonita como ésta. Permítame disfrutar del aperitivo. Luego se comerá el filete.

—¡Ella te arrancaría los ojos!

—¡No a mí, señor!

—Sígueme —dijo Tonpa abruptamente.

Arap se puso lívido.

—Señor, si le he ofendido...

—No me has ofendido. —El sacerdote Mnankrei llevó a Arap, mancebo de los clanes inferiores, hasta su lujoso camarote. Una vez allí lo hizo sentar en la silla aterciopelada que había junto a su escritorio, divertido ante la incomodidad del muchacho. Los códigos del Clan no permitían que un marinero entrase en el camarote del Amo de las Tormentas, y Arap nunca antes había estado allí. No quería sentarse en la silla de terciopelo, pero obedecía órdenes. La habitación lo impresionaba.

—¿Quieres tener a esa muchacha en tus manos? —preguntó Tonpa.

Arap estaba sudando.

—Podríamos compartirla entre todos, señor. Tal vez pueda amansarla un poco para que no se resista demasiado. —El marinero estaba consternado. Era una trampa, y cualquier cosa que dijese sería su perdición. Comenzaba a abrigar una horrible sospecha—. Señor, usted no me pedirá que la descuartice, ¿verdad? De veras señor, no soy bueno para eso.

—Piensas en términos muy duros sobre mí, Arap.

—No señor.

—¡Sé exactamente lo que decís de mí bajo las cubiertas!

Mentalmente, Arap comenzó a prepararse para pasar por la quilla.

—Son sólo bromas, señor —dijo con impotencia.

—Te asigno para custodiar a esta joven. En la primera guardia sólo le sonreirás y le harás pequeños favores. Otros marineros le hablarán de recetas de cocina en una forma algo obscena. Cuando esté lo bastante aterrorizada, te mostrarás muy tierno con ella. Finge que te has enamorado hasta el punto de estar dispuesto a dar la vida por ella. Cuéntale bromas sobre mí; la que escuché sobre cómo hago para achicar el agua del barco me pareció bastante buena —agregó con ironía.

Arap estaba a punto de desmayarse.

—Dile que me consideras un monstruo. Háblale de nuestros planes, exactamente tal como te los han explicado a ti.

—Pero, señor...

—Entonces ayúdala a escapar.

—¿Entregaremos esas piernas al viento?

—No he dicho que no pudieras aceptar lo que quiera ofrecerte por gratitud. Pero no emplees la fuerza o te daré cincuenta latigazos. Moja tu remo con suavidad, suponiendo que lo mojes.

—Señor, he sido asignado al grupo que remará hasta la costa para incendiar los silos.

—Lo sé.

—¿Debo decirle eso?

—Fue lo que dije.

—¿Y puedo hacer lo que quiera con ella?

—Si eres astuto. Yo dudo que lo seas. En todo caso ella debe escapar.

La luz del día y luego la noche pasaron por la única portilla del lugar. Los olores de la comida inundaron el cubículo oscuro, pero Teenae apenas si pudo ver al marinero que le llevó su ración. Era el que había sido amable con ella cuando el cocinero y sus asistentes se burlaban con bromas de muy mal gusto. Ella no quería comer en ese momento, ¡pero si pudiese librarse de esas cadenas tan sólo unos minutos!

—Por favor, si me quitas estas cadenas, podré comer.

Él no quiso hacerlo, pero se sentó junto a ella y le dio de comer con sumo cuidado.

—No tengas miedo del viejo barbudo. Nunca hace mucho más que pasar a un hombre por la quilla. No tiene agallas para matar ni siquiera por no perderse una buena pitanza. Claro que los hombres se han estado quejando por la comida, y algunas veces tiene que darles el gusto para mantener la paz. Creo que lo peor que puede pasarte es que te conviertan en la puta del barco, y entonces tendrás suerte porque yo cuidaré de ti.

Ella retrocedió hasta donde se lo permitieron las cadenas.

—Por ti, hasta sería capaz de darme un baño. —Volvió a ofrecerle comida—. ¡No pongas esa cara! Nosotros no comemos nada mejor que esto. No te preocupes. Te dejará ir.

—¡Sin mi nariz! —gimió Teenae.

—Es una nariz muy bonita. Tal vez me deje guardarla como recuerdo.

Teenae le escupió las gachas, pero tal como él había esperado terminó por contagiarse de su risa.

—¿Qué te dijo ese malvado? —le preguntó el muchacho, que era más alto que ella—. Siempre anda por la cubierta repitiéndonos sus máximas, como si no tuviésemos bastante trabajo.

—Me dijo que los Kaiel son unos malditos mentirosos y que los Mnankrei son unos santos —rió ella.

Arap se volvió para mirar atrás en forma furtiva.

—Nosotros, los de los clanes inferiores, sabemos muy bien cómo son las cosas. Unos santos. Ya lo creo. Te pediré un favor, no por mí sino por la pobre gente de Congoja. Tú saldrás de este barco y podrás ponerlos sobre aviso. En la próxima medianoche desembarcaremos para incendiar el granero de la península. De ese modo luego podremos venderles el trigo. Para eso estamos aquí, para pasar por la quilla a los Stgal. El viejo barbudo no se atreve a matar a una criatura tierna como tú, pero es capaz de matar de hambre a mil personas sin derramar una sola lágrima.

Teenae comenzó a decir algo, pero él le cubrió la boca con la mano.

—¿Quieres que me conviertan en sopa? ¿Ahora por qué no me das un besito antes de que me vaya? —La rodeó con el brazo.

—No me toques.

—Una niña encadenada no debería decir esas cosas. —Arap la besó, y fue el beso de un muchacho que había estado demasiado tiempo lejos de casa, y que ansiaba mostrarse tierno con una mujer. La muerte no parecía tan cercana cuando alguien le besaba a una de ese modo.

—¿Cuándo subirá a bordo Oelita? —preguntó Teenae.

—Está todo arreglado para el amanecer.

—¿Y cuándo me cortarán la nariz?

—En cuanto se vaya la mujer.

—¿Por qué no me quitas las cadenas?

—Estás pensando en escapar —sonrió él.

—¡Estoy pensando en mi nariz!

—Si te suelto, me despellejarán vivo y me cubrirán de sal.

—Podrías escapar conmigo.

Un rayo de Luna Adusta se reflejó en la pared del calabozo. Sobre las piernas de Teenae, la luz fue tan tenue que tornaba invisible el diseño grabado, resaltando sólo la forma de sus muslos y pantorrillas. Él se sintió invadido por el deseo. Podía hacer lo que quisiese y no habría consecuencias desagradables. Lentamente, deslizó la mano por sus muslos en dirección a los grilletes. Sabía que no lo detendría mientras estuviese a punto de hacer lo que ella deseaba. Teenae permaneció en silencio. Las manos encendidas abrieron los grilletes de sus tobillos.

—No debería estar haciendo esto —dijo Arap con voz ronca.

—Las muñecas también —respondió ella.

—No —respondió él.

Arap la estrechó con toda la suavidad posible y acarició su cuerpo con mucha dulzura. Teenae no le transmitió señales de estímulo ni de resistencia. Él se sintió fastidiado con la situación. No era divertido tener tanto poder. Quería que ella lo desease. Lentamente se fue ganando su cuerpo mientras contenía la oleada de su propio deseo. Al fin, con un movimiento casi imperceptible, ella se apretó contra él. El marinero se sintió invadido por el triunfo. Aquello valdría la pena.

—Hueles raro —dijo ella con ironía.

Avergonzado, Arap recordó que no se había bañado y se apartó.

—No te vayas —dijo Teenae con alarma.

Pero él se marchó aterrado y se dirigió a otro sector de la nave donde podía lavarse con agua salada. Se frotó las partes importantes de su cuerpo hasta dejarlas rojas. Luego regresó con unas mantas viejas y la encontró luchando con las esposas. Estaba llorando.

—Has vuelto —dijo con irritación.

—Traje unas mantas para que estés más cómoda. —Extendió las mantas sobre la cubierta y la tendió dispuesto a poseerla, pero ella mantuvo las piernas cerradas.

—¡Cómo puedo abrazarte si no me quitas estas malditas esposas! —Había una nota de ira en su voz.

Él se apresuró a liberarla, y ella lo estrechó mientras se acomodaban mejor sobre las mantas. Arap la abrazó con fuerza, temiendo que quisiese escaparse demasiado pronto.

—Eres una mujer muy bonita. Estoy loco por ti. Nunca he tenido a una más bonita. —Siguió hablando para hacer que se sintiera amada, tal como les gustaba a las mujeres, y se tornó aún más elocuente al notar la pasividad con que ella recibía sus embates. Durante un rato se dejó devorar por su propio placer, pero cuando llegó el desahogo y se encontró con aquella mujer sudorosa que parecía tener la mente en otra parte, la miró con afectuosa preocupación.

—¿En qué estás pensando, cariño?

—En mi nariz —dijo ella con suavidad.

Teenae escuchó con sumo cuidado mientras él le indicaba cómo escapar. Debía esperar hasta que finalizase su guardia. Entonces contaría el recorrido del centinela siguiente. Cuando hubiese pasado por cuarta vez contaría hasta cincuenta, se quitaría las cadenas y tiraría de la portilla que él dejaría abierta. Entonces saltaría al agua y nadaría hasta la costa.

El momento llegó. Teenae contó hasta cincuenta siguiendo los latidos de su corazón, y se dirigió a la pequeña abertura en la pared. Después de deslizarse al exterior, permaneció unos momentos colgada contra el barco para luego dejarse caer en la bahía iluminada por la luna. Nunca antes había nadado donde no podía hacer pie, pero no tenía importancia. Estaba dispuesta a volar si era necesario.

El agua salada se cerró sobre su cabeza y cuando estuvo de nuevo en la superficie oyó gritos en la cubierta superior. La habían visto. Por un instante supo lo que debían de haber sentido sus esposos en la guardería, afrontando las pruebas mortales. Terror y esperanza. Entonces su mente o'Tghalie tomó el mando. Para esto la habían engendrado. Se trataba de un problema. Sin siquiera saber cómo lo hacía, su cuerpo comenzó a nadar con un ímpetu que la impulsó por el agua con un mínimo desgaste de energía.

Capítulo 17

El carnívoro nota-aemini nunca atacará a uno de su propia especie, por lo que el inocente y delicioso escarabajo conocido como falso nota-aemini se ha disfrazado para parecerse a su enemigo. No obstante, la vida es demasiado inquieta para permitir que una solución perdure demasiado tiempo. El narkie, una presa mucho más pequeña del nota-aemini, ha creado una subespecie que vive en simbiosis con el falso nota-aemini... pero para sobrevivir en este nuevo hábitat, donde no existe ninguno de los alimentos naturales del narkie, éste ha desarrollado una afición por el cerebro de su anfitrión.

Rial el Vagabundo, tal como fue dictado a su hija Oelita

Gaet condujo el quinto modelo del delicado skrei rodante por Kaiel-hontokae, atrayendo las miradas y a un grupo de niños que lo siguieron riendo por las calles. El triciclo tenía suspensión independiente para las dos ruedas delanteras, y nueve velocidades en una compacta caja de cambios. Su rueda trasera era más grande que las de los modelos anteriores. La carrocería había sido ampliada y ahora era capaz de transportar carga.

Algunas veces Gaet tenía que levantarlo para sortear los obstáculos, pero el vehículo era apropiado para los caminos de montaña cuyo mantenimiento corría a cargo de los Ivieth. No era el último modelo. Los mejores artífices del clan og'Sieth ya trabajaban en un biciclo sin carrocería ni suspensión, que era capaz de transportar a una persona con rapidez y, evidentemente, mantenía un equilibrio vertical por la acción giroscópica.

Los progresos se habían demorado debido a un problema originado por los nuevos engranajes ligeros, que en teoría debían funcionar bien pero en la práctica tendían a atascarse e incluso se rompían.

El paseo por la ciudad le recordó la excursión que realizara cuando niño, sobre los fornidos hombros de los Ivieth, pero la diferencia radicaba en que en los tramos rectos lograba alcanzar una velocidad pasmosa que no podía compararse con la carrera de un hombre. Benjie le había pedido que pusiese a prueba el vehículo en terrenos difíciles, ya que necesitaban reunir toda la información posible sobre los problemas antes de iniciar la producción. No sería nada práctico fabricar cincuenta de ellos y tener que cambiarles el mismo accesorio cada semana.

Los edificios desfilaban a su lado y los niños se iban quedando atrás a medida que avanzaba por las calles de la ciudad. Mientras rebotaba sobre los adoquines, Gaet iba pensando que si aquellos vehículos se tornaban muy populares, los hombres dispondrían de más tiempo para estar junto a sus esposas.

¡Ah, las esposas! ¡Eso era lo que motivaba su prisa! Estaba ansioso por volver a ver a Noé. Con Teenae tan lejos, Kathein prohibida y tanto trabajo, Hoemei y él habían quedado reducidos casi al celibato.

Gaet dejó su skrei rodante junto a los muros del Gran Claustro de Kaiel-hontokae. En una ciudad donde hasta los ladronzuelos eran comidos y desollados, los robos no constituían una gran preocupación entre los pobladores. El Gran Claustro era un formidable edificio de piedra que se curvaba en torno a la falda de una pequeña colina. Era un lugar sagrado para los Kaiel, y allí se encontraban las raíces de su tecnología. Sólo un legítimo Kaiel tenía derecho a entrar allí. Después de arrodillarse en el sagrario y de ofrecer una plegaria al Dios de los Cielos, Gaet se dirigió directamente a la celda de Noé. En el aire flotaba un ligero aroma a disolvente. En el trayecto pasó junto a un antiguo vitral y a varias hileras de columnas de piedra. Tuvo que subir una escalera y atravesar un ala del edificio para llegar a la tercera ala.

Gaet entró en la habitación de Noé de puntillas. El lugar estaba completamente equipado, porque ella, al igual que muchos getaneses, mantenía varios lugares de residencia. Noé estaba dormida sobre unos grandes cojines azules y amarillos. Gaet pensó en la posibilidad de no despertarla. Tal vez sólo disfrutaría mirándola unos momentos y luego se marcharía. Hoemei le había mencionado que ella últimamente dormía muy poco.

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