Réquiem por Brown (12 page)

Read Réquiem por Brown Online

Authors: James Ellroy

BOOK: Réquiem por Brown
13.45Mb size Format: txt, pdf, ePub

Los «chatarreros» habían hecho un buen trabajo. No quedaba ningún objeto personal perteneciente a Ornar González. No quedaban papeles, diarios ni nada escrito, sólo los detritus de la vida de un joven. Seguí buscando entre los desperfectos, esta vez con la luz encendida. Buscaba manchas de sangre. No había. Metí la pistola en la funda y fui al servicio a por una toalla grande con la que borrar mis huellas de todas las superficies que había tocado.

El sol y el aire caliente eran agobiantes cuando salí a la calle. Estaba preocupado. Por vez primera desde que empecé con el caso, no sabía qué hacer.

Preocupado aún, fui hasta el banco y saqué 2.000 dólares en billetes de veinte para gastos operativos; luego volví a casa y me pasé toda la tarde escuchando a Bruckner. Antes de irme a la cama saqué mi traje azul claro, mi camisa amarilla y mi corbata azul marino estampada. Quería estar elefante para mi encuentro con Jane Baker.

A las siete cuarenta y cinco ya estaba aparcado enfrente de la casa de Kupferman. A las ocho y media, Jane Baker salió por la puerta principal con su violoncelo, se metió en el coche y se puso en marcha hacia Elevado. Yo la seguí, pisándole los talones. Me condujo hasta el gran parque que hay enfrente del hotel Beverly Hills, donde dejó el coche, arrastró el violoncelo hasta un banco y lo colocó sobre el soporte. Yo aparqué más abajo. Al acercarme, ella estaba colocando la partitura en el atril, a lo que siguió el tema del primer movimiento del Concierto de Dvorak. Entré en la vida de Jane Baker:

—En ese concierto sí que dio en el clavo Dvorak —dije—. Lo demás no le llega ni a los talones. ¿Lleva mucho tiempo tocando?

Jane Baker me echó una mirada larga y pausada, ligeramente teñida de resentimiento. —Llevo diez años tocando —dijo. Me senté en un banco enfrente y ella siguió tocando. No estaba seguro si debía continuar hablando de trivialidades o lanzar la bomba directamente. Pero decidió ella por mí:

—Tiene razón con lo de Dvorak —dijo ella—. El concierto para violoncelo es su obra maestra. Ojalá yo pudiera estar a su altura.

—Ya llegará algún día.

—Es posible. Nunca se sabe.

—¿La distraigo?

—No, por ahora no. ¿Es usted músico? Es que no lo parece.

—No. Pero lo que más me gusta en el mundo es la buena música. Me parece que es lo que más se acerca a la verdad.

Jane Baker medía mis palabras con un agudo brillo en los ojos.

—Estoy más o menos de acuerdo —dijo—, pero me parece que ahora sí que me está distrayendo. Parece como si se hubiera preparado todo esto de antemano. No tengo miedo de usted, pero está tratando de manipularme, y no me gusta que me manipulen a través de mi música.

—¿ Quiere que corte el rollo y vaya al grano?

—Por favor. Le doy cinco minutos; luego tengo que practicar.

—De acuerdo. Me llamo Brown. Soy detective privado. Su nombre es Jane Baker, violoncelista y amiga de Sol Kupferman, que se dedica a la peletería. Esta semana se me contrató para observarles a usted y a Kupferman. Lo hice y no descubrí nada malo ni ningún delito. De ustedes dos, quiero decir. Pero en el curso de mis investigaciones, he recopilado una gran cantidad de pruebas que indican que su hermano Frederick, apodado Fat Dog, es un pirómano neurótico y está decidido a separarla de Sol Kupferman, aunque para ello tenga que matarle. Estoy seguro de que a usted no quiere hacerle daño. Usted es su obsesivo objeto amoroso, pero ayer quemó el almacén de Kupferman de arriba abajo. Puede que mañana le dé por prenderle fuego a la casa de Kupferman, y pueden acabar reducidos a un montón de guacamole frito en el proceso. Y yo no quiero que esto ocurra. Quiero encontrar a su hermano y hacerlo encerrar antes de que haga más daño. Usted puede ayudarme convenciendo a Kupferman para que hable conmigo, y contándome todo lo que sepa sobre su hermano.

Durante el transcurso del monólogo, Jane Baker se había ido poniendo blanca. Puso el instrumento y el arco sobre el banco y se frotó las manos. Se le notaba el pulso en una vena de la frente. Miré al suelo para que le costara menos recuperar la compostura. Cuando levanté la vista, me percaté de que me miraba fijamente.

—Freddy —dijo con voz temblorosa—. Dios mío. Yo siempre he sabido que estaba enfermo. Pero esto… ¡Ay, señor! ¿Puede demostrar lo que me acaba de decir?

—No.

—¿Pero está seguro?

—Absolutamente.

—¿Cómo consiguió averiguar todo eso?

—No se lo puedo decir.

—Me ha dicho que alguien le contrató para investigar sobre Sol y sobre mí. ¿Quién es?

—Eso tampoco se lo puedo decir. Lo siento.

—¿Por qué no? ¡Hace toda clase de acusaciones contra mi hermano, dice que mi mejor amigo y yo estamos en peligro, y no me explica qué pasa!

Resistí el impulso de acercarme al banco y abrazarla.

—¿Cree lo que le he dicho?

—Sí. En cierto modo, sí.

—Vale. ¿Entonces va a ayudarme?

Ella vaciló un instante.

—Creo que sí. ¿Cómo?

—Hábleme de su hermano.

—¿Qué quiere que le cuente?

—Hace un momento dijo que siempre había sabido que estaba enfermo. Podría empezar por eso.

Jane Baker estuvo callada durante un largo rato. Cuando finalmente habló, lo hizo con voz pausada.

—Freddy y yo éramos huérfanos. Nuestros padres murieron cuando éramos aún niños, en un accidente de coche. Yo tenía cuatro años, o sea que Freddy debía tener doce. No teníamos parientes para que nos recogieran, así que fuimos pasando por varios orfanatos, siempre juntos. Yo era demasiado pequeña para acordarme de mis padres, pero Freddy sí los recordaba, y decía que habían sido asesinados por una especie de monstruo. Tenía unas pesadillas terribles sobre el monstruo. Solíamos compartir la habitación en la mayoría de los orfanatos, y Freddy siempre se despertaba chillando por culpa del monstruo. Una vez le pregunté cómo era y él me enseñó un pulpo gigante de un cómic de terror. Otra vez me enseñó la fotografía de un lobo y me dijo que era así.

»Siempre fue un niño temeroso y odioso. Vivimos juntos durante seis años, hasta que Freddy cumplió los dieciocho. Varias veces lo vi torturar animales y eso me asustó, pero trataba de quitármelo de la cabeza. Quemar hormigas con lupa y cosas de ésas. Era un chico muy hosco y muy gordo, con el cutis grasiento y mucho acné. Ninguno de los padres adoptivos que tuvimos se atrevían a acercarse a él. Su fealdad y su malicia eran capaces de espantar a los más cariñosos. Como la organización de adopciones quería mantenernos juntos, yo tenía que ir donde iba Freddy. Cuando cumplió los dieciocho, se fue a vivir solo. Se puso peor. Solía venir a visitarme para contarme cosas horrendas sobre los perros y los gatos que mataba. Una vez me dijo que había tirado a la basura un montón de gatitos. Y era verdad; me lo contó luego alguien que lo había visto.

»A los quince años más o menos, pasé un período muy salvaje y acabé en un orfanato católico. Cuando crecí, Freddy empezó a actuar de una forma muy extraña sexualmente, preguntándome toda clase de cosas íntimas. Entonces trabajaba en Hillcrest como caddie y me daba la lata continuamente para que fuera allí, diciéndome lo bonito que era eso. Así que lo hice, y tenía razón. Era muy bonito, especialmente después de pasar por St. Vibiana's. Así que empecé a ir a menudo por allí. Me solía esconder con un libro entre los árboles mientras la gente jugaba al golf y daba paseos por el campo al atardecer. Yo era una especie de niña loca, solitaria y allí me sentía a gusto. Odiaba tener que volver al orfanato. Me encantaba el campo de golf y los sueños que tenía allí.

»Así que me escapé. Freddy me buscó una habitación sórdida en Culver City y pasaba todo el tiempo libre en Hillcrest, trabajando en la cabaña de los caddies y paseando. Allí fue donde conocí a Sol, que es la persona más cariñosa, decente y compasiva que he conocido jamás. Es un altruista genuino. Se interesó por mí. Yo hacía poco que había comenzado a interesarme por la música (solía llevarme una radio portátil al campo para escuchar conciertos por la noche). Le conté a Sol que era huérfana, que vivía en una habitación cutre y que me ganaba un dinerito cocinando y limpiando la cabaña de los caddies. Le dije que lo que yo más quería en el mundo era aprender a tocar el violoncelo. Recuerdo la tajante respuesta que me dio: "así sea". Entonces me fui a vivir con Sol. Tenía una casa muy grande y carecía de familia. Yo tenía una habitación propia, un tutor que me ayudaba en mi educación y las mejores clases de violoncelo que había. Eso fue hace once años. Aún estoy allí. Sol nunca me ha pedido nada, aparte de que busque la belleza. Este violoncelo es un Stradivarius de un valor prácticamente incalculable. Me lo compró Sol. No estoy a la altura del instrumento, aunque Sol piensa que algún día lo estaré. Eso es un ejemplo de lo que me quiere y me respeta.

»Pero Freddy ha odiado a Sol desde el principio, lo que contribuyó a aumentar la enfermedad que ya tenía. Cuando yo vivía en la habitación esa de Culver City, solía aparecer por ahí y mostrarse desnudo delante de mí. Con el pene erecto. Era nauseabundo. Estaba sexualmente obsesionado conmigo, y creo que sigue estándolo. Me escribe cartas diciéndome que yo soy su familia, que tenemos que irnos juntos a México a criar galgos y que Sol es un agente comunista israelí. Yo solía leer las cartas con la esperanza de que hubiera cambiado; pero no ha sido así, no hay más que odio y suciedad. Hace cuatro o cinco años que no veo a mi hermano. No quiero saber nada de él; ni ahora ni nunca. Y ahora viene y me dice que es un pirómano y que quiere matar a Sol. ¡Ay, Dios mío!

Me senté en el banco de Jane y le puse la mano en el hombro. Ella no se resistió, se limitó a mirar fijamente al suelo, con los músculos en tensión, tratando de evitar el llanto.

—Mira —le dije con suavidad—, te comprendo. Tienes toda una vida por delante, y de repente aparece este loco estrafalario. Ya sé que soy un desconocido, pero soy de fiar, en serio. Puedes comprobarlo. He sido policía durante seis años. Me he visto metido en esto en contra de mi voluntad, pero ahora que estoy en ello, voy a seguirlo hasta el final. Pero para eso me hace falta tu ayuda. ¿Quieres ayudarme?

Le quité la mano del hombro.

Jane me miró y sonrió, luego buscó el paquete de cigarrillos y las cerillas en el bolso y encendió uno. Aspiró profundamente, y todo su cuerpo pareció decir que sí al expulsar el aire.

—Me parece que esa sonrisa es afirmativa —dije—. ¿Verdad?

—Sí —contestó.

—Muy bien.

—¡Joder, es que esto 's una locura! Mire, ya sé que me lo ha dicho, pero es que no me acuerdo de su nombre.

—Fritz Brown.

—Mire, señor Brown.

—Llámame Fritz.

—Vale. Mira, Fritz, hace unos cinco años que no veo a mi hermano. Por lo visto, el odio que ha estado conteniendo durante todos estos años ha llegado al límite. Por qué ahora, no lo sé (no se puede esperar de un loco que actúe racionalmente). La policía estuvo en casa anoche hablando con Sol. Le dijeron que el incendio había sido intencionado. Le preguntaron si tenía enemigos dentro de su profesión o por otras causas. Sol dijo que no tenía conocimiento de ninguno. Sol me dijo que la policía siempre sospecha del propio dueño del establecimiento cuando hay un incendio. Lo típico: quemar el sitio para recibir una indemnización; que es absurdo en el caso de Sol porque el negocio iba sobre ruedas. Pero si necesitas ayuda para este caso y tienes pruebas contra Freddy, ¿por qué no vas a la policía y se lo cuentas? Déjalos a ellos que lo arreglen.

—No funcionaría. Todas las pruebas que tengo se refieren a un caso que fue resuelto incorrectamente hace más de diez años. No aceptarían mis pruebas porque dejaría mal paradas a varias comisarías de policía. Yo conozco la mentalidad de la policía. Si insistiera en convencerles, podría poner en peligro mi licencia, y eso no me lo puedo permitir. La única manera de acabar con esto es encontrar a tu hermano, detenerle y asegurarme de que confiesa.

—Te creo. Yo también detesto la burocracia, y con razón.

Jane reflexionó.

—Dices que has hecho averiguaciones sobre Sol. Entonces supongo que sabes que hace mucho tiempo estuvo metido en el mundo del crimen. Menuda chorrada. El me lo contó. El jamás hizo daño a nadie, pero la policía y el fiscal de distrito lo persiguieron y lo llevaron ante el Tribunal Supremo sin razón. Sólo para molestar. Casi lo echan de Hillcrest por culpa de eso. Entonces, ¿cómo puedo serte útil?

—Primero, contestando a unas preguntas. ¿Ha ocurrido algo extraño en tu casa últimamente? ¿Alguna llamada telefónica extraña? ¿Alguien que llamase y colgara al contestar? ¿Algún merodeador?

—No, nada de eso, pero sí que han ocurrido cosas extrañas en el barrio, aunque no lo relacioné con Freddy. Hace un mes aproximadamente hubo una epidemia de animales envenenados. Alguien se dedicaba a tirar hamburguesas envenenadas en los jardines. Cuatro o cinco perros y gatos se las comieron y murieron. El perro de nuestro jardinero las comió y se puso muy enfermo, pero sobrevivió. Llamamos a la policía, pero no sacaron nada en limpio. ¿Tú crees que pudo haber sido Freddy?

—Es posible. ¿Tu hermano mencionó alguna vez en qué lugar de México quería instalarse?

—Sí. En un sitio cerca de Tijuana o Ensenada. En Baja California. No en México propiamente dicho.

—¿Mencionó alguna vez a un hombre rico y poderoso con el que iba a aliarse? ¿O para el que pensaba trabajar?

—Sí. En las cartas siempre hablaba de un hombre rico que compartía su antisemitismo. Iban a hacerse socios. Yo pensé que eran invenciones suyas.

—¿Has guardado alguna carta?

—Puede que encuentre alguna en la papelera, si no la han vaciado.

—¿Me harías ese favor?

Jane tiró el cigarrillo al suelo.

—Sí —contestó.

—Bien. Oye, tengo que ver a Kupferman lo antes posible, ¿tú podrías concertarme la entrevista?

Jane negó con vehemencia con la cabeza.

—Eso es imposible, absolutamente imposible. No puedo tenerlo preocupado con lo que me acabas de contar; al menos, no por ahora. La pérdida del almacén le tiene terriblemente preocupado. No es nada joven, y ya ha sufrido un ataque al corazón. Temo que todo esto no haría más que…

—Yo lo digo por su seguridad. Sólo quiero ver si puede ayudarme a atar algunos cabos sueltos.

—Lo siento, no puedo permitirlo. Por favor, déjalo por ahora. Sol ha contratado a un guardaespaldas para defenderle y vigilar la casa. Estoy segura de que estaremos los dos a salvo.

Other books

Verse of the Vampyre by Diana Killian
America's Prophet by Bruce Feiler
Ramage's Signal by Dudley Pope
The Houdini Effect by Bill Nagelkerke
Night's Child by Maureen Jennings
Young Squatters by London, Blair
The End of Always: A Novel by Randi Davenport