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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (34 page)

BOOK: Renacer
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Desde que Balthazar me había pedido que entrara en su sueño sabía que llegaría ese momento, pero eso no hacía que resultara más fácil de afrontar. A juzgar por el temor que se reflejaba en la mirada de él, Balthazar se sentía igual.

Fue hacia la puerta principal y la abrió. Entonces vi a Charity de pie, con un vestido largo y oscuro, un delantal blanco, y un pequeño gorrito blanco de algodón en la cabeza. Tenía un rostro más joven del que yo le recordaba: así había sido un par de años antes de morir, cuando aún era una niña. Ante ella había dos personas sentadas, los padres de Charity y Balthazar, vestidos con la misma sobriedad que sus hijos y con un gesto grave y tenso en el rostro.

Charity sonrió con una expresión demasiado adulta para aquel rostro aún redondeado por la infancia. Se quitó el gorro de la cabeza y dejó ver sus rizos rubios.

—No pienso cubrirme la cabeza por más tiempo. De hecho, no creo que vaya a cubrirme ninguna parte del cuerpo a menos que yo lo quiera.

—El diablo se ha apoderado de ti, hija —retumbó el padre. Su aspecto era una versión más vieja y corpulenta de Balthazar, pero también, de algún modo, más dura. Desagradable. No había amor en la forma en que reprendía a su hija, solo reprobación.

—¡Exacto! —Charity se echó a reír con fuerza, encantada de desobedecer a sus rígidos padres—. ¿Queréis ver lo que el diablo me hace hacer?

Dirigiéndome a Balthazar, le susurré:

—¿Siempre fue así?

—Yo creía que solo era rebeldía —dijo—. Pero, sí. Siempre andaba buscando brega, desde el principio.

En ese momento, Charity nos vio. Al instante su expresión mudó del triunfo jubiloso a la confusión.

—¿Qué hacéis aquí? ¿Qué pinta ella aquí?

—Déjamela a mí —susurré. Después de lo que le había hecho a Lucas, me sentía capaz de partirla en dos.

—No —replicó Balthazar interponiéndose entre ambas—. Aquí puede hacerte daño. Pero para mí solo es un sueño. No tiene ningún poder sobre mí.

«Del mismo modo que ella ha atacado a Lucas, él la ataca a ella».

Balthazar saltó hacia delante, atacó a Charity y ambos cayeron al suelo. A pesar de las protestas de sus padres, ni Balthazar ni Charity les prestaron la menor atención; solo eran fantasmas del sueño. La lucha, en cambio, era real.

Ella le propinó un golpe salvaje, pero Balthazar logró doblarle un brazo contra la espalda y arrojarla hacia la chimenea. Cuando su rostro se encontraba a apenas unos centímetros de las llamas, empezó a chillar.

—¡Para! ¡Para! ¡Balthazar, me haces daño!

—Y eso no me gusta. —A él le temblaba la voz—. Sabes que no.

—¡No te bastó con matarme! —Charity se retorcía con violencia, intentando arañarle con la mano que tenía libre, pero no acababa de alcanzarlo. La escena, en sí espeluznante, parecía aún peor al ver la apariencia pequeña e indefensa de ella—. ¿Ahora pretendes torturarme?

—Quiero dejarte en paz. Igual que tú quieres dejarme en paz. Pero antes tienes que soltar a Lucas.

Charity se echó a reír a pesar de que sus rizos dorados empezaban a chamuscarse.

—Es mío. Todo mío. Tú la amabas más que a mí, y ella lo amaba más que a ti. Pero nunca lo tendrá como yo lo tengo.

—Vas a soltar a Lucas —repitió Balthazar—. De lo contrario… ¿Verdad que cada noche penetras en sus sueños y lo torturas? Pues yo penetraré en los tuyos y te haré lo mismo.

—¡No tienes ningún derecho! ¡No después de lo que me hiciste!

—Si pudiera retroceder en el tiempo y matarme a mí antes de convertirte a ti, lo haría. —Balthazar temblaba, tal vez a causa del esfuerzo de retener a Charity, que seguía debatiéndose cerca del fuego, o quizá por pura emoción—. Pero he dejado que la culpa me domine durante demasiado tiempo. Eres una amenaza, Charity. Cazas y matas, y yo debería haberte parado los pies hace mucho.

—¿Matándome? —La voz de Charity cambió. Destilaba auténtico dolor—. ¿Otra vez?

Balthazar no respondió.

—Vas a liberar a Lucas. Vas a dejar de invadir sus sueños para siempre. Si alguna vez rompes tu promesa, te juro que lo sabré y lo lamentarás.

Charity intentó arañarlo otra vez, pero sin tanta fuerza. Percibí el olor de su pelo chamuscado.

—Duele, Balthazar. Está caliente.

—Vas a soltar a Lucas. —Balthazar no se inmutó, pero tenía los ojos brillantes. A pesar de todo, quería proteger a su hermanita y, a su vez, estaba dispuesto a seguir adelante, por Lucas y por mí.

Al cabo de un largo instante, ella gimoteó de un modo casi inaudible:

—Vale.

—Júralo.

—¡Lo juro! ¡Y ahora para! ¡Para!

Balthazar retiró bruscamente a Charity del fuego y la llevó a empujones hasta el rincón más alejado. El hollín le había manchado el delantal y las mejillas, donde pude ver un rastro de lágrimas.

—Esto es por ella, ¿verdad? —Ella me señaló con la mano temblorosa. Su rostro era terriblemente infantil—. ¿Como no puedes salvarme a mí escoges a otra chica a la que salvar?

—Yo no puedo salvarte —repitió él, exhausto—, pero te quiero, Charity.

Ella le arrojó el cepillo de la chimenea y masculló un insulto. Seguramente aquella era la versión de Charity de «yo también te quiero».

Mientras su hermana sollozaba junto a la chimenea, Balthazar se puso de pie y salió pasando ante las siluetas ahora mudas e inmóviles de sus padres. Yo lo seguí sin decir nada. Se detuvo frente al perro unos segundos y observó cómo dormía.

Cuando me atreví a hablar de nuevo, dije:

—No tenías por qué hacer todo esto.

—Sí, sí que tenía. —Balthazar se arrebujó en su capa ribeteada de piel—. De lo contrario, Charity no se habría detenido.

—¿Mantendrá su palabra?

—Sí. Curiosamente, cuando hace una promesa, la cumple.

Nos alejamos de la casa y penetramos en el bosque. El aire era fresco y puro, entonces no había contaminación, ni motores, ni humos tóxicos.

—Sé que ha sido muy duro para ti —dije—. Romper de este modo vuestro vínculo. Hacerle daño a ella.

Balthazar se estremeció antes de responder:

—He hecho lo que tenía que hacer. Tal vez ahora Lucas encuentre algo de paz.

—¿Tú crees?

—Tal vez —repitió. Me di cuenta de que Balthazar había visto en Lucas la misma desesperación que yo.

Luego levantó la cabeza y, al mirar a lo lejos, asomó una pequeña sonrisa en su cara. Seguí su mirada hacia otra granja en la lejanía.

—¿Qué es eso?

—Allí vivía Jane.

Era la primera vez que reconocía con franqueza su antiguo amor perdido. Nunca supe qué había ido mal entre ellos, pero me constaba que su pasión por ella había perdurado a lo largo de los cuatrocientos años que habían transcurrido desde entonces.

Me atreví a preguntar:

—¿Quieres ir a verla? Si quieres, me marcho.

—Solo sería un sueño. —Balthazar me miró con tristeza—. Estoy harto de sueños.

Nos cogimos de las manos, la más breve de las caricias. Luego me concentré en elevarme y salir hacia el despertar.

Cuando volví a aparecer en el dormitorio, Balthazar seguía dormido. Pero entonces ya no soñaba: solo descansaba. Acaricié sus rizos oscuros en señal de gratitud.

Al día siguiente, un silencio frío se cernió sobre el internado. La primera helada seria del invierno había cubierto de plata los árboles y el suelo. Sin embargo, tras lo ocurrido la noche anterior, aquello no parecía tanto un fenómeno normal de la naturaleza como la constatación de que los espectros reclamaban todo el mundo para ellos. Los alumnos vampiro, la mayoría de ellos aterrados por los espectros, permanecían encerrados en sus habitaciones; incluso los alumnos humanos, por lo común más tranquilos ante esa clase de fenómenos, pues provenían de lugares encantados, parecían más inquietos desde que se habían producido las posesiones. Unos pocos ya se habían marchado. Seguramente no tendríamos que esforzarnos mucho para hacer que el resto de los humanos los imitaran. Mientras vagaba de un lado a otro del internado, libre al fin para desplazarme sin temor, prácticamente no vi a nadie en los pasillos, ni oí voces ni risas. «Helado —me dije—. Es como si todo se hubiese quedado helado».

La señora Bethany se quedó en la cochera. Una o dos veces vislumbré su silueta recortada contra las ventanas. Aunque dudaba mucho de que temiera a los espectros o a cualquier otra cosa, me dio la impresión de que había decidido atrincherarse en una estructura completamente blindada ante una invasión espectral.

¿Había descubierto ya que sus trampas habían desaparecido? Si era así, no lo demostraba. Entretanto, su ausencia del edificio del internado nos permitió reunimos sin la preocupación de ser observados.

Nos encontramos todos en el apartamento de mis padres. Vic estaba arrellanado en el sofá, con un ligero vello en la zona de las mejillas, allí donde no se había afeitado bien. A su lado, Ranulf y Patrice tomaban una taza del café que había preparado mi madre. Lucas se sentó en la silla colocada en el extremo más alejado de la habitación, como si temiera que mis padres fueran a echarlo en cualquier momento; sin embargo, mamá también le ofreció café. Yo me quedé junto a él y Maxie se atrevió a materializarse justo en la entrada, donde todo el mundo podía verla.

—El próximo fin de semana tendremos nuestra mejor oportunidad —dijo mamá mientras dejaba la cafetera encima de la mesa—. A veces la señora Bethany aprovecha las excursiones a Riverton para ausentarse del internado durante unos días. La podemos animar a que lo haga.

A Vic se le iluminó la cara.

—Eso es. Además, con el resto de los humanos en la ciudad por la excursión de los viernes, habrá menos posibilidades de que nos descubran, ¿verdad? ¡Oh, vaya! Acabo de decir «humanos» en lugar de «personas».

—En realidad, no es así —intervino papá—. Los alumnos vampiro celebran las mejores fiestas del año cuando los humanos no están. Lo cual es una auténtica pesadilla para quienes los vigilan y, a lo que íbamos, eso nos complica las cosas. De todos modos, si aguardamos a la noche siguiente, esto es, al sábado, dentro de una semana, la señora Bethany no habrá regresado todavía y nosotros tendremos libertad de acción.

Lucas y yo nos miramos. Él dijo:

—De hecho, en Riverton vamos a hablar con unas viejas amigas nuestras de la Cruz Negra.

—La Cruz Negra —musitó mi madre como si de un insulto se tratase.

—Es Raquel, mamá —le expliqué—. Y Dana. Las que nos ayudaron a huir cuando el año pasado estuvimos a punto de ser atrapados. Son amigas nuestras, son guerreras y tienen cierta experiencia en la captura de espectros. Deberíamos dejar que participaran. Podrían ser de ayuda, tanto con los espectros como para que tú, papá y Lucas podáis huir luego.

Aunque era evidente que mamá y papá no sabían qué pensar, al fin asintieron. Entones me volví hacia Maxie.

—Vale, cuando los espectros se liberen, se van a… descontrolar.

—Eso es —dijo Maxie—. Estamos hablando de fuegos artificiales, como si fuese el Cuatro de Julio. Energía y luz y escarcha por todas partes. Bianca tendrá que guiarlos allí a donde deben ir, ya sea de vuelta a sus hogares o a la dimensión siguiente. En todo caso, lejos de aquí, que es lo importante. Yo ayudaré en lo que pueda.

—Fabuloso —dijo Vic. Él y Maxie intercambiaron una mirada rápida antes de que ella inclinara la cabeza y ocultara una sonrisa.

Patrice asintió.

—Entonces, en cuanto las trampas estén vacías, las destruimos. Pero no va a resultar fácil, puesto que deben de ser un par de cientos de kilos de metal.

—Se necesitará un cataclismo —añadió Ranulf—. Yo me encargo de los explosivos.

—Eeeh, tranquilo, vaquero —le interrumpió Lucas—. Tampoco hace falta reducirlas a átomos. Lo único que hay que hacer es inutilizar las trampas. Seguro que la señora Bethany no tiene una reserva infinita de esas cosas.

—Nuestro mayor problema —dijo mi padre— es el elemento mágico que contienen. No sé mucho al respecto, y no creo que nadie de nosotros lo sepa, pero seguro que no será tan simple como aplastar chatarra. Quizá pueda idear una solución química que funcione pero los resultados serían… ¿Cómo lo has descrito, Maxie?

—Como fuegos artificiales —respondió ella.

—Pues yo no veo cuál es la diferencia entre lo que tú propones y utilizar los explosivos —replicó Ranulf.

Aquel comentario provocó un estallido de risas, y a continuación todos empezaron a discutir animadamente sobre el plan y nuestras posibilidades de éxito. Entonces me di cuenta de lo extraordinario que era que esa gente se hubiera reunido. Aunque el único elemento que tenían en común era yo, no estaban allí por mí, al menos no de forma exclusiva… o no fundamentalmente por mí. Estaban allí porque habían aprendido a superar sus antiguos prejuicios y miedos, y a ver a cada uno como quien era. La disposición de Maxie para involucrarse de nuevo en el mundo viviente; la aceptación de los espectros y de los humanos como iguales y aliados por parte de los vampiros; Lucas aprovechando lo bueno de su entrenamiento en la Cruz Negra y rehusando lo malo; la habilidad de Vic para desenvolverse en el mundo sobrenatural con la misma facilidad que en el natural… Todo aquello era lo que ahora nos unía.

Por un instante, nuestro plan pareció sencillo. Si habíamos logrado unirnos de ese modo, sin duda podríamos hacer cualquier cosa que nos propusiéramos.

Capítulo veinte

—¿C
ómo una ciudad del tamaño de Riverton puede mantener abierto un cine de películas antiguas como este? —dijo Lucas al ver las luces intermitentes rojas y doradas de la marquesina del cine.

—Es una ciudad pequeña, pero con muy buen gusto —le susurré al oído.

A nuestras espaldas, en la plaza, del autobús de la Academia Medianoche descendían los últimos alumnos que habían ido a Riverton, menos que antes por el miedo a la «violencia de las bandas de delincuentes». En la ciudad no había gran cosa: una pizzería, una cafetería, un par de tiendas de segunda mano y aquel fabuloso cine. Esa semana estaba en cartel
Tú y yo
, mi película favorita de Cary Grant. Aquello me hizo desear que hubiésemos ido hasta allí para verla.

Lucas tenía las manos hundidas en los bolsillos de sus vaqueros. En uno llevaba mi broche, aunque no creo que estuviera cerciorándose de que lo llevaba. En realidad, más bien parecía que intentara mantener la calma.

—Estás nervioso —murmuré—. Dana tenía razón al decir que la Cruz Negra no volvería aquí, ¿verdad?

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