Renacer (15 page)

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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Renacer
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Se detuvo, pero no me miró. El sudor le bañaba la piel, pegándole la camiseta al cuerpo, y su cara brillaba a la luz de la luna. Tenía la vista clavada en el árbol, como si lo odiara.

—Quería matarla.

—Es tu madre —dije—. Te ha traicionado del modo más horrible… Es normal enfadarse por eso.

—No ha sido solo de ella. Quería matar a Dana y a Raquel, a pesar de que estaban intentando protegerme. Quería matar a Skye mientras la salvaba. Cuando pienso en ello, no me siento orgulloso, y no me siento fuerte. Solo me siento mal conmigo mismo por no haberlas matado a todas y haberme bebido su sangre cuando tenía la ocasión, y me odio a mí mismo por ello, y yo… ¡Maldita sea! ¡Maldita sea!

Volvió a golpear el árbol con tanta fuerza que supe que no tenía la intención de hacer daño a nadie más que a sí mismo.

—Por favor, no sigas con esto.

Lo así por los dos brazos y me acerqué a la cara su mano rota. Era un amasijo de huesos, tendones y sangre, como si hubiera sufrido un accidente de coche.

—Duele ver esto.

—Intento romperme la mano cada vez más para que no se cure —dijo—. Pero lo hace. Siento cómo unos huesos se van uniendo mientras me voy rompiendo otros. Recuperan la forma anterior. No puedo romperme. No puedo escapar de esto. No hay salida.

Tenía razón. Eso no se lo podía discutir. En lugar de ello, le eché los brazos al cuello y lo abracé con fuerza.

Al cabo de un momento, Lucas me devolvió el abrazo. Se estremeció, como si la locura lo abandonara.

Era temporal, yo lo sabía. Pero si esa era toda la ayuda que le podía prestar, entonces se la daría. Cerré los ojos y deseé que el amor pudiera vencer de verdad a la muerte.

Capítulo diez

D
espués de esa noche en Riverton, Lucas se volvió más callado.

Más duro. Aunque continuaba cuidándome e intentando encontrar cosas divertidas que pudiéramos hacer juntos, cada vez era más evidente para mí y, sin duda, para él, que estaba sumido en una lucha desesperada por conservar la cordura, y que yo solo podía ayudarle hasta cierto punto.

Y cada vez que se recuperaba, y conseguía pasar uno o dos días buenos seguidos, ocurría algo que le hacía desfallecer.

Al cabo de unos días, me deslicé en su clase de matemáticas, que yo acostumbraba evitar porque ya la había cursado el año anterior y con eso había tenido más que suficiente. Lucas, como siempre, se sentaba casi al final del aula, pero esta vez no había ninguna barrera invisible a su alrededor. Tenía un chico a cada lado, unos muchachos vampiros, delgados y pálidos, que le prestaban más atención a él que a la ecuación de la pizarra.

En cuanto me acerqué oí que Lucas susurraba:

—Déjalo ya, ¿vale, Samuel?

El vampiro más flaco, un nuevo alumno que al parecer se llamaba Samuel, repuso:

—Imposible ignorarlo. Lo sabes tan bien como yo. Tú también lo hueles.

El otro vampiro, riéndose entre dientes de un modo increíblemente repugnante, señaló con el índice a una chica que estaba sentada dos filas por delante de ellos, una chica rubia de pelo muy corto.

—Aspira esa fragancia —susurró Samuel—. No hay nada mejor que una chica en pleno período.

Jamás había caído en la cuenta de que los vampiros completos eran capaces de detectar con el olfato cuándo menstruaban las chicas. De pronto me sentí avergonzada por todos y cada uno de los meses de mis dos años en Medianoche; de haber tenido cuerpo, me habría sonrojado por completo.

Lucas también parecía incómodo, pero estaba claro que aquel no era el problema principal. Samuel y aquel detestable amigo suyo no intentaban incomodarlo: querían despertar su hambre.

Samuel se inclinó hacia el pasillo, de modo que su pupitre estuvo a punto de volcar y, con la boca pegada al oído de Lucas, continuó:

—¿Verdad que te convertiste el verano pasado, cazador? Seguro que todavía no has matado a nadie. Nunca has tomado sangre humana fresca, pero te gustaría, ¿verdad?

Lucas se agarró con las manos al borde de su pupitre; tenía los nudillos, ya cicatrizados, de color blanco. No apartaba la vista de los apuntes que acababa de tomar, pero era evidente que no estaba concentrado en aquellas páginas.

—Últimamente este lugar se ha convertido en un espeluznante bufé libre —dijo Samuel—. Hay tantos humanos… Tantas chicas… ¿No quieres beber algo, Lucas? ¿O es que la Cruz Negra te hizo demasiado recto para alimentarte por tu cuenta?

Pronunció las palabras «Cruz Negra» como si tuvieran un sabor amargo.

—Cierra esa maldita boca.

Samuel bajó el tono de voz, pero prosiguió:

—Vas a morirte de hambre. Cada vez vas a sentir más y más necesidad, hasta que te desgarre por dentro. Una chica guapa como esa, tal vez, te hará perder el control. Un día morderás, cazador. Un día matarás.

Lucas cerró los ojos con fuerza.

«Ya basta», me dije. Me apreté contra el suelo y, con frialdad y sin escatimar fuerzas, me deslicé debajo del pupitre de Samuel y los volqué a ambos.

Cayó al suelo, los libros y los papeles se desperdigaron por todas partes, y todo el mundo se echó a reír. El profesor Raju se cruzó de brazos.

—Señor Younger, aunque a usted se lo parezca, ecuación y equilibrio son palabras distintas.

Pese a que era un chiste malo, el resto de la clase se rió por lo bajo. Samuel parecía furioso, pero se acomodó otra vez sin decir nada. No se burlaría de nadie más por lo menos en un par de días.

Lucas no se unió a las risas. Era presa de la voracidad; me di cuenta de que tenía que emplear todo su poder de concentración y voluntad en no atacar a la chica que se sentaba dos filas más adelante.

Cuando la clase terminó, Lucas se levantó con tanta rapidez que la mesa arañó el suelo.

Samuel y su desagradable amigo se rieron.

—¿A qué vienen tantas prisas, Lucas? —preguntó Samuel—. ¿Tienes que cambiarte el tampón?

Un par de vampiros también se rieron, pero Skye, que se encontraba en la fila de delante, se volvió.

—¿Por qué no lo dejáis tranquilo de una vez?

—¿Y a ti qué te importa que no traguemos a este imbécil?

—Tengo delante de mí al mayor imbécil de la clase y no es Lucas.

Mientras Samuel y Skye discutían, Lucas recogió sus cosas y salió rápidamente de la clase. Lo seguí; tan solo mi habilidad para circular por encima de los grupos de estudiantes evitó que me dejara atrás. Lucas se abría paso de forma brusca, cada vez más rápido, ajeno a las miradas de enfado que le dirigían. Solo tenía una cosa en la cabeza: salir de allí.

Lucas abrió de un empujón las puertas de madera del vestíbulo principal. Las hojas de color dorado y rojizo que cubrían el césped crujieron bajo sus pies; pensé que echaría a correr otra vez. Se volvería a ocultar en el bosque, mataría el mayor número de animales que le fuera posible, y se golpearía de nuevo. «Otra vez no —pensé desesperada—. ¡Otra vez no!».

En ese instante, Balthazar pareció materializarse ante Lucas. Sin duda había recurrido a su gran velocidad de vampiro para poder alcanzarlo.

—¿Un mal día? —dijo.

—Apártate —gruñó Lucas.

—No. —Balthazar tomó a Lucas por el brazo y lo obligó a regresar al edificio—. Tú te vienes conmigo.

—¿Qué estás haciendo? —susurré furiosa al oído de Balthazar.

—Impedir que se destroce a sí mismo.

Aunque eso era precisamente lo que yo quería, aquello no haría más que empeorar las cosas.

—Tiene que salir de aquí. Alejarse de los humanos. ¿No te das cuenta?

Balthazar sonreía forzadamente mientras recorríamos los pasillos. La situación resultaba rara —prácticamente arrastraba a Lucas, que parecía totalmente fuera de sí—, pero a Balthazar no parecía importarle empeorar aún más las cosas hablándome en voz alta.

—Sé que ya no confías en mí, pero vas a tener que aguantarte.

Su destino resultó ser el gimnasio de esgrima. No había clases a esa hora: estaba totalmente vacío, y todo el material cuidadosamente recogido. Excepto por algunas colchonetas que había en el suelo, la sala parecía desnuda.

—Muy bien —dije en cuanto la puerta se cerró detrás de nosotros y me permití adoptar una forma visible—. Ya no estamos entre la gente. ¿Te basta esto?

—Me basta —dijo Lucas. Parecía querer vomitar—. Dejadme solo, ¿vale? Puedo… Solo dejadme solo.

—Imposible —dijo Balthazar justo antes de propinarle un puñetazo en la cara.

Di un grito ahogado. Lucas se echó atrás dando un traspié y se llevó la mano a la mandíbula. La mirada se le ensombreció, y me di cuenta de que estaba a punto de perder todo autocontrol.

—Tienes que sacarlo —dijo Balthazar. Se quitó el jersey y se quedó de pie, en camiseta—. Así que vamos.

—No pienso luchar. —A Lucas le temblaba la voz.

Balthazar sonrió.

—En tal caso, me temo que voy a sacarte la mierda a golpes.

Arremetió de nuevo contra Lucas, pero esta vez el instinto de lucha de este se impuso. Detuvo el golpe y empujó a Balthazar media sala. En un instante, Balthazar regresó y hundió su puño en el vientre de Lucas. Este reaccionó con más fuerza, e hizo que la cabeza de Balthazar se doblara hacia atrás con un chasquido.

—¡Vamos, chicos, parad! —grité.

Pero Balthazar no me hizo caso y Lucas era incapaz de oír nada. Eran dos vampiros, dos monstruos, pelándose por la dominación, y no había nada más importante en el mundo.

Puños. Sangre. Sudor. Embestían como animales. Asustada, intenté pensar cuál era el mejor modo de parar aquello; me dije que era el momento adecuado para cubrir de hielo la sala. Pero en cuanto empecé, me di cuenta de lo que ocurría.

La locura ya no imperaba en la mirada de Lucas. En su lugar, tenía la mirada fija, enfocada, como si estuviera de nuevo en una misión de la Cruz Negra. Dirigía bien todos los puñetazos; cada movimiento respondía a una estrategia. Luchar de ese modo, contra un oponente que era tan fuerte como él, le proporcionaba la válvula de escape adecuada para toda aquella energía desesperada que se agolpaba en su interior.

Yo no sabía qué podía obtener Balthazar con aquello, pero incluso cuando Lucas le propinó una patada en la mandíbula y lo arrojó al suelo, él no dejó de sonreír como un loco.

Balthazar se echó a reír desde el suelo, se llevó dos dedos a la boca y luego se los apartó para contemplar la sangre.

—Solo un maldito miembro de la Cruz Negra se rebajaría a darle una patada en la boca a alguien.

—Solo un cadáver medio podrido me lo permitiría.

Lucas pestañeó, como si no se creyera que acababa de hacer un chiste. Al parecer, el combate había terminado.

Todo se quedó en silencio por unos segundos, hasta que dije:

—Lucas, ¿ya estás bien?

—Sí. —Reflexionó un momento, y devolviendo su atención a Balthazar añadió—: Sí. Gracias, tío.

Balthazar respondió:

—Si alguna vez te vuelves a sentir tan agitado como ahora y necesitas una válvula de escape, búscame. Podemos practicar boxeo, esgrima… lo que más te convenga para aplacarte. Ayuda mucho. Ya lo verás.

Lucas no parecía muy convencido, pero asintió. Le tendió una mano para ayudarle a levantarse del suelo. Cuando Balthazar cruzó la mirada conmigo, sonrió con una petulancia exasperante.

—¿Y qué hay de ti? ¿No piensas darme las gracias? ¿O acaso eso significaría admitir que yo estaba en lo cierto sobre algo?

—Qué bien te lo has pasado… —le espeté.

Balthazar se encogió de hombros, incapaz de negarlo. Recogió su jersey del suelo.

—Voy a ducharme antes de clase. Os veo luego.

En cuanto estuvimos a solas, Lucas dijo:

—Bianca, lo siento.

—¿Por qué?

—Por venirme abajo de ese modo delante de ti.

—Pero si no te has venido abajo —insistí—. Has podido controlarte.

—Es Balthazar quien ha podido controlarlo —me corrigió Lucas.

Era cierto, pero pensé que necesitaba centrarse en los aspectos positivos.

—Veo que ahora te sientes mejor.

Tenía mejor aspecto; en realidad, con la piel perlada de sudor, el cabello despeinado y su uniforme descompuesto, estaba tremendamente atractivo.

«Ojalá pudiésemos tocarnos sin que él sintiera ganas de morder —pensé con deseo—. Se me ocurren modos mejores de quemar toda su energía».

—Me siento… bien. —Lucas se enderezó un poco—. Más calmado de lo que he estado en mucho tiempo. Es como si hubiera pasado de oír un ruido blanco en la cabeza a estar en silencio. Ahora por fin puedo pensar.

—Tal vez sea un buen momento para que hagas tu trabajo de psicología —bromeé.

—¿Sabes? —Lucas retrocedió unos pasos y se recompuso el jersey—, en realidad, es una buena ocasión para colarse en la cochera de la señora Bethany.

—Espera, ¿qué?

—La señora Bethany oculta trampas para espectros por toda la escuela, ¿no? No podremos protegerte hasta que sepamos más sobre dónde las coloca y por qué.

Sonrió y, por un momento, me recordó cómo había sido antes, cuando nos conocimos: guapo, enérgico y con muchos números para no hacer nada bueno.

—¿Te apetece perpetrar un pequeño allanamiento?

—Deberíamos esperar a que esté fuera de la escuela. O por lo menos en clase. No creo que ahora mismo esté dando clases. Es peligroso —insistí mientras Lucas bajaba las escaleras.

—Siempre será peligroso. Al menos ahora puedo centrarme en lo que hago. Eso aumenta nuestras posibilidades.

Yo no estaba convencida del todo, pero Lucas tenía razón… Y, por otra parte, en ese momento parecía totalmente dispuesto a hacerlo.

—Yo vigilo. Si aparece, tiraré piedras a la ventana o algo parecido.

—Buena idea.

Lucas sonrió, y fue como si estuviésemos metidos en una gran aventura, como la primera vez que salimos a escondidas para vernos. Era evidente que un allanamiento de morada podía resultar muy romántico si las circunstancias eran propicias.

No parecía haber nadie fuera del recinto de la escuela; Lucas estaba haciendo novillos. (Muchos alumnos vampiro los hacían; en realidad, iban a la escuela más para aprender a encajar que por las asignaturas, un hecho tácitamente admitido por los profesores; sin embargo, cuando se saltaban las clases acostumbraban hacerlo por cosas más divertidas que holgazanear por los jardines). A una señal de su cabeza, me precipité hacia delante y rodeé la cochera donde vivía la señora Bethany. Miré por todas las ventanas, y cubrí con un poco de escarcha un par de cristales. No estaba allí.

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