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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (27 page)

BOOK: Renacer
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El bosque se oscureció en una penumbra difusa, pero entonces volvieron a dibujarse formas nuevas. Vi una casa pequeña, sencilla, con una gran estancia que parecía ser cocina y sala de estar a la vez. La chimenea era enorme, lo bastante profunda para poder entrar en ella, tan alta como una persona e igual de larga que la misma casa. Una tetera colgaba cerca de las llamas mientras la señora Bethany se afanaba en cortar un pastel; en la mesa, Christopher estaba sentado con unos hombres vestidos como él, con chaquetas largas y pañuelos blancos atados a la garganta. Sostenían unas copas altas de metal rellenas de algo que parecía cerveza, y se reían a carcajadas.

¿Fue acaso la claridad del lugar la que me dejó ver que aquel grupo no se sentía tan feliz como aparentaba? ¿Que sus ojos miraban con cautela a Christopher mientras él se servía otra copa?

—Socios. —Christopher tenía la cara iluminada por aquel fuego antiguo. Parecíamos encontrarnos en el extremo de la habitación, sumidos en la sombra—. Amigos, o eso creía yo. Nos asociamos para fundar una naviera. Comercio entre Europa y América, de tejidos delicados, un sector en auge en esa época y, por consiguiente, una buena oportunidad para incrementar el bienestar de la familia. Sin embargo, yo solo conocía la compañía de los cazadores de la Cruz Negra. Se puede decir lo que se quiera de la Cruz Negra, pero no que sus miembros sean dados a burdas artimañas. Me criaron para pensar que la maldad solo se encontraba en los vampiros. No creí que los hombres que se hacían pasar por amigos míos pudieran albergarla.

—¿Qué hicieron? —le susurré, pese a saber que las personas que teníamos delante no podían oírnos.

—No tenían intención de crear la naviera. Solo pretendían robar el dinero de la familia que les di para realizar la inversión.

Su tono de voz parecía ligeramente perplejo, como si después de aquel par de siglos, Christopher todavía no hubiera asimilado por completo la traición.

—Al cabo de unos meses, empecé a reclamarles ganancias, beneficios. Quise examinar los libros de contabilidad. Ellos me daban innumerables excusas, pero no me enseñaban nada. Una noche juré que iba a denunciarlos ante la justicia. Entonces, mientras iba camino de casa, me atacaron. Yo iba desarmado, y me estaba recuperando de un resfriado. Mi entrenamiento en la Cruz Negra no me sirvió de nada. Me abandonaron moribundo en una cuneta. Lo último que oí fueron sus risas mientras se alejaban.

—Lo siento.

Ante nosotros proseguía la feliz escena con todo el mundo comportándose amablemente. Tal vez él prefería recordar eso a su muerte, y no lo podía criticar por ello. A mí tampoco me gustaba recordar mi muerte, y al menos había sido en mi cama, con Lucas a mi lado.

—Es tremendo.

Christopher miraba con dureza a sus asesinos, que en ese momento estaban riendo una de sus ocurrencias. La señora Bethany iba cortando los trozos de pastel ante ellos; no parecía estar de tan buen humor como los demás. De hecho, su expresión era recelosa. A diferencia de su marido, ella había presentido problemas.

Entonces la habitación volvió a cambiar y la señora Bethany se quedó quieta en el centro de la misma mientras su vestido iba mudando de un color a otro y su expresión pasaba del malestar a la rabia.

—¿Qué queréis decir con que no podéis intervenir?

Ahora la escena tenía lugar en una especie de sala de reuniones o almacén. Cuando vi el arsenal de las paredes me di cuenta de que se trataba de la Cruz Negra. Había un hombre con el pelo recogido en una cola que estaba sentado en una plataforma ligeramente elevada. Parecía estar al mando. Él negó con la cabeza.

—Por lamentable que sea la muerte de su marido, señora Bethany, no ha sido obra de ningún ser sobrenatural. Por lo tanto, no es asunto de la Cruz Negra.

—El juez no quiere escucharme —replicó la señora Bethany—. Cree que fue obra de bandidos, y dice que estoy loca por dudar de unos «caballeros tan distinguidos». —Pronunció esas palabras con rabia, como si estuvieran envenenadas—. Los podría matar yo misma, pero han huido al Caribe. Además, el dinero de su familia se ha perdido debido al engaño. Al menos proporcionadme fondos para viajar hasta allí y hacer justicia.

El cabecilla de la Cruz Negra dirigió una mirada de conmiseración a la señora Bethany; la misma mirada, observé, que empleó Kate aquella vez que se negó a devolverle a Lucas la lata de café repleta de monedas.

—Nuestros fondos son para nuestra lucha, y no podemos prescindir de un solo penique. Usted lo sabe tan bien como yo. Me parece que su pena la ha llevado al límite de la histeria.

La expresión orgullosa no desapareció del rostro de la señora Bethany, pero entonces vi algo que no me esperaba: sus ojos estaban anegados en lágrimas. Pese a lo cual, habló con voz firme:

—Después de todo cuanto he hecho, de cuanto he dado, ¿esta es vuestra respuesta?

—¿Y qué otra respuesta podía ser?

Ella retrocedió un poco, mientras ladeaba la cabeza con aquel gesto de reflexión y desdén que le era tan propio. «Es como si lo contemplara por primera vez», me dije.

Christopher comentó:

—En ese instante, toda su dedicación a la Cruz Negra se convirtió en odio. Siempre podemos odiar lo que hemos amado, y con una pasión tan grande como lo fue en su tiempo ese amor.

La sala desapareció y se vio reemplazada por el mismo camino del bosque que habíamos visto al principio. Sin embargo, ahora la escena tenía lugar en invierno. Las ramas desnudas de los árboles resplandecían con el hielo, y el suelo estaba cubierto por una capa gruesa de nieve. La señora Bethany montaba a caballo, a mujeriegas, envuelta en una túnica gruesa de piel oscura. Escrutaba a su alrededor a pesar de la oscuridad cada vez más densa: anochecía, y el cielo tenía un intenso color azul cobalto. Entonces se enderezó un poco; había visto algo.

Un vampiro, claramente incómodo, le salió al paso desde detrás de uno de los árboles más grandes.

—Sea cual sea la trampa que hayas tendido, cazadora, es peligrosa para ti. Quienes podrían ayudarte también se hallan muy lejos.

—No he tendido ninguna trampa —respondió la señora Bethany. Desmontó y se acercó lentamente hacia él caminando sobre la nieve—. Voy desarmada.

—En tal caso, supongo que has venido para morir, cazadora.

Se trataba de una provocación, pero la señora Bethany alzó la cabeza y respondió.

—Sí.

El vampiro se mostró tan asombrado como yo. Al principio no dijo nada, no se abalanzó sobre ella ni tampoco huyó.

Ella alzó las manos, enfundadas en unos guantes de color verde oscuro, para enseñarle que no llevaba armas. Una ráfaga de viento le despeinó el cabello e hizo caer una lluvia de nieve desde las ramas que quedaban por encima de ellos, esparciendo el blanco sobre su pelo y su capa oscuros.

—Me mordieron una vez. ¿Lo sabías? ¿Te han contado la historia?

—Hay muchos que dicen haberlo hecho —respondió el vampiro—. Muchos mienten.

—Hay uno que dice la verdad —dijo ella. Dio un tirón rápido al cuello de su capa y mostró una vieja cicatriz en el cuello—. Entonces me salvaron. Pero siempre he sabido que estoy preparada. Si un vampiro me mordiera y me matara, resucitaría como una no muerta.

El vampiro dio un paso hacia ella, incrédulo.

—Es una trampa.

—Aquí no hay trampa.

—Tú nos odias. ¿Por qué quieres ser uno de nosotros?

—Necesito librarme de las ataduras y preocupaciones humanas. —La expresión de la señora Bethany decayó, pero fue solo un momento—. Necesito viajar fuera del alcance de mis medios mortales.

Aquello provocó una risotada en el vampiro.

—Estás loca. Te has vuelto loca.

—Transfórmame y lo verás —dijo ella.

El vampiro se abalanzó sobre ella, y ambos cayeron al suelo. La señora Bethany no se resistió ni gritó, ni siquiera cuando su sangre se vertió sobre la nieve blanca, levantando nubes de vapor.

—La venganza —dijo Christopher— es un incentivo muy poderoso.

El siguiente lugar que me mostró era mucho más cálido. Una hoja de palmera golpeteaba la ventana y había montones de flores tropicales en jarrones. Parecíamos encontrarnos en una mansión, en una isla, un lugar que tal vez había sido imponente antes de ser arrasado. El mobiliario estaba patas arriba, y los cristales, rotos. En el suelo yacían dos cadáveres. La señora Bethany se hallaba en un rincón, observando la escena satisfecha. Se limpió la sangre de la boca con el dorso de la mano.

—Se vengó de ellos —dije.

Pese al horror de la escena que teníamos delante, no pude evitar sentir que esos tipos se lo merecían.

Christopher asintió.

—Pero ¿a qué precio? Su vida. Y, quizá aún más importante, su misión en la vida, su alma.

—¿Dónde estabas tú mientras todo esto ocurría? —pregunté—. ¿Por qué no te apareciste ante ella? De haber sabido que te habías convertido en espectro, que podía hablar contigo, entonces tal vez…

—En esa época todavía no me podía aparecer ante ella.

La escena caribeña con la señora Bethany se desvaneció, y de nuevo nos encontramos en la tierra de los objetos perdidos. ¿Estábamos en el mismo sitio? El entorno había cambiado: en lugar de estar en la ciudad, nos encontrábamos al aire libre, en un desierto demasiado contundente para poder ser bello. La luz del sol caía abrasadora, y observé cómo un escorpión se escabullía por el suelo. Christopher estaba sentado en una roca baja y plana; su hermoso perfil se recortaba contra la piedra oscura. Entonces reconocí en él la silueta del despacho de la señora Bethany.

—Como sabes, aprender a manejar los poderes espectrales lleva un tiempo, muchísimo más del que te ha llevado a ti. Cuando yo pude aparecerme ante mi esposa, ella había empezado a odiar a los espectros como enemigos naturales de los vampiros. Sus acciones me han demostrado que su odio era mayor que su amor.

Me vinieron ganas de refutarle aquello, pero me acordé de lo mucho que me había costado aparecerme ante mis padres. El miedo al rechazo era imperioso. Y, tal como había demostrado el caso de Lucas, no todo el mundo era tan fuerte para amar a pesar de haber cambiado tanto.

«Lucas», me dije. Claro que la señora Bethany sentía simpatía hacia él. Claro que lo ayudaba y lo comprendía. Ella había pasado exactamente por la misma situación en que él se encontraba. Pero eso no la convertía ni en generosa ni en buena. Solo hacía de ella alguien que aborrecía la Cruz Negra en grado sumo. Era necesario que él se diera cuenta de ello. Cuanto antes mejor.

—Tengo que marcharme —dije—. Volveré, ¿de acuerdo?

Creí que Christopher protestaría, o que demostraría su enojo con una tormenta de hielo para retenerme; sin embargo, en lugar de ello, se quedó mirando el escorpión que se deslizaba por la arena.

—Vete —contestó—. Estoy cansado.

Contemplar la muerte de la señora Bethany, aunque se tratara de un recuerdo tan lejano, sin lugar a dudas había sido tan duro para él como lo fue para mí ver morir a Lucas. Le puse una mano sobre el hombro.

—Muchas gracias por enseñarme todo esto.

—Vete —repitió, ahora ya más sosegado, y hundió el rostro entre las manos.

Me concentré en la habitación de los archivos y me trasladé a través del espacio azul hasta que la sala se materializó en torno a mí. Patrice estaba sola, estudiando alemán. Se sorprendió al verme aparecer, pero solo un instante.

—¡Hola, aquí estás! Lucas estaba preocupado.

—Me voy a verlo enseguida —prometí, al tiempo que me acercaba al ladrillo suelto para coger mi brazalete. Al ponérmelo en torno a la muñeca, adquirí una forma totalmente sólida y sentí una enorme sensación de alivio—. Aunque suene raro, necesito ser menos… espectral durante un rato.

—Si a ti te va bien… —dijo Patrice en tono amistoso—. Pero ¿te acuerdas de que esta tarde tiene examen? Le irá mejor si sabe que andas por aquí y que estás bien.

—Lo sé. —Aunque detestaba tener que quitarme tan pronto la pulsera, cambié de idea—. De acuerdo, vale. ¿Me acompañas?

—Claro. De todos modos, tengo que bajar para ir a clase.

Adopté una forma vaporosa y la seguí por toda la escalera.

—¿Te importaría mantenerte alejada de mi pelo, por favor? —rezongó—. A veces estás tremendamente húmeda y me lo encrespas.

—No es fácil, ¿sabes?

—Tampoco lo es peinarme.

Iba a echarme a reír cuando, en el preciso instante en que accedíamos a la zona de las aulas, se oyó un gran revuelo. Gente que gritaba, zapatos chirriando en el suelo, el ruido sordo de un cuerpo contra la pared…

—Es una pelea —dijo Patrice.

—Lucas.

No necesitaba que nadie me lo dijera.

Patrice echó a correr, y yo me mantuve por encima de su cabeza hasta que llegamos al lugar del altercado. Lucas y Samuel, como no podía ser de otro modo, forcejeaban en el suelo con la nariz ensangrentada.

—Te digo que la dejes en paz. —El tono de Lucas era áspero.

—La quieres para ti, ¿verdad? ¿Es eso lo que quieres?

La sonrisa enfermiza de Samuel sugería que no se refería a un coqueteo. Fuera quien fuera la humana con quien Samuel se metía y a la que Lucas defendía, resultaba tan apetecible como un tentempié por la noche. Me imaginé de quién podía tratarse cuando Skye, en medio del gentío, arrojó uno de sus libros contra Samuel, si bien él lo esquivó con facilidad.

—Pégame un poco más fuerte y será tuya, tío. Podrás tener lo que quieras.

Lucas le propinó un cabezazo con tanta fuerza que Samuel se desplomó de espaldas, aturdido. Mareado, con una mano en la frente, Lucas dijo:

—En realidad, lo único que quiero es que te calles.

De pronto, la pequeña multitud que reía a nuestro alrededor se quedó en silencio y se abrió para dejar paso a la señora Bethany. Después de haberla visto más joven, humana, enamorada y viva, en ese momento me pareció muy distinta. Y, sin embargo, seguía siendo ella, con sus encajes almidonados, sus faldas largas y su autoridad gélida. La imagen de la pelea no provocó en ella más reacción que un arqueamiento de ceja.

—Señor Ross, señor Younger. ¿Puedo suponer que la cuestión entre ustedes ya está zanjada?

—Sí, lo está.

Lucas, algo aturdido, se puso de pie y se frotó la nariz con la manga. Samuel todavía tenía la mirada clavada en él, como si estuviera dispuesto a retomar la pelea, aunque fuera en presencia de la directora.

—¿Señor Younger? —repitió la señora Bethany—. Espero no tener que adoptar ninguna… medida disciplinaria. Me imagino que mis métodos no serían de su agrado.

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