Rambo. Acorralado (23 page)

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Authors: David Morrell

Tags: #Otros

BOOK: Rambo. Acorralado
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Asintió débilmente.

—No se le ocurra decirlo delante de Kern. Alcánceme su café, por favor. Sus manos temblaban cuando agarró la taza de café y lo tomó junto con otras dos pastillas, mientras la lengua y la garganta se resistían a tragarlas debido al gusto amargo, y justo cuando Trautman volvía desde donde había estado conferenciando con las siluetas de los Guardias Nacionales, velados por las sombras en la oscura carretera. Dirigió una mirada a Teasle y le dijo:

—Usted debería estar en la cama.

—Cuando termine este asunto.

—Bueno, me parece que se va a demorar más de lo que usted imagina. Esto no es Corea ni el Choisin Reservoir. Un movimiento masivo de tropas sería perfecto si fueran dos grupos que lucharan uno contra el otro: si un flanco se desorganizara, su enemigo sería tan colosal que podría verle venir a tiempo para reorganizar el susodicho flanco. Pero no se puede hacer eso aquí, contra un hombre solo y especialmente contra ese hombre. Como es tan difícil localizarle es capaz de deslizarse sin previo aviso entre sus hombres aprovechándose de la menor confusión en una fila.

—Ya me ha señalado suficientes errores. ¿No puede brindarme algo positivo?

Lo dijo con más énfasis de lo que deseaba, de modo que cuando Trautman le contestó:

—Sí —había algo distinto, un resentimiento quizás, escondido en esa voz tranquila—. Tengo que arreglar unos cuantos detalles todavía. No sé como tiene organizado usted su cuerpo policial, pero me gustaría saberlo antes de emprender alguna acción.

Teasle necesitaba su cooperación por lo que inmediatamente cedió.

—Discúlpeme. Parece que soy yo el equivocado ahora. No me haga caso. No estoy satisfecho si no consigo convertirme en un desgraciado de cuando en cuando.

Otra vez apareció esa extraña y persistente mezcla del pasado con el presente: dos noches antes, cuando Orval dijo: «Oscurecerá dentro de una hora», él le contestó: «Como si no lo supiera», y luego le había pedido disculpas a Orval empleando prácticamente las mismas palabras que había utilizado con Trautman.

A lo mejor era por las pastillas. No sabía qué contenían, pero no cabía la menor duda de que eran efectivas, ya que el mareo se le estaba pasando y su mente parecía detenerse. Le preocupaba empero que los mareos fueran cada vez más frecuentes y más largos. Pero al menos el ritmo de su corazón parecía haberse normalizado.

Se aferró a la parte trasera del camión para subir, pero no tenía las fuerzas necesarias para hacerlo.

—Espere. Agárrese de mi mano —le dijo el radio-operador.

Con su ayuda consiguió subir, aunque demasiado deprisa, y tuvo que esperar un momento hasta conseguir la estabilidad necesaria para poder acercarse al banco y sentarse, apoyando finalmente los hombros contra la pared del camión. Listo. Ya está. Ahora me quedaré sentado, quieto, descansando. El placer que le brindaba a veces la fatiga y el alivio después de vomitar.

Trautman subió con una aparentemente inconsciente facilidad y se quedó en la parte posterior observándole, y algo que Trautman había dicho anteriormente tenía intrigado a Teasle. Pero no sabía bien qué era. Algo respecto a

Y entonces recordó.

—¿Cómo sabía que yo estuve en el Choisin Reservoir?

Trautman le miró sin comprender.

—Hace un momento —dijo Teasle—. Usted mencionó

—Ah, sí. Antes de salir de Fort Bragg llamé a Washington y pedí que me leyeran su expediente.

A Teasle no le gustó. Ni una pizca.

—Tenía que hacerlo —dijo Trautman—. No es necesario que se lo tome también como algo personal, como si yo me metiera en su vida privada. Pero tenía que saber qué clase de hombre era usted, por si este lío con Rambo hubiera sido culpa suya, por si usted estuviera sediento de sangre ahora, para poder evitar cualquier problema que usted pudiera crearme más adelante. Ese fue uno de los errores que usted cometió con él. Se dedicó a perseguir a un hombre del cual ignoraba absolutamente todo, incluso su nombre. Una de las reglas que nosotros tenemos es que nunca debe presentarse batalla a un enemigo hasta no conocerlo tan bien como a nosotros mismos.

—Muy bien. ¿Y qué pudo sacar en limpio sobre mi persona al enterarse que había participado en el episodio del Choisin Reservoir?

—Ahora que usted acaba de explicarme un poco qué fue lo que sucedió allá arriba con él, eso contribuye a aclarar en cierta forma el hecho de que usted saliera con vida de allí.

—No es ningún secreto. Corrí más deprisa que él.

Al recordar cómo había salido disparando, abandonando a Shingleton, sintió cierto disgusto y amargura.

—De eso se trata justamente —interpuso Trautman—. Usted no debería haber corrido más deprisa que él. Él es más joven, está en mejor estado físico, mejor entrenado.

El radio-operador había permanecido sentado frente a su mesa, escuchándolos hablar. Miró ahora, primero a uno y luego al otro y dijo:

—Me gustaría saber de qué hablan. ¿Qué pantano es ése?

—¿Usted no hizo el servicio militar? —preguntó Trautman.

—Claro que sí. En la marina. Dos años.

—Por eso no lo conoce. Si hubiera sido un infante de marina conocería todos los detalles de memoria y se enorgullecería de ello. Los Pantanos del Choisin fue una de las batallas más famosas que libraron los infantes de marina durante la guerra de Corea. Fue en realidad una retirada, pero tan violenta como cualquier ataque, y le costó treinta y siete mil bajas al enemigo. Teasle estaba allí. Tan metido en la lucha como para ganarse la Cruz por Servicios Distinguidos.

Teasle se sintió algo raro al oír la forma en que Trautman se refería a él, como si no estuviera en el mismo lugar que los otros dos, como si estuviera fuera del camión, escuchando, mientras Trautman hablaba sobre él sin pensar que podía estar oyéndole.

—Lo que me gustaría saber —dijo Trautman dirigiéndose a Teasle—, es si Rambo estaba al tanto de que usted participó en esa retirada.

Se encogió de hombros.

—La mención y la medalla están colgadas en una pared de mi oficina. El las vio. No sé si significaron algo para él.

—Por supuesto que significaron algo para él. Eso es lo que le salvó la vida.

—No entiendo por qué. Yo perdí la cabeza cuando le disparó a Shingleton y salí corriendo como una rata asustada, eso es todo.

Se sintió mejor al decirlo, al confesarlo así, abiertamente en público, sin que nadie pudiera criticarlo por ello cuando él no estaba presente.

—Por supuesto que perdió la cabeza y salió corriendo —dijo Trautman—. Hace años que usted no participaba en ese tipo de combate. ¿Quién no hubiera salido disparando de encontrarse en su situación? Pero fíjese que él no esperaba que usted huyera. Él es un profesional y supuso naturalmente que alguien que tuviera esa medalla debía serlo también, un poco fuera de práctica indudablemente y no tan bueno como él, pero no obstante lo consideraba a usted como un profesional y según mi parecer basándose en esa presunción se dedicó a perseguirlo. ¿Ha visto alguna vez un partido de ajedrez entre un aficionado y un profesional? El aficionado come más piezas. Porque el profesional está acostumbrado a jugar con personas que tienen una razón y un plan determinado para mover cada pieza, en cambio el aficionado mueve sus piezas por todo el tablero, sin saber realmente qué fin persigue, tratando de lograr el máximo posible con sus escasos conocimientos. El profesional se embarulla tanto queriendo descubrir un plan inexistente y jugando de acuerdo a ello, que al poco tiempo pierde la delantera. En su caso particular, mientras usted huía a toda prisa, Rambo trataba de imaginar qué haría para protegerse una persona como él. Debe haber pensado que usted estaría acechándolo, que le tendería una emboscada, y eso debe haberle hecho perder tiempo hasta que finalmente se dio cuenta, pero entonces ya era demasiado tarde.

El radio-operador se puso los auriculares para escuchar el informe que estaban transmitiéndole. Teasle vio que se quedaba mirando estúpidamente el suelo.

—¿Qué pasa? ¿Algo malo? —inquirió Teasle.

—El compañero nuestro que recibió el tiro en la cabeza. Acaba de morir.

Por supuesto, pensó Teasle. Maldición, no podía fallar.

¿Y entonces por qué te preocupas tanto, como si fuera algo que no pensabas que podía suceder? Estabas convencido de que iba a morir.

Eso es lo malo. Estaba seguro. Él y quien sabe cuántos más hasta que esto termine.

—Dios se apiade de él —dijo Teasle—. No se me ocurre ninguna otra forma de atrapar al muchacho que no sea movilizando a todos esos hombres, pero lo que más me gustaría en el mundo sería poder enfrentarme de nuevo con él yo solo.

El radio-operador se sacó los auriculares y se detuvo frente a la mesa con un aire grave.

—Teníamos turnos diferentes pero tuve oportunidad de hablar varias veces con él. Me gustaría dar una vuelta si a usted no le importa.

Algo aturdido bajó al camino por la parte de atrás del camión que estaba abierta, y se detuvo un momento para dirigirse nuevamente a Teasle.

—A lo mejor el camión con víveres está todavía estacionado por aquí. Tal vez pueda conseguir algunas rosquillas y un poco más de café. O alguna otra cosa.

Hizo otra pausa un poco más larga antes de alejarse caminando, desapareciendo en la oscuridad.

—Si estuvieran otra vez solos el muchacho y usted —dijo Trautman—, sabría muy bien cómo venir en busca suya ahora. Y lo mataría sin lugar a dudas.

—No. Porque ahora no volvería a correr. Tuve miedo de él allí arriba. Pero ahora no.

—Debería tener miedo.

—No, porque usted me está enseñando. No persigas a un hombre hasta que no sepas cómo es. Eso es lo que usted dijo. Pues bien, he aprendido suficientes cosas sobre él como para poder vérmelas con él.

—Eso es una estupidez. Yo le he contado muy poco sobre él. Quizás alguien que juegue al psiquiatra podría desarrollar una teoría respecto a que su madre murió de cáncer cuando él era muy joven, que su padre era un alcohólico, que trató de matarlo con un cuchillo y cómo se escapó de su casa la noche en que casi mata a su padre de un flechazo. Una teoría sobre frustración y represión y todo eso. Que no tenían suficiente dinero para comprar comida y tuvo que abandonar sus estudios secundarios para entrar a trabajar en un taller. Parecería muy lógico pero no querría decir nada. Porque nosotros no aceptamos chiflados. Los hacemos pasar por numerosas pruebas y él está tan equilibrado como usted y yo.

—Yo no mato para vivir.

—Seguro que no. Usted tolera un sistema que permite que otros lo hagan por usted. Y cuando vuelven de la guerra no puede aguantar el olor a muerte que tienen.

—Al principio no sabía que había estado en la guerra.

—Pero se dio cuenta de que no se comportaba normalmente y no se tomó el trabajo de averiguar por qué. Usted dijo que era un vago. ¿Acaso podía ser otra cosa? Perdió tres años de su vida para participar en una guerra que pensaba que podía ayudar a su país y el único oficio que aprendió fue cómo matar. ¿Dónde cree que podía encontrar un trabajo en el que se requiriera ese tipo de experiencia?

—No tenía necesidad de enrolarse, y podía haber vuelto a trabajar en el taller.

—Se enroló porque supuso que de todos modos iban a llamarlo para cumplir con el servicio militar y porque sabía que los cuerpos mejor adiestrados, en los que se tienen más probabilidades de sobrevivir, no aceptan reclutas sino soldados. Dice usted que podía haber vuelto a trabajar en el taller. No era una perspectiva muy seductora, ¿no le parece? El saldo de tres años de lucha es una Medalla de Honor, un trastorno nervioso y un trabajo en un taller de coches. Ahora bien, usted habla de pelear cara a cara contra él y sin embargo da a entender que tiene que ocurrirle algo a un hombre que mata para vivir. Dios mío, no me ha engañado nada, usted es tan militar como él y eso es el origen de todo este lío. Espero que pueda luchar cara a cara con él. Será la última sorpresa que reciba usted en su vida. Porque en estos días se ha convertido en algo muy especial. En un experto en su arte. Lo obligamos a ponerlo en práctica allí y ahora lo ha traído de vuelta. Tendría que estudiarlo durante años para darse cuenta un poco tardíamente de lo que debió haber hecho. Tendría que recorrer los mismos caminos que él recorrió, tomar parte en todas las batallas en las que luchó.

—A juzgar por sus palabras y teniendo en cuenta que usted es un capitán del ejército, parecería que no le gustan mucho los militares.

—Claro que no. ¿A qué persona en su sano juicio pueden gustarle?

—¿Y por qué se queda en el ejército entonces, realizando además ese tipo de trabajo, enseñándoles a los hombres a matar?

—Yo no hago eso. Yo les enseño a mantenerse vivos. Mientras sigamos enviando hombres a luchar, a cualquier parte que sea, lo más importante que puedo hacer es asegurarme de que, por lo menos algunos, van a volver. Mi ocupación es salvar vidas, no destruirlas.

—Dice usted que yo no he conseguido engañarlo, que soy tan militar como él. Creo que se equivoca. Cumplo con mi trabajo lo mejor que puedo. Pero dejemos eso por ahora. Porque usted tampoco me ha engañado a mí. Habla de que viene aquí a ayudar, pero eso es todo lo que ha hecho hasta ahora, hablar sobre ello. Usted pretende que su misión es salvar vidas, pero hasta ahora no ha hecho absolutamente nada para evitar que él siga matando a más personas.

—Una suposición —dijo Trautman. Sacó un cigarrillo de un paquete que estaba sobre la mesa de la radio y lo encendió lentamente—. Tiene razón. He estado conteniéndome. Pero suponga que decido ayudarlos. Piense bien lo que voy a decirle. ¿Querría usted de veras que yo los ayudara? Es el mejor alumno que ha tenido mi escuela. Pelear contra él sería como pelear contra mí mismo, porque yo sospecho que fue empujado a todo esto

—Nadie lo obligó a matar a un policía con una navaja. Aclaremos bien ese punto.

—Lo explicaré de otra forma: estoy frente a un conflicto de intereses.

—¿Usted está qué? Maldita sea, él

—Déjeme terminar. Rambo se parece mucho a mí y no sería honesto si no reconociera que simpatizo con la posición en que se encuentra, tanto como para admitir que me gustaría que se escapara. Por otra parte, se ha vuelto loco. No debía haberlo perseguido cuando usted escapaba. La mayor parte de esos nombres no tenían por qué haber muerto, sobre todo porque él tenía una oportunidad para escapar. Eso no tiene perdón. Pero dejando a un lado lo que pienso al respecto, sigo teniendo simpatía por él. ¿Qué sucedería si, sin darme cuenta, organizo un plan en contra suya que le permita escapar?

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