Le llegó el sonido de la puerta que daba a la escalera del sótano, que se abría lentamente. Richard oyó una pisada suave; después otra, en la parte superior de la escalera. Forzó los ojos, pero nada pudo ver en la semioscuridad.
—Son una mujer y un policía —dijo Archie, percibiendo con su lente la radiación infrarroja de los intrusos—. Por el momento se detuvieron en el tercer escalón.
Van a matarnos
, pensó Richard. Un tremendo miedo lo invadió, y se acercó más a Archie. Oyó cómo se cerraba lentamente la puerta del sótano y, después, las pisadas que bajaban por la escalera.
—¿Dónde están ahora? —susurró.
—Al pie de la escalera —informó Archie—. Ya vienen… Creo que la mujer es…
—Papá. —Richard oyó una voz proveniente de su pasado—. ¿Dónde estás, papá?
—
¡Por mil demonios! ¡Es Katie!
Por aquí, Katie —contestó Richard, en voz demasiado alta—. Por aquí —repitió, tratando de contener su agitación.
Un haz de linterna muy pequeño vagó por la pared que estaba detrás del colchón de Richard y, finalmente, se posó sobre su rostro barbado. Segundos después, Katie tropezaba con Archie y literalmente caía en los brazos de su padre.
Lo besó y lo abrazó con fuerza, con las lágrimas corriéndole por las mejillas. Richard estaba tan sobresaltado por todo el suceso que, al principio, no pudo responder a pregunta alguna de las que le hizo Katie.
—Sí… sí, estoy bien —dijo por fin—. No puedo creer que seas tú… Katie, oh, Katie… Oh, sí, esa masa gris que hay ahí, la que acabas de patear hace un instante, es mi amigo y compañero de prisión, Archie, la octoaraña…
Varios segundos después, Richard intercambió en la oscuridad un firme apretón de manos con un hombre, al que Katie presentó nada más que como “mi amigo”.
—No tenemos mucho tiempo —expresó Katie, presurosa, después de varios minutos de conversación sobre la familia—. Pusimos en cortocircuito los sistemas eléctricos de toda esta zona residencial y se deberá repararlos antes que pase mucho tiempo más.
—¿Vamos a escapar, entonces? —preguntó Richard.
—No. Seguramente los capturarían y matarían… Tan sólo quise verte… Cuando oí el rumor de que se te retenía en alguna parte de Nuevo Edén… ¡Oh, papito, cómo te extrañé! Te quiero tanto, pero tanto…
Richard pasó los brazos por sobre los hombros de su hija y la abrazó mientras ella lloraba.
Está tan delgada
, pensó,
virtualmente es un fantasma
.
—Yo también te quiero, Katie —declaró—. Aquí —dijo, separándose un poco de su hija—, dirige la luz hacia tu rostro… déjame ver esos bellos ojos.
—No, papito —se negó Katie, hundiéndose otra vez en el abrazo de Richard—. Estoy vieja y gastada… Quiero que me recuerdes como era. He llevado una dura…
—Es improbable que los mantengan aquí mucho tiempo más, señor Wakefield —interrumpió la voz masculina en la oscuridad—. Casi toda la gente de la colonia oyó el relato de la aparición de ustedes en el campamento de las tropas.
—¿Estás bien, papito? —preguntó Katie, después de un breve silencio—. ¿Te dan bien de comer?
—Estoy bien, Katie… pero no hemos hablado nada de ti. ¿Qué has estado haciendo? ¿Eres feliz?
—Tuve otro ascenso —replicó con rapidez—, y mi nuevo departamento es hermoso… deberías verlo… y tengo un amigo que me cuida…
—¡Estoy tan contento! —dijo Richard, mientras Franz le recordaba a Katie que debían irse—. Siempre fuiste la más inteligente de nuestros hijos… mereces algo de felicidad.
Katie súbitamente empezó a sollozar y hundió el rostro en el pecho de su padre.
—Papito, oh, papito —dijo entre lágrimas—, por favor, abrázame.
Richard pasó los brazos alrededor de su hija.
—¿Qué pasa, Katie? —murmuró.
—No quiero mentirte —confesó Katie—. Trabajo para Nakamura, manejando prostitutas. Y también soy adicta a los estupefacientes… una completa y total adicta a los estupefacientes.
Katie lloró largo rato. Richard la estrechaba contra sí y la palmeaba en la espalda.
—Pero te
quiero
, papito —dijo cuando finalmente levantó la cabeza—. Siempre te quise, y siempre te querré… Lamento terriblemente haberte decepcionado.
—Katie, tenemos que irnos ahora —intervino Franz con firmeza—. Si se restaura la corriente mientras nos encontramos todavía en la casa, estaremos hundidos en mierda hasta el cuello.
Katie besó apresuradamente a su padre en los labios, y una última vez, con afectuosidad, le acarició la barba con los dedos.
—Cuídate, papito —recomendó—… y no abandones la esperanza.
El haz de la linterna era un delgado dedo de luz que precedía a la pareja visitante, que cruzaba con rapidez la habitación hasta llegar al pie de la escalera.
—Adiós, papito —dijo Katie.
—Yo también te amo, Katie —dijo Richard, cuando oyó el sonido de los pies de su hija subiendo los escalones a la carrera.
La octoaraña que yacía en la mesa de operaciones estaba inconsciente. Nicole le alcanzó a Doctora Azul el pequeño recipiente plástico que la médica alienígena había pedido, y miró cómo se volcaban los diminutos seres en el fluido verdoso-negro que cubría la herida abierta. En menos de un minuto, el fluido desapareció y la colega octoaraña de Nicole suturó diestramente la incisión, empleando los cinco centímetros anteriores de tres de sus tentáculos.
—Este es el último por hoy —dijo Doctora Azul con colores—. Como siempre, Nicole, te agradecemos por tu ayuda.
Las dos salieron juntas del quirófano, para entrar en una sala adyacente. Nicole todavía no se había acostumbrado al proceso de limpieza. Hizo una profunda inhalación antes de quitarse la bata protectora y poner los brazos en un gran bol lleno con docenas de animales parecidos a lepismas. Luchó contra su aversión personal cuando los viscosos entes se le encaramaron por todas partes de brazos y manos.
—Sé que esta parte no es agradable para ti —señaló Doctora Azul—, pero verdaderamente no tenemos alternativa, ahora que la reserva de agua que está en la vanguardia fue contaminada por el bombardeo… Y no podemos correr el riesgo de que algo que haya ahí pueda ser tóxico para ti.
—¿Todo lo que está al norte del bosque fue destruido? —preguntó Nicole, mientras Doctora Azul terminaba de limpiarse.
—Casi todo —contestó la octoaraña—. Y parece que ahora los ingenieros humanos casi terminaron la modificación de los helicópteros. La Optimizadora Principal teme que puedan efectuar sus primeros vuelos sobre el bosque dentro de una semana, o de dos.
—¿Y no hubo respuesta para los mensajes que enviaron ustedes?
—Ninguna en absoluto… Sabemos que Nakamura los leyó… pero cerca de la planta abastecedora de energía capturaron y mataron al último mensajero… a pesar de que nuestra octoaraña llevaba una bandera blanca.
Nicole suspiró. Recordaba algo que Max había dicho la noche anterior, cuando ella expresó su perplejidad ante el hecho de que Nakamura estuviera desoyendo todos los mensajes.
—Y es natural que lo haga —gritó Max con enojo—. Ese hombre no entiende otra cosa más que la fuerza… Todo lo que esos estúpidos mensajes dicen es que las
octos
quieren la paz, y que se van a ver forzadas a defenderse si los seres humanos no desisten… Las amenazas que siguen después carecen de sentido. ¿Qué va a pensar Nakamura, cuando sus tropas y helicópteros se mueven por todas partes sin obstáculo, destruyendo todo lo que ven…? ¿La Optimizadora Principal no aprendió nada sobre los seres humanos? Las octoarañas tienen que trabarse en alguna especie de combate con el ejército de Nakamura…
—No es así como actúan —le contestó Nicole en esa oportunidad—. No se enzarzan en escaramuzas ni en guerras limitadas. Únicamente pelean cuando se ve amenazada su supervivencia… Los mensajes explicaron todo esto con mucho cuidado, y repetidamente instaron a Nakamura a hablar con Richard y Archie…
En el hospital, Doctora Azul estaba haciendo destellar colores para Nicole, que sacudió la cabeza y regresó al presente.
—¿Hoy vas a esperar a Benjy —preguntó la octoaraña—, o irás directamente al centro administrativo?
Nicole miró la hora en su reloj.
—Creo que iré ahora. Por lo normal, me toma unas horas digerir todos los datos suministrados por los cuadroides el día anterior… Están ocurriendo tantas cosas… Por favor, avísale a Benjy que les diga a los demás que voy a estar en casa para cenar.
Salió del hospital unos minutos después y se dirigió hacia el centro administrativo. Aun cuando era de día, las calles de la Ciudad Esmeralda estaban casi desiertas. Nicole se cruzó con tres octoarañas, todas las cuales avanzaban presurosas del otro lado de la calle, y un par de biots cangrejo, que parecían estar extrañamente fuera de lugar. Doctora Azul le había dicho que los biots cangrejo estaban reclutados para encargarse de la recolección de los desperdicios de Ciudad Esmeralda.
La ciudad cambió tanto desde el decreto
, pensó Nicole.
La mayor parte de las
octos
de más edad ahora están en el Dominio de Guerra. Y nosotros nunca vimos un solo biot aquí hasta hace un mes, después de que a la mayoría de los seres de apoyo presuntamente se los mudó a otro sitio. Max cree que a muchos de ellos se los pudo haber exterminado debido a las escaseces. Max siempre piensa lo peor de las octoarañas
.
A menudo, después del trabajo, Nicole acompañaba a Benjy hasta la parada del transporte. Su hijo también estaba ayudando al escaso personal del hospital. Como Benjy se había vuelto más consciente de lo que estaba ocurriendo en la Ciudad Esmeralda, a Nicole se le hacía cada vez más difícil ocultar la gravedad de la situación.
—¿Por qué ne-nues-tra gente pela-lea con las oc-to-a-ra-ñas? —preguntó Benjy la semana anterior—. Las
octos
no quieren ha-cer mal…
—Los colonos de Nuevo Edén no entienden a las octoarañas —fue la respuesta de Nicole—, y no permiten que Archie y tío Richard les den alguna explicación.
—En-tonces son más es-s-tú-pidos que yo —comentó Benjy con aspereza.
Doctora Azul, y todos los demás miembros del personal del hospital octoarácnido no reasignados por la guerra, se sentían muy impresionados con Benjy. Al principio, cuando se ofreció como voluntario para ayudar, las octoarañas tenían reservas sobre lo que podía hacer con su limitada capacidad. Una vez que se le explicaba una tarea sencilla, empero, Benjy jamás cometía un error. Con su cuerpo fuerte y juvenil era especialmente útil para el desempeño de trabajos pesados, un atributo valioso, ahora que tantos de los seres de mayor tamaño no estaban disponibles.
Mientras Nicole caminaba hacia el centro administrativo, con la cabeza llena de agradables pensamientos sobre Benjy, una imagen de Katie apareció bruscamente en su mente y se le yuxtapuso al lado del retrato sonriente de su hijo retardado. Con los ojos del pensamiento, Nicole miró rápidamente a una y a otra de las imágenes.
Como padres
, suspiró,
pasamos demasiado tiempo concentrándonos en el potencial del intelecto, y no lo suficiente en otras cualidades más positivas. Lo que importa más no es cuánto intelecto tiene un hijo sino, en cambio, qué decide hacer con él… Benjy se superó más allá de nuestras ilusiones más alocadas debido, primordialmente, a quién es en su interior… En cuanto a Katie, nunca, en mis peores pesadillas…
Interrumpió el hilo de sus pensamientos cuando ingresó en el edificio. Un guardia octoaraña la saludó levantando un tentáculo, y Nicole sonrió. Cuando llegó a su sala de observación de siempre, se sorprendió al encontrar a la Optimizadora Principal esperándola.
—Quise aprovechar esta oportunidad —dijo la octoaraña gobernante— para agradecerle la contribución que usted está brindando en este período difícil, así como asegurarle que todos, su familia y amigos aquí, en Ciudad Esmeralda, van a ser cuidados como si fueran miembros de nuestra especie, no importa lo que pase en las próximas semanas.
La Optimizadora Principal empezó a salir de la habitación.
—¿La situación se está deteriorando, entonces? —preguntó Nicole.
—Sí —contestó la octoaraña—. No bien los humanos empiecen a volar sobre el bosque, nos veremos forzados a tomar represalias.
Cuando la Optimizadora Principal se fue, Nicole se sentó ante su consola para revisar todos los datos provistos por los cuadroides el día anterior. No se le permitía el acceso a toda la información que llegaba desde Nuevo Edén, pero sí se le permitía llamar las imágenes de las actividades cotidianas de todos los miembros de su familia. Todos los días podía ver qué pasaba en el sótano con Richard y Archie, cómo Ellie y Nikki se adaptaban a estar en Nuevo Edén y qué estaba ocurriendo en el mundo de Katie.
A medida que pasaba el tiempo, Nicole miraba cada vez menos a Katie, simplemente le era muy doloroso. Observar a su nieta Nikki, en cambio, era puro deleite; en particular, disfrutaba mirándola en esas tardes en las que la niñita iba al parque de juegos de Beauvois a retozar con los demás chicos del pueblo. Aunque las imágenes eran mudas, Nicole casi podía oír los chillidos de gozo, cuando Nikki y los demás se caían unos sobre otros al perseguir una esquiva pelota de fútbol.
Nicole se preocupaba mucho por Ellie. A pesar de sus heroicos esfuerzos, ésta no tenía la menor fortuna en la recomposición de su matrimonio. Robert se mantenía retraído, según su estilo de excesiva dedicación al trabajo, utilizando las exigencias del hospital para evitarse enfrentar toda emoción, incluso las propias. Era un padre cumplidor, pero reprimido, con Nikki, sólo raramente demostraba sentir algo de verdadero deleite. No hacía el amor con Ellie y no habló de ello, salvo para decir que “no estaba listo”, cuando ella, con lágrimas, trajo el tema a colación tres semanas después de que se hubieron reencontrado.
Durante las largas y solitarias sesiones de observación, Nicole se preguntaba a menudo si, como progenitor, era posible observar a un hijo en dificultades y no preguntar qué podría haber hecho ese progenitor que le hubiera facilitado la vida a ese hijo.
La paternidad es una aventura sin resultados garantizados
, pensó con dolor mientras ojeaba con rapidez las imágenes de Ellie llorando silenciosamente en la noche.
Lo único que se sabe con certeza es que uno nunca se convencerá de que hizo lo suficiente
.
Siempre reservaba a Richard para el final. Aunque nunca desestimó realmente la premonición de que no volvería a tocar a su amado esposo, no permitía que esa sensación la apartara del gozo diario que experimentaba compartiendo la vida de él en el sótano de Nuevo Edén. Disfrutaba, en especial, sus charlas con Archie, aun cuando a ella frecuentemente le resultaba difícil leerle los labios. Esas conversaciones le recordaban los primeros días, después que ella escapó de la prisión y de Nuevo Edén, cuando Richard y ella hablaban largo y tendido sobre todo, tema. Mirar a Richard siempre la dejaba sintiéndose con la moral alta, y mucho más capaz de lidiar con su propia soledad.