Archie usó varias oraciones nuevas para intentar decir lo que quería con otros términos.
—Aquellos que se fueron antes… —dijo Nicole para sí—. Oh, bien, probablemente no sea esencial para el relato que cada palabra sea la que corresponde con exactitud… Simplemente los voy a llamar Precursores.
—En las partes emergidas de ese hermoso planeta —continuó traduciendo— había muchos seres, de los cuales los más inteligentes eran los Precursores. Fabricaban vehículos que podían volar por los aires, exploraban todos los planetas y estrellas próximos, hasta sabían cómo crear vida a partir de compuestos químicos sencillos, donde nunca antes la había habido. Pero alteraron la naturaleza de la tierra y de los océanos con sus increíbles conocimientos.
—Y ocurrió que los Precursores decidieron que la especie de las octoarañas tenía un inmenso potencial virgen, facultades que nunca se habían expresado durante sus muchos, muchos años de existencia, y empezaron a mostrarles a las octoarañas cómo desarrollar y utilizar su capacidad latente. A medida que transcurrieron los años, la especie de las octoarañas, gracias a los Precursores, se convirtió en la segunda especie más inteligente del planeta y desarrolló una relación muy complicada e íntima con los Precursores.
—Durante esos tiempos, los Precursores ayudaron a las octoarañas a aprender a vivir fuera del agua, tomando oxígeno directamente del aire del hermoso planeta. Colonias enteras de
octos
empezaron a pasar toda su vida en tierra. Un día, después de una reunión cumbre entre los principales optimizadores de los Precursores y las octoarañas, se anunció que
todas
las octoarañas se transformarían en seres terrestres y abandonarían sus colonias en los océanos.
—Muy abajo, en las grandes profundidades del mar, había una sola colonia pequeña de octoarañas, no más de mil en total, que estaba regida por un optimizador local que no creía que los principales optimizadores de las dos especies hubieran tomado una decisión correcta. Este optimizador local resistió el anuncio y, aunque él y su colonia estaban excluidos por las demás y no compartían la munificencia ofrecida por los Precursores, él y muchas generaciones que le siguieron continuaron llevando su vida aislada y sin complicaciones en el fondo del océano.
—Aconteció que una gran calamidad azotó el planeta y se volvió imposible sobrevivir en tierra. Muchos millones de seres murieron, y únicamente aquellas octoarañas que podían vivir cómodamente en el agua sobrevivieron durante los miles de años en los que el planeta estuvo devastado.
—Cuando, finalmente, éste se recuperó y unas pocas de las octoarañas oceánicas se aventuraron a emerger, no encontraron a ninguna de sus congéneres… ni a ninguno de los Precursores. El optimizador local que había vivido miles de años antes fue un visionario. Sin su actitud, todas y cada una de las octoarañas pudieron haber fenecido… Y ésa es la razón de que, aun hoy en día, las octoarañas inteligentes retengan la capacidad de vivir en tierra o en el agua.
Nicole reconoció, ya en los comienzos del relato, que Archie estaba compartiendo con ellos algo por completo diferente de todo lo que les hubiera dicho hasta ahora. ¿Se debía eso a la conversación sostenida esa mañana, cuando ella le comunicó que el grupo humano quería volver a Nuevo Edén no bien hubiera nacido el hijo de los Puckett? No estaba segura, pero sí sabía que la leyenda que Archie acababa de contarles dijo cosas sobre las octoarañas que los humanos nunca podrían haber supuesto de alguna otra manera.
—Eso fue verdaderamente maravilloso —declaró Nicole, tocando levemente a Archie—. No sé si los niños lo disfrutaron…
—Creo que fue bonito —aprobó Kepler—. No sabía que ustedes podían respirar agua.
—Exactamente igual que un bebé nonato —estaba diciendo Nai, cuando un excitado Max Puckett entró corriendo por la puerta.
—¡Ven pronto, Nicole! —exclamó—. ¡Las contracciones se producen cada cuatro minutos nada más!
Nicole se paró y se volvió hacia Archie.
—Por favor, dile a Doctor Azul que traiga al ingeniero en imágenes y al sistema de cuadroides… ¡y que se apresure!
Resultaba asombroso observar un nacimiento desde afuera y desde adentro en forma simultánea. A través de Doctor Azul, Nicole le daba instrucciones a Eponine, así como al ingeniero octoaraña en imágenes.
—¡
Respira
, debes respirar durante tus contracciones! —le gritaba a Eponine—. Desplázalos más cerca, más bajo en el canal de parto, con un poco más de luz —le decía a Doctor Azul.
Richard estaba completamente fascinado. Se había corrido hacia uno de los costados del dormitorio, con los ojos yendo como un relámpago de un lado para otro, desde las imágenes que se proyectaban sobre la pared hacia las dos octoarañas y su equipo. Lo que se mostraba en las imágenes estaba demorado toda una contracción respecto de lo que estaba ocurriendo en la cama. Al final de cada contracción, Doctor Azul le alcanzaba a Nicole un pequeño apósito redondo, que Nicole adhería en la cara interna del muslo de Eponine, en la zona más cercana a la ingle. En cuestión de segundos, los diminutos cuadroides que habían estado dentro de Eponine durante la última contracción iban a la carrera hasta el apósito y, entonces, los nuevos ascendían presurosos por el canal de parto. Después de veinte o treinta segundos de demora para el procesamiento de los datos, otro juego de imágenes aparecía sobre la pared.
Max los estaba volviendo locos a todos. Cuando oía a Eponine gritar o gemir, como lo hacía en ocasiones cerca del pico de cada contracción, se acercaba velozmente a su lado y le aferraba la mano.
—Tiene dolores terribles —le decía a Nicole—. Debes hacer algo para ayudarla.
Entre contracciones, cuando, por sugerencia de Nicole, Eponine se ponía de pie al lado de la cama para permitir que la gravedad artificial la ayudara en el proceso de parto, Max se ponía aun peor. La imagen de su hijo por nacer atascado en el canal de parto, luchando contra la incomodidad proveniente de la presión de la contracción anterior, lo hacía lanzarse en una perorata.
—¡Oh, mi Dios, mira, mira! —decía, después de una contracción particularmente intensa—. Tiene la cabeza
machacada
. ¡Oh, mierda! No hay suficiente lugar. No lo va a lograr.
Nicole tomó dos decisiones importantes pocos minutos antes de que Marius Clyde Puckett hiciera su ingreso en el universo. Primero, llegó a la conclusión de que el bebé no iba a nacer sin algo de ayuda; iba a ser necesario, decidió, que ella practicara una episiotomía para mitigar los dolores y el desgarramiento del parto en sí. También llegó a la conclusión de que se debía sacar a Max del dormitorio antes que se volviera histérico o hiciera algo que interfiriera con el proceso de parto o ambas cosas.
Ellie esterilizó el escalpelo, a pedido de Nicole. Max lo miró con ojos desorbitados.
—¿Qué vas a hacer con
eso
? —preguntó.
—Max —manifestó Nicole con tono calmo, mientras Eponine sentía la llegada de otra contracción—, te quiero profundamente, pero deseo que salgas de la habitación. Por favor. Lo que estoy a punto de hacer facilitará el nacimiento de Marius, pero no va a ser agradable de mirar…
Max no se movió. Patrick, que estaba parado en el vano de la puerta, pasó una mano por sobre el hombro de su amigo, mientras Eponine empezaba a gemir otra vez. La cabeza del bebé estaba haciendo presión, con toda claridad, contra la abertura vaginal. Nicole empezó a cortar. Eponine lanzó un alarido de dolor.
—¡No! —aulló un desesperado Max ante la primera sangre que apareció—. ¡
No
…! Oh, mierda… Oh, mierda.
—
¡Ahora… sal ahora!
—gritó Nicole con tono imperioso, mientras concluía la episiotomía. Ellie estaba restañando la sangre tan rápido como podía. Patrick hizo dar vuelta a Max, lo abrazó con fuerza y lo condujo hacia la sala de estar.
No bien la tuvo disponible, Nicole revisó la imagen que apareció en la pared. El pequeño Marius estaba en posición perfecta.
Qué tecnología fantástica
, pensó fugazmente Nicole.
Cambiaría por completo el trabajo de parto
.
No tuvo más tiempo para reflexionar, otra contracción estaba comenzando. Extendió la mano y tomó la de Eponine.
—Esta podría ser la definitiva —le advirtió—. Quiero que empujes con alma y vida… y que no dejes de hacerlo durante toda la contracción. —Después le informó a Doctor Azul que no iba a necesitar más imágenes.
¡Empuja! —gritaron juntas Nicole y Ellie.
Empezó a asomar la cabeza del bebé. Nicole y su hija pudieron advertir que tenía cabello castaño claro.
—Una vez más —insistió Nicole—. Empuja otra vez.
—No puedo —sollozó Eponine.
—Sí puedes…
empuja
.
Eponine arqueó la espalda, tomó una profunda bocanada de aire e, instantes después, el bebé Marius salió disparado hacia las manos de Nicole. Ellie estaba lista con la tijera para cortar el cordón umbilical. El niño lloró en forma natural, sin necesidad de que se lo estimulara. Max entró corriendo en la habitación.
—Tu hijo acaba de llegar —anunció Nicole. Terminó de limpiar el exceso de fluido, ató el cordón umbilical y le alcanzó el bebé al orgulloso padre.
—Válgame… válgame… ¿Qué hago ahora? —dijo el aturdido pero radiante Max, que sostenía al bebé como si fuese tan frágil como el vidrio y tan precioso como los diamantes.
—Podrías besarlo —sugirió Nicole con una sonrisa—. Ese sería un buen comienzo.
Max bajó la cabeza y besó a Marius con mucha delicadeza.
—Y podrías traerlo para que conozca a su madre —añadió Eponine.
Lágrimas de gozo corrían por las mejillas de la nueva madre cuando miró al hijo de cerca, por primera vez. Nicole ayudó a Max a tender al niño sobre el pecho de Eponine.
—Oh, francesita —dijo entonces él, estrujando la mano de Eponine—, ¡cómo te amo… cómo te amo con todo mi corazón!
Marius, que había estado llorando sin parar desde instantes después de nacer, se calmó en su nueva posición sobre el pecho de la madre. Eponine bajó la mano que Max no le tenía tomada y, con ternura, acarició a su hijo. De pronto, los ojos de Max se llenaron de lágrimas.
—Gracias, querida —le dijo a Eponine—. Gracias, Nicole. Gracias, Ellie.
Les agradeció muchas veces a todos los que estaban en la habitación, incluidas las dos octoarañas. Durante los cinco minutos siguientes, también fue una verdadera máquina de apretujar con los brazos. Ni siquiera las octoarañas escaparon a sus abrazos de agradecimiento.
Nicole golpeó con suavidad en la puerta y, después, metió la cabeza en la habitación.
—Discúlpenme —dijo—, ¿hay alguien despierto?
Tanto Eponine como Max se agitaron, pero ningún ojo se abrió para saludarla. El pequeño Marius estaba acurrucado entre sus padres, durmiendo con satisfacción. Al fin, Max murmuró:
—¿Qué hora es?
—Quince minutos
después
de la hora fijada para nuestro examen de Marius —informó Nicole—. Doctor Azul volverá dentro de un ratito.
Max gruñó y le dio suaves golpecitos a Eponine.
—Entra —le dijo a Nicole. Max presentaba un aspecto terrible. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados y ojeras dobles.
—¿Por qué los bebés no duermen más de dos horas por vez? —preguntó, lanzando un bostezo.
Nicole se paró en el vano de la puerta.
—Algunos lo hacen, Max… pero cada bebé es diferente. Inmediatamente después de nacer, siguen, por lo común, la misma rutina con la que se sentían cómodos en el útero.
—¿De qué te quejas, de todos modos? —le reprochó Eponine, luchando para incorporarse—. Todo lo que tienes que hacer es escuchar algunos llantos, cambiar un pañal de vez en cuando y volver a dormir… Yo tengo que permanecer despierta mientras él se alimenta… ¿Alguna vez hiciste el intento de quedarte dormido mientras un pequeño comilón te está succionando los pezones?
—¿Qué es esto? —terció Nicole, riendo—. ¿Acaso los nuevos padres perdieron su aura de neófitos en sólo cuatro días?
—Realmente no —dijo Eponine, forzando una sonrisa mientras se ponía la ropa—… pero, ¡oh, Dios, estoy tan cansada!
—Es normal —explicó Nicole—. Tu cuerpo experimentó un trauma. Necesitas descansar… Como les dije a ti y a Max el día que nació Marius, cuando insistieron en que hiciéramos una fiesta, la única manera en la que pueden dormir lo suficiente durante las dos primeras semanas es si adaptan el horario de
ustedes
de modo que concuerde con el de él.
—Te creo —declaró Max. Salió por la puerta a los tropezones, llevando la ropa, y enfiló hacia el baño.
Eponine lanzó una mirada hacia la almohadilla azul claro que Nicole acababa de extraer de su maletín.
—¿Ese es uno de los nuevos pañales? —preguntó.
—Sí. Los ingenieros octoarañas le introdujeron algunas mejoras más… A propósito, su oferta relativa al recolector especial de desechos sigue en pie. Todavía no tienen algo para la orina de Marcus, pero calculan que, con el recolector, Marius sólo haría caca…
—Max se opone por completo a la idea —interrumpió Eponine—. Dice que su hijito no va a ser un experimento para las octoarañas.
—Yo no lo llamaría
experimento
, precisamente —aclaró Nicole—. La especie particular que diseñaron para la recolección de desechos es nada más que una leve modificación de la que estuvo limpiando nuestros inodoros desde hace seis meses. Y piensa en todos los problemas que evitarías…
—No —dijo Eponine con firmeza—… pero agradéceles a las octoarañas de todos modos.
Cuando Max volvió, estaba vestido para la ocasión, aunque seguía sin haberse afeitado.
—Quería decirte, Max —dijo Nicole—, antes de que regrese Doctor Azul, que finalmente mantuve una prolongada conversación con Archie respecto de nuestra partida de Nuevo Edén… Cuando te expliqué a Archie que
todos
queríamos irnos, y traté de darle algunas razones del porqué, me dijo que no dependía de él la aprobación de nuestra partida.
—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Max.
—Dijo que era un asunto para la Optimizadora Principal.
—¡Ajá! Así que debo de haber tenido razón todo el tiempo —señaló Max—. Realmente
somos
prisioneros y no invitados.
—No, no si entendí correctamente lo que dijo Archie. Me dijo que «se puede arreglar, de ser necesario», pero únicamente la Optimizadora Principal entiende suficientemente bien “todos los factores” como para tomar una decisión sensata.