Quattrocento (22 page)

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Authors: James McKean

Tags: #Fiction, #Literary

BOOK: Quattrocento
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Matt hizo una reverencia cuando se unió al grupo.
—Contessa.
—Discutíamos sobre ángeles —le dijo Anna con una sonrisa de bienvenida—. Estaba diciendo que a veces, durante los servicios del padre Bonifacio, mi mente divaga. He advertido que esto le pasa a todo el mundo en un momento u otro. No son vuestras palabras —le dijo al sacerdote—, que son una ayuda inestimable y están llenas de verdadera poesía y de claridad de pensamiento. Es más bien que los ángeles que nos rodean en las paredes de la capilla son de una belleza tal que me resulta imposible ignorarlos.
—Gabriel —sugirió Matt.
—Sí —coincidió Anna—. Una forma tan exquisita, una expresión de tanta belleza en sus rasgos. Me distraigo de la palabra de Dios por el irresistible poder de su belleza. ¿Cómo pueden estos ángeles divinos, mensajeros de Dios, producir en nosotros la misma transgresión que la serpiente en el Edén, para hacernos cambiar la contemplación de lo divino por las gratificaciones profanas de la belleza sensual, no importa lo elevadas o refinadas que sean?
—La palabra de Dios se expresa de muchas maneras —respondió Bonifacio—, y las pinturas son sin duda una de ella. Yo mismo he pasado muchas horas contemplando la expulsión del Edén.
Considerando que el artista de la capilla había pintado una Eva por la que bien merecía la pena sacrificar el Paraíso, Matt no se sorprendió por la devoción del sacerdote. Tristano se aclaró la garganta y se inclinó hacia delante.
—Platón, como sabemos, habló profusamente sobre este mismo tema.
—¿Sobre los ángeles? —preguntó Rodrigo—. ¿Platón habló sobre los ángeles?
—La República —dijo Tristano.
—No recuerdo nada sobre ángeles en La República. Pero sí habla de la caverna. ¿Estáis seguro de que no estáis hablando de murciélagos?
—No se refiere a ellos por ese nombre, por supuesto.
—Eso es fácil de comprender, ya que no hay ninguna palabra para ángel en el griego antiguo. ¿Pero dónde los menciona?
—Está implícito en todo lo que dijo —explicó Tristano—. Formas ideales. La esencia del fuego. Cuando el hombre sale de la caverna, se revela que las sombras son proyectadas por el sol. El sol es equivalente a Dios, y por tanto podemos ver que las sombras, ipso facto, como un reflejo de Dios, en su forma ideal, son los ángeles.
—Si queréis consultar a los antiguos —le interrumpió Bonifacio—, Aristóteles tiene una autoridad superior.
—¿Aristóteles? —preguntó Rodrigo—. ¿Estáis diciendo que vio ángeles?
—No ángeles per se. Sin embargo, este razonamiento tiene éxito donde el de Platón fracasa tristemente. Por tanto: Dios... o la Naturaleza, por usar su palabra exacta, pero Dios es lo que quiere decir.
—Lo conociera o no —dijo Rodrigo.
—Precisamente. Dios es perfecto. El hombre, creado por Dios, es perfecto, incluso en sus imperfecciones. Nuestros órganos sensoriales (la comprensión, nuestros ojos y oídos), fueron creados por Dios para permitirnos percibir el mundo en toda su perfección. Contemplad, dijo Dios. Y ésa es de hecho la primera causa del hombre, contemplar la gloria de Dios. Los ángeles son una parte esencial de la creación. Por tanto, los percibimos y existen.
—¿Existen porque los percibimos?
—No. Nosotros existimos porque los percibimos.
—¿Y en cuanto a vos? —le preguntó Anna a Matt— ¿Sois aristotélico o platónico?
—¿Hay que elegir?
—Elegir, no, pero declararse partidario, sin duda. 
—Declaraos vos, entonces.
—En absoluto, declaraos vos —dijo Leandro, apareciendo al lado de Anna de repente.
Sorprendido ante la súbita aparición, Matt mantuvo la calma exterior. ¿Qué importaba si estaba hablando con Anna? Era ella quien tenía que decidir con quién conversaba, o a quién concedía sus afectos. Matt tenía todo el derecho del mundo a estar allí, mientras Anna quisiese que estuviera.
—No soy ni de uno ni de otro —replicó Anna, inclinando la cabeza para responder al saludo de Leandro—. Hay mucha verdad en lo que cada uno de ellos tuvo que decir. Platón, por ejemplo, creía que en el principio todos los humanos eran completos. Los dioses, al ser dioses, estaban tan celosos de esta perfección que los dividieron por la mitad. Y desde entonces, justo desde entonces, cada uno de nosotros ha tenido que buscar a su otra mitad. Y de vez en cuando, a pesar de los dioses, se encuentra a esa persona.
—¿Y cómo podemos saber que eso es una verdad y no una creencia? —preguntó Leandro.
—Porque lo es, no importa que se crea en ello o no. Como el Partenón —dijo Matt.
—Indudablemente —reconoció Tristano, asintiendo.
—Qué maravillosa es la filosofía —dijo Leandro—, que nos muestra cómo un edificio es como el verdadero amor. Son lo que son, y por tanto son iguales el uno que lo otro. Debéis excusarnos —dijo, y antes de que Anna pudiera decir nada se la llevó, la mano en el brazo.
—Y yo debo comer —dijo Rodrigo, excusándose. 
Matt se reunió con él ante la mesa y se sirvió un plato.
—El Partenón —dijo Rodrigo mientras se dirigían a la sombra de un árbol en el borde del claro—. ¿Estáis loco? Cuando él haya acabado con vos, ni siquiera hará falta una barca para que os lleve al otro lado de la laguna Estigia. Quedará tan poco que bastará una cesta. Estar enamorado es una cosa, pero ser un idiota enamorado es otra completamente diferente.
—¿Lo es? ¿Y vos qué sabéis?
—Por difícil que os resulte creerlo, la sensación no me es desconocida.
—No estoy hablando de sensaciones. El amor es más que levantar unas faldas una mañana de verano.
—¿Y qué queréis decir exactamente con eso?
—Quiero decir que estar enamorado es muchas cosas, incluyendo ser un idiota, pero divertirse es una cosa y sólo una —replicó Matt, viendo cómo Anna y Leandro se alejaban entre la multitud, seguidos a respetuosa distancia por Francesca.
—Tened cuidado, amigo mío.
—Cuidad de vuestros asuntos, que yo cuidaré de los míos. Al menos no me agazaparé en las sombras, pasando de una cama a la otra. ¡Jesucristo! —exclamó Matt cuando Rodrigo clavó la punta de su cuchillo en el tronco del árbol, justo al lado de su cabeza.
Al oír gritar a Matt, Bonifacio volvió la cabeza desde la mesa donde se estaba llenando otra vez el plato. Matt se santiguó, alzando su propio plato mientras lo hacía. Bonifacio asintió con la cabeza y continuó atacando el muslo de un pollo asado.
—Estáis hablando de mi esposa —dijo Rodrigo.
—¿Vuestra esposa? 
—Desde hace más de un año.
—Pero... —Matt hizo una pausa, sin palabras—. Rodrigo, no tenía ni idea. Lo siento. Yo nunca...
—Olvidadlo.
—Lo siento.
—No seáis tan condenadamente rápido al sacar conclusiones. 
—No, por supuesto que no —reconoció Matt. Liberó el cuchillo del árbol y se lo devolvió a Rodrigo— . ¿Por qué el secreto?
Rodrigo se limitó a encogerse de hombros mientras envainaba el cuchillo en su pantalón.
—Quiero decir, si estáis casado...
—Olvidadlo.
—¿No queréis estar con ella? 
—Tengo una esposa.
—Sí, acabáis de decir... —Matt se detuvo—. Oh.
— Ella está en España. Una arpía, peor que las furias que volvieron locos a los hombres de Odiseo. No puedo hacer nada al respecto. Dejé España, me vine a Nápoles, he viajado por medio mundo. Y entonces conocí a Francesca. El duque dijo que utilizaría su influencia para conseguirme la nulidad, pero me va a costar una fortuna tratar con esos malditos chupasangres de Roma.
—El negocio de los tintes —dijo Matt—. Por eso estáis tan interesado en él.
—No sois el único con planes caros. Y por cierto, el duque quiere hablar con vos.
Los dos hombres se encaminaron hacia Federico, que estaba cerca de la orilla conversando con Anna mientras Leandro, cerca, escuchaba a Kamal. Al ver que Rodrigo y Matt se acercaban, Leandro hizo un breve comentario al príncipe árabe, quien hizo una pausa y les dirigió una rápida mirada antes de continuar su conversación. Cuando llegaron, el duque hizo un gesto cortés con la cabeza, y Anna se apartó.
—Excelencia —saludó Matt al duque, quien lo observó con la penetrante mirada de su único ojo.
—¿Habéis tenido oportunidad de considerar mi propuesta? — preguntó Federico.
—Me sentiría honrado de unirme a vos en esta empresa, excelencia.
—¿Qué empresa? —preguntó Leandro, volviéndose para unirse a la conversación.
—Una fábrica de tinte —replicó Rodrigo, y explicó brevemente de qué se trataba.
—Fascinante —comentó Kamal—. ¿Dónde habéis aprendido el proceso? —le preguntó a Matt.
—En los Países Bajos.
—Deduzco que habéis viajado mucho. —Kamal hizo una pausa, como invitando a Matt a responder—. ¿Sois comerciante? —continuó al comprobar que Matt permanecía en silencio.
—Tengo diversos intereses —dijo Matt—. Algunos de ellos se refieren al comercio.
—¿Cuál en particular?
—Estamos explorando las posibilidades.
—¿Estamos?
—Una asociación de firmas interesada en expandir el comercio y los mercados.
—¿Qué banca es ésa? —preguntó el duque.
—Morgan.
—No he oído hablar de ella —dijo Leandro.
—Está en Londres.
—Y en Florencia, su representante...
El brusco crujido de una rama al quebrarse, seguido inmediatamente de una fuerte salpicadura en la laguna tras ellos, interrumpió sus palabras.
—¿Qué ha sido eso? —gritó alguien en medio del silencio. 
Todos se volvieron para mirar hacia el río. No se veía más que un gran círculo de ondas, a medio camino de la orilla, el centro quieto ya. Algo corría sin embargo por la falda de la colina, oculto a la vista por los árboles. ¿Un oso? Una lluvia de pequeñas rocas y ramas desprendidas roció la superficie de la laguna. Siguieron hojas que se posaron suavemente en el agua y luego giraron como botes sin remos. Unos pies aparecieron a la vista y luego se detuvieron mientras un par de brazos se aferraban a una rama colgante. Cosimo colgaba, el terror en el rostro, contemplando el agua bajo él.
—¡Orlando! —chilló.
Anna dejó escapar un grito. Como un caleidoscopio al que se da un giro de golpe, la multitud se disgregó, algunos echaron a correr hacia la laguna, otros se pusieron a gritar, la mayoría mirándose unos a otros como si no estuvieran seguros de qué pensar. Matt dejó su copa y corrió a la orilla. Escrutó las aguas, protegiéndose los ojos con la mano, pero no se veía nada. Oculta bajo las oscuras ramas verdes de los abetos, el agua estaba perfectamente quieta, las hojas de la superficie ya no giraban.
Matt se despojó del jubón y la camisa. Se quitó las botas y se lanzó de cabeza a la laguna, jadeando ante la sorpresa del agua helada. A los dos pasos tan sólo, el fondo desapareció bajo sus pies y nadó con potentes brazadas hasta que llegó al punto donde Cosimo se hallaba en la otra orilla, colgando de la rama mientras contemplaba el agua. Matt tomó aire y se sumergió. Se internó en el súbito silencio mientras la luz menguaba, bajando hacia el doloroso frío del fondo, al empapado montón de ropa arrugada en medio de las hojas muertas. Agarró el cuerpecito y trató de alzarlo, pero resistió, la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados. Matt le asió de la camisa, pero el peso muerto tiraba de él como un ancla. Dejó que lo arrastrara, plantó los pies en el fondo y saltó con todas sus fuerzas. El cuerpo flácido se resistió, pero al fin consiguió liberarlo del fondo y lo sostuvo contra su cuerpo mientras luchaba por llegar a la luz, agitando las piernas y dando brazadas con la mano libre. Su cabeza rompió finalmente la superficie, el agua chorreando de su pelo, metiéndosele por los ojos y la nariz. Sujetando al niño, tomó una enorme bocanada de aire, y nadó hacia la orilla.
Matt llegó a tierra, resbalando en el lodo y la hierba, arrastrando consigo el cuerpo sin vida, manchando de agua la alfombra. Apartó las manos que intentaban agarrar al niño, evitándolos sin pensar ni mirar siquiera. Tendió a Orlando de costado y le buscó en la boca cualquier posible obstrucción antes de ponerlo boca arriba. Matt tomó su jubón, que estaba tirado en la alfombra donde lo había dejado, y lo colocó bajo los hombros de Orlando. Con una mano en la barbilla del niño y la otra en su frente, arrodillado junto a él, Matt trató de insuflarle aire en los pulmones. Dos profundas inspiraciones, y entonces se situó junto al pecho del niño y, levantándose para hacer toda la fuerza posible, colocó ambas manos sobre el pecho inmóvil y empezó a bombear con fuerza, lo suficiente para romper el diminuto esternón, como si pudiera obligar a su pulso a regresar. Una y otra vez, pero la cara del niño permaneció inmóvil, la piel azul, el tajo en la frente, donde se había golpeado con la rama, convertido en una oscura línea roja. Matt dejó de bombear, se agachó y sopló dos veces más en la boca de Orlando, y entonces volvió a bombear. El pequeño pecho hundiéndose bajo la presión de sus manos, una y otra vez, y entonces, en la calma letal, los párpados de Orlando aletearon. Tosió, mientras Matt seguía bombeando, y entonces volvió a toser, escupiendo agua, y apareció el blanco de sus ojos mientras volvía la cabeza a un lado. Matt dejó de bombear y sostuvo el rostro del niño mientras tosía, el agua corriéndole por la mejilla, y luego lo levantó, envolviendo con el jubón su cuerpo frío, frotándolo para darle vida y calor.
Matt lo entregó a Anna, dejando en brazos de la madre al niño, todavía inconsciente pero respirando. Se sentó junto a ella, la cabeza en las manos, cruzado de piernas, los ojos cerrados, mientras Bonifacio se arrodillaba junto a ellos, la mano en la cabeza del chiquillo.
—Deo gracias, hodie Domine sanctus mirabile... —entonó el sacerdote.
El susurro de la multitud fue creciendo, ahora que podían ver que Orlando había vuelto realmente entre los vivos. Ansioso de repente por poder respirar aire libre de nuevo, Matt se puso en pie, tambaleándose. La multitud le abrió paso, mientras la gente lo observaba llena de silencioso asombro. El círculo volvió a cerrarse mientras él se desplomaba de nuevo en la alfombra, sin que lo vieran. Todo había sucedido muy rápido y ahora se había terminado, y volvía a ser como antes. La sombra del halcón se había cernido cerca pero había fallado, el gran pájaro invisible de la muerte se abalanzó sobre ellos surgido de ninguna parte y luego se desvaneció con la misma rapidez con la que había aparecido.

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