Qualinost (43 page)

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Authors: Mark Anthony & Ellen Porath

Tags: #Fantástico

BOOK: Qualinost
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* * *

En lo rimero que reparó Flint cuando despertó, fue que podía ver. No mucho, es cierto, pero una mortecina claridad gris se cernía en el aire, lo suficiente para que distinguiera las borrosas formas de la cámara en la que se encontraba.

Flint gruñó quejoso al incorporarse y se desperezó. Debía de haber dormido varias horas. Las sombras resultaban menos amenazantes ahora; fuera cual fuera la fuente de la luz grisácea, parecía rechazarlas. A pesar de ser débil, la luz no causaba la misma sensación de escalofrío que le había producido la de los ojos de los peces. Por el contrario, le levantaba el ánimo. Flint escudriñó la cámara, preguntándose de dónde venía aquella claridad, y pronto lo vio.

En la pared, justo encima del lugar donde se había tumbado para dormir, había una minúscula grieta en la roca. El enano sabía lo que significaba: era luz diurna, y más allá de la pared, en alguna parte, se encontraba el exterior.

Flint examinó la grieta y la zona de alrededor. Las líneas apenas eran perceptibles, pero el enano gruñó; estaba seguro de que allí había habido una ventana en el pasado. Sin duda había sido clausurada por alguna razón. Flint localizó el débil perfil de la abertura sellada.

Asió el martillo que llevaba colgado del cinturón y, con toda la fuerza adquirida en el duro trabajo de la forja, golpeó la pared. La piedra tembló, y Flint gruñó satisfecho al advertir que la grieta se expandía. Golpeó una segunda vez, y otra más. La fisura se ensanchó y apareció otra nueva, permitiendo el paso de un estrecho haz luminoso. Ello animó al enano, que la emprendió a golpes con la pared. Por fortuna, el muro no era grueso, y la grieta original había sido el primer síntoma de la debilidad general que aquejaba a la roca.

Sin duda, la premura con que se había clausurado la ventana favorecía las intenciones del enano. Si los maestros canteros hubiesen realizado el trabajo con su habitual destreza, el martillo de Flint habría sido tan ineficaz contra la piedra como una rama de sauce.

Al cabo de un minuto, las esquirlas de piedra empezaron a saltar de la pared. La grieta se convirtió en un agujero y, de repente, todo ello se vino abajo, desmoronándose a los pies de Flint mientras la luz penetraba a raudales en la cámara, haciendo retroceder a las sombras hasta los rincones más apartados.

Con una sensación de triunfo, Flint asomó la cabeza a través del agujero, pero su entusiasmo duró poco al descubrir que se encontraba en el fondo de otro pozo pétreo.

Una vez más, la única vía de escape era hacia arriba.

* * *

La única vía de escape era hacia arriba, pensó Tanis mientras examinaba la pared del risco. A su lado, Gilthanas se removió y por fin abrió los ojos. Aparte del chichón del tamaño de un huevo que tenía en la frente, el joven parecía estar en buenas condiciones físicas.

—¡Tanis! —exclamó. Su rostro expresó primero un cierto alivio, seguido de enfado—. ¡Has incumplido la orden de arresto del Orador!

—Vine a rescatarte —dijo el semielfo. En ese momento se escuchó el retumbar de los tambores que anunciaban el comienzo del
Melethka-nara.

Gilthanas trató de incorporarse con premura, y su movimiento hizo que el repecho se bamboleara.

—¡Los tambores! —musitó, con una mirada aterrada en sus verdes ojos—. He de regresar a Qualinost para el
Kentommen-tala. —
En su agitación, se acercó peligrosamente al borde de la repisa, y Tanis lo agarró por el brazo y tiró de él hacia atrás. En el semblante del muchacho asomaron expresiones de miedo, alivio y enojo, en una pugna por imponerse unas sobre otras.

—¿Crees que podrás escalar? —preguntó Tanis, señalando los nueve metros de pared que los separaban de la cima—. ¿O prefieres que vaya yo solo y regrese con ayuda?

—¿Ir tú solo? —repitió Gilthanas mientras se incorporaba y alargaba la mano hacia el primer asidero de la pared—. Faltaría a mi deber si te dejara escapar.

—¿Escapar? —murmuró el semielfo. Con los movimientos de los dos primos, la repisa se soltó un poco más y volvió a bambolearse.

Pero la llamada del deber parecía haber dotado de nuevas fuerzas al guardia neófito, ya que empezó a trepar con cierta agilidad a pesar de que la larga túnica le estorbaba los movimientos. Por último, Gilthanas recogió el repulgo en su cinturón, lo que le facilitó el ascenso en cierta medida. Ello, no obstante, retrasó la salida de Tanis de la repisa, que daba muestras de debilidad cada vez más frecuentes. Con nerviosismo, el semielfo aguardó hasta que Gilthanas hubo trepado por encima de su cabeza, y entonces lo siguió, utilizando los mismos asideros de los que se había valido su primo. La perspectiva de escapada que había parecido casi impracticable durante las horas nocturnas, resultó ardua pero viable con la luz del día.

Media hora más tarde, Gilthanas ayudaba a Tanis a remontar el borde del precipicio. Aquel último esfuerzo hizo que se soltara una roca de tamaño mediano, que resbaló por el borde con un sonido chirriante y rebotó sobre la repisa donde los dos jóvenes habían pasado la noche. El saliente crujió, se balanceó un poco, y después, lentamente, se soltó de la pared y se desplomó dando tumbos en el vacío hasta hundirse en el río que corría al fondo.

A lo lejos, los tambores dieron un último redoble y enmudecieron.

—El
Melethka-nara
ha empezado —dijo Gilthanas—. Porthios ha entrado en la cámara subterránea de palacio. Ahora comenzará la prueba. Dispongo de tres horas para llegar al corredor que va de la cámara a la Torre.

A pesar de sus palabras, Gilthanas no se movió; en silencio, dirigió la vista hacia el este, y Tanis comprendió que el espíritu del muchacho se encontraba en aquel momento junto a su hermano, en la cámara.

—Gilthanas, ¿viste el rostro de tu atacante?

El elfo salió de su ensimismamiento y miró a Tanis. Luego denegó con la cabeza e inició el camino de regreso por el sendero paralelo a la torrentera.

—Estaba muy oscuro. E iba encapuchado. ¿Lo viste tú?

Tanis sacudió la cabeza con un gesto de negación, y explicó cuanto había ocurrido desde su huida de palacio hasta el momento en que se precipitó por el borde del risco. Desvió a su primo del camino para dirigirse hacia la grieta por la que había desaparecido Flint. Llamó al enano a voces; arrojó chinarros por la estrecha hendidura a fin de calcular, por el ruido que hicieran al caer, la profundidad de la chimenea. Sus llamadas no obtuvieron respuesta, y Tanis era demasiado corpulento para entrar por el orificio.

—Debemos apresurarnos —apremió Gilthanas.

Tanis vaciló, sin decidirse a abandonar al enano. Con un movimiento ágil, su primo alargó la mano y le quitó la espada enfundada en la vaina. El semielfo jamás habría desconfiado de su primo, pero de pronto se encontró amenazado por la punta de su propia espada. El colgante de su madre resaltaba como un círculo de plata en la guarda. Los pájaros del bosque prosiguieron con sus trinos, como si no ocurriera nada.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Tanis en un susurro.

—Eres mi prisionero —anunció con tono ceremonioso su primo—. Has violado la orden del Orador. Como miembro de la guardia, es mi obligación prenderte y llevarte de regreso a Qualinost para que se te juzgue.

La mirada de Tanis fue de la espada que Flint le había hecho al rostro de Gilthanas. La expresión circunspecta de su primo no admitía réplica. Tanis sopesó la situación. Era más fuerte y más grande que el muchacho, y además tenía una daga. Sabía que podría dominarlo pese a que él manejara la espada.

Sin embargo, ¿qué haría después? ¿Maniatarlo y dejarlo allí sin protección? Esta medida sería aceptable si se encontraran más cerca de Qualinost, con gente en los alrededores, pero el área del
Kentommenai-kath
estaba desierta. De mala gana, prometiendo en su fuero interno que regresaría, Tanis se resignó a que Gilthanas lo condujera por el camino de regreso a la ciudad.

* * *

Flint llegó a la conclusión de que la chimenea era un pozo de ventilación, de unos siete metros de profundidad. Procurando no forzar el hombro herido, el enano se apuntaló contra las paredes del pozo y se dispuso a trepar por el orificio, que tenía la anchura aproximada de un barril de cerveza, una comparación nostálgica que Flint se apresuró a rechazar. El suelo del pozo estaba alfombrado con agujas y piñas de abetos; cerca de la pared yacía el esqueleto momificado de un animal del tamaño de un mapache. Flint intentó alejar de su mente la idea de que algún animal hubiese muerto allí abajo, aunque fueran muchos los años transcurridos desde entonces.

Alzó la vista. En lo alto, distinguió un círculo de luz, cruzado por algunas ramas de picea. Buscó salientes en las paredes, pero sin éxito. El pozo era lo bastante angosto para poder escalarlo apoyándose en los pies y la espalda, pero ello resultaba imposible con el inconveniente de la reciente herida del hombro; no tuvo más remedio que admitirlo tras varios intentos frustrados en los que acabó dando con sus huesos en el mullido fondo, a la vez que soltaba un gemido de dolor.

—¡Por Reorx! —musitó. Luego, en voz más alta:— ¡Por el martillo de Reorx!

Se quedó sentado en la alfombra de agujas, sumido en el desanimo. De manera mecánica, sus dedos recorrieron las marcas dejadas milenios atrás por los artesanos canteros en las paredes del pozo; unas marcas hechas por los cinceles, en forma de «T». Los artesanos del respiradero llevarían muertos mucho tiempo y ahora, probablemente, ejercitaban su arte junto a Reorx en el más allá. Flint estudió unas de las marcas; había visto una muy parecida en el antebrazo de Tyresian. De manera inesperada, acudió a su mente la imagen de tía Ailea, muerta frente a la chimenea; el tobillo asomando bajo la falda, la blusa púrpura, la manga subida por encima del codo. La «T», la cicatriz, la sucesión, recordó una vez más...

La comprensión surgió en su cerebro de un modo tan repentino que alzó la cabeza con brusquedad y se golpeó contra la pared.

—La cicatriz, el té, la sucesión —susurró. La pequeña Fionia había malinterpretado no sólo lo de la sucesión, sino que también había entendido «la T», en lugar de «el te».

Ahora le vino a la mente que, después del intento de asesinato sufrido, había tomado una taza de té preparada por Miral, y el hecho de que, posteriormente, Ailea le había administrado una de sus pociones para provocarle el vómito. Unos días más tarde, el mago le había preguntado si su infusión medicinal le había hecho algún efecto... Y ello había ocurrido minutos antes de que recibiera el mensaje de Ailea en el que le comunicaba que había descubierto algo sobre la muerte de Xenoth.

¡El mago le había administrado una infusión de veneno! Y Ailea se había dado cuenta. No obstante, la anciana se había tomado cierto tiempo para reflexionar sobre la situación antes de hacer alguna acusación. Después, cuando estuvo segura, cuando alguna pieza del rompecabezas había encajado en su sitio, había enviado un mensaje a Flint, quien lo había compartido de inmediato con... ¡el asesino!

—¡Que Reorx me asista! —barbotó el enano mientras revolvía la capa de desperdicios almacenada en el fondo del pozo en busca de cualquier cosa que le sirviera para salir de allí.

Si sus deducciones eran acertadas, ni Porthios, ni el Orador, ni Gilthanas, ni Laurana llegarían vivos al final del día. Como si Reorx hubiera escuchado su súplica y le enviara la ayuda más inesperada, Flint escuchó el rebuzno de una mula. De repente una sombra se interpuso en la luz del pozo, y Flint alzó la vista. Algo se asomaba por la abertura. En lugar de divisar las ramas de las piceas, el enano se encontró con un hocico grotesco, dos orejas casi tan largas como su brazo, y un par de ojos marrones relucientes de pasión.

—¡Pies Ligeros! —Se incorporó de un brinco—. ¡Maravilloso animal! —La mula parpadeó—. ¡Todavía estoy en Qualinesti!

Flint jamás había creído que llegaría el día en que ver a su mula lo hiciera derramar lágrimas de alegría. No obstante, lo que más lo emocionó fue la visión de aquella cuerda de tres metros, con una punta rota a mordiscos, y la otra atada al collar del animal. Los elfos se habían burlado de él por haber hecho un collar a una mula; ahora le había llegado el turno de reírse de ellos. Un ronzal no habría resistido los tirones.

El único inconveniente era que la cuerda que colgaba por el pozo resultaba corta en unos cuatro metros.

Flint no se dio por vencido. Tenía un yesquero, un martillo, una daga y una escala de cuerda. Esta última llegaría sin duda hasta la boca del pozo, pero no se le ocurría ningún medio para hacerla llegar hasta arriba y engancharla.

Pies Ligeros
lanzó otro rebuzno, y el sonido retumbó en el pozo hasta casi ensordecer al enano.

—¡Deja de escandalizar! —gritó Flint. Mas, cuando la mula retrocedió arrastrando tras de sí la cuerda, exclamó:— ¡No! ¡Aguarda! ¡No quise decir eso!

No sin cierta precaución, el animal se asomó otra vez por el borde. Vista de frente,
Pies Ligeros
no era muy atractiva, pero así, desde abajo, resultaba absolutamente ridícula. Por añadidura, parecía estar enfadada. Flint tuvo la espantosa visión de la mula alejándose del pozo con un resoplido desdeñoso. Y, en efecto, el animal empezó a apartarse del borde y el extremo de la cuerda subió un poco más arriba.

—¡Pies Ligeros,
eres una... —Enmudeció, y asumió un tono adulador—... criatura encantadora; regresa, por favor!

La cuerda se detuvo, se agitó, y descendió unos cuantos centímetros. Sus húmedos ojos marrones buscaron los del enano. Agachó una de las orejas.

Flint desenrolló la escala de cuerda. Si pudiera engancharla al cuello de la mula... Calculó las distancias y lanzó la escala a lo alto.

El artilugio cayó sobre él como un nudo de serpientes enredadas, a la vez que
Pies Ligeros
soltaba un rebuzno.

—Eso es, estúpida bestia, ríete de mí —rezongó por lo bajo el enano.

Se desembarazó del enredo y lo intentó por segunda vez con el mismo resultado. Por fin, en el tercer intento, y con el hombro dolorido por el esfuerzo, logró que la escala alcanzara el borde y quedara unos cuarenta centímetros sobre la superficie, enganchada en una piedra de manera precaria.
Pies Ligeros
agachó el húmedo hocico y la olisqueó; al hacerlo, la escala se soltó de la piedra y cayó de nuevo sobre Flint.

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