Punto crítico (22 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Punto crítico
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Jennifer gruñó.

—Dick jamás aceptaría algo así.

—Lo sé —coincidió Deborah—. Es un asco.

Jennifer cogió el fax que su ayudante había dejado sobre la consola. Era un comunicado de prensa de una firma de relaciones públicas; una más de los centenares de noticias que recibían a diario. Como todos esos faxes, éste tenía el formato de un artículo periodístico, con título y todo. Decía:

LA JAA RETRASA LA CERTIFICACIÓN AL REACTOR DE FUSELAJE ANCHO N-22, ALEGANDO CONTINUAS IRREGULARIDADES DE AERONAVEGABILIDAD.

—¿Qué es esto? —preguntó, frunciendo el entrecejo.

—Héctor me ha pedido que te lo diera.

—¿Por qué?

—Ha pensado que podría interesarnos.

—¿Por qué? ¿Qué demonios es la JAA? —Jennifer leyó rápidamente el texto. Estaba lleno de jerga de aeronáutica, aburrida e incomprensible. Ni una sola imagen, pensó.

—Al parecer —dijo Deborah—, es el mismo modelo de avión que se incendió en Miami.

—Vaya. ¿Así que Héctor quiere que hagamos un reportaje sobre seguridad aérea? Genial. Todo el mundo ha visto las imágenes del avión en llamas. Y ni siquiera eran buenas. —Jennifer apartó el fax—. Pregúntale si tiene algo más.

Deborah se marchó. A solas, Jennifer miró fijamente la imagen congelada de Charles Manson en el monitor que tenía delante. Luego lo apagó y decidió tomarse un momento para pensar.

Jennifer Malone tenía veintinueve años, y era la productora más joven en la historia de
Newsline
. Había ascendido con rapidez porque hacía bien su trabajo. Había demostrado su talento muy pronto, antes incluso de graduarse en Brown. Mientras trabajaba como eventual durante el verano, igual que Deborah, se quedaba investigando hasta altas horas de la noche, tecleando en los terminales Nexis, consultando los cables de los servicios de noticias. Un día, con el corazón en un puño, fue a ver a Dick Shenk para proponerle un reportaje sobre un extraño virus africano y el valor del personal sanitario que trabajaba en la zona. Con ese material habían producido el célebre segmento del Ébola, el mejor reportaje de
Newsline
de aquel año, que había conseguido otro premio Peabody para la colección de Dick Shenk.

Había continuado con un reportaje sobre Darryl Strawberry, otro sobre las minas de Montana y uno sobre los indios iroqueses.

En toda la historia de la televisión, ningún estudiante de periodismo había conseguido poner un reportaje en antena; Jennifer había lanzado cuatro. Shenk declaró que admiraba su empuje y le ofreció un empleo. El hecho de ser brillante, hermosa y miembro de la Ivy League también jugó en su favor. En el mes de junio siguiente, en cuanto se graduó, comenzó a trabajar para
Newsline
.

El programa empleaba a quince productores. Cada uno de ellos tenía asignado a una estrella del periodismo, y se esperaba que produjeran un reportaje cada dos semanas. Un reportaje normal llevaba cuatro semanas. Después de dos semanas de investigación, los productores se reunían con Dick para conseguir el visto bueno. Luego salían fuera del estudio, filmaban material de relleno y hacían las entrevistas secundarias. El productor daba forma al reportaje, y luego se buscaba a una celebridad del periodismo para que la narrara. El comentarista viajaba por un día, hacía las tomas de exteriores y las entrevistas importantes y volvía a casa en el vuelo siguiente, dejando que el productor montara la cinta. Poco antes de salir en antena, la estrella en cuestión llegaba al estudio, leía el guión que había preparado el productor y doblaba el sonido para acompañar las imágenes.

Cuando el segmento por fin salía al aire, el periodista que daba la cara aparecía como el auténtico reportero;
Newsline
protegía celosamente la reputación de sus estrellas. Pero en realidad los verdaderos periodistas eran los productores. El comentarista se limitaba a hacer lo que le ordenaban.

A Jennifer le gustaba el sistema. Tenía un poder considerable y le agradaba trabajar entre bambalinas, sin que nadie conociera su nombre. El anonimato le resultaba útil. A menudo, cuando realizaba entrevistas, los entrevistados la trataban como a una segundona y hablaban con absoluta libertad, aunque las cámaras estuvieran filmando. Tarde o temprano, preguntaban: «¿Cuándo veré a Marty Reardon?». Entonces Jennifer respondía con solemnidad que eso aún no se había decidido y continuaba con las preguntas. Y, mientras tanto, atrapaba al idiota de turno que se creía que aquello se trataba de un ensayo.

En definitiva, ella hacía la entrevista. No le importaba que las estrellas se llevaran los laureles.

—Nunca decimos que son ellos los que hacen el reportaje —sentenciaba Shenk—. Nunca damos a entender que han entrevistado a alguien si no lo han hecho. En este programa el auténtico valor no es la estrella que da la cara. La verdadera estrella es el reportaje. La celebridad es sólo un guía que narra la historia al público. Alguien en quien la gente confía, alguien a quien les gustaría invitar a sus casas.

Jennifer le daba la razón. Por otra parte, no había tiempo para hacer las cosas de otra manera. Una estrella de los medios de comunicación, como Marty Reardon, tenía más compromisos que el presidente de la nación, y sin duda alguna era más famoso. Tenía más posibilidades de que lo reconocieran por la calle. No podían esperar que una persona como Marty derrochara su valioso tiempo haciendo trabajos de investigación, tropezando con pistas falsas, montando una historia.

Sencillamente, no había tiempo.

La televisión era así: nunca había tiempo suficiente.

Volvió a consultar su reloj de pulsera. Dick no regresaría hasta las tres o las tres y media. Marty Reardon no le pediría disculpas a Al Pacino. De modo que cuando Dick volviera, se pondría histérico, haría una nueva advertencia a Reardon y luego se lanzaría con desesperación a buscar otra noticia para llenar el hueco. Jennifer tenía una hora para encontrarla.

Encendió la televisión y comenzó a hacer
zapping
con aire distraído. Volvió a mirar el fax que tenía sobre la mesa.

LA JAA RETRASA LA CERTIFICACIÓN AL REACTOR DE FUSELAJE ANCHO N-22, ALEGANDO CONTINUAS IRREGULARIDADES DE AERONAVEGABILIDAD.

Un momento, pensó. ¿
Continuas
irregularidades de aeronavegabilidad? ¿Eso significaba que el problema de seguridad no era nuevo? En tal caso, era probable que allí hubiese una historia. No sobre seguridad aérea… Eso ya lo habían hecho millones de veces. Interminables reportajes sobre el control de tráfico aéreo, comentarios de que usaban ordenadores de los años sesenta y de que el sistema era peligroso y obsoleto. Esos reportajes sólo conseguían atemorizar a la gente. El público perdía interés, puesto que no podía hacer nada al respecto. Pero, ¿había problemas en un modelo de avión concreto? Eso podía dar para un reportaje sobre consumo y seguridad. No compre ese producto. No vuele en ese avión.

Podría ser una historia muy,
muy
impactante, pensó. Levantó el auricular y marcó un número.

11:15 H
HANGAR 5

Casey encontró a Ron Smith con la cabeza metida en el compartimiento de accesorios delantero, detrás de la rueda del morro. A su alrededor, el equipo de electricistas trabajaba afanosamente.

—Ron —dijo—, quiero hacerte algunas preguntas sobre la lista de fallos. —Había llevado las diez páginas con ella.

—¿Qué pasa?

—¿A qué se refieren estas cuatro lecturas: AUX, AUX 1, 2, 3 y COA?

—¿Es importante?

—Es lo que intento averiguar.

—Bien —dijo Ron con un suspiro—. AUX 1 es el generador de potencia auxiliar, la turbina de la cola. AUX 2 y AUX 3 son circuitos redundantes, por si más adelante se perfecciona el sistema y se necesitan. AUX COA se refiere a los artefactos optativos que pide el cliente, como un registrador de acceso rápido. Cosa que este avión no tiene.

—Estos circuitos están seguidos por una serie de ceros. ¿Eso significa que no se encuentran en uso?

—No necesariamente. El registro por defecto es cero, así que tendrás que comprobarlo.

—Vale. —Casey dobló las listas de datos—. ¿Y qué me dices de la avería del sensor de proximidad?

—Ahora mismo estamos en eso. Puede que encontremos algo. Pero, mira, las lecturas de fallos son como instantáneas de un momento concreto. Y nunca sabremos qué ocurrió en ese vuelo con una colección de instantáneas. Necesitamos los datos del registrador de datos de vuelo. Tienes que conseguirlos, Casey.

—He estado presionando a Rob Wong…

—Pues presiónalo más —dijo Smith—. El registrador de datos de vuelo es la clave de todo este asunto.

Casey oyó un grito procedente de la parte trasera del avión.

—¡Me cago en la puta! ¡No puedo creerlo!

Era Kenny Burne.

Estaba subido a una plataforma, detrás del motor izquierdo, y agitaba los brazos con indignación. Los técnicos que lo rodeaban sacudían la cabeza.

Casey se acercó.

—¿Has encontrado algo?

—Ya lo creo —dijo Burne, señalando el motor—. En primer lugar, las juntas del fan están mal instaladas. Algún idiota de mantenimiento las puso al revés.

—¿Y eso afecta al vuelo?

—Tarde o temprano, sí. Pero eso no es todo. Mira esa cubierta de inversores.

Casey se subió al andamio y se acercó a la parte trasera del motor, donde los técnicos examinaban las cubiertas abiertas de los inversores de empuje.

—Enseñádselo, muchachos —ordenó Burne.

Proyectaron una luz sobre la superficie interior de una de las cubiertas. Casey vio una sólida chapa de acero, cuidadosamente curvada, cubierta con una fina capa de hollín del motor. Alumbraron el logo de Pratt & Whitney, que estaba grabado cerca del borde de la camisa de metal.

—¿Lo ves? —preguntó Kenny.

—¿Qué? ¿Te refieres al sello de fábrica? —El logo de Pratt & Whitney era un círculo con un águila y las letras «P» y «W» en el interior.

—Exactamente. El sello.

—¿Qué tiene de raro?

Burne sacudió la cabeza.

—Casey —dijo—, el águila está al revés. Mirando hacia el lado equivocado.

—Ah. —No lo había notado.

—Ahora bien, ¿crees que Pratt & Whitney grabarían su logo al revés? En absoluto. Es una puñetera pieza falsa.

—Entiendo —dijo ella—. Pero, ¿puede afectar al vuelo?

Eso era lo principal. Ya habían encontrado otras piezas falsificadas en el avión. Amos había dicho que habría más, y era evidente que tenía razón. Pero la pregunta clave era: ¿Alguna de ellas había afectado al comportamiento del avión durante el accidente?

—Es probable —dijo Kenny, paseándose a grandes zancadas—. ¡Por todos los demonios, no puedo desmontar el motor entero! Tardaríamos dos semanas.

—Entonces, ¿cómo lo sabremos?

—Necesitamos el registrador de datos de vuelo, Casey. Esos datos son imprescindibles.

—¿Quieres que vaya al laboratorio digital? —preguntó Richman—. ¿Que averigüe si Wong ha hecho progresos?

—No —respondió Casey—. No serviría de nada.

Rob Wong tenía mal carácter, y no era conveniente seguir presionándolo. Era muy capaz de marcharse a casa y no volver hasta dos días después.

Sonó el teléfono móvil de Casey. Era Norma.

—Ya ha estallado la bomba —dijo—. Has recibido una llamada de Jack Rogers, otra de Barry Jordan del
Los Ángeles Times
y otra de un tipo llamado Winslow del
Washington Post
. Además de una solicitud de información de antecedentes del N-22 para
Newsline
.

—¿
Newsline
? ¿El programa de televisión?

—Sí.

—¿Están preparando un reportaje?

—No lo creo —respondió Norma—. Más bien parece que estuvieran en busca de alguna noticia.

—De acuerdo —dijo Casey—. Te llamaré más tarde.

Se sentó en una esquina del hangar y sacó su libreta de notas. Comenzó a escribir la lista de los documentos que debería incluir en el comunicado de prensa. Un resumen de los requisitos exigidos por la FAA para certificar un modelo de aeronave nuevo. Una copia de la certificación de la FAA, que Norma tendría que encontrar entre los archivos de cinco años atrás. El informe de seguridad aérea de la FAA del año anterior. Los datos de la compañía sobre la seguridad del N-22 desde 1991 hasta la fecha. (Los antecedentes del avión eran excelentes.) Un historial actualizado del N-22. La lista de directivas de aeronavegabilidad dictadas hasta el momento para ese modelo, que eran muy pocas. La lista de especificaciones técnicas del avión, con los datos básicos de velocidad, alcance, tamaño y peso. No quería enviar demasiados documentos. Pero ésos eran los fundamentales.

Richman la miraba.

—¿Y ahora qué? —preguntó.

Arrancó la hoja de la libreta y se la entregó.

—Dale esto a Norma. Dile que prepare una carpeta informativa para la prensa y que se la envíe a cualquiera que la solicite.

—De acuerdo. —Miró la lista con fijeza—. No sé si podré entender…

—Norma lo entenderá. Tú limítate a darle la lista.

—Vale.

Richman se alejó, tarareando despreocupadamente.

Sonó el teléfono móvil. Era una llamada directa de Jack Rogers.

—No dejo de oír rumores de que van a entregar el ala. Me han dicho que Norton ha fletado las herramientas a Corea, pero que de allí las enviarán a Shanghai.

—¿No has hablado con Marder?

—No. Nos hemos desencontrado.

—Antes de hacer nada, habla con él —dijo Casey.

—¿Hará una declaración oficial?

—Tú habla con él.

—De acuerdo —dijo Rogers—. Pero lo negará todo, ¿no?

—Habla con él.

Rogers suspiró.

—Mira, Casey. No quiero dejar pasar una historia y leerla dos días después en
Los Ángeles Times
. Ayúdame. ¿Hay algo de cierto en el rumor sobre las herramientas del ala o no?

—Yo no puedo decirte nada.

—Te propongo una cosa —dijo Rogers—. Diré que varios altos ejecutivos de la Norton han negado que vaya a enviarse el ala a China. Eso no te causaría problemas, ¿verdad?

—Supongo. —Era una respuesta prudente, pero la pregunta también había sido prudente.

—De acuerdo, Casey. Gracias. Llamaré a Marder.

Rogers colgó.

14:25 H
NEWSLINE

Jennifer Malone marcó el número que aparecía en el fax y preguntó por su contacto: Alan Price. Price estaba comiendo, así que habló con su ayudante, la señorita Weld.

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