Presa (44 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Presa
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—Muy bien —dijo Ricky—. Sabes lo que te espera, ¿verdad?

Ese no era mi plan. No era lo que yo esperaba; ahora no sabía qué hacer. Forcejeé aún más, lanzando puntapiés y retorciéndome, pero los dos eran extraordinariamente fuertes. Continuaron arrastrándome. Julia abrió la pesada puerta de acero del cuarto de imanes. Dentro vi el imán circular, de dos metros de diámetro.

Me lanzaron adentro y caí al suelo. Me golpeé la cabeza contra el revestimiento de acero. Oí el chasquido del pasador de la puerta al cerrarse.

Me puse en pie.

Oí el sonido de las bombas de enfriamiento cuando se pusieron en marcha. Por el intercomunicador, Ricky dijo:

—¿Te has preguntado alguna vez por qué estas paredes son de acero, Jack? Los imanes por impulsos son peligrosos. Si se los hace funcionar continuamente, estallan, el propio campo que generan los destroza. El tiempo de carga es de un minuto. Así que tienes un minuto para pensarlo.

Había estado en aquel cuarto antes, cuando Ricky me enseñó las instalaciones. Recordaba que había un interruptor de seguridad a la altura de la rodilla. Lo pulsé.

—No funciona, Jack —informó Ricky lacónicamente—. He invertido la conexión. Ahora activa el imán en vez de apagarlo. He pensado que te interesaría saberlo.

El rumor aumentó de volumen. El cuarto empezó a vibrar. El aire se enfrió rápidamente. Al cabo de un instante se empañaba el aliento.

—Lo siento si estás incómodo, pero será solo un momento —dijo Ricky—. En cuanto empiecen los impulsos, el cuarto se calentará deprisa. Esto…, veamos. Cuarenta y siete segundos.

El rumor se convirtió en un rápido tableteo, como el ruido ahogado de un ruido neumático. Era cada vez más estridente. Apenas oía la voz de Ricky por el intercomunicador.

—Vamos, Jack —dijo—, tienes una familia, una familia que te necesita. Así que piensa detenidamente en tus opciones.

—Déjame hablar con Julia.

—No, Jack. Es este momento no quiere hablar contigo. La has decepcionado, Jack.

—Déjame hablar con ella.

—Jack, ¿no me escuchas? Dice que no. No hasta que le digas dónde está el virus.

El tableteo continuó. El cuarto empezaba a calentarse. Oí el borboteo del refrigerante en las tuberías. Golpeé el interruptor de seguridad con la rodilla.

—Jack, ya te lo he dicho. Eso ahora solo sirve para encender el imán. ¿Es que no oyes bien?

—No, no te oigo bien —grité.

—Es una lástima. Lo siento —dijo, o al menos eso me pareció oír.

El tableteo parecía llenar el cuarto, hacer vibrar el aire. Sonaba como una enorme unidad de resonancia magnética. Me dolía la cabeza. Observé el imán, los gruesos pernos que unían las placas. Aquellos pernos pronto se convertirían en proyectiles.

—Esto no es una broma, Jack. Lamentaríamos mucho perderte. Veinte segundos.

El tiempo de carga era el tiempo que tardaban en cargarse los capacitadores del imán para que pudieran transmitirse los impulsos de electricidad de milisegundos. Me pregunté cuánto tardaría en estallar el imán por efecto de los impulsos. Probablemente unos segundos, no más. Así que se me acababa el tiempo. No sabía qué hacer. Todo había salido mal y lo peor era que había perdido la única ventaja que tenía, porque ahora conocían la importancia del virus. Antes no lo veían como amenaza. Pero ya lo habían comprendido, y me exigían que lo entregara. Pronto pensarían en destruir el depósito de fermentación. Erradicarían por completo el virus, de eso estaba seguro.

Y no podía hacer nada al respecto. Ya no.

Me pregunté cómo estaba Mae, y si le habían hecho daño. Me pregunté si seguía con vida. Empecé a sentirme distante, indiferente. Estaba en una unidad de resonancia magnética gigante, sólo eso. Ese aterrador sonido debía de ser el mismo que Amanda había oído cuando estaba en la unidad… perdí la concentración.

—Diez segundos —anunció Ricky—. Vamos, Jack, no te hagas el héroe. No es tu estilo. Dinos dónde está. Seis segundos, cinco. Jack, vamos…

El tableteo se interrumpió, y se produjo un zumbido seguido de un chirrido metálico. El imán se había activado, durante unos milisegundos.

—Primer impulso —dijo Ricky—. No seas idiota, Jack.

Otro zumbido. Y otro. Y otro más. Los impulsos eran cada vez más rápidos. Vi que el revestimiento del sistema refrigerador empezaba a ceder con cada impulso. Eran ya muy rápidos.

No pude aguantarlo más.

—¡De acuerdo, Ricky! ¡Os lo diré!

—¡Adelante, Jack! Estoy esperando.

—No. Antes apágalo. Y solo se lo diré a Julia.

Los zumbidos continuaron.

—Eres muy poco razonable, Jack. No estás en situación de negociar.

—¿Queréis el virus o preferís que sea una sorpresa?

Los zumbidos se sucedieron rápidamente. Y de pronto silencio. Nada aparte del susurro del refrigerante en las tuberías. El imán estaba caliente al tacto. Pero como mínimo el sonido semejante al de una unidad de resonancia magnética se había interrumpido.

Una unidad de resonancia magnética… me quedé inmóvil en el cuarto esperando a que entrara Julia y al cabo de un momento, pensando, me senté.

Oí abrirse el pasador de la puerta. Entró Julia.

—Jack. No estás herido, ¿verdad?

—No —contesté—. Solo tengo los nervios destrozados.

—No sé por qué has tenido que pasar por esto. No había ninguna necesidad. Pero tengo una buena noticia. Acaba de llegar el helicóptero.

—¿Sí?

—Sí, hoy ha llegado temprano. Piénsalo bien, ¿no sería agradable subir en él? ¿Volver a tu casa, con tu familia? ¿No te gustaría?

Seguía allí sentado, apoyado contra la pared, mirándola.

—¿Estás diciendo que puedo marcharme?

—Claro, Jack. No hay ninguna razón para que te quedes. Entrégame el virus y vete a casa.

No la creí ni por un segundo. Estaba viendo a la Julia amable, a la Julia seductora. Pero no la creía.

—¿Dónde está Mae?

—Descansando.

—Le habéis hecho algo.

—No. No, no, no. ¿Por qué íbamos a hacer una cosa así? —Negó con la cabeza—. No lo entiendes, ¿verdad? Yo no quiero hacer daño a nadie, Jack. Ni a ti, ni a Mae, ni a nadie. Sobre todo no quiero hacerte daño a ti.

—Díselo a Ricky.

—Jack, por favor. Deja las emociones a un lado y piensa con lógica por un momento. Tú mismo te has metido en esto. ¿Por qué no aceptas la nueva situación? —Me tendió la mano. La cogí, y ella tiró de mí. Era fuerte. Mucho más fuerte de lo que recordaba—. Al fin y al cabo, formas parte de esto. Has matado al tipo maligno de partículas por nosotros, Jack.

—Para que el tipo benigno pueda prosperar.

—Exacto, Jack. Para que el tipo benigno pueda prosperar, y crear una nueva sinergia con los seres humanos.

—La sinergia que ahora hay contigo, por ejemplo.

—Así es, Jack. —Sonrió. Era una sonrisa escalofriante.

—Ahora la relación es ¿qué? ¿Coexistencia? ¿Coevolución?

—Es una relación simbiótica. —Seguía sonriendo.

—Julia esto es una gilipollez —contesté—. Esto es una enfermedad.

—Es normal que digas eso, porque aún no conoces nada mejor. No lo has experimentado. —Se acercó y me abrazó. No me resistí—. No te imaginas lo que tienes por delante.

—Así ha sido toda mi vida —respondí.

—Por una vez no seas tan obstinado. Déjate llevar. Se te ve cansado, Jack.

Lancé un suspiro.

—Estoy cansado —dije. Y lo estaba. Percibía claramente mi debilidad allí entre sus brazos. Y estaba seguro de que ella la notaba.

—¿Por qué no te relajas, pues? Abrázame, Jack.

—No sé… quizá tengas razón.

—Sí, la tengo. —Volvió a sonreír y me alborotó el pelo con la mano—. Jack, te he echado mucho de menos.

—Yo a ti también. Te he echado de menos. —La abracé, la estreché contra mí. Nuestras caras casi se rozaban. Estaba preciosa, con los labios separados, la mirada fija en mí, tierna, tentadora. Noté que se relajaba—. Solo una cosa, Julia. Por curiosidad.

—Sí, Jack, dime.

—¿Por qué no quisiste someterte a la resonancia magnética en el hospital?

Frunció el entrecejo y se echó atrás para mirarme.

—¿Cómo? ¿Qué quieres decir?

—¿Te habría pasado lo mismo que a Amanda?

—¿Amanda?

—Nuestra hija… ¿recuerdas? Se curó gracias a la resonancia magnética. Al instante.

—¿De qué hablas?

—Julia, ¿tiene algún problema el enjambre con los campos magnéticos?

Abrió desorbitadamente los ojos. Empezó a forcejear para zafarse de mí.

—¡Suéltame! ¡Ricky! ¡Ricky!

—Lo siento, cariño —dije.

Golpeé el interruptor con la rodilla y se oyó un sonoro zumbido al activarse el imán.

Julia gritó.

Siguió gritando, un sonido continuo y uniforme, su boca muy abierta, su rostro rígido por la tensión. La sujeté con fuerza. La piel de su cara empezó a estremecerse, a vibrar rápidamente. Y de pronto sus facciones parecían crecer, hincharse. Me pareció ver miedo en sus ojos. Continuó hinchándose, y empezó a disgregarse.

Y de repente Julia se desintegró literalmente ante mí. La piel de su cuerpo y su rostro hinchados se separó de ella en ríos de partículas, como arena arrancada de una duna por el viento. Las partículas se curvaron en el arco del campo magnético hacia los lados del cuarto.

Noté que su cuerpo se hacía cada vez más ligero entre mis brazos. Seguían desprendiéndose partículas, con una especie de silbido, en dirección a todos los rincones. Y cuando terminó el proceso, lo que quedó —lo que aún tenía entre mis brazos— era una forma pálida y cadavérica. Julia tenía los ojos hundidos en las cuencas, los labios finos y agrietados, la piel traslúcida, el cabello quebradizo, sin color. Las clavículas sobresalían bajo su cuello huesudo. Parecía estar muriendo de cáncer. Movió la boca. Oí el débil sonido de su voz, apenas un susurro. Me incliné hacia ella y acerqué el oído a su boca.

—Jack, está devorándome.

—Lo sé.

—Tienes que hacer algo —añadió con voz casi inaudible.

—Lo sé.

—Jack… los niños…

—Los… besé…

No dije nada. Solo cerré los ojos.

—Jack… salva a mis hijos… Jack…

—Sí —dije.

Observé las paredes y vi, alrededor, el rostro del cuerpo de Julia extendido y ajustado a los contornos del cuarto. Las partículas conservaban su apariencia. Pero ahora estaban esparcidas sobre las paredes. Y aún se movían, coordinadas con el movimiento de sus labios, el parpadeo de sus ojos. Poco a poco empezaron a volver de las paredes hacia ella en una broma de color carne.

Fuera del cuarto, oí gritar a Ricky:

—¡Julia! ¡Julia!

Golpeó la puerta un par de veces pero no entró. Sabía que no se atrevería. Había esperado un minuto, así que los capacitadores estaban cargados. Ya no podía impedirme que activara el imán. Podía hacerlo a voluntad, al menos mientras hubiera carga. No sabía por cuánto tiempo.

—Jack… —susurró Julia.

La miré. En sus ojos vi una expresión triste, suplicante.

—Jack —dijo—. No lo sabía.

—Está bien.

Las partículas volvían a ella, reconstruyendo su cara ante mis ojos. Julia recobraba solidez y belleza.

Pulsé de nuevo el interruptor.

Las partículas se alejaron en el acto, volando hacia las paredes, aunque esta vez no tan rápidamente. Y de nuevo tuve a la cadavérica Julia entre mis brazos, rogándome con sus ojos hundidos.

Me llevé la mano al bolsillo y saqué uno de los tubos de ensayo con el virus.

—Quiero que te bebas esto —dije.

—No… no… —Se agitó—. Es demasiado tarde… para…

—Inténtalo —dije. Acerqué el tubo a sus labios—. Vamos, cariño; quiero que lo intentes.

—No… por favor… da igual…

Ricky seguía gritando y aporreando la puerta.

—¡Julia! ¡Julia! ¿Estás bien, Julia?

Julia lanzó una mirada a la puerta con sus ojos cadavéricos. Movió los labios. Hundió en mi camisa sus dedos esqueléticos, arañando la tela. Quería decirme algo. Volví de nuevo la cabeza para poder oír.

Tenía la respiración débil y entrecortada. No entendía las palabras. Y de pronto llegaron a mí claramente.

—Ahora tienen que matarte —dijo.

—Lo sé.

—No lo permitas… los niños…

—No lo permitiré.

Me rozó la mejilla con su mano huesuda.

—Sabes que siempre te he querido, Jack. Nunca te habría hecho daño.

—Lo sé, Julia. Lo sé.

Las partículas de las paredes flotaban libremente una vez más. Ahora parecían replegarse con más facilidad, volviendo directamente a su cara, su cuerpo. Golpeé de nuevo el interruptor con la rodilla, con la esperanza de pasar un momento más con ella, pero se oyó solo un apagado chasquido mecánico.

El capacitador estaba descargado.

Y súbitamente regresaron todas las partículas, y Julia era otra vez tan hermosa y fuerte como antes. Se apartó de mí de un empujón con una mirada de desprecio y, con voz alta y firme, dijo:

—Lamento que hayas tenido que ver esto.

—Yo también.

—Pero ya nada puede hacerse. Estamos perdiendo el tiempo. Quiero el virus, Jack, y lo quiero ahora.

En cierto modo eso hizo las cosas más fáciles porque comprendí que ya no trataba con Julia. Ya no debía preocuparme qué pudiera ocurrirle. Solo tenía que preocuparme por Mae —suponiendo que aún estuviera viva— y por mí.

Y suponiendo que yo mismo siguiera con vida unos minutos más.

Día 7
07.12

—De acuerdo —dije—. De acuerdo. Os daré el virus.

Julia frunció el entrecejo.

—Vuelves a tener esa expresión en la cara.

—No —dije—. Me rindo. Os llevaré.

—Bien. Empecemos por esos tubos de ensayo que tienes en el bolsillo.

—¿Cuáles? ¿Estos? —pregunté.

Metí la mano en el bolsillo para sacarlos, cuando cruzaba la puerta. Fuera me esperaban Ricky y Vince.

—Muy gracioso —dijo Ricky—. Podías haberla matado. Podías haber matado a tu propia esposa.

—Ya ves —dije.

Seguía con los dedos en el bolsillo, como si los tubos de ensayo se hubieran enredado en la tela. No sabían qué hacía, así que volvieron a agarrarme, Vince a un lado y Ricky al otro.

—Chicos, no puedo hacer esto sin…

—Soltadlo —ordenó Julia al salir del cuarto.

—Ni hablar —contestó Vince—. Intentará algo.

Yo seguía forcejeando, tratando de sacar los tubos. Por fin los tuve en mano y, en el forcejeo, dejé caer uno al suelo. Se rompió al chocar contra el hormigón, y el líquido marrón se desparramó.

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