Authors: Frederik Pohl
Ni Klara ni los muchachos habían estallado en gritos de júbilo, así que esperé lo máximo que pude y entonces pregunté:
—¿Qué pasa?
Klara contestó distraídamente:
—Dudo que podamos aterrizar en eso. —No parecía decepcionada. No parecía importarle en absoluto.
Sam Kahane lanzó un prolongado suspiro a través de su barba y dijo:
—Está bien. Lo primero que debemos hacer es obtener un espectro limpio. Rob y yo lo haremos. Los demás podéis empezar a buscar señales Heechees.
—No creo que haya —dijo uno de los otros, pero tan bajo que no pude averiguar quién.
Incluso pudo ser Klara. Me hubiera gustado hacer más preguntas, pero tuve la impresión de que si les preguntaba por qué no eran felices, uno de ellos me lo diría, y a mí podría no gustarme la respuesta. Por lo tanto, me introduje con Sam en el módulo, y no dejamos de chocar uno con otro mientras nos poníamos el traje espacial, comprobábamos los sistemas de supervivencia y los cerrábamos herméticamente. Sam me hizo señas de que entrara en la antecámara; oí cómo las bombas extraían el aire, y casi enseguida el poco que quedaba me impulsó al espacio cuando se abrió la portezuela.
Por un momento me sentí aterrorizado, solo en un lugar jamás hollado por ningún ser humano, asustado por haberme olvidado de coger la correa. Pero no era necesario hacerlo; la grapa magnética se había cerrado automáticamente, y llegué hasta el final del cable, lo estiré con fuerza, y empecé a retroceder lentamente hacia la nave.
Antes de que pudiera llegar, Sam ya había salido y avanzaba hacia mí dando vueltas a toda velocidad. Conseguimos agarrarnos, y empezamos a tomar fotografías.
Sam señaló hacia un punto entre el inmenso disco con forma de plato y el deslumbrante sol naranja, y yo me protegí los ojos con los guantes hasta ver lo que indicaba: M-31 en Andrómeda. Naturalmente, desde donde nos encontrábamos no estaba en la constelación de Andrómeda. No había nada a la vista que se pareciese a Andrómeda, o a cualquier otra constelación. Pero la M-31 es tan grande y tan brillante que incluso puede distinguirse desde la superficie de la Tierra cuando no hay demasiada contaminación ambiental. Es la más brillante de las galaxias externas, y puedes reconocerla bastante bien desde casi todos los sitios adonde te llevan las naves Heechee. Por medio de una pequeña amplificación, puedes observar su forma de espiral, y es posible asegurarse comparándola con las galaxias de menor tamaño que hay en la misma línea de visión.
Mientras yo enfocaba la M-31, Sam hacía lo mismo con las Nubes Magallánicas, o lo que él creía que eran las Nubes Magallánicas. (Afirmó haber identificado el S. Doradus.) Ambos empezamos a tomar instantáneas teodolíticas. Naturalmente, la finalidad de todo esto es que los académicos pertenecientes a la Corporación puedan triangular y localizar el punto donde hemos estado. Puede parecer extraño que eso les interese, pero así es; hasta tal grado que no eres merecedor de ninguna bonificación científica a menos que hagas toda la serie de fotos. Pueden creer que deducirán adónde vamos por las fotografías que hemos tomado a través de los portillos durante el viaje. No es así. Pueden deducir la dirección principal del empuje, pero tras los primeros años-luz resulta cada vez más difícil descubrir las estrellas identificables, y no está demostrado que la línea de vuelo sea una línea recta; algunos dicen que sigue una configuración rugosa en la curvatura del espacio.
De todos modos, los cerebros utilizan todo lo que tienen, incluida una medición que indica hasta dónde han rotado las Nubes Magallánicas, y en qué dirección. ¿Saben por qué? Porque, gracias a esto, se puede averiguar a cuántos años-luz de distancia nos encontramos y, por lo tanto, cuánto nos hemos adentrado en la Galaxia. Las Nubes dan una revolución completa en unos ochenta millones de años. Un examen detallado puede mostrar cambios de una parte en dos o tres millones, digamos, diferencias del orden de 150 años-luz aproximadamente.
Esto había logrado interesarme bastante durante las clases de Sam. La verdad es que, mientras tomaba las fotos y trataba de adivinar la interpretación que Pórtico les daría, casi me olvidé de tener miedo. Y casi olvidé, aunque no del todo, que este viaje, emprendido gracias a tan gran acopio de valor, estaba resultando un fracaso.
Pero era un fracaso.
Ham agarró las cintas de Sam Kahane en cuanto regresamos a la nave y las introdujo en la unidad exploradora. El tema central era el gran planeta en sí. En ninguna octava del espectro electromagnético había nada que sugiriese la existencia de radiación.
Por lo tanto, empezó a buscar otros planetas. Se necesitaba tiempo para encontrarlos, incluso con la ayuda de la unidad exploradora, y podría haber habido una docena que no logramos localizar en el rato que pasamos allí (pero eso apenas importaba, porque si nosotros no podíamos localizarlos era que estaban demasiado lejos para llegar a ellos). Ham lo hizo tomando indicios clave del espectograma radiactivo de la estrella primaria, y programando la unidad exploradora para que buscase reflejos suyos. Descubrió cinco objetos. Dos de ellos resultaron ser estrellas con un espectro similar. Los otros tres eran planetas, pero tampoco revelaban signos de radiación. Por otra parte, ambos eran pequeños y estaban muy lejos.
Eso nos dejaba la gran luna del gigante gaseoso.
—Comprobadla —ordenó Sam.
Mohamad gruñó:
—No tiene muy buen aspecto.
—No quiero saber tu opinión. Quiero que hagas lo que te he dicho. Compruébala.
—Comentarios en voz alta, por favor —añadió Klara.
Ham la miró con evidente sorpresa, quizás ante las palabras «por favor», pero hizo lo que le pedía.
Pulsó un botón y dijo: «Señales de identificación para radiación electromagnética codificada». Una lenta curva sinusoidal apareció en la pantalla de la unidad exploradora, osciló brevemente y volvió a convertirse en una línea absolutamente inmóvil.
—Negativo —dijo Ham—. Temperaturas tiempo-variantes anómalas.
Esto era nuevo para mí.
—¿Qué es una temperatura tiempo-variante anómala? —se me ocurrió preguntar.
—Algo que se calienta cuando el sol se pone —contestó impacientemente Klara—. ¿Y bien?
Pero esa línea también era recta.
—Tampoco hay nada de eso —dijo Han—. ¿Alto albedo de metal en la superficie?
Una lenta ondulación sinusoidal, y después nada.
—Hum —dijo Ham—. Bueno, las demás señales de identificación no son pertinentes; no habrá metano porque no hay atmósfera, y así sucesivamente. ¿Qué hacemos, jefe?
Sam abrió los labios para hablar, pero Klara se adelantó.
—Te ruego que me perdones —dijo secamente—, pero ¿a quién te refieres con eso de «jefe»?
—Oh, cállate —replicó Ham con impaciencia—. ¿Sam?
Kahane dirigió a Klara una ligera sonrisa de disculpa.
—Si quieres decir alguna cosa, dila —invitó—. Yo creo que deberíamos ponernos en órbita alrededor de la luna.
—¡Eso sería un gasto de combustible inútil! —exclamó Klara—. Creo que es una locura.
—¿Tienes una idea mejor?
—¿Qué quieres decir con eso de «mejor»? ¿Qué fin persigues?
—Bueno —dijo razonablemente Sam—, no hemos podido inspeccionar toda la luna. Su rotación es muy lenta. Quizá fuera conveniente coger el módulo y dar una vuelta; tal vez haya una ciudad Heechee en el otro lado.
—Lo dudo —replicó Klara, casi inaudiblemente, lo cual zanjó la cuestión sobre quién lo había dicho antes. Los muchachos no escuchaban. Los tres se hallaban ya de camino al módulo, dejándonos a Klara y a mí en posesión de la cápsula.
ANUNCIOS Lecciones grabadas |
¡La Navidad está |
¿Tiene |
Klara desapareció en el lavabo. Yo encendí un cigarrillo, casi el último que me quedaba, y me distraje formando un anillo tras otro en el aire viciado de humo. La cápsula brincaba ligeramente, y pude observar que el lejano disco pardusco de la luna del planeta se deslizaba hacia arriba en la pantalla; un minuto después vi la minúscula y brillante llama del módulo dirigiéndose hacia ella. Me pregunté qué haría yo si se quedaban sin combustible, o se estrellaban, o se les estropeaba algo. Lo que tendría que hacer sería abandonarlos allí para siempre. Lo que yo me preguntaba era si tendría el valor de hacer lo que constituía mi deber.
Realmente parecía un terrible e inútil desperdicio de vidas humanas.
¿Qué hacíamos aquí? ¿Viajar cientos o miles de años-luz para rompernos el corazón?
Me sorprendí con la mano sobre el pecho, como si la metáfora fuese real. Escupí en la punta del cigarrillo para apagarlo y lo tiré a una bolsa de basura. Algunos restos de ceniza flotaban por los alrededores de donde la había sacudido sin darme cuenta, pero no tenía ganas de recogerla. Observé que la gran mole del planeta volvía a aparecer en la pantalla, y lo admiré como una obra de arte: de un verde amarillento por el lado diurno del terminador, de un negro amorfo que oscurecía las estrellas por el resto. Veías donde empezaban las capas externas de la atmósfera por las escasas y brillantes estrellas que relucían a través de ella, pero la mayor parte era tan densa que no se traslucía nada. Naturalmente, la cuestión del aterrizaje estaba descartada. Aunque tuviera una superficie sólida, estaría sepultada bajo un gas tan denso que jamás lograríamos sobrevivir. La Corporación hablaba de diseñar un módulo especial que penetrara el aire de un planeta tipo Júpiter, y quizás algún día lo hicieran; pero no a tiempo para ayudarnos ahora.
Klara seguía en el lavabo.
Desenrollé mi eslinga a través de la cabina, me metí dentro, apoyé la cabeza y me quedé dormido.
Volvieron al cabo de cuatro días. Vacíos.
Dred y Ham Tayeh estaban sombríos, sucios e irritables; Sam Kahane parecía muy alegre. No me dejé engañar por eso; si hubieran encontrado algo que valiese la pena, nos lo habrían comunicado por radio. Pero soy muy curioso.
—¿Cuál ha sido el tanteo, Sam?
—Cero —repuso—. No más que roca, ni una sola cosa que justificara el aterrizaje. Pero tengo una idea.
Klara apareció junto a nosotros, mirando curiosamente a Sam. Yo miraba a los otros dos; tenían aspecto de saber cuál era la idea de Sam y no gustarles demasiado.
—Verás —dijo—, esa estrella es binaria.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté yo.
—He puesto la unidad exploradora a trabajar. ¿Has visto ese bebé azul que está...? —Miró en torno, y después esbozó una sonrisa—. Bueno, ahora no sé en qué dirección está, pero se hallaba cerca del planeta cuando tomamos las primeras fotos. La cuestión es que parecía estar cerca, así que conecté la unidad exploradora, y ésta reveló un movimiento propio en el que apenas puedo creer. Tiene que ser binario con el primario de aquí, y no debe de estar a más de medio año-luz.
—Podría ser una estrella errante, Sam —intervino Ham Tayeh—. Ya te lo he dicho. Una estrella que pasa por la noche.
Kahane se encogió de hombros.
—Incluso así. Está cerca.
Klara añadió:
—¿Algún planeta?
—No lo sé —admitió él—. Espera un momento... creo que ahí está.
Todos miramos hacia la pantalla. No había duda posible respecto a la estrella de que hablaba Kahane. Era más brillante que Sirio visto desde la Tierra, y tendría una magnitud de menos dos como mínimo.
Klara repuso suavemente:
—Es muy interesante, y espero equivocarme respecto a tus intenciones, Sam. Medio año-luz supone, en el mejor de los casos, un viaje de dos años al máximo de velocidad del módulo, suponiendo que haya bastante combustible. Y no lo hay, muchachos.
—Ya lo sé —insistió Sam—, pero he estado pensando. Si pudiéramos dar un
empujoncito
a los mandos de la cápsula...
Me sorprendí yo mismo al oírme gritar: «¡Ni hablar de eso!». Temblaba de pies a cabeza. No podía calmarme. A ratos sentía terror, y a ratos verdadera cólera. Creo que si en aquel momento hubiera tenido un arma en la mano, habría matado a Sam sin pensarlo dos veces.
Klara me tocó para tranquilizarme.
—Sam —dijo, muy dulcemente para ella—, sé cómo te sientes —Kahane había vuelto de cinco viajes con las manos vacías—. Apuesto lo que sea a que es posible hacerlo.
Él pareció atónito, suspicaz y a la defensiva, todo al mismo tiempo.
—¿De verdad?
—Es decir, supongo que si los de esta nave fuéramos Heechees, en vez de los tontos humanos que en realidad somos... bueno, sabríamos lo que estábamos haciendo. Saldríamos a echar un vistazo y diríamos: «Oh, escuchad, nuestros amigos de aquí...», vamos, quienesquiera que fuesen los que estaban aquí cuando pusieron rumbo a este lugar, «nuestros amigos deben de haberse mudado. Ya no están en casa». Y después diríamos: «Oh, bueno, qué demonios, veamos si están aquí al lado». Empujaríamos esto hacia aquí y aquello hacia allá, y saldríamos disparados hacia esa gran estrella azul... —Hizo una pausa y le miró, sin soltarme el brazo—. Lo malo es que no somos Heechees, Sam.
—¡Por Dios, Klara! Eso ya lo sé, pero tiene que haber un modo de...
Ella asintió.
—Claro que sí, pero no sabemos cuál es. Lo que sabemos, Sam, es que
jamás
ha habido ninguna nave que haya cambiado el rumbo y vuelto para contarlo. ¿Lo recuerdas? Ni una sola.
No le contestó directamente; se volvió hacia la gran estrella azul que aparecía en la pantalla y dijo:
—Votemos.
Naturalmente, el voto fue de cuatro a uno en contra de variar el rumbo, y Ham Tayeh no permitió que Sam se acercara al tablero de mandos hasta que reanudamos la velocidad de la luz.
El viaje de regreso a Pórtico no fue más largo que el de ida, pero pareció durar una eternidad.
Tengo la impresión de que el aire acondicionado de Sigfrid vuelve a estar estropeado, pero no se lo digo. Se limitará a informarme de que la temperatura exacta es de 22,5º Celsius, la misma de siempre, y me preguntará por qué expreso el dolor mental a través del calor físico. Ya estoy harto de estas tonterías.