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Authors: Frederik Pohl

Pórtico (16 page)

BOOK: Pórtico
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—Te lo agradezco, Rob —dice gravemente Sigfrid—. Espera que prosiga.

Yo cambio de posición.

—Este diván no es tan cómodo como la alfombra —protesto.

—Lo siento mucho, Rob. ¿Has dicho que las reconociste?

—¿A quiénes?

—A las dos mujeres del tren, de las que te alejabas más y más.

—Ah. No, ya entiendo lo que quieres decir. Las reconocí en el sueño. En realidad no tengo ni idea de quiénes eran.

—¿Se parecían a alguien que tú conozcas?

—En absoluto. Yo también me he hecho esa pregunta.

Al cabo de un momento, Sigfrid dice algo que reconozco como su forma de darme una oportunidad para cambiar de opinión sobre una respuesta que no le gusta.

—Has mencionado que una de las mujeres tenía aspecto maternal y tosía...

—Sí, pero no la reconocí. Creo que, en cierto modo, sí me pareció conocida, pero, ya sabes, en los sueños todo el mundo lo parece.

Contesta pacientemente:

—¿No recuerdas a ninguna mujer de tipo maternal y que tosiera mucho?

Me echo a reír estrepitosamente al oírlo.

—¡Querido amigo Sigfrid! ¡Te aseguro que ninguna de las mujeres que conozco pertenecen al tipo maternal! Además, todas ellas son del Servicio Médico. No es probable que tosan.

—Ya veo. ¿Estás seguro, Robbie?

—No seas pesado, Sigfrid —replico, malhumorado, porque el maldito diván me parece a cada momento más incómodo, y también porque necesito ir al baño, y esta situación tiene visos de prolongarse indefinidamente.

—Ya veo. —Y, al cabo de un minuto, se agarra a otra cosa, tal como yo suponía: Sigfrid es igual que una paloma y picotea todo lo que yo le ofrezco, miga por miga—. ¿Qué hay de la otra mujer, la de las cejas tupidas?

—¿Qué pasa con ella?

—¿Conoces a alguna chica que tenga las cejas tupidas?

—¡Dios mío, Sigfrid, me he acostado con quinientas chicas! Algunas tenían las cejas más extrañas que hayas visto en tu vida.

—¿No recuerdas a ninguna en particular?

—La verdad es que así, de repente, no me acuerdo.

—No, de repente no, Rob. Te ruego que hagas un esfuerzo por acordarte.

Lo que me pide es más fácil que seguir discutiendo con él, así que hago el esfuerzo.

—Está bien, vamos a ver. ¿Ida Mae? No. ¿Sue-Ann? No. ¿S. Ya.? No. ¿Gretchen? No... bueno, para ser sincero, Sigfrid, Gretchen era tan rubia que ni siquiera estoy seguro de que tuviera cejas.

—Todas éstas son chicas que has conocido recientemente, ¿verdad, Rob? ¿Quizás alguna más antigua?

—¿Te refieres a alguna que conozca desde hace tiempo? —Reflexiono intensamente y retrocedo lo máximo que puedo, hasta llegar a las minas y a Sylvia. Me echo a reír—. ¿Sabes una cosa, Sigfrid? Es gracioso, pero casi no me acuerdo de cómo era Sylvia... oh, espera un momento. No. Ahora lo recuerdo. Tenía la costumbre de depilarse las cejas casi totalmente, y después se las pintaba. Me acuerdo porque una vez que estábamos en la cama nos hicimos dibujos el uno al otro con su lápiz para las cejas.

Casi me parece oírle suspirar.

—Los vagones —dice, picoteando otra miga—. ¿Cómo los describirías?

—Como los de cualquier tren. Largos. Estrechos. Avanzaban a bastante velocidad por un túnel.

—¿Largos, estrechos, y moviéndose a bastante velocidad por un túnel, Rob?

Pierdo la paciencia al oír esto. ¡Es tan horriblemente transparente!

—¡Vamos, Sigfrid! No me vengas con esos trillados símbolos sexuales.

—No pensaba hacerlo, Rob.

—Bueno, eres un idiota preocupándote por este sueño, te lo aseguro. No hay nada en él. El tren sólo era un tren. No sé quiénes eran las mujeres. Y escucha, antes de que cambiemos de tema, odio este maldito diván. ¡Por el montón de dinero que te paga mi seguro, puedes hacer mucho más de lo que haces!

Ha logrado ponerme furioso. Sigue tratando de volver al sueño, pero estoy decidido a sacar el máximo provecho del dinero que le paga la compañía de seguros, y cuando me voy, me ha prometido que cambiará la decoración antes de mi próxima visita.

Aquel día salgo muy satisfecho de mí mismo. La verdad es que Sigfrid me hace mucho bien. Supongo que es porque tengo el valor de enfrentarme con él, y quizá todas estas tonterías me ayuden en ese aspecto, o en otro, a pesar de que algunas de sus ideas sean verdaderas locuras.

14

Me revolví en mi asiento para no chocar con la rodilla de Klara y tropecé con el codo de Sam Kahane.

—Lo siento —dijo éste, sin molestarse en mirar a su alrededor para saber por qué lo sentía.

Aún tenía la mano apoyada en la teta de lanzamiento, a pesar de que ya hacía diez minutos que habíamos salido. Vigilaba los fluctuantes colores del tablero de instrumentos Heechee, y la única vez que apartó la mirada fue para dar un vistazo a la pantalla que había en el techo.

Me enderecé, sintiéndome muy incómodo. Había tardado semanas en acostumbrarme a la casi total ausencia de gravedad de Pórtico. Las cambiantes fuerzas G de la cápsula eran otra cosa. Eran muy ligeras, pero no se mantenían ni un minuto seguido, y mi oído interno empezaba a protestar.

Me abrí paso hasta la zona de la cocina, con los ojos clavados en la puerta del lavabo. Ham Tayeh seguía dentro. Si no salía enseguida, mi situación podría calificarse de crítica. Klara se echó a reír, se levantó y me rodeó con un brazo.

—Pobre Robbie —exclamó—. Y esto es sólo el principio.

Engullí una pastilla y encendí nerviosamente un cigarrillo, procurando no vomitar. No sé hasta qué punto era realmente mareo. El miedo tenía gran parte de culpa. Es imposible no tener miedo cuando sabes que lo único que te separa de una muerte instantánea y horrible es una fina pared de metal hecha por tipos excéntricos desconocidos hace medio millón de años; cuando sabes que estás condenado a ir a algún lugar sobre el que ya no tienes ningún control, y que puede resultar extremadamente desagradable.

Logré volver a mi asiento, apagué el cigarrillo, cerré los ojos y me concentré en hacer pasar el tiempo.

Disponía de mucho tiempo. Por término medio, un viaje dura alrededor de cuarenta y cinco días de ida y otros tantos de vuelta. La distancia recorrida no importa tanto como podría pensarse. Diez años luz o diez mil: importa algo, pero no linealmente. Me han dicho que las naves aceleran y aceleran continuamente el tipo de aceleración. Ese incremento en la velocidad tampoco es lineal, ni siquiera exponencial, en ningún aspecto. Alcanzas la velocidad de la luz muy rápidamente, en menos de una hora. Después tardas bastante en excederla. Después es cuando realmente ganas velocidad.

Sabes todo esto (dicen) al contemplar las estrellas por la pantalla de navegación Heechee que hay en el techo (dicen). En el plazo de la primera hora, todas las estrellas empiezan a cambiar de color y a hacerse borrosas. Cuando pasas la c te das cuenta porque se han agrupado en el centro de la pantalla, que está delante de la nave durante el vuelo.

En realidad, las estrellas no se han movido. Es la nave, que ha dado alcance a la luz emitida por las fuentes que están a su espalda o a un lado. Los fotones que chocan con la pantalla frontal se emitieron un día, una semana, o cien días atrás. Al cabo de uno o dos días incluso dejan de parecer estrellas. Sólo persiste una especie de superficie moteada de color gris. Da la impresión de ser un holofilm expuesto a la luz, con la diferencia de que en el caso de un holofilm puedes obtener una imagen virtual por medio de una luz intermitente, y en el caso de las pantallas Heechee nadie ha obtenido jamás otra cosa que un gris granuloso.

Cuando finalmente logré entrar en el lavabo, la urgencia no pareció tan urgente; y cuando salí, Klara estaba sola en la cápsula, comprobando las imágenes estelares con la cámara teodolítica. Se volvió a mirarme, e hizo un gesto de aprobación con la cabeza.

—Parece que estás menos verde —dijo.

—Viviré. ¿Dónde están los muchachos?

—¿Dónde iban a estar? Han bajado al módulo de aterrizaje. Dred quisiera llegar a un acuerdo con nosotros para que estemos en el módulo cuando ellos estén aquí arriba, y subamos cuando ellos quieran bajar.

—Hum. —Esto sonaba bastante bien; la verdad es que ya empezaba a preguntarme cómo nos las arreglábamos para tener un poco de intimidad—. De acuerdo. ¿Qué quieres que haga?

Se incorporó y me besó distraídamente.

—Que no te me pongas delante. ¿Sabes una cosa? Parece como si nos dirigiéramos en línea recta hacia el norte galáctico.

Yo recibí esa información con la grave consideración de la ignorancia. Después pregunté:

—¿Es eso bueno?

Ella esbozó una sonrisa.

—¿Cómo voy a saberlo?

Me senté y la miré. Si estaba tan asustada como yo, y no dudaba de que así era, no lo dejaba entrever.

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Empecé a preguntarme qué significaría ir en dirección al norte galáctico; y, lo más importante, cuánto tardaríamos en llegar allí.

Según los archivos, el viaje más corto a otro sistema estelar fue de dieciocho días. Se llegó a la Estrella de Barnard y fue un fracaso, ya que en ella no había nada. El más largo, o por lo menos el más largo que nadie conoce hasta ahora —¿quién sabe cuántas naves ocupadas por prospectores muertos están todavía en el camino de regreso desde, tal vez, M-31 en Andrómeda?— fue de ciento setenta y cinco días de ida y los mismos de vuelta. Volvieron muertos. Es difícil saber dónde estuvieron. Las fotografías que tomaron no revelan gran cosa y, naturalmente, los prospectores no se hallaban en estado de decirlo.

El inicio de un viaje es bastante alarmante, incluso para un veterano. Sabes que estás acelerando. No sabes cuánto durará la aceleración. Sin embargo, notas cuándo se inicia el cambio de posición. En primer lugar, lo notas porque el serpentín dorado que hay en todas las naves Heechees se ilumina (nadie sabe por qué). Pero notas que estás dando la vuelta sin necesidad de mirarlo, pues la pequeña pseudogravedad que te ha arrastrado hacia atrás empieza a arrastrarte hacia delante. El suelo se convierte en el techo.

¿Por qué no se limitarían los Heechees a hacer girar sus naves en pleno vuelo, a fin de utilizar la misma fuerza propulsora para la aceleración y la deceleración? No lo sé. Habría que ser Heechee para saberlo.

Quizá tenga algo que ver con el hecho de que todo su equipo visual parezca estar en la parte de delante. Quizá sea porque la parte anterior de la nave siempre está fuertemente acorazada, incluso en las naves más ligeras, supongo que en contra del impacto de las dispersas moléculas de gas o polvo. Pero algunas de las naves grandes, unas cuantas Tres y casi todas las Cinco, están totalmente acorazadas. Tampoco dan la vuelta en redondo.

Así pues, cuando el serpentín se enciende y tú notas el cambio de posición, sabes que has sobrepasado una cuarta parte de tu tiempo real de viaje. No necesariamente una cuarta parte del tiempo total, desde luego. El tiempo que permanezcas en tu destino es otra cuestión muy distinta. Eso es algo que todo prospector debe tener en cuenta. Pero ya has completado la mitad del viaje de ida bajo control automático.

Por lo tanto, multiplicas el número de días transcurridos hasta el momento por cuatro, y si este número es inferior al número de días establecido para tu resistencia física, sabes que por lo menos no te morirás de hambre. La diferencia entre los dos números es el tiempo de permanencia máxima en tu lugar de destino.

La ración básica de comida, agua y renovación de aire, dura doscientos cincuenta días. Puedes alargarlos hasta trescientos sin grandes dificultades (vuelves en la piel y los huesos, y quizá con algunas enfermedades por carencia). Así pues, si llegas a los sesenta o sesenta y cinco días de viaje sin que se produzca ningún cambio de posición, sabes que puedes tener problemas, y empiezas a comer menos. Si llegas a ochenta o noventa, el problema se resuelve por sí solo, porque ya no tienes opción, ya que morirás antes de volver. Podrías tratar de cambiar el rumbo. Pero esto no es más que otra forma de morir, según dicen todos los supervivientes.

Lo más probable es que los Heechees pudieran cambiar el rumbo cuando lo deseaban, pero su forma de hacerlo es una de esas grandes preguntas acerca de los Heechees que no tienen contestación, como por qué lo limpiaban todo antes de irse, o qué aspecto tenían, o adónde fueron.

Recuerdo una especie de libro en broma que vendían en las ferias cuando yo era pequeño. Se titulaba
Todo lo que sabemos sobre los Heechees
. Tenía ciento veintiocho páginas, y todas estaban en blanco.

Si Sam, Dred y Mohamad eran homosexuales, y yo no tenía ninguna razón para dudarlo, apenas lo demostraron a lo largo de los primeros días. Seguían sus propios intereses. Leían. Escuchaban grabaciones de música con los audífonos. Jugaban al ajedrez y, cuando lograban convencernos a Klara y a mí, también al póquer chino. No jugábamos por dinero, sino para pasar el rato. (Al cabo de un par de días, Klara comentó que perder era como ganar, porque si perdías tenías más en qué ocupar el tiempo.) Eran bondadosamente tolerantes con Klara y conmigo, la oprimida minoría heterosexual dentro de la cultura dominante homosexual que ocupaba nuestra nave, y nos dejaban el módulo de aterrizaje durante un exacto cincuenta por ciento del tiempo, a pesar de que sólo fuéramos el cuarenta por ciento de la población.

Nos llevábamos bien. Fue una verdadera suerte. Vivíamos en obligada convivencia y tropezábamos constantemente unos con otros.

El interior de una nave Heechee, incluso una Cinco, no es mucho más grande que la cocina de un apartamento. El módulo de aterrizaje te proporciona un poco de espacio adicional —el equivalente a un armario de tamaño regular—, pero durante el viaje de ida está lleno de suministros y equipo. Y de ese total de espacio disponible, unos cuarenta y dos o cuarenta y tres metros cúbicos, hay que restar todo lo que va en él aparte de mí, y los otros prospectores.

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