La pasión que fluía de mi interior se cortó en seco tan rápido que estuve a tiempo de perder el equilibrio. Maldita sea, dolía que me la hubiesen arrebatado tan de repente. Mareada, me giré. Aunque Trent parecía tranquilo y seguro de sí mismo en apariencia, yo sabía que no lo estaba. Detrás de él, Quen observaba desde el otro extremo de la sala, tenso pero distante. Era evidente que no aprobaba la intervención de su Sa'han.
—Ya has monopolizado a la señorita Morgan lo suficiente —dijo Trent sonriendo—. ¿Me cedes el turno?
Al había retirado su mano enguantada de mi cuello. Yo tomé aire mientras intentaba expulsar los últimos restos del éxtasis que había introducido dentro de mí. Di un traspié. Me sentía tan adormecida como viva… irreal.
—Por supuesto, Trenton —dijo el demonio poniendo mi mano en la de Trent—. Me consolaré hablando con tu hermosa futura esposa.
Me costaba respirar y parpadeé al ver a Trent y al notar la calidez de su mano en la mía. Pero Trent no me estaba mirando a mí.
—Cuidado con lo que haces, demonio —dijo Trent, mirándolo duramente con sus ojos verdes, rebosantes de un odio antiguo—. No estamos indefensos.
Al sonrió aún más.
—Eso es lo que lo hace divertido.
Di un respingo cuando Al me puso la mano en el hombro y me maldije por ello.
—Estaremos en contacto, Rachel —dijo con un tono grave y gutural acercándose a mí.
—Afilaré mis estacas —dije, librándome de la conmoción.
Dejó caer la mano y se marchó riéndose, alegre y seguro de sí mismo.
Y la banda siguió tocando durante todo ese rato.
Respiré lentamente y miré a Trent. No sabía qué sentir. Estaba asustada, aliviada. Agradecida. No tenía por qué haber intervenido. Se suponía que era yo quien lo estaba protegiendo a él. Era evidente que quería saber de qué habíamos estado hablando Al y yo, pero de ninguna manera se lo iba a decir. Pero aun así, susurré:
—Gracias.
Él esbozó una sonrisa. Movió la cabeza tres veces al ritmo de la música y luego empezamos a movernos.
—Bueno, tampoco es que quiera casarme contigo —dije.
La mano que tenía libre se levantó al movernos y, después de un rato, la coloqué suavemente sobre su hombro. Trent estaba callado y yo empecé a relajarme. Se me tranquilizó el pulso y volví a enfocar las cosas. El aroma a hojas verdes se llevó el olor a ámbar quemado y, de repente, me di cuenta de que estaba totalmente sumisa en sus brazos, dejándole llevar sin ni siquiera pensar.
Lo miré a los ojos. Al ver mi horror, se rio.
—Es usted una bailarina sorprendentemente buena, señorita Morgan —dijo.
—Gracias. Tú también. ¿Has ido a clase o es algo propio de los elfos?
Vale, quizá aquello había sido un poco borde, pero Trent no se lo tomó mal e inclinó la cabeza con gracia.
—Un poco de las dos cosas.
Miré a Ellasbeth. Al se estaba acercando a ella, pero la mujer todavía no lo sabía porque estaba demasiado ocupada intentando asesinarme mentalmente. Junto a ella estaba su madre, que intentaba convencer a Jenks de que bajase de la lámpara. Su marido estaba sentado a su lado con aire de mal humor; estaba claro que había desistido de intentar detenerla y, mientras yo miraba, Jenks salió de donde estaba y aterrizó suavemente delante de ella. Incluso desde aquí podía ver que estaba avergonzado por tanta atención, pero se estaba acostumbrando poco a poco.
Trent nos giró para que les diese la espalda y lo mirase a él.
—No me puedo creer que no les dijeses lo de Jenks —dije.
Me miró a los ojos y luego apartó la mirada.
—No pensé que fuese importante.
Se me escapó una risilla y creo que fue lo que más me ayudó a deshacerme de los restos de adrenalina.
—Tu especie lleva cuarenta años intentando evitar el contacto con los pixies, ¿y no creías que fuese importante? Creo que tenías miedo de decírselo.
Trent volvió a mirarme a los ojos.
—No. Fue por el entretenimiento.
Lo creí. Debía de estar aburridísimo.
—Trent, ¿hay algo que te guste de los pixies?
Me pellizcó a modo de advertencia en la cintura.
—¿Perdona?
—Solo tengo curiosidad sobre si existe un vínculo entre especies o algo que has descuidado…
—No.
Me había contestado demasiado rápido y yo sonreí. Le gustaban los pixies pero no quería admitirlo.
—Es que parece que…
—No.
Sus movimientos se volvieron rígidos y yo abandoné la causa antes de que me volviese a llevar junto a Al.
—¿Estás listo para lo del domingo? —dije cambiando de tema—. Uau, te vas a casar en la basílica. Nunca lo habría imaginado.
—Yo tampoco. —Su voz sonaba distante y sin emoción—. Debería ser todo un acontecimiento.
Lo miré de arriba abajo.
—Apuesto a que tú querías casarte al aire libre, ¿verdad? ¿Bajo los árboles y la luna llena?
A Trent se le pusieron rojas las orejas.
—Oh, Dios mío —dije—. ¿De verdad?
Sus ojos errantes no me miraban.
—Es su boda, no la mía.
Picar a Trent era de las cosas que más me gustaban y, al pensar que la aparición de Al se calificaba de problema y significaba un aumento en mi paga, me encogí de hombros, contenta de acabar el día con dinero en el bolsillo.
—Yo creo que tampoco es su boda.
Habíamos dado una vuelta completa y ahora volvía a tener enfrente a Ellasbeth. Al había conseguido captar su atención y, consciente de que a Trent no le gustaba darles la espalda, me moví en su dirección hasta que pudo verlos. Evidentemente no me tragaba que la amase, pero al parecer él se tomaba muy en serio sus deberes como marido.
—Te aseguro que me alegro de no pertenecer a la realeza —murmuré—. No querría tener que pasarme por la piedra a alguien a quien no puedo soportar. Habitualmente. Y a nadie más.
—¡Ay! —exclamé mientras intentaba liberarme de la mano de Trent, que me estaba apretando los dedos. Luego me sonrojé al darme cuenta de lo que acababa de decir—. Vaya… lo siento —tartamudeé, afectada de verdad—. Qué torpeza la mía.
Pero la frente fruncida de Trent dejó paso a una leve sonrisilla.
—¿Pasarte por la piedra? —dijo mirando la mesa que había detrás de mí—. Rachel, eres toda una fuente de jerga barriobajera.
La canción había terminado y sentí como me soltaba la mano. Miré a Ellasbeth, que a su vez me miraba nerviosa mientras Al le susurraba al oído. No podía dejar de pensar en la indiferencia interminable que Trent tendría que soportar, así que me humedecí los labios y tomé una decisión repentina. Le agarré más fuerte la mano y Trent me miró con aire de sospecha.
Su intento por separarse de mí se convirtió en un tirón y de repente empezó a sonar
Sophisticated Lady
. Él me dio una vuelta y pude ver a Ellasbeth, con la cara lívida mientras escuchaba a Al. Ya era mayorcita. Podría soportarlo.
Era evidente que Trent había captado mis ganas de seguir bailando y me pregunté si había continuado simplemente por fastidiar a Ellasbeth. Se me nubló la vista y, mientras Trent seguía en silencio y absorto en sus pensamientos, me imaginé su vida con ella. Estaba segura de que les iría bien. Aprenderían a amarse. Probablemente solo les llevaría unas décadas.
Se me encogió el estómago. Era el momento. Ahora o nunca.
—Ah, Trent —dije, y él me miró con intensidad—. Quiero que conozcas a alguien. ¿Puedes venir mañana a casa a eso de las cuatro?
Él levantó las cejas y, sin señal alguna que demostrase que estaba a punto de complicarle la vida sobremanera, me reprendió, diciendo:
—Señorita Morgan. Se le ha acelerado el pulso.
Me humedecí los labios; mis pies se movían de manera mecánica.
—Sí. Entonces, ¿puedes venir?
Sus ojos verdes mostraban descrédito.
—Rachel —dijo irritado—, estoy un poco ocupado.
La canción iba por el estribillo y sabía que no bailaría otra conmigo.
—¿Sabes esa vieja carta que tienes en tu gran salón, la que está enmarcada en la pared? —le dije.
Aquello llamó su atención y respiró lentamente.
—¿Las cartas de tarot?
Nerviosa, asentí.
—Sí. Conozco a alguien que se parece a la persona que sale en la tarjeta del diablo.
La expresión de Trent se congeló y su mano presionó mi cintura.
—¿La tarjeta del diablo? ¿Se trata de algún tipo de asunto en el que andas metida?
—Por Dios, Trent —dije. Me sentía insultada—. No el diablo, sino la mujer a la que se está llevando.
—Ah. —Miró al infinito mientras pensaba en aquello y luego frunció la frente—. Eso es de muy mal gusto. Incluso para ti.
¿Se cree que es un chiste?
—Se llama Ceri —dije, tropezando con mis propias palabras—. Era familiar de Al antes de que yo la rescatase. Nació en las edades Oscuras. Acaba de empezar a ordenar su vida de nuevo y está preparada para conocer a lo que queda de su especie.
Trent se detuvo y ambos nos quedamos inmóviles en la pista de baile. Parecía estupefacto.
—Y si le haces daño —añadí mientras lo soltaba—, te mataré. Juro que te perseguiré como un perro y te mataré.
Entonces cerró la boca.
—¿Por qué me cuentas esto? —dijo, con la cara pálida y casi atacándome con su olor a hojas verdes—. ¡Me caso en dos días!
Yo me puse en jarras.
—¿Qué tiene que ver con esto el hecho de que te vayas a casar? —dije. No me sorprendía que pensase en sí mismo antes que nada—. No es una yegua de cría, es una mujer con su propia agenda. Y por mucho que te pueda sorprender… —dije poniéndole un dedo contra el pecho—, no incluye al gran Trent Kalamack. Quiere conocerte y darte la muestra que necesitas. Eso es todo.
Las emociones cruzaban su rostro demasiado rápido como para identificarlas. Entonces el muro cayó y yo sentí un escalofrío al tomar el frío control. Sin decir nada, se dio la vuelta y se marchó.
Yo lo miré fijamente, parpadeando.
—Eh, ¿eso significa que no vas a venir?
Él cruzó la sala rígido en dirección a sus futuros suegros, claramente intentando escapar. Sentí un picor en la nuca que me hizo mirar a Quen. Tenía las cejas levantadas a modo de pregunta y yo miré a otro lado antes de que decidiese acercarse. Abrazada a mí misma, me dirigí a una mesa apartada en la que pudiese sentarme durante el resto de la noche. Jenks aterrizó en mi pendiente formando un tobogán de chispas doradas; su peso casi inexistente era reconfortante y familiar.
—¿Le has hablado de Ceri? —preguntó.
Yo asentí y la música terminó con un hermoso solo ascendente de la cantante.
Jenks me abanicó el cuello con sus alas.
—¿Y qué ha dicho?
Suspirando, me senté y me puse a jugar con los paquetitos de azúcar.
—Nada.
Me dolían los pies y, mientras recorría las últimas manzanas que hay desde la parada del autobús a mi iglesia, hice una pausa y me apoyé en un arce para quitarme los zapatos planos. Un coche que iba demasiado rápido produjo un zumbido y puse mala cara al escuchar los frenos chirriar cuando trazó la curva. Jenks saltó de sorpresa en mi hombro cuando me doblé para quitarme los zapatos y salió disparado aleteando con fuerza.
—¡Eh! —me espetó mientras despedía polvo de pixie—. ¿¡Qué te parece si me avisas, bruja!? Yo levanté la mirada.
—Lo siento —dije cansada—. Estabas tan callado que me había olvidado de que estabas ahí.
El ruido de sus alas se suavizó y volvió a mi hombro.
—Eso es porque estaba durmiendo —admitió.
Me erguí con los zapatos en la mano. La fiesta había terminado temprano para que todos los buenos elfos pudiesen llegar a casa a tiempo para su siesta de medianoche. Los pixies se regían por el mismo reloj y dormían cuatro horas en torno a la medianoche y otras cuatro a mediodía. No me extrañaba que Jenks estuviese cansado.
Sentí el calor de la acera quebrada bajo mis pies y continuamos en medio de la oscuridad, solo atenuada por las luces de las farolas, hacia el alegre brillo de la bombilla que iluminaba el cartel de Encantamientos Vampíricos colocado sobre la puerta. Se oyó una sirena en la distancia. No habría luna llena hasta dentro de unos días, pero las calles habían estado revueltas, incluso aquí, en los Hollows.
No es que estuviese escuchando, pero había oído decir en el autobús que El Almacén de la calle Vine se había vuelto a incendiar. La ruta del autobús no nos llevaba cerca de allí, pero había visto muchísimos coches de la SI. La poca gente que iba en el bus parecía asustada, a falta de una palabra mejor, pero aun así mis pensamientos estaban demasiado ocupados con mi§ propios problemas como para iniciar una conversación y, al parecer, Jenks iba durmiendo.
Subí los escalones sin hacer ruido, abrí la puerta y miré los percheros con la esperanza de ver colgada alguna prenda de Ivy. Pero nada.
Jenks suspiró desde mi hombro.
—La voy a llamar ahora mismo —dije dejando en el suelo los zapatos y girando el bolso.
—Rache. —El pixie alzó el vuelo y revoloteó hasta que me tuvo enfrente—. Ha pasado un día entero.
—Por eso la voy a llamar. —El teléfono comenzó a dar tono mientras entraba en el santuario encendiendo las luces en dirección a la cocina. Me sentía culpable. No podía haber averiguado lo de Kisten y, aunque así fuese, me habría echado una bronca antes de marcharse. Creo.
El sonido de los grillos se unió al zumbido de las alas de libélula de Jenks y encendí la luz de la cocina. Entorné los ojos hasta que se acostumbraron a la claridad. Era muy triste la ausencia del ordenador de Ivy y dejé en bolso sobre la mesa para hacer que el espacio pareciese menos vacío. Oí tono hasta que el teléfono de Ivy me informó de que me derivaba al buzón de voz, así que colgué antes de que me cobrasen la llamada.
Cerré el teléfono con tristeza. Jenks estaba sentado sobre sus artemias salinas, moviendo ligeramente los pies y con las alas inmóviles por la preocupación.
—Si no es una de vosotras, es la otra —dijo amargamente.
—Eh, yo no fui la que se fue el pasado invierno —dije cogiendo en la nevera una de las botellas de agua de Ivy.
—¿De verdad quieres hablar de eso? —me espetó, y yo sacudí la cabeza con un gran sentimiento de culpa.
—Quizá esté con Kisten —dije mientras abría el tapón de plástico y bebía un sorbo. No tenía sed, pero me hacía sentir mejor, como si Ivy pudiese entrar hecha una furia preguntándome qué estaba haciendo bebiendo de su agua.