El corazón me dio un vuelco y luego se calmó. Sentí que se tensaban cada uno de mis músculos. Librarme de mis marcas de demonios estaba en lo más alto de mi lista de prioridades. Pero estaba segura de que, fuese lo que fuese lo que tenía en mente, no me iba a hacer ningún favor. Aun así, hablar con Al allí era mejor que de camino a casa, o en mi cocina, o en mi habitación, si es que decidía seguirme. Miré a Jenks, que seguía en la araña, y el pixie se encogió de hombros. Sus alas brillaban con un naranja apagado.
—¿Por qué no? —murmuré, poniéndome de pie.
—¡Ese es el espíritu! —Al dio un paso hacia atrás y me ofreció con elegancia su brazo.
Me acordé de la pistola de bolas, pero la dejé en el bolso debajo de la mesa. Cuanto más lejos de Al estuviese, mejor.
—Jenks está ahí arriba —dije, evitando a Al para dirigirme a la pista de baile sin su ayuda—. Si haces algo raro hará que te entren picores.
—Oh, me hago popó en mis calzones de seda —dijo Al con tono burlón.
—Nunca te han hecho eso —dije, y él frunció la frente, haciendo así plausible mi suposición de que no podía evaporarse para evitar el dolor y la incomodidad. Pisé el suelo de parqué y él extendió la mano esperando a que se la cogiese.
De repente me di cuenta de que estaba cara a cara con un demonio… y quería bailar.
Vaaaale
, pensé, pensando que mi vida no podía ser más peligrosa. Al resopló con impaciencia y yo le di la mano. El algodón blanco de sus guantes era suave y sentí un escalofrío cuando me colocó la mano que tenía libre en la cintura. Si se acercaba demasiado, tendría que darle un tortazo.
—Fíjate —dijo él cuando mi mano le tocó ligeramente y él empezó a movernos a ambos—. ¿A que es bonito? Ceri bailaba muy bien. Echo de menos bailar con ella.
¿Bonito? Era horripilante. Tenía el corazón desbocado y me alegraba de que tuviese puestos los guantes, no solo porque no quería tocarlo, sino también porque estaba empezando a sudar. Había dicho algo sobre librarme de mi marca, así que lo escucharía.
—¿Qué…? —dije con voz ronca, y luego carraspeé, avergonzada—. ¿Qué es lo que quieres?
—Esta es una oportunidad única —dijo Al sonriendo y enseñando los hermosos dientes de Lee—. ¿Con qué frecuencia tiene uno la oportunidad de bailar con su salvador entre el brillo de los elfos?
Yo suspiré con impaciencia. Al menos me dije a mí misma que era impaciencia. La realidad era que estaba empezando a marearme de contener la respiración.
—Solo estoy bailando contigo por una razón —dije moviéndome en tensión con él al ritmo de la música—. Y si no empiezas a hablar volveré a la mesa a jugar con los paquetitos de azúcar.
Al me apretó la mano con más fuerza y cambió el peso de mi cuerpo. Caminé como cojeando cuando me hizo girar con el cambio de ritmo. Tenso y jadeando, me volvió a atraer hacia él y chocamos, y entonces me asaltó una ráfaga de ámbar quemado. Yo lo empujé, pero me mantuvo pegado a él. Con los ojos abiertos como platos, me puse nerviosa y le pisé el pie, pero mis músculos se debilitaron cuando él susurró:
—Sé que tienes el foco.
Su aliento me movió el pelo y, esta vez, cuando forcejeé, aflojó su abrazo. Nerviosísima, me separé de él. Me pellizcó la única mano con la que ahora le estaba tocando y, al darme cuenta de que había gente mirándonos, volvía poner la mía sobre su cintura.
—Puedo olerlo en ti —murmuró—. Es magia demoníaca, más antigua que tú, más antigua que yo. Te marcó la mano cuando lo agarraste. Mancha todo lo que tocas y es un rastro que los instruidos pueden seguir como si fuesen huellas.
Tragué saliva mientras me movía inexpresivamente al ritmo lento del
jazz
.
—No te lo voy a dar —dije. Apenas podía respirar. Si se lo daba, estaría en la calle al amanecer—. Si me matas perderás el control sobre el cuerpo de Lee y tendrás que volver. Si me haces daño, Newt te meterá en una botella. Suéltame.
Al desplegó su encanto, que no quedaba nada bien en el cuerpo de Lee.
—Sí, hagámoslo —dijo con una voz tenue y distraída—. Llamemos a Newt. Aparecerá aquí mismo y me meterá en una botella. Eso te gustaría, ¿verdad?
Conseguí no retorcer los dedos para librarme de él, pero sabía que no se iba a tragar mi farol. Él también le tenía miedo a Newt. Además, yo no sabía invocarla. Tendría que pasar por Minias y sabía que él no accedería a hacerlo, aunque me debiese un favor.
—Quiero algo —susurró, mirándome a los ojos—. Y te pagaré bien por ello, pero no es el foco. ¿No te gustaría librarte de mi marca? ¿Librarte de mí?
Yo lo miraba mientras bailábamos. ¿Quería algo de mí y no era el foco? No me encontraba bien, así que moví la mano a su hombro. Mi mirada desenfocada, que se dirigía a Ellasbeth y Trent, cambió de posición cuando Al y yo giramos. Me sentía desconectada, sin aliento. Al se inclinó hacia mí y yo no pude hacer nada, me sentía adormecida.
—No quiero el foco —susurró, moviéndome el pelo con sus palabras—, pero ya que has sacado el tema, estás en un pequeño apuro. —Dudó y luego se acercó aún más—. Puedo ayudarte en eso.
Salí de mi ensimismamiento y me aparté. Sus dedos enguantados aumentaron la presión y sus ojos se volvieron más severos y me advirtieron que me quedase donde estaba.
—No creo que puedas mantenerlo en secreto mucho más tiempo —me advirtió—. Y no eres lo suficientemente fuerte como para conservarlo una vez que el mundo sepa que lo tienes. ¿Y qué harás entonces, niña tonta?
—No me llames eso —dije, y luego me quedé fría al darme cuenta de lo que decía. ¿No quería que nadie supiese que yo lo tenía? Maldita sea. Él era el que estaba matando a los hombres lobo.
Alarmada, abrí los ojos de par en par y retorcí la mano, pero lo único que conseguí fue que me la apretase hasta dolerme.
—¿Estás matando hombres lobo para que no se sepa que lo tengo yo? —dije, moviéndome con rigidez—. ¿Mataste a la secretaria del señor Ray y al contable de la señora Sarong para que no siguiesen buscándolo?
Al se rio echando la cabeza hacia atrás. La gente nos miraba pero, igual que en el instituto, donde la estrella de fútbol siempre consigue lo quiere, nadie intervino por miedo.
—No —dijo Al, seguro de sí mismo y deleitándose en el poder que tenía simplemente por lo que era—. No los estoy matando para protegerte. Eso es encantador. Pero sé quién lo está haciendo. Si lo averiguasen no tendrían ningún reparo en matarte para conseguirlo. Y eso me cabrearía de verdad.
Mi primer impulso por separarme de él desapareció.
—¿Sabes quién está matando a los hombres lobo?
Mientras nos movíamos al ritmo de la música, él asintió. El flequillo negro se le había caído delante de los ojos y sabía que le estaba molestando, pero aun así no me soltaba. No creo que le gustase el pelo de Lee y me pregunté cuánto tardaría en aprender a lanzar una maldición para cambiar su aspecto.
—¿Quieres saber quién es? —dijo, sacudiendo la cabeza para aclarar su visión—. Te lo diré. A cambio de una hora de tu tiempo.
¿Primero mi marca y ahora el nombre del asesino?
—¿Una hora de mi tiempo? —dije, imaginándome cómo podía ir esa hora—. Gracias, pero no —dije con sequedad—. Lo averiguaré por mí misma.
—¿Y te dará tiempo a evitar la próxima muerte? —dijo con tono burlón—. ¿Acaso una vida vale sesenta minutos de tu tiempo?
Me puse tensa y le lancé una mirada furiosa.
—No me pienso sentir culpable por eso —dije—. ¿Y por qué te importa a ti?
—Podría ser alguien cercano a ti —dijo, y sentí un escalofrío de miedo. La música cambió y el cantante empezó a cantar
Crazy He Calls Me
. No podía pensar con la intensidad de la música y me moví sin ofrecer resistencia cuando Al nos alejó bailando de Trent, que estaba intentando oír nuestra conversación.
—Necesito un favor —dijo Al casi sin mover los labios y con un tono avergonzado—. Si haces una cosa te sacaré el foco de las manos. Incluso prometo guardarlo hasta que te mueras. Nunca tendrás que ver las guerras, la plaga. —Sonrió y yo me puse enferma—. No es algo que requiera pensar mucho.
Una era dorada de paz que duraría mientras yo viviese. Vale. En cuanto lo consiguiese me mataría. Con la ayuda de Ceri quizá pudiese conseguir un acuerdo blindado para mantenerme con vida, pero era una esperanza falsa y sentí una punzada en el pecho. Me moría por escuchar la respuesta sencilla.
Conseguí tragar saliva mientras bailaba con el demonio del pasado de mi futuro. Decía que no quería el foco pero que se lo llevaría como un favor. Me movía inexpresivamente mientras pensaba. Algo no iba bien. Me estaba perdiendo algo. Al decía que le gustaba estar aquí pero yo sabía que la pérdida de su omnipotencia le irritaba. Tenía que haber una razón para que se estuviese rebajando a esa fracción de fuerza y no creía que tuviese que ver con que quería broncearse. Quería un favor. De mí.
El pulso se me estabilizó con un latido fuerte y lo miré de reojo, apretándole la mano hasta que se dio cuenta.
—¿Qué es lo que no me estás contando, Al?
El demonio hizo una mueca. Yo arqueé las cejas y puse una cara elocuente.
—Estás aquí por una razón y no soy yo. Yo no soy tan importante, nada te detendría si quisieses llevarme contigo…
Mis palabras se diluyeron en el aire cuando me vino a la cabeza un pensamiento. ¿
Por qué no me arrastra con él sin más
? 'Entonces se me formó en los labios una sonrisa y se la mostré al demonio, de repente inseguro.
—Tienes problemas, ¿verdad? —supuse, y supe que tenía razón cuando su paso suave vaciló—. Estás hasta el cuello de mierda y te estás escondiendo en este lado de las líneas porque no te pueden llevar de vuelta mientras estés poseyendo a Lee.
—No seas idiota —dijo Al, pero estaba sudando. Pude ver una gota de sudor en su sien y la mano con la que estaba agarrando la mía estaba humedeciéndose—. He venido a matarte. Lentamente.
—Entonces hazlo —dije rotundamente—. Si lo haces volverás a siempre jamás. Te has gastado una barbaridad en estar aquí a plena luz del día. El único que lo sabe es un demonio loco que probablemente ya se haya olvidado de ti. —Al frunció el ceño. Consciente de que estaba confiando demasiado en mi suerte, dije—: ¿Qué has hecho? ¿Te has olvidado de devolver un libro a la biblioteca?
Sentí un fuerte dolor que me atravesó la mano e intenté alejarme de él.
—Es culpa tuya —espetó Al con una mirada de odio que me hizo dejar de protestar—. Newt ha averiguado que Ceri corretea bajo un sol amarillo y que sabe tejer energía de líneas luminosas y, como Ceri es mi familiar, yo soy el responsable.
—Suéltame —dije, retorciendo los dedos.
—Si vuelvo tendré que rendir cuentas —dijo con voz misteriosa, apretándome más.
—¡Me estás haciendo daño! —dije—. Si no me sueltas te voy a dar una patada en los mismísimos.
Al me soltó y yo me separé, quedándome a un metro de él y echando chispas por los ojos mientras la orquesta seguía tocando; la voz de la cantante ahora sonaba distraída e incómoda. Nos miramos mutuamente durante un instante y luego me volvió a agarrar la mano y empezamos a bailar de nuevo.
—Perdóname —dijo, pero no sonaba para nada arrepentido—. Es normal que esté molesto. Nunca había estado en una situación similar. —Me miró con los ojos entrecerrados—. Ellos no saben que tú lo sabes y te interesa mantener la boca cerrada sobre esto. Pero tú estabas allí cuando hice el trato con ella, así que vas a decirles que ella está obligada a mantener la boca cerrada salvo por un niño. Que el daño está contenido.
Mi pulso latía muy rápido, pero él ahora me agarraba otra vez con suavidad. La canción terminó y enlazamos con la siguiente, reduciendo el paso. Sonó
I Don 't Stand a Ghost of a Chance
. ¡Era obvio! Arqueé mucho las cejas y puse una cara convincente.
—¿Quieres que confirme tu historia? —dije mordazmente—. Ellos no confían en ti. ¿Por qué debería hacerlo yo?
De repente se enfadó y, antes de que pudiese reaccionar, me atrajo hacia él. Tomé aire bruscamente y se me fue toda la bravuconería con la oleada de miedo que me invadió.
—Oh —susurró Al con tono amenazante moviendo al hablar mis rizos—, no hace falta ponerse desagradable. —Me apretujó contra él y puso su poderosa mano en mi nuca.
Sentí un subidón de adrenalina. Estaba jugando con fuego. ¡Estaba mofándome de un maldito demonio!
A mis espaldas, la orquesta seguía tocando, aunque de manera temblorosa. Al ver mi miedo, Al separó los labios para formar una sonrisa vil. Se acercó a mí, inclinó la cabeza y susurró:
—No tiene por qué ser así…
Me acarició el cuello con la mano y yo contuve el aliento. Una cálida necesidad me atravesó el cuerpo, brillando de neurona en neurona, iluminando el camino hacia mi interior. Me temblaban las rodillas pero no me moví, aferrada a él. Estaba jugando con mi cicatriz y lo estaba haciendo muy, pero que muy bien.
Mi siguiente aliento fue un jadeo discordante. No podía pensar, aquello me gustaba tanto…
Nuestros alientos se mezclaron, uniéndonos, cuando su aliento entró como un remolino en mis pulmones. El olor a ámbar quemado se mezcló con la deliciosa sensación que me insuflaba, combinando para siempre ambas.
—¿Pensabas que solo los vampiros podían jugar con tu cicatriz? —murmuró Al, y yo me sacudí cuando me acarició con el pulgar. Nosotros llegamos primero. Ellos no son más que nuestra sombra.
—Pa… para —dije cerrando los ojos. Mi pulso era un repiqueteo rápido. Tenía que alejarme de eso.
—Mmm, qué piel tan hermosa —susurró, y yo sentí un escalofrío—. Has estado jugando con un hechizo de tocador, querida. Te queda bien.
—Vete a… al infierno —dije resollando.
—Ven conmigo y testifica que Ceri ha aceptado no enseñarle a nadie salvo que tenga una hija —insistió—. Me llevaré una marca. Te daré una noche de esto. Cien hechizos de vanidad. Lo que quieras. Rachel… no tenemos que ser adversarios.
Se me escapó un quejido tan ligero como una pluma.
—Estás más loco que Newt si piensas que voy a confiar en ti.
—Si no lo haces —dijo proyectando sobre mí su aliento cálido y húmedo—, te mataré.
—Entonces nunca conseguirás lo que quieres. —Me agarró con más fuerza. Reuní fuerzas al darme cuenta de que estaba intentando dominarme y abrí los ojos de par en par—. ¡Suéltame! —le dije, cerrando el puño y empujando.
—¿Me disculpas, Lee? —dijo la voz de Trent desde detrás de mí.